Algunos detalles que se pasaron por alto en el debate sobre ciencia
En las últimas semanas se conoció un documento en el que se establecían algunas consideraciones importantes sobre lo que vendría para la ciencia con el nuevo gobierno. Entre las consideraciones estaba la ciencia, los saberes ancestrales y las formas en que estos deben ser abordados desde el Ministerio de Ciencia. Sin embargo, varios detalles se pasaron por alto.
José David Ruiz Álvarez
* Profesor Asistente Instituto de física Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Antioquia
Hace algunas semanas se conoció un documento en el que se establecían algunas consideraciones importantes sobre lo que vendría para la ciencia con el nuevo gobierno. El texto hizo consideraciones sobre la ciencia, los saberes ancestrales y las formas en que estos deben ser abordados desde el Ministerio de Ciencia. Dijeron luego sus autores que dichas consideraciones eran un borrador y que no era un documento definitivo, pero muchas de las afirmaciones allí contenidas despertaron una ola de reacciones de muchos sectores. Desde los medios escritos hasta una serie de controversias en Twitter. Ya con la marea un poco más calma, parece un buen momento para señalar un par de detalles que se pasaron por alto en tan álgida discusión. (Puede leer: Hegemonía, saberes ancestrales y política: el debate que nos puso a hablar de ciencia)
En primer lugar, la discusión es tremendamente compleja porque aborda simultáneamente muchas problemáticas difíciles. Entre ellas problemáticas sociales, económicas y educativas. Todas ellas serían buenas candidatas para libros enteros para poder llegar a una propuesta concreta y realista. Por tanto, la simplificación del problema fue uno de los grandes errores, y uno de los más comunes, entre los opinadores que se arriesgaron a dar sus puntos de vista. Siendo consecuente, las opiniones aquí vertidas no tienen la intención de ser la solución a los problemas, pero si pretenden ser un punto de apoyo para las discusiones de fondo que hay que dar.
En segundo lugar, casi todas las opiniones, y el mismo documento, utilizan sin mucho cuidado la palabra ciencia. Es decir, se utiliza la misma palabra para designar cosas que no necesariamente son las mismas. Creo, por tanto, muy importante empezar por una diferenciación concienzuda. La primera de ellas es diferenciar la ciencia de los hacedores de ciencia, los científicos. Como ejemplos en otras actividades humanas, uno puede diferenciar la música de los músicos, o la política de los políticos.
Con esa primera diferencia digamos entonces qué entendemos por ciencia. Desde mi praxis, podemos entender la ciencia como un proceso o como un resultado. Como un proceso en tanto que es una serie de pasos, un quehacer que llevaría a un producto que implica esencialmente métodos y prácticas. Ahora, la ciencia la podemos ver como producto cuando nos referimos al conjunto de conocimientos derivados de ese proceso de hacerla. Tanto el proceso como los conocimientos producidos están conectados, pero podemos entender sin mucha dificultad que diversos procesos pueden llevar al mismo conocimiento. He aquí entonces las dos primeras acepciones del uso común de la palabra ciencia: el proceso científico y el conocimiento científico.
Ahora, en cuanto a los científicos, típicamente consideramos que es el conjunto de personas capaces de seguir el proceso científico para producir conocimiento científico. Estas personas, como cualquier otra persona, tendrá su formación, sus posiciones políticas, sus creencias y todo aquel conjunto de costumbres que nos caracteriza a cada uno de nosotros.
Con estas diferencias podemos abordar algunas de las problemáticas enunciadas en el famoso documento. Se ha señalado como culpable a la ciencia y tecnología hegemónica de numerosos daños a la naturaleza y a la vida en general. Sin embargo, no queda claro qué se define como ciencia hegemónica. La palabra hegemonía hace referencia a una supremacía. Se entendería entonces que la ciencia hegemónica es aquella que ejerce esta supremacía sobre otras ciencias, sobre otras formas de conocimiento y las personas. (Le puede interesar: Gabinetología: Irene Vélez o Iván Agudelo suenan para el Ministerio de Ciencias)
¿Cómo podemos definir que algún proceso científico o conocimiento científico sea hegemónico? La supremacía la establecemos los humanos, y resulta algo contradictorio pensar en una hegemonía radical y de base. Históricamente, es claro que los científicos y los políticos de la ciencia han definido, más o menos de forma explícita, una ordenación jerárquica de las ciencias, en la cual hay unas en la cima. Pero entonces no hay ciencia hegemónica, hay científicos y políticos hegemónicos.
Lo mismo podría decir sobre la relación entre la ciencia y otras formas de entender el mundo. El conocimiento científico por sí solo no se puede establecer sobre esas otras formas. Somos los humanos los que decidimos darle dicha relevancia. Ahora, algunos tenemos razones para preferir el conocimiento científico, razones muy sólidas.
