Vivienda y demografía de la pobreza en Bogotá: lo difícil que es tener casa propia
La composición de las familias de la capital y de la sabana, cada vez con menos integrantes, así como la pérdida de su poder adquisitivo hacen que el sueño de tener casa propia se vea cada vez más lejano.
Carlos Roberto Pombo Urdaneta
Más del 35% de la población de Bogotá, tal como ha informado el DANE, se encuentra en “pobreza monetaria”. En Usme, ese nivel es superior al 57%, y localidades como Bosa, Kennedy y Ciudad Bolívar superan el 54%. Municipios vecinos como Fusagasugá, Soacha, El Rosal y Madrid albergan sectores de su población con niveles inconcebibles de precariedad, en lo que se llama técnicamente el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM).
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Estas cifras son frías, como todas las cifras que describen el sufrimiento de los grupos humanos y de las comunidades. Lo dicho arriba quiere decir, simplemente, que millones de colombianos y colombianas que viven en Bogotá y sus municipios circundantes, pasan hambre, no tienen una vivienda digna, no pueden beber agua, ni cocinar, ni bañar a sus hijos, no tienen acceso a la educación, a la salud, a la vivienda...
Esa es la sociedad que somos. Una sociedad terriblemente desigual y deshumanizada. Y decimos deshumanizada, porque con frecuencia nos basta con darle a estos fenómenos humanos, -al sufrimiento y a la pobreza, por ejemplo-, unos nombres técnicos y unos rangos matemáticos, y ya podemos convivir con ellos, ya podemos tolerarlos año tras año. Nos habituamos a vivir teniendo en frente el sufrimiento de miles de familias con sus niños.
Y cuando eso sucede, cuando el Estado ha fallado, es cuando deben surgir las organizaciones sociales, de apoyo, de alivio, de ayuda real y efectiva. La única fuerza capaz de reversar esto, cuando el Estado ha fallado, es la solidaridad. La única fuerza capaz de dibujar en el futuro un porvenir para una comunidad y de hecho, para la humanidad entera, es la solidaridad. La solidaridad es la savia vital del comportamiento civil y ciudadano.
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En este empeño está la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, como organización civil y como constructor de civilidad. Y su trabajo pasa, muchos días, por tratar de pensar, justamente, más allá de las cifras frías y los guarismos. Por eso la SMOB cree que es vital señalarles a las autoridades, a las instituciones y a la ciudadanía, dos elementos claves en materia demográfica.
El primero, que como lo ha dicho reiteradamente el DANE y plataformas de análisis de información como DATACIVILIDAD, la población colombiana va a dejar de crecer. Y el segundo, que es notorio y continuo el éxodo de habitantes de Bogotá a municipios cercanos, buscando una vida menos costosa y apremiante.
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Ante estas realidades, cabe preguntarse cómo es que el gobierno distrital, ciertos gremios y muchas firmas urbanizadoras, siguen pensando que es necesario, posible y sostenible ambientalmente, construir decenas de miles de nuevas viviendas en las áreas rurales y semirurales que rodean a Bogotá.
Es cierto que familias de altos ingresos han conseguido dejar Bogotá y asentarse en condominios y urbanizaciones desarrolladas en municipios cercanos, pero son un porcentaje menor de la población y su capacidad de compra tiene un límite. Así, el “mercado” de estas nuevas viviendas sería un mercado de vivienda VIS o VIP, necesariamente.
Los estudios desarrollados en la SMOB nos muestran que esto es irreal. Que, con los menguados ingresos de miles y miles de familias, un porcentaje enorme de ellas jamás podría adquirir vivienda nueva. O bien, le tomaría décadas ahorrar para conseguir siquiera la cuota inicial.
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Es innegable que el hogar medio bogotano se está contrayendo, cada vez los hogares tienden a estar conformados por un número menor de personas. Esto plantea desafíos enormes, no solo en materia de la política de vivienda y administración del suelo urbano, sino en materia social y cultural, pues el antiguo y rico influjo de las familias grandes, parece estarse perdiendo para siempre, como si estuviéramos condenados a la soledad y el aislamiento.
