En Manizales están produciendo un desodorante con este fruto amazónico
En un proceso liderado por la Universidad de Manizales, pero que contó con la participación de otras universidades de la región, el Ministerio de Ciencia, el sector industrial y la Gobernación de Caldas, surgieron iniciativas clave para promover la bioeconomía en el Eje Cafetero. El modelo que plantean, podría ser replicado en otras regiones que se enfrenten a retos e iniciativas similares.
Juan Diego Quiceno
En su último gran informe sobre el estado de la ciencia en América Latina, la Organización de Estados Iberoamericanos y la UNESCO dedican un capítulo entero a la bioeconomía. Resulta llamativo que más que centrarse en avances tangibles (que los hay, en mayor y menor medida según cada país), en las 50 páginas repiten una y otra vez palabras como “potencial”, “proyección” y “oportunidad”. En Manizales, la capital del departamento de Caldas, creen haber encontrado un camino para convertir esas palabras en acciones concretas, un modelo que ahora proponen al país como un ejemplo a seguir y a escalar.
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En su último gran informe sobre el estado de la ciencia en América Latina, la Organización de Estados Iberoamericanos y la UNESCO dedican un capítulo entero a la bioeconomía. Resulta llamativo que más que centrarse en avances tangibles (que los hay, en mayor y menor medida según cada país), en las 50 páginas repiten una y otra vez palabras como “potencial”, “proyección” y “oportunidad”. En Manizales, la capital del departamento de Caldas, creen haber encontrado un camino para convertir esas palabras en acciones concretas, un modelo que ahora proponen al país como un ejemplo a seguir y a escalar.
La bioeconomía, en términos sencillos, es un modelo económico que aprovecha de manera sostenible los recursos biológicos renovables, como plantas, microorganismos y residuos agrícolas o forestales, para desarrollar nuevos bienes, servicios e incluso fuentes de energía limpia. Muchas cosas más se podrían agregar a esa definición: también es una forma de economía circular, donde los materiales se reutilizan y regeneran para aprovecharlos al máximo, evitando desperdicios. Y en un sentido aún más amplio, la bioeconomía es una estrategia para que los países gestionen su biodiversidad, mientras generan empleo en sectores innovadores que promueven el cuidado del medioambiente.
América Latina cuenta con muchas ventajas para el desarrollo de la bioeconomía, escriben Rodolfo Barrere, Laura Trama y Juan Sokil en el informe de la UNESCO. Estas ventajas están ligadas a la conocida riqueza natural y a la biodiversidad de la región.
“El clima favorable, la abundancia de recursos hídricos y las vastas extensiones de tierras cultivables en diversos países iberoamericanos permiten una amplia producción de biomasa, un recurso clave para la bioeconomía”, destacan. En teoría, en Colombia se sabe y se reconoce ese potencial. No es necesario repetir que este es el segundo país más biodiverso del mundo, lo que significa que nuestro territorio representa el 0,22% de la superficie terrestre, pero concentra cerca del 10% de la biodiversidad del planeta.
Por ello, desde el gobierno de Iván Duque, Colombia ha venido diseñando estrategias para crear y fortalecer su bioeconomía, esfuerzos que han sido retomados en el Plan Nacional de Desarrollo de Gustavo Petro y en su política de reindustrialización. Muchos objetivos se han planteado en estos años: que en 2030 la bioeconomía aporte el 10% del PIB nacional (hoy aporta alrededor del 0,8%, según estimativos del Ministerio de Ambiente); crear entre 2.5 y hasta 5 millones de empleos y que haya cientos (entre 500 y poco más) de bioproductos en etapas precomerciales y comerciales, e incluso en mercados internacionales. La pregunta es, entonces, cómo lograr eso en el corto y mediano plazo.
Bioproductos hechos una realidad
En la producción del chocolate que millones de colombianos disfrutan, se usan los granos de cacao, la parte de la fruta que, después de procesos como la fermentación, el secado y el tostado, se convierte en el ingrediente principal del chocolate. Sin embargo, el resto de la planta de cacao, incluyendo la mazorca, que representa la mayor parte del peso del fruto, se convierte en residuo. Durante las cosechas, esto genera grandes volúmenes de desechos que los pequeños cacaocultores, en su mayoría propietarios de fincas de 5 a 6 hectáreas, suelen apilar en sus terrenos para que se degraden de manera natural.
