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Alrededor del caballo criollo colombiano se ha conformado una cultura equina en la que expertos y aficionados hacen correría por el país de feria en feria para contemplar los andares de los mejores ejemplares. Como si se tratara de una celebridad, estos animales son ovacionados por el público cuando salen a “desfilar” por una especie de la pasarela con el rítmico golpeteo que caracteriza sus pasos.
“Oropel de las caballerizas” es uno de los fuertes competidores equinos en paso fino. Sus extremidades derechas sincronizadas se alternan con las izquierdas en un movimiento veloz que puede pasar desapercibido para los ojos no entrenados, pero que mantiene una indudable elegancia, que no permite dudar de su linaje e historia genealógica. “Es un hijo de Soberano y Guadalupe de las Caballerizas, su abuelo materno es Delirio de Terremoto”, anuncian por el micrófono cuando él sale; se trata de la garantía de la genética que este ejemplar ha heredado y que literalmente ha definido la “limpieza” de cada paso que da.
Como si se trata del integrante de una familia real, el caballo criollo colombiano posee un complejo linaje que se remonta a la llegada de Cristóbal Colón al continente americano. Miguel Adriano Novoa Bravo, doctor en Ciencias - Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UN), señala que “después de su extinción hace miles de años, el caballo vuelve a América con el segundo viaje de Colón, y a partir de ese origen se produce una mezcla de diferentes linajes de la Península Ibérica, que terminó arribando a Colombia”.
El doctor Novoa, que no es historiador pero sí está centrado en reconstruir la memoria genética y la evolución del caballo criollo colombiano, narra que los equinos se dispersaron por todo el territorio nacional hasta convertirse en aliados esenciales del transporte y la carga durante el siglo XIX. Desde entonces, cautivos por la suavidad de su marcha durante largos trayectos, los criadores empezaron a seleccionar a los mejores ejemplares con el objetivo de conservar aquellos andares especiales, que hoy en día son conocidos como andeniados o finos.
Un siglo después, en los años cincuenta, tras establecer el núcleo de la población, se empiezan a realizar ferias equinas para mostrar ese tipo de caballos especiales; en los años ochenta se consolida la Federación Colombiana de Asociaciones Equinas (Fedequinas) para el reconocimiento, la promoción y conservación de la raza; una de sus primeras acciones fue la creación de un libro genealógico sobre el linaje de estos animales.
Pero el caballo criollo colombiano de paso también muestra otros andares: trote y galope; trocha y galope; y la trocha pura, son otras categorías evaluadas en las ferias equinas, en las que con movimientos diagonales en el patrón de pisada, en los que se alternan las extremidades de ambos lados, caballos un poco más corpulentos que los de paso fino triunfan en las pasarelas.
Al respecto, el investigador menciona que como había tantos animales con diferentes movimientos no era claro para el mismo gremio, para los criadores y para el país, si se trataba de una o de varias razas las que existían en Colombia. Dichas diferencias fueron, justamente, las que lo llevaron a indagar acerca de si era posible que hubiera poblaciones diferentes en el ámbito genético. Así, uno de los principales hallazgos de su trabajo doctoral fue la confirmación de que del caballo criollo colombiano no hay una raza, como se creía, hasta hoy, sino dos.
De la selección natural a la artificial
Sobre Oropel de las Caballerizas, las redes sociales –que también han incursionado en el sector equino para promover la reproducción de importantes ejemplares en el país– anuncian que es un “gran exponente de la naturalidad, suavidad, rapidez y claridad del paso fino colombiano”. Además publicitan que tiene una línea genética muy abierta que “transmite exquisitos movimientos naturales”, con lo que podría perpetuar la calidad del andar del caballo criollo colombiano de paso fino. Estos procedimientos han permitido construir lo que Javier Amaya Cárdenas, director ejecutivo de Fedequinas, llama “un símbolo nacional y un elemento de exportación”.
Desde 2010, en asocio de dicha Federación, el doctor Novoa empezó a recolectar y explorar la información genealógica de cerca de 220.000 registros de caballos criollos colombianos (ancestros, andar, sexo o color, entre otras características) consignados en la información compilada por dicha organización.
Hasta el momento en el que se realizó la tesis había registros de unos 134.000 genotipos. El investigador destaca que además del análisis de la información genealógica y genética proporcionada por Fedequinas también trabajó con muestras de un proyecto paralelo que se estaba desarrollando sobre los movimientos de los caballos, para evaluar un gen conocido como DMRT3, relacionado con el andar lateral o paso fino.
Se analizaron cerca de 198 secuencias de ADN mitocondrial, es decir el que se hereda de la madre al hijo, para evaluar la historia genética de la raza o las razas, además de su relación con aquellas iberoamericanas. “El propósito era evaluar qué tan distantes son y qué tanta información genética había de las otras razas en el caballo criollo colombiano”, indica el investigador, quien agrega que también tuvo en cuenta la raza y la historia filogenética (relación de parentesco entre especies).
Aunque al inicio de su estudio la hipótesis era que había una sola que presentaba una variabilidad, los datos genéticos arrojaron que el caballo criollo colombiano de paso tiene dos razas. “Obtuvimos datos de dos generaciones completas, un intervalo generacional de diez años, unos veinte años de genotipos, y realizamos el rastreo de cómo iba cambiando esa información genética dentro de la raza en ese tiempo”, indica.
Se encontró que en la generación anterior –de diez años para atrás– se veía un solo núcleo de información genética o una sola población, mientras que cuando se adelantó el análisis de los diez años siguientes se halló una diferenciación genética entre el paso fino, como un andar lateral y los diagonales como la trocha y el trote.
A partir de estos hallazgos se definió que existe un distanciamiento genético que permite confirmar que lo que antes era una sola raza se convirtió en dos debido a la selección de fenotipos (características físicas de los caballos) que han realizado los criadores, una separación genética que se dio a partir de la selección artificial.
El profesor Luis Fernando García, de la Facultad de Ciencias de la UN, director de la tesis del doctor Novoa, señala que este tipo de estudios proporciona información sobre la historia de la domesticación animal y la escala temporal en la que esta ocurre, además del componente genético responsable de las diferencias entre los diversos tipos de andares y fenotipos.
Al respecto, destaca que la evidencia hallada significa que para Colombia estos caballos son fenotípicamente (en términos morfológicos) y genéticamente distintos, lo cual resulta muy valioso pues representa un recurso genético implícito para el país que se debe reconocer, además de mantener estrategias de conservación como cualquier otro tipo de raza o especie.