Una nueva oportunidad de vida para el claustro San Nicolás de Tolentino
Ubicado en pleno corazón del centro histórico de Bogotá, el claustro será la nueva sede del primer centro cultural de España en Colombia por los próximos 20 años.
Miguel Ángel Vivas Tróchez
Por los pasillos del claustro de San Nicolás de Tolentino se pasea un silencio espectral, al cual le restan pocos días de existencia. Años de gestiones consulares y la intervención de expertos en restauración están a punto de segar esta quietud, para darle rienda suelta a un embarco de cultura peninsular. Desde su última restauración, en 2005 y pasados tres de años de haber cerrado sus puertas como colegio de los Agustinos Recoletos, los dos claustros que conforman el complejo se han limitado a presenciar el bipolar devenir del cielo capitalino y ocasionales eventos religiosos, celebrados por esta orden religiosa.
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Por los pasillos del claustro de San Nicolás de Tolentino se pasea un silencio espectral, al cual le restan pocos días de existencia. Años de gestiones consulares y la intervención de expertos en restauración están a punto de segar esta quietud, para darle rienda suelta a un embarco de cultura peninsular. Desde su última restauración, en 2005 y pasados tres de años de haber cerrado sus puertas como colegio de los Agustinos Recoletos, los dos claustros que conforman el complejo se han limitado a presenciar el bipolar devenir del cielo capitalino y ocasionales eventos religiosos, celebrados por esta orden religiosa.
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Todo aquello, más el sigilo litúrgico de cinco siglos de vaivenes y demoliciones, tendrá un nuevo uso tras la firma de un contrato, que celebró la embajada de España con un consorcio arquitectónico, durante la mañana nublada y cenicienta del lunes 7 de octubre, para adelantar estudios y comenzar su restauración. Refugiados de la lluvia, en el ala norte del claustro, un puñado de funcionarios, encabezados por el embajador de España en Colombia, Joaquín de Arístegui; el prestigioso arquitecto Max Ojeda, y Fray José David Niño, prior provincial de la orden de los Agustinos Recoletos, sellaron el pacto que cambiará el destino del claustro. El plan es revivir la edificación, para convertirla en el primer centro cultural de España en Colombia, una deuda de carácter histórico, desde la perspectiva del embajador Arístegui.
Al momento de los discursos, el agua se filtró por el viejo tejado y se convirtió en sombras de humedad en la antigua cancha de fútbol, del que fue el colegio Agustiniano de San Nicolás. En tiempos de cielos despejados, los protagonistas hubiesen optado por realizar el evento en todo el centro del claustro. A pesar del contratiempo meteorológico, destacado por el embajador en su intervención, era imprescindible aprovechar la oportunidad para cerrar el trato, que tanto trámite había costado (y que costará, pero esa es otra historia).
“El objetivo no es otro que el de un nuevo enfoque de la actividad cultural de España en Bogotá. Un lugar que refleje la diversidad y permita a los colombianos conocer más a nuestro país y a nuestra sociedad”, expresó el embajador. Precedido de unas palabras de agradecimiento, a modo de avisos parroquiales, del Fray José Niño, los interesados se acercaron a una mesa roja con bordes blancos, que emulaban pictóricamente a los muros del claustro, para estampar su firma. Luego, entre aplausos y vítores, celebraron que la nueva vocación del claustro será la de albergar la huella cultural de la península ibérica.
El convento de La Candelaria ocupa una superficie de 7.000 metros cuadrados, distribuidos en dos claustros comunicados entre sí: el de San Nicolás de Tolentino, que es el principal, y otro menor, llamado Las Balconadas, a lo que se suma la iglesia de Nuestra Señora de La Candelaria. “La iglesia permanecerá bajo control de los Agustinos Recoletos”, dijo el embajador, quien agregó que la administración y gestión del espacio no religioso estará, lógicamente, a cargo del gobierno y la autoridad de la Agencia Española de Cooperación, a través de la Consejería Cultural y Científica de la Embajada de España.
