Crear una universidad indígena intercultural: la lucha de María Herrera
La indígena uitoto María Clemencia Herrera Nemerayema ha liderado durante décadas procesos de pedagogía y cuidado del ambiente en la región amazónica. Además, ha trabajado en temas de paz y género. Ha recibido reconocimientos internacionales, como el Premio Bartolomé de las Casas, y quiere crear la primera universidad indígena e intercultural que llegue a los territorios más apartados.
María Paula Lizarazo
Cuando María Clemencia Herrera Nemerayema era una niña no imaginaba ideas en torno al mundo diferentes a las que le presentaba su comunidad. Sus recuerdos más viejos son de caminatas interminables junto a su abuelo por toda la selva. “Era casi nómada”, comenta. Nació en La Chorrera, Amazonas, en el clan de la Garza Blanca del pueblo uitoto. En esa tierra su placenta fue enterrada.
Al caminar junto a su abuelo recorría más que los territorios. Caminaba también entre milenios de sabiduría ancestral, observando y escuchando sobre chagras, sobre el calendario ecológico y los tiempos de la naturaleza y sobre cómo esos tiempos podían relacionarse con ella misma. En cada lugar al que llegaba con su abuelo, armaban un refugio, se quedaban allí un par de días o semanas y luego se iban. Por temporadas regresaban con la comunidad, luego volvían a partir. Su infancia y su memoria son los recorridos por la palabra y la selva. (Puede leer: Mujeres de ciencia: estas son algunas de las “duras” de Colombia)
“Yo no soy bióloga, no soy ecóloga, pero mi título creo que es el conocimiento y la sabiduría de que conozco la naturaleza, las plantas, el manejo para sembrar, cosechar, comer y alimentar a la gente”, comenta. Herrera Nemerayema ha sido candidata al Senado con agendas enfocadas en salvaguardar la biodiversidad. Ha trabajado en redes de mujeres por la paz, como representante de mujeres indígenas. Actualmente estudia Derecho Propio Intercultural en la Universidad del Cauca y ha estudiado y trabajado temas de derechos humanos y derecho de los pueblos indígenas con la Universidad Carlos III de Madrid. Y aunque su trabajo ya ha sido reconocido con becas como la de Conservación Internacional y galardones como el Premio Bartolomé de las Casas (2019), quiere crear la primera universidad indígena intercultural en la Amazonía colombiana, que además pueda llegar a los territorios más apartados del país.
Volviendo a su infancia, luego de aquellos tiempos junto a su abuelo, ya un poco más grande y sin hablar español entró a un internado. Ahí, recuerda, fue en donde empezó su liderazgo. Se dio cuenta de que fuera de su comunidad, la idea de dominar la naturaleza era muy diferente a eso que ella entendía como la búsqueda de un equilibrio entre los humanos y el ecosistema: cuidar y proteger el ambiente que nos alimenta. “Hay una conciencia de no cuidar, parece que el agua saliera de una botella, que la leche llegara de un refrigerador”, dice. Al terminar la primaria regresó con su comunidad, pero no tardó más de tres años en volver a irse para seguir con el bachillerato.
Ya era 1986. Se fue a un colegio de promoción social en Cundinamarca, en donde se encontró con mujeres de los otros departamentos de la Amazonía. Con ellas dirigió procesos comunitarios en la zona. “Yo en el salón de clases era una líder más”, agrega. También lideró equipos de baloncesto, voleibol y microfútbol. Allá estuvo hasta décimo y pensó en parar, pero sus amigas le ayudaron a conseguir algo en Bogotá para trabajar de día y estudiar de noche. Cuando llegó a la ciudad, que estaba en plena época de la Constituyente, se adhirió a la Organización Nacional Indígena de Colombia (Onic), en la que hasta el día de hoy continúa. (Le puede interesar: Mónica Medina, la bióloga caleña pionera en entender los corales)
Después de 1991, con el título de bachiller y la experiencia en la Onic se fue al Putumayo para apoyar la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial. Tenía que hacer un diagnóstico del departamento. “¿Usted cree que yo sabía qué era un diagnóstico?”, dice, y agrega que tenía la ventaja de que sabía leer, escribir y hacer mapas. Lo demás vendría luego.
Para el 92, cuando se conmemoraban 500 años de lo que ella nombra como los cinco siglos de lucha y resistencia contra la colonización, participó en una capacitación de gestión de proyectos en la Amazonía y en una investigación de por qué fracasan los proyectos en la Cuenca Amazónica. Ahí viajó a los otros países de la Amazonía y desde ese momento se ha mantenido activa liderando y asesorando diferentes proyectos, como la Escuela de Formación Indígena Nacional de la Onic; la Corporación Mujer, Tejer y Saberes, que coordina en Bogotá con mujeres indígenas sobrevivientes a diferentes violencias; además de que es docente del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y El Caribe. “Yo he dicho que a mí nada me queda grande: si he parido tres hijos es porque estoy en todas las capacidades”.
