Científicos logran capturar los extraños sonidos de los unicornios del mar
Con la ayuda de esquimales inuit, los científicos han logrado acercarse a los tímidos narvales para grabar sus sonidos bajo las aguas de un fiordo de Groenlandia. Así han descubierto los silbidos que emiten para comunicarse y los clics con los que ecolocalizan a los peces, a los que acaban cercando con un zumbido de motosierra.
Enrique Sacristán - Agencia Sinc
El esquivo y misterioso narval (Monodon monoceros), a veces denominado unicornio marino por el característico cuerno de los machos, es un cetáceo que pasa la mayor parte del tiempo en las profundidades del océano Ártico. En verano suele acercarse a las costas, pero es difícil de estudiar porque es muy asustadizo. Enseguida huye cuando se acercan los humanos con sus barcos y lanchas a motor.
Sin embargo, dos investigadores de la Universidad de Hokkaido (Japón) se unieron a las sigilosas cacerías que organizan los inuit con sus kayaks para grabar los sonidos de estos cetáceos en un remoto fiordo del noroeste de Groenlandia, obteniendo una información muy valiosa para conocer el comportamiento de estas criaturas tímidas y misteriosas.
Usando micrófonos subacuáticos acoplados a pequeñas embarcaciones, los científicos se acercaron a 25 metros de los narvales y lograron captar tanto sus llamadas sociales como los sonidos que emiten para buscar alimento: bancos de peces.
Las vocalizaciones para comunicarse con sus congéneres se parecen a silbidos. Sin embargo, usan clics para la ecolocación, ese sónar biológico que emplean delfines, murciélagos, ballenas y otros animales para navegar y localizar a sus presas.
Cuanto más se aproximan los narvales a su comida, más rápido hacen los clics, y llega un punto en que el ruido se parece al de una motosierra, un zumbido final que ayuda a identificar la ubicación del inquieto alimento. "Si te acercas y apuntas a estos peces rápidos, mejor saber con precisión dónde están, y para ello necesitas reunir la información con más frecuencia", explica Evgeny Podolskiy, el investigador principal.
Para escuchar y visualizar cómo utilizan los narvales sus diferentes sonidos, los autores, en colaboración con la American Geophysical Union (AGU), han publicado un video en YouTube con los distintos escenarios.
Una de las novedades del estudio, publicado en el Journal of Geophysical Research: Oceans de la AGU, ha sido confirmar de forma sonora y con avistamientos que los narvales se alimentan durante la época estival cerca de la costa, algo muy poco documentado hasta ahora. Además, sorprendentemente, se ha comprobado que se aproximan a tan solo un kilómetro del frente glaciar.
“Muchos estudios han caracterizado el ruido del océano en diversas partes del mundo, incluido el Ártico, pero en los fiordos glaciares esto es difícil y peligroso según te acercas al frente glaciar, donde se parten grandes fragmentos de hielo y puede haber tsunamis por el colapso de los icebergs”, explica Podolskiy a SINC.
“Sin embargo –prosigue–, justo este entorno sirve de hogar estival para animales tan poco conocidos como los narvales. Conocer el paisaje sonoro que los rodea nos ayudará a comprenderlos mejor. Nuestro trabajo caracteriza este ambiente y muestra lo ruidoso que es, por las fracturas del hielo y las burbujas que bullen bajo el agua, algo con lo que no parecen tener muchos problemas los animales que viven aquí”.
En realidad Podolskiy y sus colegas geofísicos llevaban años estudiando los sonidos de los fiordos de Groenlandia y Canadá, pero centrados en la fusión de los glaciares. Casualmente, observaron una población de narvales veraneando en uno de ellos (el fiordo Bowdoin, donde descarga el glaciar del mismo nombre) y vieron la oportunidad de grabarlos también.