Un nuevo uso para el claustro
Como sucede en casi todas las reuniones protocolarias, tan rígidas y cuadriculadas como para dar cabida a ideas furtivas fuera del libreto, lo mejor de la reunión vino con las charlas de los asistentes tras bambalinas. Pese al estado yerto en el que se mantuvo el cielo, la lluvia dio unos leves minutos de tregua para caminar hacia el centro del claustro e intercambiar percepciones. Cada comentario, por más tenue que fuese la voz de su remitente, se amplificaba por el silencio y el eco de las paredes patrimoniales del recinto. “De verdad que es una maravilla lo del contrato. Tenemos muchas expectativas de que será un buen proyecto”, dijo el embajador, mientras acompañaba su comentario con algunos chascarrillos, que recibieron respuesta de sus interlocutores.
Al unísono respondió Eduardo Mazuera, director del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC), quien utilizó su turno en la vocería para destacar la importancia que tendrá para la ciudad el nuevo centro cultural. El hecho de que el claustro tenga una nueva oportunidad de habitabilidad engrana perfecto en la estrategia distrital para el reúso de edificaciones en lugares clave como el centro histórico de la ciudad. “Este claustro es de altísima relevancia para la historia del país y de la ciudad, por su cercanía a equipamientos culturales del centro histórico. Este reúso le devolverá el reconocimiento arquitectónico al claustro”, agregó Mazuera.
Como ocurre con otros colosos arquitectónicos y patrimoniales de la manzana, de los cuales se adueñó el silencio y el olvido, la idea del Distrito es devolverles la vida a las paredes de estos complejos abandonados y, planeación urbana aparte, abrir una ventana con la cual el pasado se reúna con el presente. Precisamente, la premisa de conectar los hilos temporales mediante la arquitectura es una de las pasiones de Max Ojeda, expertos en la materia. Mientras recorría los alrededores del claustro en silencio, detrás de sus lentes que tantas joyas arquitectónicas han restaurado, se imaginó y proyectó en su mente las labores que deberá adelantar, como cabeza visible del consorcio ganador de la obra.
Su llegada al proyecto desatascó un bucle de negociaciones entre la embajada y los Agustinos Recoletos, sobre cómo sería el proceso de restauración. El temor de la orden religiosa sobre un cambio drástico en la infraestructura (construida en 1631, reconstruida en 1703 y hasta expropiada en 1861) fue un lastre en las negociaciones. Las propuestas de reúso, para convertir el claustro en enclave cultural, no los terminaban de convencer. Incluso, se planteó la posibilidad de habilitar un hotel, pero nada los animaba. Hasta que la experiencia de Ojeda fungió como una llave que resolvió el entresijo de la negociación.
Su propuesta de renovación, con la cual se conservaba la esencia del templo y se daba pie a un proceso de revitalización, para darle vida al nuevo centro cultural, catalizó las voluntades y se materializó en la esperada firma, con la que ahora comienza un nuevo ciclo. “No es cuestión de venir a imponer nuestra voluntad, sino de preservar y conservar lo que ya existe”, explicó Ojeda.
Llegó la hora del café. Ojeda y los interventores de la obra hablaron sobre otras experiencias de renovación, que se podrían aplicar al proceso. Señalaron con sus dedos las zonas en donde será posible intervenir y, a cada sorbo del elixir amarronado, emergieron ideas para el claustro. Durante el próximo año la tarea de los arquitectos, los interventores, la embajada y los Agustinos será el de poner al día la documentación; obtener los permisos del Ministerio de Cultura, y comenzar las labores de restauración. Todo parece estar en las mejores manos. Al cabo de 365 días y un poco más, los vestigios artísticos de Velásquez; la perspicacia de Gaudí; las letras de Unamuno, y las rumbas del Pescailla retumbarán en ecos contemporáneos de cultura española, que reemplazarán el silencio del claustro y llenarán de júbilo el corazón de Bogotá.
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