Aunque este proceso es orgánico, la falta de control puede propiciar la propagación de hongos y generar problemas que impactan negativamente la productividad de los cultivos.
“Lo que nosotros hicimos fue tomar esos residuos y procesarlos de forma controlada para tener un producto que se pueda comercializar: fertilizantes y abonos con base en esos residuos”, explica Laura Ruiz. El carácter diferencial de este producto, agrega, radica en que está elaborado a partir de la biomasa del cacao proveniente de la producción de chocolate, lo que impulsa la economía circular entre los cacaocultores. Para ellos, los residuos no solo dejan de ser un problema, sino que se convierten en un recurso, ya que reciben un producto que pueden utilizar y que está validado, a través de estudios de análisis de suelo, como fertilizante y abono para cultivos como cacao, café y plátano, hasta ahora.
Ruiz es parte de Biomasnes, una empresa que se apoya en la economía circular para solucionar problemas de diferentes industrias agro. Su fertilizante y abono, un buen ejemplo de lo que es la bioeconomía, se expuso hace un par de semanas en la Universidad de Manizales como parte de los resultados de algo mucho más grande llamado Biofábricas.
Biofábricas es una iniciativa que surgió de la Misión de Sabios de Colombia 2019 y de la Misión de Sabios por Caldas 2020. En ambas, se planteó el objetivo de avanzar en una bioeconomía para ese departamento, que es reconocido como uno de los más biodiversos del país, con un inmenso potencial para el desarrollo sostenible, ambiental y financieramente. “Nuestro propósito es fortalecer la competitividad en Caldas mediante el aprovechamiento de su biodiversidad, la biotecnología, la articulación institucional y la ciencia de datos”, explica Jorge Willian Arboleda, director científico de la iniciativa, que es liderada por la Universidad de Manizales y cuenta con el apoyo del Ministerio de Ciencias. Todo esto, con el fin de desarrollar productos bajo un modelo bioeconómico de biofábricas.
El abono y fertilizante de Ruiz es apenas uno de una serie de productos que Biofábricas ha logrado hacer realidad, tras un proceso de varios años que implicó consultas con las comunidades de cultivadores, diagnóstico, formulación de proyectos e implementación. “Nosotros logramos producir dos bioproductos: un desodorante y una crema corporal realizados a partir del aceite de sacha inchi”, cuenta Shirley Palacios. El sacha inchi (Plukenetia volubilis), también conocido como maní del inca, es una enredadera que puede alcanzar varios metros de altura y produce cápsulas con semillas en su interior.
Se sabe que esta planta, que en realidad es originaria del Amazonas, tiene propiedades nutricionales excepcionales, siendo una fuente rica en ácidos grasos esenciales como omega-3, omega-6 y omega-9. También contiene antioxidantes como la vitamina E, que ayuda a proteger las células del cuerpo del daño causado por los radicales libres. El aceite extraído de sus semillas se utiliza tanto en la industria alimentaria, como en la cosmética, debido a sus propiedades hidratantes y regenerativas para la piel y el cabello.
“Lo que buscamos es que los campesinos, los agricultores del departamento de Caldas, empiecen a producir el sacha inchi, de manera orgánica y circular, que sea aprovechable, y adicional, que se encarguen también de producir el aceite. Entonces, una vez producido el aceite, se lleva al laboratorio para hacer estos bioproductos”, explica Palacios. Tanto el desodorante como la crema de manos son producidos después por un laboratorio clínico, que es el encargado de procesar el aceite y transformarlo en productos cosméticos de alta calidad, listos para ser comercializados, con todos los permisos y certificaciones.
Justamente, una de las claves del proceso de Biofabricas, según Héctor Mauricio Serna Gómez, director de Investigaciones y Posgrados de la U. de Manizales, fue la colaboración entre la academia, los campesinos y el sector privado. “Lo más complicado es ponernos de acuerdo, generar la confianza necesaria”, señala. Para lograrlo, es fundamental contar con algunos elementos, según su experiencia. En primer lugar, la certeza en cosas que parecen tan básicas como que todos tengan claro el concepto de bioeconomía y que para todos signifique lo mismo. “Que haya un lenguaje común que nos permita evitar la confusión. La primera clave es asegurarse de que todos entiendan lo que se está diciendo”, señala.
