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                                                                                                                                El campesino que encontró un ave de 13 millones de años

                                                                                                                                En el árido paisaje de La Tatacoa, César Perdomo ha hecho de su vida una búsqueda de fósiles. Su nombre se destacó recientemente por el hallazgo de la llamada “ave del terror”.

                                                                                                                                Juan Diego Quiceno

                                                                                                                                Periodista de Vivir
                                                                                                                                César Perdomo tiene 44 años. Construyó y lidera el museo “La Tormenta” en el Mesón de la Tatacoa. /David Amado Pintor - Servicio Geológico Colombiano
                                                                                                                                Foto: David Amado Pintor - Servicio Geológico Colombiano
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: David Amado Pintor - Servicio Geológico Colombiano
                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                A César Perdomo su abuelo le decía: “Estos tontos a lo último salen agarrados por eso. Si viene gente de otros países a buscarlos, es porque tienen un valor”. De pequeño, tenía su “caleta”: debajo de la hornilla de la leña o de la cama, escondía vertebras y pedazos de caparazones incompletos. “Piedras” que aprendió identificar a su paso por el desierto. “Yo me conozco La Tatacoa, sin mapas geológicos, empíricamente”. Dice que hay mitos de gente que ha encontrado oro. “Cornetas de oro, sapitos de oro, pero se enloquecieron con eso y se lo bebieron. Eso trae tragedia. Y yo no he querido eso. Mi locura son los fósiles”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Perdomo camina lento por el terreno rocoso. Viste una camisa de manga larga gris, usa un sombrero de ala ancha y unos pantalones con estampado de camuflaje en tonos claros. Se mimetiza con el árido paisaje, de terreno irregular y suelos agrietados de tonos grisáceos y marrones. Es de ojos oscuros y piel morena, bronceada por el Sol. Está sonriente. Tiene un motivo: su nombre apareció hace unos días en The New York Times. El periódico más importante del mundo reportó el hallazgo del fósil de un animal de hace 13 millones de años: “el ave del terror”. Es el registro más al norte del continente sudamericano que se ha encontrado de este animal y es la prueba de que habitó lo que hoy es Colombia.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Foto: Laura Sofía Forero - Universidad de los Andes

                                                                                                                                De repente, se detiene. Baja la vista y toma una roca con marcas de líneas que en otro tiempo completaron un par de placas hexagonales. “Restos del caparazón de una tortuga”, concluye. Quizá de unos cinco a trece millones de años. “Hay cosas que uno ya las tiene”, reflexiona después. “Es bueno dejarlas para otras generaciones que vayan llegando. Para mejores ciencias. ¿Para qué tener lo mismo?”. Mira el fósil de caparazón por última vez, antes de dejarlo suavemente en el mismo lugar de donde solo él lo ha descubierto.

                                                                                                                                *

                                                                                                                                Puede ser el fragmento del esqueleto de un “ave del terror”, un diminuto grano de polen fosilizado, un insecto atrapado en ámbar (como en Jurassic Park) o la huella petrificada del paso antiguo de un organismo. Pueden ser solo huesos o, en casos más extraordinarios, contener tejidos blandos como piel, músculos e incluso órganos internos. Cada fósil es una instantánea de una vida pasada, una rareza que desafía al tiempo y a la naturaleza.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                En ocasiones, algo excepcional puede ocurrir. Una erupción entierra los restos del animal bajo una montaña de ceniza volcánica; una inundación sumerge el cuerpo varios metros bajo el agua; o una tormenta de arena lo cubre rápidamente, como una manta protectora.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Se necesita un conjunto azaroso de circunstancias y condiciones para que la fosilización ocurra. La mayoría de las cosas que mueren, se pudren sin dejar nada atrás. “En mi niñez era distinto. Había muchos fósiles en el patio. La casa de mi abuelo, que peleó la Guerra de los Mil Días, era un museo natural”. De las primeras expediciones que llegaron a La Tatacoa, Perdomo se quedó con un yesito y un par de pequeñas pinzas. “Me puse a buscar fósiles para tenerlos ahí, para cuando ellos volvieran. Pero nunca volvieron”.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Por las hoy tierras áridas que Perdomo conoce, fluyeron hace entre 14 a 10 millones de años ríos que atravesaban un paisaje, cubierto de vegetación tropical y subtropical, hogar de una biodiversidad rica, que incluía grandes mamíferos como los mastodontes y perezosos gigantes, y reptiles como cocodrilos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En ese mundo, se cree que lo que hoy conocemos como el río Amazonas tenía un curso diferente al actual: fluía de este a oeste, desembocando en el Pacífico en lugar del Atlántico. En esa época, gran parte del territorio sudamericano albergaba el sistema Pebas, una extensa red de humedales, lagos y pantanos que cubría gran parte de lo que ahora es la Amazonía occidental. Su presencia irrigó agua a toda la región, permitiendo una biodiversidad única. Hace unos 8 a 10 millones de años, la elevación de la cordillera de los Andes lo cambió todo. Bloqueó el flujo hacia el Pacífico y redirigió las aguas hacia el este, lo que dio lugar al sistema del Amazonas moderno y secó, poco a poco, La Tatacoa.

