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Entrar a una tienda de ropa usada es una lotería: nunca sabremos qué se puede encontrar. Lo mejor es ir sin expectativas, pero con gran espíritu para buscar tesoros. Al hablar de ropa, hallar un abrigo de paño escocés de los años 60 en perfecto estado y en menos de $50.000 es una ganga. Tanto estos abrigos como otras prendas de antaño han sido por seis décadas el sustento de familias bogotanas que se dedicaron al negocio de la ropa usada.
Según el Museo Nacional de Colombia, desde los años 50 comenzó este negocio en la capital, en la Plaza España, en Los Mártires, adonde llegaban campesinos desplazados buscando prendas para adaptarse al clima de la ciudad. Con los años, el voz a voz y la llegada de más desplazados hicieron crecer este mercado, y algunas familias vieron un sustento allí. Lo más asombroso es que esta necesidad de arroparse en una de las ciudades más frías del país convirtió el sector en un lugar histórico. Siendo hoy punto de encuentro de familias, turistas y actores que buscan ropa a buen precio.
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Pero no todo ha sido fácil para estos comerciantes. Tal es el caso de Luz Mery Ladino, quien lleva más de quince años vendiendo y comprando ropa usada, cuya anécdota más memorable es de cuando comenzó. “Pensaba ¿la gente cómo se pone ropa usada? ¿Será que sí se vende? Nunca imaginé todo lo que me costó aprender. Después, se convirtió en una bendición. Ha sido como reciclar y tener el diario de mis hijos”.
Cuenta que todo el año vende ropa. Sin embargo, contrario al comercio tradicional, diciembre no es la mejor temporada. “Nuestra temporada alta es de enero y febrero, cuando entran los niños a estudiar”. En esos meses vende entre 30 a 80 prendas diarias, por lo que para suplir la demanda, ha tenido que comprar hasta 500 blusas.
Sus grandes clientes son los campesinos. “Les vendemos al por mayor a gente de lugares aislados, que se dedican a labores del campo”. Sin embargo, en la capital las mujeres son las que más compran. “Las prendas que más se venden son blusas, sacos de lana y chaquetas. Vienen también de otros países, porque la gente recomienda el punto como patrimonio cultural, a comprar, sobre todo, ropa de los años 60: gabanes, gabardinas y chaquetas”, dijo Luz Mery. Aunque lleva bastantes años en el negocio, lo que más la sorprendió fue cuando a su tienda llegaron gabanes de paño escocés. “Prendas de los años 60, 70 y 80, y que hoy en día las jóvenes quieren volver a usar”, dijo Ladino.
¿Desconfiamos de la ropa usada?
En la compra y venta de estas prendas hay muchos mitos, por ejemplo, que la ropa es de mala calidad o que no se vende limpia. En El Espectador preguntamos por la curaduría que se le hace. “La ropa la compro por cantidades, la separo entre la ropa de hombre, de niños y de dama. Sin embargo, no todo sirve”, dice Luz Mery, quien se fija en las costuras y acabados, pues hay ropa que no se vende al público.
Para Ángela Villanueva, recicladora de ropa usada desde hace dos décadas en Chapinero, lo más importante es la limpieza. “Hay gente que trae ropa limpia, pero por la pandemia la rociamos con alcohol. Si llega sucia va a la lavandería”, dijo. En su local venden ropa para ejecutivos, raperos, amas de casa, niños y jóvenes. Agrega que sus clientes más frecuentes son los hombres. Y la ropa le llega de otros países, sobre todo de Estados Unidos y Europa, pero también hay prendas hechas en Colombia.
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“Acá puede conseguir ropa Armani y Hugo Boss. La gente viene buscando marcas y mientras de más alta gama sea, mejor, porque una prenda de Armani puede estar en $2 millones y aquí la consigue a un precio económico. Se puede conseguir un blazer Hugo Boss entre $20.000 y $100.000”, señaló.
Según ella, Chapinero, donde tiene su local, se diferencia de Plaza España por la selección de las prendas, pues “en Plaza España venden más a gente trabajadora, mecánicos y campesinos. Todo les sirve. En Marly somos más selectivos. Si la ropa está acabada no la compramos, en Plaza España sí. Allá llegan fundaciones a vender lotes de ropa usada, que compran por kilos”.
¿La pandemia influyó?
Aunque todos los comerciantes tuvieron que acatar las cuarentenas, cuando volvió la reactivación hubo incertidumbre. “Pensé que se había acabado el negocio. Con el virus, nadie querría comprar usado. Pero ha sido más la gente que quiere comprar estas prendas, porque ahora tienen más necesidad que antes”, compartió Ladino. Para ella, a raíz de la crisis económica, los bogotanos se acercaron a estos lugares para gastar menos en ropa. Allí, prendas que costaban entre $50.000 y $80.000, las podrían encontrar hasta en $10.000.
Ana Jiménez Sánchez es country manager de GoTrendier, plataforma líder en Latinoamérica de compra y venta de ropa usada, con presencia en México y Colombia, más de seis millones de usuarios y quince millones de prendas publicadas. Ella comenta que a raíz de esta nueva ola de consumo responsable se empieza a notar la conciencia en el consumidor, que aumentó en la pandemia. “Cuando estuvimos encerrados, las usuarias tomaron el hábito de comprar online. El comercio electrónico creció mucho. Al ser ropa usada, tiene un componente que lo vuelve interesante. Entonces ahí crecimos muchísimo, más del triple”, agregó Ana. En el aumento de las cifras del mercado influyen tres cosas: comprar económico, renovar el estilo y dejar de ser tan agresivos con el medio ambiente.
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“En vez de comprar cosas nuevas, no hay nada más sostenible que usar algo que ya existe. Lo importante es que nunca una prenda que esté en buen estado acabe en la basura, porque son igual de tóxicas que los neumáticos, ya que casi todas las fibras son sintéticas”, dijo Jiménez Sánchez. Por la misma línea va Ángela, la comerciante de Chapinero: “La gente está tratando de reinventarse con ropa usada, se está metiendo en el asunto del reciclaje, de no contaminar el ambiente. Entonces el imaginario de que la ropa usada solo la usaba gente que no podía comprar algo nuevo se fue al olvido”.
Bogotá, epicentro del negocio
Según la plataforma GoTrendier, en Bogotá está el 40 % de las usuarias que visitan la plataforma en Colombia, con 910.000 vistas; seguida de Medellín, con 210.000; Cali, con 156.000, y Barranquilla, con 78.000. “En Bogotá son unas 180.000 mujeres que compran y venden, que pasan casi media hora en la aplicación. En la capital, las prendas más vendidas son blazers, vestidos y blusas, al fin y al cabo, es lo que más renovamos las mujeres. Las usuarias se fijan mucho en las marcas”, compartió Ana. Para ella las mujeres somos más susceptibles a las tendencias y al modelo fast fashion, de usar y tirar.
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Y es que a pesar de que este modelo de negocio no es una tienda presencial sino virtual, por este medio las personas también ven la oportunidad de obtener dinero extra. Al contar con un catálogo de quince millones de prendas entre México y Colombia, y que a diario se publican más de 5.000, las mismas vendedoras se vuelven compradoras. Ana Jiménez dice que en México hay más cultura de lo usado: “En Colombia, en especial en Bogotá, hay puntos en los que hay ropa usada, pero no son tan visibles; pero, como el modelo de GoTrendier tiene características distintas al negocio tradicional, se entienden más rápido los beneficios y es más fácil”. Con toda esta historia de los comerciantes dedicados a alargar el uso de las prendas, Bogotá no solo es la ciudad de las oportunidades, sino que da segundas oportunidades.