Por ejemplo, cuando se habla de “bioproducto”, el empresario puede entender que es un producto proveniente de la naturaleza que puede integrarse a un modelo de producción. En cambio, para un miembro de una comunidad indígena o campesina, un bioproducto puede ser algo que ya ha estado haciendo durante mucho tiempo, pero que denomina de una manera diferente. “Superar estas diferencias y establecer un lenguaje común es vital para que todos los involucrados estén en la misma página”, agrega Gómez.
En segundo lugar, hacer esfuerzos por mantener esa confianza. “Construirla puede ser complicado, pero perderla es muy fácil”, dice Arboleda. Para eso, agrega, es clave gestionar las expectativas de todos los actores y los tiempos que son importantes para cada uno. “Afortunadamente, Caldas tiene un tejido de confianza muy estructurado. Hemos venido haciendo un ejercicio de tiempo atrás a nivel institucional y a nivel colectivo, de tejer confianza, de que efectivamente creamos en las voces de los actores y de que confiemos en que están allí provistos para posibilitar desarrollo y bienestar colectivo”, señala Serna.
Esta es la “gobernanza” que Bioproductos creó y que, creen, puede ser un legado clave que puede ser replicado en otras regiones al iniciar procesos similares. “La gobernanza es un concepto que, aunque puede estar de moda, es fácil de manipular y distorsionar, al igual que otros temas contemporáneos, como la biotecnología o la bioeconomía”, reconoce Carlos Humberto González, quien lideró este proceso de construcción. Para evitar esto, asumieron que la gobernanza debe ser entendida en el contexto actual, reconociendo que el Estado no puede hacerlo todo por sí solo, sino que requiere la colaboración de actores como la sociedad civil, las instituciones, los empresarios y la academia.
Este enfoque de “quintuple hélice”, como lo llama González, implica que todas estas partes lleguen a acuerdos y pactos. “Comenzamos a hablar de tejer, de cómo vamos construyendo una red fina que, poco a poco, posiciona ideas, compromisos y voluntad. Es un proceso continuo en el que se van pactando compromisos individuales, generando credibilidad, confianza y legitimación en lo que se hace. La gobernanza es, en definitiva, una red que se teje todos los días y en la que seguimos trabajando”. Todo esto, reiteran desde el equipo, se construyó a partir de una base que las instituciones ya habían realizado desde antes de que iniciara el proyecto, un trabajo de construcción y confianza en territorio que se profundizó.
De hecho, una de las ventajas que tuvo Biofábricas fue que, al enfrentar uno de los primeros retos del proyecto, que consistía en un mapeo de actores e iniciativas con potencial para convertirse en bioproductos, descubrieron que gran parte de este mapeo ya había sido realizado por las universidades y entidades oficiales del departamento.
En el caso del producto cosmético, por ejemplo, dice Serna, “ya habíamos hecho un ejercicio previo de formulación para aprovechar los aceites de sacha inchi. Sabíamos que podíamos integrarlos en productos de cosmética natural, pero aún no teníamos claro en qué tipo de producto, ya que para eso necesitábamos realizar estudios de caracterización, análisis moleculares y otros procesos, hasta llegar a la identificación del bioproducto”.
A los biofertilizantes, bioabonos, desodorantes y cremas corporales a base de plantas se suman las estaciones agroclimatológicas, un prototipo creado con materiales de alta calidad pero de bajo costo. Estas estaciones permiten recolectar datos como la humedad relativa, la humedad del suelo, la lluvia, entre otros, lo que contribuye a generar más información para avanzar hacia la agricultura de precisión. Además, ayudan a mejorar los modelos matemáticos utilizados para evaluar y tomar decisiones en el campo, lo que no solo reduce los costos, sino que también aumenta el impacto de las decisiones tomadas.
“Lo que continúa es una gestión de más recursos, pues ya sabemos que bioeconomía está en un punto en el que es necesario, sí o sí”, finaliza Henao. Biofabricas plantea una etapa que busca asegurar la sostenibilidad y continuidad de los bioproductos, con una inserción exitosa en los mercados. Pero para eso, necesitan más recursos y apoyos hacia el futuro.
Hay un desafío muy grande, reconoce Henao: “Todo requiere cambios y transformación. Es decir, debemos seguir mejorando, pero no podemos caer en la idea de que lo que se ha hecho no es el camino. Hay cosas muy buenas, muy poderosas y muy interesantes que debemos mantener. No podemos pensar en una visión adanista, como si estuviéramos empezando de cero. Ya existe una historia, un desarrollo y aprendizajes sobre lo que falló y lo que tenemos que mejorar”.
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