Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“Todo lo que realmente puedo decir es que estas emisiones han aumentado”.
Esa frase, que dijo hace un par de días Luke Western al periodista Warren Cornualles, de la revista Science, resume muy bien lo que está sucediendo en el mundo con un químico que es culpable de la destrucción de la capa de ozono: el HCFC-141b. Pese a que hay una estricta regulación internacional, en los últimos años los niveles se han disparado y nadie sabe muy bien por qué. (Lea Agéndese para el eclipse lunar de mayo)
Western es científico atmosférico del Laboratorio de Monitoreo Global de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU. (NOAA) y hace poco publicó, junto con otros colegas, el borrador de un artículo (aún no han revisado por pares) en la revista Atmospheric Chemistry and Physics en el que advierten del incremento de esa sustancia. Lo que observaron los tiene muy preocupados porque va en sentido opuesto a lo que debería hacer el planeta. (Lea Los instrumentos del telescopio James Webb ya están en funcionamiento)
Aunque el HCFC-141b no es un término que haga parte del argot popular, sí está presente en la vida de todos: ha sido muy utilizado en los sistemas de refrigeración que permiten tener alimentos congelados. El problema es que hace parte de los químicos culpables de crear un hueco en la capa de ozono, que nos protege los peligrosos rayos ultravioletas del Sol, causantes (si hay una exposición excesiva) de varios tipos de cáncer de piel.
Por eso, el mundo se puso la tarea de dejar de utilizarlo desde 2013. El propósito es que para 2030 ya estuviese totalmente reemplazado por otro tipo de químicos menos perjudiciales. Pero, contrario a este objetivo, el equipo de Luke Western detectó que las emisiones de HCFC-141b han crecido desde 2017.
“Creo que es una situación turbia”, dijo Stephen Montzka, científico atmosférico que dirige el laboratorio de monitoreo de NOAA, cuando le preguntaron cuál podría ser la fuente de origen.
A lo que se refiere es que sospecha que hay alguien (o algún país) que está haciendo algo que no debería hacer. En palabras más claras, probablemente en algún punto de la Tierra están fabricando esa sustancia y no la están declarando.
Sin embargo, también baraja otra hipótesis: que sea una emisión temporal, provocada por electrodomésticos viejos que son desechados y generan la descomposición de la espuma en la que usa el HCFC-141b.
Uno de los inconvenientes es que los sensores que permiten detectar este tipo de sustancias no están ubicados en todos los continentes. En su mayoría están en América del Norte y en Europa, lo que imposibilita ver con precisión lo que sucede en África, Medio Oriente o América del Sur.
Por el momento, guardan la esperanza de que el próximo año tengan más pistas de lo que sucede. En 2023, el panel técnico del Protocolo de Montreal debe presentar un nuevo informe sobre el estado de los gases que agotan la capa de ozono.
Lea las últimas noticias sobre ciencia en El Espectador.