A despertar el amor por la ciencia en los niños y niñas de Colombia
Los desafíos del siglo XXI exigen mejorar la educación científica en el país. El Espectador, Compensar y Ciencia Magnética lanzan “Respira Ciencia”, una campaña y una colección de cuentos con la participación de reconocidos científicos y científicas.
Es costumbre, al discutir el desarrollo científico de un país, concentrar la atención en el porcentaje del PIB que se invierte en ciencia y tecnología; en el número de ciudadanos con maestrías y doctorados por cada 100 mil habitantes; en el número de artículos en revistas de ciencia; en índices de productividad y en un sinfín de indicadores, todos útiles, pero que suelen dejar fuera de vista un fenómeno aún más importante y no cuantificable: nuestra capacidad de cultivar la curiosidad y el amor por la ciencia en las nuevas generaciones. (Lea Su nombre puede ir a bordo de una misión de la Nasa a Júpiter, ¿cómo hacerlo?)
El neurocientífico colombiano Rodolfo Llinás ha repetido una y mil veces que su formación como científico comenzó a los cuatro años, cuando compartió un viaje por el río Magdalena junto a su abuelo Pablo Llinás, un famoso psiquiatra, que no rehuía ninguna de sus preguntas. Fueron ese gesto de complicidad, esas respuestas a sus primeras curiosidades sobre el mundo, los que forjaron un destino científico que nunca abandonó.
Este es un patrón que se repite en la vida de muchos otros científicos y científicas, como los que se unieron para crear la colección de cuentos infantiles “Respira Ciencia”, que El Espectador presenta a sus lectores a partir de hoy. Con esta campaña busca llamar la atención de padres de familia, educadores y tomadores de decisiones para fortalecer la educación científica en nuestro país.
“Cuando yo tenía entre 10 y 11 años, mi papá me compró un kit de física que vendía un profesor yugoslavo que pasaba por Colombia. Era un kit para hacer electroimanes. Así aprendí que la propiedad de los imanes se puede alterar, se puede calentar, enfriar, o usar electricidad para producir un campo magnético. Eso fue una revelación”, cuenta el astrofísico Juan Diego Soler. Su trabajo hoy en el Instituto Nacional de Astrofísica de Italia consiste, justamente, en estudiar campos magnéticos de lugares a los que los humanos jamás podremos ir. Y añade: “si no tuviéramos el campo magnético de la Tierra para proteger la atmósfera, el viento solar se la habría llevado hace rato. Esa ha sido mi pasión”.
Tatiana Toro, matemática, colombiana y la primera mujer en dirigir el Instituto de Investigaciones en Matemáticas de Estados Unidos, tiene una anécdota similar. En el Colegio Francés en Bogotá, donde estudió, existían unas cajas didácticas que contenían círculos, cuadrados y triángulos de madera con los que le encantaba jugar. “Lo que más influyó en mi infancia para convertirme en matemática, fue que me presentaron las matemáticas como un juego divertido”, asegura. (Lea India se prepara para estudiar el Sol)
La vocación de la astrónoma Andrea Guzmán, quien se ha dedicado en los últimos años a estudiar exoplanetas que podrían contener vida, se forjó gracias a que sus papás le dieron siempre el espacio para hacer preguntas. Pero también gracias al ejemplo de otras mujeres astrónomas que cuando eran niñas habían tenido el mismo sueño que ella. De ahí su consejo: “Es importante enganchar a niños y niñas con modelos de personas con sus mismos antecedentes, que tuvieron los mismos sueños y los pudieron lograr”.
El ambiente familiar fue la mejor escuela para la química Elena Stashenko. Su mamá era química y su papá físico, así que la ciencia se respiraba en casa. “La gran mayoría de los niños y niñas crecen en familias donde la ciencia se ve como algo abstracto, algo que no trae dinero, que no tiene valor comercial”, comenta la investigadora de origen ruso y profesora en la Universidad Industrial de Santander, para insistir en la importancia de que padres y madres se involucren en alimentar la curiosidad de los hijos.
Otros científicos, como el paleontólogo Carlos Jaramillo, investigador del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en Panamá, encontraron el camino de la ciencia a través de programas de televisión que la explicaban con lenguajes sencillos, como “Cosmos” de Carl Sagan o los documentales de Jacques-Yves Cousteau. Dice que “todos los niños y niñas son científicos por naturaleza. Son curiosos. Observan. Preguntan. Todo lo quieren saber. Que por qué esto, que por qué lo otro. Nuestro reto es alentarlos, incentivarlos y permitirles explorar, tocar, dibujar, desbaratar, desordenar y descubrir”.
El ornitólogo Mauricio Álvarez descubrió su amor por la naturaleza en las páginas de la revista National Geographic y el resto de su vida lo pasaría explorando la biodiversidad colombiana. “El mayor desafío para enseñar ciencia es enseñarles a hacer preguntas. Si se les enseña a hacer preguntas, van a estar pendientes de todo lo que pasa a su alrededor”, reflexiona Mauricio, uno de los creadores del Banco de Sonidos del Instituto Humboldt.
El biólogo Carlos Rodríguez, quien les debe su vocación a los buenos maestros que le enseñaron a entender la lógica detrás de tantos procesos del mundo, resume muy bien un pensamiento compartido por sus colegas sobre la necesidad de “aprovechar la capacidad de asombro de los niños; es la alimentación de la curiosidad con la posibilidad de que experimenten y prueben lo que les va dando el espíritu científico”.