"Me di cuenta que estábamos trabajando en esta zona sin prestar atención al ‘elefante en la habitación’ que teníamos delante, al legendario unicornio del Ártico moviéndose alrededor de nuestro glaciar”, reconoce el científico, quien se dio cuenta de su error y en julio de 2019 decidió unirse a varias expediciones de cazadores inuits que, con su conocimiento ancestral y sus arpones, partían de la aldea de Qaanaaq en busca de este y otros animales marinos.
“Los lugareños conocen, ven y escuchan las ballenas mucho mejor que cualquier extraño, por lo que ir con ellos resultó una colaboración muy fructífera para caracterizar los sonidos animales, ambientales y antropogénicos del fiordo”, dice Podolskiy, quien antes había tenido en cuenta otras alternativas.
“Podríamos haber captado los registros con instrumentos amarrados, pero hubiéramos tenido poca idea de lo que sucede, cuántos animales hay y dónde están –apunta el investigador–, y también haber atrapado ejemplares para ponerlos grabadoras, pero esto resulta muy difícil y les produce mucho estrés”.
La caza sostenible de los Inuit
Respecto a la caza de narvales por parte de los inuit, el científico aclara que está controlada mediante cuotas y licencias oficiales del gobierno: “Se permiten matar 98 narvales al año, una actividad considerada sostenible que afecta al 1 o 2 % de esta subpoblación, aunque la información sobre la abundancia de estos cetáceos es realmente pobre y se necesitan más estudios”.
l geofísico también destaca que esta investigación está motivada por la amenaza que supone para la fauna los cambios sin precedentes que sufre el Ártico: “Desaparición del hielo marino, retirada de los glaciares con la consiguiente descarga de aguanieve y sedimentos, llegada de especies invasoras depredadoras (como las orcas) y actividades antropogénicas como el tráfico marino y los pistolas de aire sísmicas, que parecen estresar realmente a los narvales”.
“Sin embargo –concluye–, es difícil saber cómo afectan estos factores cuando los científicos ni siquiera están seguros de dónde vienen estos animales, cuándo llegan exactamente y cuántos hay. Esperamos que su monitorización acústica en un hábitat típico sea un primer paso que pueda repetirse en muchos otros lugares para conocer mejor a los narvales”.
El esquivo y misterioso narval (Monodon monoceros), a veces denominado unicornio marino por el característico cuerno de los machos, es un cetáceo que pasa la mayor parte del tiempo en las profundidades del océano Ártico. En verano suele acercarse a las costas, pero es difícil de estudiar porque es muy asustadizo. Enseguida huye cuando se acercan los humanos con sus barcos y lanchas a motor.
Sin embargo, dos investigadores de la Universidad de Hokkaido (Japón) se unieron a las sigilosas cacerías que organizan los inuit con sus kayaks para grabar los sonidos de estos cetáceos en un remoto fiordo del noroeste de Groenlandia, obteniendo una información muy valiosa para conocer el comportamiento de estas criaturas tímidas y misteriosas.
Usando micrófonos subacuáticos acoplados a pequeñas embarcaciones, los científicos se acercaron a 25 metros de los narvales y lograron captar tanto sus llamadas sociales como los sonidos que emiten para buscar alimento: bancos de peces.
Las vocalizaciones para comunicarse con sus congéneres se parecen a silbidos. Sin embargo, usan clics para la ecolocación, ese sónar biológico que emplean delfines, murciélagos, ballenas y otros animales para navegar y localizar a sus presas.
Cuanto más se aproximan los narvales a su comida, más rápido hacen los clics, y llega un punto en que el ruido se parece al de una motosierra, un zumbido final que ayuda a identificar la ubicación del inquieto alimento. "Si te acercas y apuntas a estos peces rápidos, mejor saber con precisión dónde están, y para ello necesitas reunir la información con más frecuencia", explica Evgeny Podolskiy, el investigador principal.