Pero en dicho sentido, la ciencia tampoco es simplemente hegemónica. Cabe señalar además que el conocimiento científico en el diario vivir de la mayoría de los ciudadanos de Colombia está lejos de ser el dominante o el preferido. Finalmente, hablar de hegemonía de las ciencias en un país donde tradicionalmente esta ha sido despreciada y subvalorada resulta no solo contradictorio, sino desconocedor del sistema de ciencia y tecnología con el que los científicos nos ha tocado vivir.
¿Cómo puede entonces la ciencia hacer daño a la naturaleza y a la vida? En manos de los humanos, de los científicos, de los tomadores de decisiones. Un ejemplo sencillo, y que no intenta abarcar en totalidad la diversidad de situaciones que se podrían presentar, es el de las aspersiones con glifosato de los cultivos ilícitos. Yo me atrevería a decir que el conocimiento estrictamente científico, de su desarrollo en un laboratorio, es que dicha sustancia sirve para acabar con determinadas plantas. Ahora, ese conocimiento hay que enriquecerlo con otros conocimientos científicos, por ejemplo, sobre el impacto ecológico, con el impacto sobre los grupos sociales afectados.
Además, con un conocimiento profundo sobre las problemáticas sociales, las costumbres que llevan a las personas a tener sembrados de coca y muchas problemáticas más. Dicho esto, se puede llegar a la conclusión de que el desarrollo del componente químico no es la solución a un problema social complejo y puede ser solo uno de los factores a considerar. Lo que mata la naturaleza y la vida es la arrogancia de los tomadores de decisiones, entre los cuales pueden estar científicos, que no toman en cuenta todos estos factores. También matan las políticas de lucha contra las drogas que en su afán olvidan y fuerzan a olvidar a las personas y la naturaleza que están en medio del conflicto. (Lea: (Análisis) Ciencia y conocimientos en plural: entre el activismo y la academia)
Lo que debemos entonces combatir es la forma hegemónica de hacer ciencia, no la ciencia en sí misma. Hay que democratizar el conocimiento científico y volverlo más accesible a todos los ciudadanos, incluyendo especialmente a las comunidades que han sido excluidas sistemáticamente. Recuérdese que esto no quiere decir imponer el conocimiento científico o el proceso científico, llevar es poner al alcance, ya las comunidades tomarán autónomamente las decisiones del caso. Los científicos debemos abrir las puertas para el diálogo con los saberes sociales y las comunidades deberían abrir las puertas para la ciencia.
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* Profesor Asistente Instituto de física Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Antioquia
Hace algunas semanas se conoció un documento en el que se establecían algunas consideraciones importantes sobre lo que vendría para la ciencia con el nuevo gobierno. El texto hizo consideraciones sobre la ciencia, los saberes ancestrales y las formas en que estos deben ser abordados desde el Ministerio de Ciencia. Dijeron luego sus autores que dichas consideraciones eran un borrador y que no era un documento definitivo, pero muchas de las afirmaciones allí contenidas despertaron una ola de reacciones de muchos sectores. Desde los medios escritos hasta una serie de controversias en Twitter. Ya con la marea un poco más calma, parece un buen momento para señalar un par de detalles que se pasaron por alto en tan álgida discusión. (Puede leer: Hegemonía, saberes ancestrales y política: el debate que nos puso a hablar de ciencia)
En primer lugar, la discusión es tremendamente compleja porque aborda simultáneamente muchas problemáticas difíciles. Entre ellas problemáticas sociales, económicas y educativas. Todas ellas serían buenas candidatas para libros enteros para poder llegar a una propuesta concreta y realista. Por tanto, la simplificación del problema fue uno de los grandes errores, y uno de los más comunes, entre los opinadores que se arriesgaron a dar sus puntos de vista. Siendo consecuente, las opiniones aquí vertidas no tienen la intención de ser la solución a los problemas, pero si pretenden ser un punto de apoyo para las discusiones de fondo que hay que dar.
En segundo lugar, casi todas las opiniones, y el mismo documento, utilizan sin mucho cuidado la palabra ciencia. Es decir, se utiliza la misma palabra para designar cosas que no necesariamente son las mismas. Creo, por tanto, muy importante empezar por una diferenciación concienzuda. La primera de ellas es diferenciar la ciencia de los hacedores de ciencia, los científicos. Como ejemplos en otras actividades humanas, uno puede diferenciar la música de los músicos, o la política de los políticos.
