Alberto Ospina, el capitán precursor de la ciencia colombiana
El Capitán de Corbeta Alberto Ospina Taborda fue el primer director de Colciencias, entidad que antecedió al Ministerio de Ciencias. Hoy cumple 99 años y aún sigue pensando estrategias para posicionar ese sector en el país.
Lisbeth Fog Corradine
Uno lo llama a su celular y de manera muy suave susurra: “Te llamo en un ratico. Estoy en una sesión virtual de apreciación musical”. Si le pido una cita, mira su agenda porque tiene múltiples actividades. Todas ad honorem, pero las acepta porque “es necesario generar una cultura científica en Colombia”. Así, está en permanente contacto con quienes han ocupado el cargo de director de Colciencias, —como lo fue él entre 1968 y 1972—, y desde 2020 con los ministros de ciencia.
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Uno lo llama a su celular y de manera muy suave susurra: “Te llamo en un ratico. Estoy en una sesión virtual de apreciación musical”. Si le pido una cita, mira su agenda porque tiene múltiples actividades. Todas ad honorem, pero las acepta porque “es necesario generar una cultura científica en Colombia”. Así, está en permanente contacto con quienes han ocupado el cargo de director de Colciencias, —como lo fue él entre 1968 y 1972—, y desde 2020 con los ministros de ciencia.
Alberto Ospina Taborda, capitán de corbeta o el “capi”, recuerda aún aquellos momentos que fueron encauzando su vida hacia el fomento de la ciencia y la tecnología en el país. Todo empieza cuando vivía en la vereda Otramina, Antioquia, donde nació hace 99 años, y debía caminar unos tres kilómetros hasta Titiribí, para estudiar la primaria en la Escuela Urbana de Varones y los primeros años de bachillerato en el Colegio Santo Tomás. En ese camino empezaron sus preguntas ‘tecnológicas’: ¿cómo vuelan esas máquinas que cruzan el cielo como pájaros gigantes? O ¿cómo esos alambres amarrados a postes llevan mensajes telegráficos? “¡Imagínate!”, me dice; “yo tendría unos 12 o 13 años; entonces uno sueña; yo soñaba con ser telegrafista. Me hice amigo de la telegrafista del pueblo, y me enseñó el alfabeto morse”.
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Era el mayor de cinco hermanos, hijo de un padre emprendedor que le recordaba que “si uno quiere ser alguien en la vida tiene que estudiar”, y de una madre lectora, que lo guio por la literatura. Cuando el presidente Eduardo Santos y su ministro de educación Jorge Eliécer Gaitán visitaron Titiribí para inaugurar la nueva plaza con cuatro estatuas de personas importantes del lugar, probablemente estaba el Capi a sus 16 años subido en un árbol y pensando: “¿si ellos pueden, por qué yo no?”.
Así que, sin haber terminado bachillerato, pero con el permiso de sus padres, se montó en un camión de carga que viajaba a Bogotá, con la idea de pedirle una beca al ministro Gaitán. Sus primeros días fueron muy duros. Ya Gaitán no era ministro, pero con esa sensación permanente de estar al día, se inscribió en un curso que ofrecían las Fuerzas Armadas para la Escuela de Motorización, donde inició su carrera militar. Sabía escribir a máquina, aprendió mecánica, a manejar camiones y motos, y como ya tenía asegurado el techo y la alimentación, e incluso un pequeño sueldo, empezó a validar el bachillerato por su cuenta.
Pasó luego a la Escuela Naval de Cartagena, siguió estudiando, le interesó la electrónica —que en ese momento se llamaba radio— y las comunicaciones. “La navegación fue mi primer encuentro con la ciencia, porque nosotros navegamos por las estrellas y, por tanto, tenía que estudiar astronomía”, recuerda.