En materia económica, junto con esta dinámica demográfica, la última Encuesta Multipropósito del DANE señala que el 61 % de los hogares bogotanos, tiene el equivalente a menos de 4 salarios mínimos de ingresos totales, lo que, analizando los precios actuales de la vivienda, los descarta como compradores de vivienda nueva en el corto plazo. Sin duda, hay que volver a pensar detenidamente este asunto.
Más del 35% de la población de Bogotá, tal como ha informado el DANE, se encuentra en “pobreza monetaria”. En Usme, ese nivel es superior al 57%, y localidades como Bosa, Kennedy y Ciudad Bolívar superan el 54%. Municipios vecinos como Fusagasugá, Soacha, El Rosal y Madrid albergan sectores de su población con niveles inconcebibles de precariedad, en lo que se llama técnicamente el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM).
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Estas cifras son frías, como todas las cifras que describen el sufrimiento de los grupos humanos y de las comunidades. Lo dicho arriba quiere decir, simplemente, que millones de colombianos y colombianas que viven en Bogotá y sus municipios circundantes, pasan hambre, no tienen una vivienda digna, no pueden beber agua, ni cocinar, ni bañar a sus hijos, no tienen acceso a la educación, a la salud, a la vivienda...
Esa es la sociedad que somos. Una sociedad terriblemente desigual y deshumanizada. Y decimos deshumanizada, porque con frecuencia nos basta con darle a estos fenómenos humanos, -al sufrimiento y a la pobreza, por ejemplo-, unos nombres técnicos y unos rangos matemáticos, y ya podemos convivir con ellos, ya podemos tolerarlos año tras año. Nos habituamos a vivir teniendo en frente el sufrimiento de miles de familias con sus niños.
Y cuando eso sucede, cuando el Estado ha fallado, es cuando deben surgir las organizaciones sociales, de apoyo, de alivio, de ayuda real y efectiva. La única fuerza capaz de reversar esto, cuando el Estado ha fallado, es la solidaridad. La única fuerza capaz de dibujar en el futuro un porvenir para una comunidad y de hecho, para la humanidad entera, es la solidaridad. La solidaridad es la savia vital del comportamiento civil y ciudadano.
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El primero, que como lo ha dicho reiteradamente el DANE y plataformas de análisis de información como DATACIVILIDAD, la población colombiana va a dejar de crecer. Y el segundo, que es notorio y continuo el éxodo de habitantes de Bogotá a municipios cercanos, buscando una vida menos costosa y apremiante.
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Ante estas realidades, cabe preguntarse cómo es que el gobierno distrital, ciertos gremios y muchas firmas urbanizadoras, siguen pensando que es necesario, posible y sostenible ambientalmente, construir decenas de miles de nuevas viviendas en las áreas rurales y semirurales que rodean a Bogotá.
Es cierto que familias de altos ingresos han conseguido dejar Bogotá y asentarse en condominios y urbanizaciones desarrolladas en municipios cercanos, pero son un porcentaje menor de la población y su capacidad de compra tiene un límite. Así, el “mercado” de estas nuevas viviendas sería un mercado de vivienda VIS o VIP, necesariamente.
Los estudios desarrollados en la SMOB nos muestran que esto es irreal. Que, con los menguados ingresos de miles y miles de familias, un porcentaje enorme de ellas jamás podría adquirir vivienda nueva. O bien, le tomaría décadas ahorrar para conseguir siquiera la cuota inicial.
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Es innegable que el hogar medio bogotano se está contrayendo, cada vez los hogares tienden a estar conformados por un número menor de personas. Esto plantea desafíos enormes, no solo en materia de la política de vivienda y administración del suelo urbano, sino en materia social y cultural, pues el antiguo y rico influjo de las familias grandes, parece estarse perdiendo para siempre, como si estuviéramos condenados a la soledad y el aislamiento.
En materia económica, junto con esta dinámica demográfica, la última Encuesta Multipropósito del DANE señala que el 61 % de los hogares bogotanos, tiene el equivalente a menos de 4 salarios mínimos de ingresos totales, lo que, analizando los precios actuales de la vivienda, los descarta como compradores de vivienda nueva en el corto plazo. Sin duda, hay que volver a pensar detenidamente este asunto.