Con esa primera diferencia digamos entonces qué entendemos por ciencia. Desde mi praxis, podemos entender la ciencia como un proceso o como un resultado. Como un proceso en tanto que es una serie de pasos, un quehacer que llevaría a un producto que implica esencialmente métodos y prácticas. Ahora, la ciencia la podemos ver como producto cuando nos referimos al conjunto de conocimientos derivados de ese proceso de hacerla. Tanto el proceso como los conocimientos producidos están conectados, pero podemos entender sin mucha dificultad que diversos procesos pueden llevar al mismo conocimiento. He aquí entonces las dos primeras acepciones del uso común de la palabra ciencia: el proceso científico y el conocimiento científico.
Ahora, en cuanto a los científicos, típicamente consideramos que es el conjunto de personas capaces de seguir el proceso científico para producir conocimiento científico. Estas personas, como cualquier otra persona, tendrá su formación, sus posiciones políticas, sus creencias y todo aquel conjunto de costumbres que nos caracteriza a cada uno de nosotros.
Con estas diferencias podemos abordar algunas de las problemáticas enunciadas en el famoso documento. Se ha señalado como culpable a la ciencia y tecnología hegemónica de numerosos daños a la naturaleza y a la vida en general. Sin embargo, no queda claro qué se define como ciencia hegemónica. La palabra hegemonía hace referencia a una supremacía. Se entendería entonces que la ciencia hegemónica es aquella que ejerce esta supremacía sobre otras ciencias, sobre otras formas de conocimiento y las personas. (Le puede interesar: Gabinetología: Irene Vélez o Iván Agudelo suenan para el Ministerio de Ciencias)
¿Cómo podemos definir que algún proceso científico o conocimiento científico sea hegemónico? La supremacía la establecemos los humanos, y resulta algo contradictorio pensar en una hegemonía radical y de base. Históricamente, es claro que los científicos y los políticos de la ciencia han definido, más o menos de forma explícita, una ordenación jerárquica de las ciencias, en la cual hay unas en la cima. Pero entonces no hay ciencia hegemónica, hay científicos y políticos hegemónicos.
Lo mismo podría decir sobre la relación entre la ciencia y otras formas de entender el mundo. El conocimiento científico por sí solo no se puede establecer sobre esas otras formas. Somos los humanos los que decidimos darle dicha relevancia. Ahora, algunos tenemos razones para preferir el conocimiento científico, razones muy sólidas.
Pero en dicho sentido, la ciencia tampoco es simplemente hegemónica. Cabe señalar además que el conocimiento científico en el diario vivir de la mayoría de los ciudadanos de Colombia está lejos de ser el dominante o el preferido. Finalmente, hablar de hegemonía de las ciencias en un país donde tradicionalmente esta ha sido despreciada y subvalorada resulta no solo contradictorio, sino desconocedor del sistema de ciencia y tecnología con el que los científicos nos ha tocado vivir.
¿Cómo puede entonces la ciencia hacer daño a la naturaleza y a la vida? En manos de los humanos, de los científicos, de los tomadores de decisiones. Un ejemplo sencillo, y que no intenta abarcar en totalidad la diversidad de situaciones que se podrían presentar, es el de las aspersiones con glifosato de los cultivos ilícitos. Yo me atrevería a decir que el conocimiento estrictamente científico, de su desarrollo en un laboratorio, es que dicha sustancia sirve para acabar con determinadas plantas. Ahora, ese conocimiento hay que enriquecerlo con otros conocimientos científicos, por ejemplo, sobre el impacto ecológico, con el impacto sobre los grupos sociales afectados.
Además, con un conocimiento profundo sobre las problemáticas sociales, las costumbres que llevan a las personas a tener sembrados de coca y muchas problemáticas más. Dicho esto, se puede llegar a la conclusión de que el desarrollo del componente químico no es la solución a un problema social complejo y puede ser solo uno de los factores a considerar. Lo que mata la naturaleza y la vida es la arrogancia de los tomadores de decisiones, entre los cuales pueden estar científicos, que no toman en cuenta todos estos factores. También matan las políticas de lucha contra las drogas que en su afán olvidan y fuerzan a olvidar a las personas y la naturaleza que están en medio del conflicto. (Lea: (Análisis) Ciencia y conocimientos en plural: entre el activismo y la academia)
Lo que debemos entonces combatir es la forma hegemónica de hacer ciencia, no la ciencia en sí misma. Hay que democratizar el conocimiento científico y volverlo más accesible a todos los ciudadanos, incluyendo especialmente a las comunidades que han sido excluidas sistemáticamente. Recuérdese que esto no quiere decir imponer el conocimiento científico o el proceso científico, llevar es poner al alcance, ya las comunidades tomarán autónomamente las decisiones del caso. Los científicos debemos abrir las puertas para el diálogo con los saberes sociales y las comunidades deberían abrir las puertas para la ciencia.
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