Para escuchar y visualizar cómo utilizan los narvales sus diferentes sonidos, los autores, en colaboración con la American Geophysical Union (AGU), han publicado un video en YouTube con los distintos escenarios.
Una de las novedades del estudio, publicado en el Journal of Geophysical Research: Oceans de la AGU, ha sido confirmar de forma sonora y con avistamientos que los narvales se alimentan durante la época estival cerca de la costa, algo muy poco documentado hasta ahora. Además, sorprendentemente, se ha comprobado que se aproximan a tan solo un kilómetro del frente glaciar.
“Muchos estudios han caracterizado el ruido del océano en diversas partes del mundo, incluido el Ártico, pero en los fiordos glaciares esto es difícil y peligroso según te acercas al frente glaciar, donde se parten grandes fragmentos de hielo y puede haber tsunamis por el colapso de los icebergs”, explica Podolskiy a SINC.
“Sin embargo –prosigue–, justo este entorno sirve de hogar estival para animales tan poco conocidos como los narvales. Conocer el paisaje sonoro que los rodea nos ayudará a comprenderlos mejor. Nuestro trabajo caracteriza este ambiente y muestra lo ruidoso que es, por las fracturas del hielo y las burbujas que bullen bajo el agua, algo con lo que no parecen tener muchos problemas los animales que viven aquí”.
En realidad Podolskiy y sus colegas geofísicos llevaban años estudiando los sonidos de los fiordos de Groenlandia y Canadá, pero centrados en la fusión de los glaciares. Casualmente, observaron una población de narvales veraneando en uno de ellos (el fiordo Bowdoin, donde descarga el glaciar del mismo nombre) y vieron la oportunidad de grabarlos también.
"Me di cuenta que estábamos trabajando en esta zona sin prestar atención al ‘elefante en la habitación’ que teníamos delante, al legendario unicornio del Ártico moviéndose alrededor de nuestro glaciar”, reconoce el científico, quien se dio cuenta de su error y en julio de 2019 decidió unirse a varias expediciones de cazadores inuits que, con su conocimiento ancestral y sus arpones, partían de la aldea de Qaanaaq en busca de este y otros animales marinos.
“Los lugareños conocen, ven y escuchan las ballenas mucho mejor que cualquier extraño, por lo que ir con ellos resultó una colaboración muy fructífera para caracterizar los sonidos animales, ambientales y antropogénicos del fiordo”, dice Podolskiy, quien antes había tenido en cuenta otras alternativas.
“Podríamos haber captado los registros con instrumentos amarrados, pero hubiéramos tenido poca idea de lo que sucede, cuántos animales hay y dónde están –apunta el investigador–, y también haber atrapado ejemplares para ponerlos grabadoras, pero esto resulta muy difícil y les produce mucho estrés”.
La caza sostenible de los Inuit
Respecto a la caza de narvales por parte de los inuit, el científico aclara que está controlada mediante cuotas y licencias oficiales del gobierno: “Se permiten matar 98 narvales al año, una actividad considerada sostenible que afecta al 1 o 2 % de esta subpoblación, aunque la información sobre la abundancia de estos cetáceos es realmente pobre y se necesitan más estudios”.
l geofísico también destaca que esta investigación está motivada por la amenaza que supone para la fauna los cambios sin precedentes que sufre el Ártico: “Desaparición del hielo marino, retirada de los glaciares con la consiguiente descarga de aguanieve y sedimentos, llegada de especies invasoras depredadoras (como las orcas) y actividades antropogénicas como el tráfico marino y los pistolas de aire sísmicas, que parecen estresar realmente a los narvales”.
“Sin embargo –concluye–, es difícil saber cómo afectan estos factores cuando los científicos ni siquiera están seguros de dónde vienen estos animales, cuándo llegan exactamente y cuántos hay. Esperamos que su monitorización acústica en un hábitat típico sea un primer paso que pueda repetirse en muchos otros lugares para conocer mejor a los narvales”.