Tuvo la oportunidad de salir del país a participar en cursos que ofrecían a los oficiales de la Marina; estuvo en Panamá, en Estados Unidos. Llegó al Massachussetts Institute of Technology, MIT, cuando era oficial naval, donde se graduó de la maestría en Ingeniería Eléctrica con especialización en electrónica y comunicaciones. Para su tesis de grado diseñó y construyó un aparato de comunicaciones que, de acuerdo con el libro de su autoría Creación de Colciencias, una monografía, un testimonio, fue perfeccionado en los laboratorios de la Bell Telephone y ahora es usado en radioastronomía.
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Como los soviéticos habían puesto en órbita el Sputnik (1957), Estados Unidos se preocupó por la enseñanza de las ciencias. Sus profesores de física habían escrito un libro para la enseñanza de la física con una nueva metodología y ahora se encontraban preparando experimentos para producir los manuales de laboratorio. Curioso como siempre, les propuso que le permitieran utilizar esos materiales en Colombia. La aprobación de su solicitud le representaría uno de los grandes retos de su vida.
“Invité a compañeros de MIT a que formáramos un comité de estudio de Física, parecido al de los gringos y con ellos tradujimos el libro. Yo repartí los temas y después lo integré”, cuenta.
El Comité se amplió y se convirtió luego en la Fundación para el Fomento Educativo y el Avance de la Ciencia y la Tecnología en Colombia, que presidieron Virgilio Barco Vargas, quien más tarde sería presidente de Colombia y el empresario Hernán Echavarría Olózaga. Crearon el Instituto de Ciencias con el apoyo de la AID y de la National Science Foundation de los Estados Unidos, el cual asumió el proyecto para publicar los textos, adquirir los materiales de laboratorio que luego se produjeron en Colombia, y organizar cursos talleres para profesores de todo el país. “Esos son los antecedentes que me confirmaron la necesidad de crear a Colciencias”, dice.
Hoy, quienes lo conocen, admiran esa labor. “Todos los caminos de la política científica en Colombia conducen a Alberto Ospina. Todavía me sorprende el brillo que veo en sus ojos cuando se refiere a la ciencia”, asegura Carlos Mauricio Nupia, autor de La política científica y tecnológica en Colombia, 1968-1991.
“Es un Inventor, un educador, un académico. Todos sus logros, llevados a cabo con una gran discreción y sencillez, los ha conseguido siempre valorando los aportes de los demás”, señala, Helena Groot, presidente Academia de Ciencias.
Sueños que se van haciendo realidad
La década de los años sesenta es inolvidable para el Capi Ospina. Después de crear la Facultad de Ingeniería de la Escuela Naval y prestado por la Armada al Ministerio de Comunicaciones —hoy Mintic—, asumió como director general, en cuyo cargo tuvo la oportunidad de representar a Colombia en la reunión de la Red Interamericana de Telecomunicaciones, RIT, en México, donde dictó una conferencia sobre su tema: la comunicación troposférica, un método que utiliza la capa más baja de la atmósfera terrestre, la troposfera, y permite recibir señales mejoradas de radio entre dos puntos distantes. De ahí pasó a Cuba invitado por el gobierno de Fidel Castro a conocer un proyecto de comunicaciones troposférica que la compañía ITT estaba instalando para unir a este país con Florida, Estados Unidos; luego a Nueva Delhi, India, donde participó en una conferencia de la Unión Internacional de Comunicaciones.
En Mincomunicaciones apoyó la redacción de una política nacional que modernizaría las telecomunicaciones en el país; asumió como director encargado de la Radio Televisora Nacional (hoy RTVC)m donde promovió la televisión educativa, modernizó y amplió el alcance de la red, y en 1965, por encargo del entonces ministro de Hacienda, creó el sistema de procesamiento electrónico de datos para la administración y recaudación de impuestos.
En 1963 estuvo en Ginebra, Suiza, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Ciencia y Tecnología para el Desarrollo de las Naciones Menos Avanzadas. Eran años en los que Latinoamérica hervía con diversas iniciativas para promover y aplicar la ciencia y la tecnología para el desarrollo. Al “Capi”, las palabras del presidente de la Conferencia terminaron por inspirarlo: se animó a proponer en Colombia un organismo para el fomento de la ciencia y la tecnología.
