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El tráfico de animales es tal vez uno de los negocios ilegales más lucrativos en la actualidad. Cifras de la organización WWF indican que al año se recogen cerca de US$23.000 millones por el comercio de mamíferos, reptiles, plantas y otras especies. No en vano, el pangolín, el animal más traficado del mundo, es uno de los principales sospechosos de haber transmitido el coronavirus a los seres humanos. Un contacto que, según los hallazgos de la Organización Mundial de la Salud, probablemente se dio en un mercado de fauna silvestre en China, donde se registró el primer contagio del virus que hasta la fecha ha dejado más de dos millones de víctimas.
Lo cierto es que el tráfico ilegal de especies no es una actividad nueva, es de hecho más vieja de lo que se esperaba. Para algunos expertos, se remonta incluso a la época del surgimiento de la agricultura. Un reciente estudio, publicado en la revista científica PNAS, reforzó esta idea tras analizar restos momificados de loros y guacamayos encontrados en Chile. Los hallazgos reflejan lo que sería un antiguo comercio de animales en los años 1.100 y 1.450 d. C., pues según los investigadores, este tipo de aves no habitan naturalmente en ese ecosistema y su origen se identificó en la selva amazónica a más de 900 kilómetros de distancia.
Para llegar a esta conclusión, el grupo de científicos, liderado por José Capriles, arqueólogo de la Universidad Estatal de Pensilvania, en Estados Unidos, estudió 27 restos momificados de guacamayos y loros procedentes de cinco yacimientos del desierto de Atacama, en Chile. La mayoría de estos restos se encuentran en museos, por lo que el equipo visitó varias colecciones de todo el norte de Chile y llevaron a cabo una serie de estudios para reconstruir el lugar de origen, la dieta antes y durante el cautiverio, así como la especie de cada ave. En total se identificaron guacamayas bandera, paraba azul amarillo, loras amazonas de frente azul, de corona amarilla y nuca escamosa, entre otras especies que habitan el trópico.
Lo sorprendente del estudio, según señalan los autores, es el complejo tráfico de animales desde lugares tan distantes en la antigüedad. “Estamos hablando de 30 a 40 días de viaje por tierra. Es sin duda una circulación transregional compleja precolombina”, señaló a El Espectador Calogero Santoro, arqueólogo de la Universidad de Tarapacá en Chile y quien también participó en el estudio. Según la investigación, el traslado de las aves se dio a través de una red de comerciantes que se movilizaban en llamas por toda la región. El traslado de bienes como vasijas, materias primas y minerales, por parte de estos animales, están registradas en pinturas rupestres que se han encontrado de estas caravanas.
La red de tráfico, según explica Capriles, salía desde el Amazonas con dirección hacia Chile. Como el trayecto era tan largo, seguramente había escalas y otras personas que se iban involucrando en el camino. Aunque el traslado de los animales aún es material de estudio, los investigadores señalan que se trataba de personas expertas. “Este viaje seguro fue una experiencia bastante difícil que requería un conocimiento muy sofisticado en toda la cadena, desde poder capturar las aves desde muy niñoscuando eran apenas pichones- y luego criarlos en cautiverio para tansportarlos hasta una zona tan árida”, como señala el investigador José Capriles. La mayoría de las momias se encontraron en Pica 8, en el desierto de Atacama, un sitio en el que todavía hoy se comercia con mercancías.
El valor de las aves amazónicas
Actualmente se trafican en el mundo cerca de 1,5 millones de aves vivas anualmente. Sus plumas coloridas y lo “exótico” de su apariencia los hacen animales llamativos y fácilmente comercializables. Una situación que, según el estudio de Capriles, sigue siendo vigente más de 500 años después. “La importancia de estas aves eran sus plumas, que se utilizaban para adornar. Eran marcadores de estatus políticos y se usaban en los ritos como bienes costosos que tenían mucha importancia para estas sociedades como marcadores de poder”, agregó el arqueólogo que dirigió el estudio.
Según la investigación, los loros se compraban con vida y su principal función era producir plumaje. “Cultivar las plumas era una actividad con cierto potencial económico”, señaló Capriles, quien también advirtió que, a pesar de ser aves preciadas en la época y representar cierto estatus social, su vida en cautiverio no fue la mejor. “Hay muchas evidencias de que les cortaban el pico para que no se quitaran las plumas. Hay fracturas de las alas y encontramos incluso un loro muy maltratado que había estado permanentemente en un palo hasta que sus garras se engrafiaron y quedó completamente inmovilizado”, agregó Capriles.
La relación con las aves es también algo que los científicos analizaron pues además del interés material por las plumas, los estudios genéticos de los restos demostraron procesos de sanación y curación a las heridas de los animales en medio del cautiverio. Además de haber sido enterrados y momificados como parte de una suerte de ritual. Para el investigador Santoro, pareciera que estos animales hubieran sido despedidos como si fueran un ser querido o importante.
El hallazgo del tráfico de aves en los años 1.400 d. C, además de representar una red de comercio transregional, también reflejó las relaciones de poder y de estatus que la adquisición de fauna silvestre dio a la humanidad desde muy temprano en la historia. “Le otorgaba cierto prestigio en la comunidad y tenía capacidad para negociar con personas fuera y dentro de la región. Esta sociedad tan compleja desarrolló redes de interacción transcontinental que les permitían llegar más allá de las fronteras locales que señala que hay una tradición de mover animales y materias primas desde muy temprano en la historia de la humanidad”, concluyó el arqueólogo Santoro.
*Infoamazonia es una alianza periodística entre Amazon Conservation Team y El Espectador.