                                                                                                                                Esta transformación permitió que las condiciones de la fosilización se dieran en esta región como en pocos lugares del mundo. Los sedimentos depositados por los antiguos cauces fluviales crearon un ambiente ideal para la conservación de los restos de animales. La Venta, y Colombia, en general, resume Luque, “es un tapete de fósiles sin descubrir”.

                                                                                                                                *

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Perdomo suele comenzar a excavar fósiles en la mañana, cuando el día aún está oscuro. “Aunque depende, porque a veces uno ve algo que está bonito en la tarde y entonces ya no se siente el Sol. Las ganas pueden con todo”. Se mueve en moto hasta donde el terreno lo permita: luego echa a andar, hasta cinco, diez o incluso veinte kilómetros adentro del “desierto”. Cuatro décadas en La Tatacoa hacen de la memoria su mejor GPS. “Yo no tengo detector, yo no tengo nada, todo es a puro ojo. Salgo y punteo lo que me interesa”.

                                                                                                                                Los paleontólogos suelen usar cinceles, martillos, espátulas, estecas, lupas, palas y azadones. Perdomo usa un cepillo o alguna herramienta similar, y la fuerza de su cuerpo.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Yo soy el campesino rudo, yo soy el que hago eso. ¿Para qué tener a un universitario haciéndolo? Son más útiles para otras cosas”. En épocas de invierno, las lluvias erosionan el terreno, exponiendo los fósiles más fácilmente. Perdomo remueve entonces lentamente las últimas capas de arena. “Lo hago sin afán. Uno puede mandar a arreglar una cadena de oro si se daña, pero un fósil no”. Una vez que el fósil está lo suficientemente expuesto, lo cubre usando papel y vendas empapadas en yeso. A medida que el yeso se seca, se forma lo que él llama una “chaqueta”, una capa que abraza al fósil y lo protege durante el traslado.

                                                                                                                                La excavación es un proceso rústico, dice Perdomo. También es uno delicado y paciente.

                                                                                                                                La Tormenta

                                                                                                                                “Los fósiles son un tormento. La inquietud no me dejaba vivir. Me acostaba y soñaba con un fósil, me levantaba y lo encontraba”. Daba un paso y salía un diente fosilizado de un cocodrilo. Orinaba y asomaban los restos de un perezoso prehistórico. “Era bonito, pero dañino. Uno termina sin paz, sin descanso: puro fósil y fósil”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La tormenta no terminaba con encontrarlos. “Me iba al campo atormentado. Si los encontraba, quería sacarlos, pero no quería dañarlos. ¿A quién le pedía ayuda?”. A veces son muy pesados. Caparazones fosilizados, encapsulados en roca, que superan el metro de largo y duplican su peso al ser envueltos en la chaqueta de yeso. “Hay fósiles que los estoy viendo hace 15 años, con ganas de traerlos, pero sin la fuerza para hacerlo”.

                                                                                                                                Durante décadas, Perdomo acumuló el objeto de su tormento. Primero, debajo de la cama y la hornilla de la casa de sus padres, luego en cajas que protegió celosamente de la intemperie y de las manos curiosas de expediciones extranjeras y nacionales, que llegaban cada vez con más frecuencia. Lo hacía mientras sobrevivía, con 80 cabezas de ganado.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                César Perdomo construyó un pequeño museo al que bautizó La Tormenta, en donde están los fósiles que ha encontrado desde niño. / David Amado - Servicio Geológico Colombiano
                                                                                                                                Foto: David Amado - Servicio Geológico Colombiano
                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Lejos de la vista del público, miles de fósiles se amontonan cuidadosamente en la bodega del museo. Los más pequeños reposan en cajas sin identificación, mientras los más grandes, como caparazones de tortugas, permanecen en el suelo, cubiertos por mantas.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Intuían que se trataba de algo importante. Salas sugirió con escepticismo que podía ser un ave. Contactaron entonces a Federico J. Degrange, un destacado paleontólogo argentino conocido por su investigación sobre las aves fósiles. Con una solo foto, y años de experiencia detrás, J. Degrang confirmó que aquel hueso que había colectado Perdomo y había cuidado en su bodega durante años, era el fósil del Phorusrhacidae, también conocidos como “aves del terror”, encontrado más al Norte del continente sudamericano. Hasta ahora, se había reportados restos en Argentina, Brasil, Uruguay y en el sur de Perú.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Así se veía el “ave del terror”. / Anderson Pirateque - Universidad de los Andes
                                                                                                                                Foto: Anderson Pirateque - Universidad de los Andes

                                                                                                                                Perseguían a su presa, y una vez que estaban cerca, la mataban con golpes del pico, la trozaban y la devoraban Es muy probable, dice J. Degrang, que esta ave del terror colombiana hubiese tenido el mismo comportamiento. “Como se trata de un ave grande, es posible que sus presas fueran más grandes que las que consumían otras especies”.

                                                                                                                                *

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Ya busca herederos. “Puede ser cualquiera de ustedes”, les dice a los visitantes del museo. “Lo que sí quiero es que esto quede en el desierto”. Ojalá alguien, espera, que tampoco pueda dormir en las noches y que encuentre en la arena de La Tatacoa su propia tormenta.

                                                                                                                                👩‍🔬📄 ¿Quieres conocer las últimas noticias sobre ciencia? Te invitamos a verlas en El Espectador. 🧪🧬

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