Cinco años después, en febrero de 1968, el Capi Ospina, en compañía de quienes habían sido sus aliados, organizaron un seminario en Fusagasugá. Con la participación de algunas personalidades y fondos nacionales e internacionales, se concentraron en hacer un balance del estado de la investigación científica y tecnológica en Colombia. Educación, industria, agricultura y recursos naturales, fueron algunas de las áreas que evaluaron.
Como resultado de las deliberaciones, quienes asistieron a ese encuentro redactaron un texto: Política científica y tecnológica, que el propio Capitán Ospina leyó al entonces presidente de la República, Carlos Lleras Restrepo, en una ceremonia el 10 de marzo. Ocho meses más tarde, la propuesta se convirtió en el Decreto 2869, que creó el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y el Fondo Colombiano de Investigaciones Científicas y Proyectos Especiales Francisco José de Caldas, Colciencias.
El Capi fue el primer gerente de esa una nueva entidad con pocos fondos. En febrero de 1969 le escribió al presidente Lleras su opinión, directo al grano: “Si el Fondo y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología han de producir un impacto en el desarrollo económico del país, es indispensable que estos organismos puedan ejercer influencia decisoria en la formulación y ejecución de los planes generales de desarrollo. Si estos no son los objetivos buscados, entonces no vale la pena que se distraigan los esfuerzos y recursos que su creación y organización demandan”.
Para sacar adelante a Colciencia, gestionó fondos internacionales, visitó cuatro países para conocer cómo funcionaban entidades similares y promovió un estudio sobre el incipiente sistema científico y tecnológico de entonces. Lo que encontraron “no era para enorgullecernos ni para echar voladores”, escribe en su libro; “casi todo estaba por construir”.
En julio de 1972 decidió renunciar ante el presidente Misael Pastrana Borrero. En un documento titulado Actividades cumplidas en Colciencias destaca que, durante su período, logró la organización y apoyo a Comités de Investigación Científica en casi todas las universidades del país. También, el apoyo a la creación de la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia, A.C.A.C. hoy Avanciencia; la realización de ferias de ciencia; la organización de premios; y la propuesta de proyectos de ley sobre incentivos tributarios y un documento de política científica y tecnológica.
“Me duele Colombia cuando veo que, en mi campo, (…) las estructuras son estáticas, porque no en todos los niveles hay la misma mística, o quizá porque cada uno cree, también con sinceridad, que sus maneras y su política son las mejores”, le dijo, entonces, al Presidente.
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55 años después
Para Eduardo Posada Flórez, presidente de Avanciencia, el Capitán Ospina ha jugado un rol esencial en la ciencia de Colombia. “Por fortuna”, dice, “su papel seguirá por muchos años más, con una extraordinaria lucidez y, al mismo tiempo, con una actitud positiva y entusiasta, buscando siempre unir, en vez de dividir. Es un gran hombre que ha marcado una época”.
El Capi ha seguido el devenir de la ciencia y la tecnología del país muy de cerca. Hoy ve con orgullo que hay 6160 grupos de investigación, más de 21.000 investigadores, y que las universidades han consolidado sus vicerrectorías de investigación. Aplaude que haya proyectos que inciden nacional e internacionalmente. Es optimista; no duda en ponerse a la orden de las instituciones que tienen la tarea de promover la ciencia.
La muestra es que, actualmente, circula una carta para promover un encuentro con todos los actores del sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación, los representantes del gobierno y los de la comunidad académica y científica, con el fin de unir fuerzas en pro del avance de la ciencia en el país. Es consciente de que, 55 años después, aún no se asigna ni siquiera el 1% del Presupuesto General de la Nación a ese sector, una petición que hicieron desde la reunión de Fusagasugá.