*Durante las próximas semanas encontrará en nuestras plataformas información y reflexiones sobre el estado de la educación en ciencias en Colombia. Esta campaña es una alianza entre El Espectador, Compensar y Ciencia Magnética.
Es costumbre, al discutir el desarrollo científico de un país, concentrar la atención en el porcentaje del PIB que se invierte en ciencia y tecnología; en el número de ciudadanos con maestrías y doctorados por cada 100 mil habitantes; en el número de artículos en revistas de ciencia; en índices de productividad y en un sinfín de indicadores, todos útiles, pero que suelen dejar fuera de vista un fenómeno aún más importante y no cuantificable: nuestra capacidad de cultivar la curiosidad y el amor por la ciencia en las nuevas generaciones. (Lea Su nombre puede ir a bordo de una misión de la Nasa a Júpiter, ¿cómo hacerlo?)
El neurocientífico colombiano Rodolfo Llinás ha repetido una y mil veces que su formación como científico comenzó a los cuatro años, cuando compartió un viaje por el río Magdalena junto a su abuelo Pablo Llinás, un famoso psiquiatra, que no rehuía ninguna de sus preguntas. Fueron ese gesto de complicidad, esas respuestas a sus primeras curiosidades sobre el mundo, los que forjaron un destino científico que nunca abandonó.
Este es un patrón que se repite en la vida de muchos otros científicos y científicas, como los que se unieron para crear la colección de cuentos infantiles “Respira Ciencia”, que El Espectador presenta a sus lectores a partir de hoy. Con esta campaña busca llamar la atención de padres de familia, educadores y tomadores de decisiones para fortalecer la educación científica en nuestro país.
“Cuando yo tenía entre 10 y 11 años, mi papá me compró un kit de física que vendía un profesor yugoslavo que pasaba por Colombia. Era un kit para hacer electroimanes. Así aprendí que la propiedad de los imanes se puede alterar, se puede calentar, enfriar, o usar electricidad para producir un campo magnético. Eso fue una revelación”, cuenta el astrofísico Juan Diego Soler. Su trabajo hoy en el Instituto Nacional de Astrofísica de Italia consiste, justamente, en estudiar campos magnéticos de lugares a los que los humanos jamás podremos ir. Y añade: “si no tuviéramos el campo magnético de la Tierra para proteger la atmósfera, el viento solar se la habría llevado hace rato. Esa ha sido mi pasión”.
Tatiana Toro, matemática, colombiana y la primera mujer en dirigir el Instituto de Investigaciones en Matemáticas de Estados Unidos, tiene una anécdota similar. En el Colegio Francés en Bogotá, donde estudió, existían unas cajas didácticas que contenían círculos, cuadrados y triángulos de madera con los que le encantaba jugar. “Lo que más influyó en mi infancia para convertirme en matemática, fue que me presentaron las matemáticas como un juego divertido”, asegura. (Lea India se prepara para estudiar el Sol)
La vocación de la astrónoma Andrea Guzmán, quien se ha dedicado en los últimos años a estudiar exoplanetas que podrían contener vida, se forjó gracias a que sus papás le dieron siempre el espacio para hacer preguntas. Pero también gracias al ejemplo de otras mujeres astrónomas que cuando eran niñas habían tenido el mismo sueño que ella. De ahí su consejo: “Es importante enganchar a niños y niñas con modelos de personas con sus mismos antecedentes, que tuvieron los mismos sueños y los pudieron lograr”.
El ambiente familiar fue la mejor escuela para la química Elena Stashenko. Su mamá era química y su papá físico, así que la ciencia se respiraba en casa. “La gran mayoría de los niños y niñas crecen en familias donde la ciencia se ve como algo abstracto, algo que no trae dinero, que no tiene valor comercial”, comenta la investigadora de origen ruso y profesora en la Universidad Industrial de Santander, para insistir en la importancia de que padres y madres se involucren en alimentar la curiosidad de los hijos.
Otros científicos, como el paleontólogo Carlos Jaramillo, investigador del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en Panamá, encontraron el camino de la ciencia a través de programas de televisión que la explicaban con lenguajes sencillos, como “Cosmos” de Carl Sagan o los documentales de Jacques-Yves Cousteau. Dice que “todos los niños y niñas son científicos por naturaleza. Son curiosos. Observan. Preguntan. Todo lo quieren saber. Que por qué esto, que por qué lo otro. Nuestro reto es alentarlos, incentivarlos y permitirles explorar, tocar, dibujar, desbaratar, desordenar y descubrir”.
El ornitólogo Mauricio Álvarez descubrió su amor por la naturaleza en las páginas de la revista National Geographic y el resto de su vida lo pasaría explorando la biodiversidad colombiana. “El mayor desafío para enseñar ciencia es enseñarles a hacer preguntas. Si se les enseña a hacer preguntas, van a estar pendientes de todo lo que pasa a su alrededor”, reflexiona Mauricio, uno de los creadores del Banco de Sonidos del Instituto Humboldt.
El biólogo Carlos Rodríguez, quien les debe su vocación a los buenos maestros que le enseñaron a entender la lógica detrás de tantos procesos del mundo, resume muy bien un pensamiento compartido por sus colegas sobre la necesidad de “aprovechar la capacidad de asombro de los niños; es la alimentación de la curiosidad con la posibilidad de que experimenten y prueben lo que les va dando el espíritu científico”.
*Durante las próximas semanas encontrará en nuestras plataformas información y reflexiones sobre el estado de la educación en ciencias en Colombia. Esta campaña es una alianza entre El Espectador, Compensar y Ciencia Magnética.