Alguna vez la menor de sus hijas le salvó la vida. Era 2003, su hija tenía menos de un año. Herrera hacía parte de los indígenas que participaban de la mesa de negociaciones de paz y desde Puerto Leguízamo, Putumayo, la llamaron para que junto a unos compañeros fuera a intentar dialogar con las Farc: “se habían llevado a cinco jóvenes indígenas que, decían ellos, estaban desobedeciendo y en las noches salían a pescar a escondidas”. Los entregaron y luego de una media hora aparecieron hombres armados. Uno les empezó a apuntar, pero al ver a la bebé dijo “que no quería dejarla huérfana y que nos perdiéramos de ahí”.
Con la Corporación Mujer, Tejer y Saberes ha creado espacios de fomento de los saberes de las mujeres con las que trabaja: algunas tienen emprendimientos de culinaria, otras de tejidos; tanto para esta corporación como para la Escuela de Formación ha buscado apoyo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de la ONU y con la Embajada de Noruega. Por ejemplo, la OIM financió la adecuación de una casa abandonada que estaba en manos del Icbf. Pero luego de cuatro años, al principio de la pandemia, apareció una heredera de la casa y les tocó entregarla. Aun así la Corporación ha continuado con sus iniciativas. Algunas mujeres están haciendo helados con frutos amazónicos, otras organizan una tienda agroecológica para la venta de sus productos y otras hacen parte de un programa de bachillerato para mujeres adultas. (También puede leer: El grupo de colombianas que quiere desafiar la gravedad cero)
Pero, a pesar de todo lo que ha construido, considera que hace falta un espacio más fortalecido para dialogar en torno a la Amazonía y otros territorios indígenas sobre, por ejemplo, territorio y gobernabilidad, cosmovisiones o soberanía alimentaria. Y esa es la apuesta de la universidad intercultural que quiere crear, apoyando la formación de conocimiento e intercambios de saberes desde las dinámicas propias de cada pueblo: “La idea es formar profesionales en sus territorios de acuerdo con las necesidades de los territorios. Es importante una universidad indígena porque hay mucha gente que quiere y tiene la necesidad de formarse académicamente, pero por la geografía tan distante que tenemos muchas personas no han podido hacerlo. La universidad sería un avance en la apropiación, en que los pueblos indígenas estemos preparados”. Sólo de esa manera, agrega, los indígenas “nos vamos a empoderar en nuestros territorios”.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e Infoamazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.
Cuando María Clemencia Herrera Nemerayema era una niña no imaginaba ideas en torno al mundo diferentes a las que le presentaba su comunidad. Sus recuerdos más viejos son de caminatas interminables junto a su abuelo por toda la selva. “Era casi nómada”, comenta. Nació en La Chorrera, Amazonas, en el clan de la Garza Blanca del pueblo uitoto. En esa tierra su placenta fue enterrada.
Al caminar junto a su abuelo recorría más que los territorios. Caminaba también entre milenios de sabiduría ancestral, observando y escuchando sobre chagras, sobre el calendario ecológico y los tiempos de la naturaleza y sobre cómo esos tiempos podían relacionarse con ella misma. En cada lugar al que llegaba con su abuelo, armaban un refugio, se quedaban allí un par de días o semanas y luego se iban. Por temporadas regresaban con la comunidad, luego volvían a partir. Su infancia y su memoria son los recorridos por la palabra y la selva. (Puede leer: Mujeres de ciencia: estas son algunas de las “duras” de Colombia)
“Yo no soy bióloga, no soy ecóloga, pero mi título creo que es el conocimiento y la sabiduría de que conozco la naturaleza, las plantas, el manejo para sembrar, cosechar, comer y alimentar a la gente”, comenta. Herrera Nemerayema ha sido candidata al Senado con agendas enfocadas en salvaguardar la biodiversidad. Ha trabajado en redes de mujeres por la paz, como representante de mujeres indígenas. Actualmente estudia Derecho Propio Intercultural en la Universidad del Cauca y ha estudiado y trabajado temas de derechos humanos y derecho de los pueblos indígenas con la Universidad Carlos III de Madrid. Y aunque su trabajo ya ha sido reconocido con becas como la de Conservación Internacional y galardones como el Premio Bartolomé de las Casas (2019), quiere crear la primera universidad indígena intercultural en la Amazonía colombiana, que además pueda llegar a los territorios más apartados del país.
Volviendo a su infancia, luego de aquellos tiempos junto a su abuelo, ya un poco más grande y sin hablar español entró a un internado. Ahí, recuerda, fue en donde empezó su liderazgo. Se dio cuenta de que fuera de su comunidad, la idea de dominar la naturaleza era muy diferente a eso que ella entendía como la búsqueda de un equilibrio entre los humanos y el ecosistema: cuidar y proteger el ambiente que nos alimenta. “Hay una conciencia de no cuidar, parece que el agua saliera de una botella, que la leche llegara de un refrigerador”, dice. Al terminar la primaria regresó con su comunidad, pero no tardó más de tres años en volver a irse para seguir con el bachillerato.
Ya era 1986. Se fue a un colegio de promoción social en Cundinamarca, en donde se encontró con mujeres de los otros departamentos de la Amazonía. Con ellas dirigió procesos comunitarios en la zona. “Yo en el salón de clases era una líder más”, agrega. También lideró equipos de baloncesto, voleibol y microfútbol. Allá estuvo hasta décimo y pensó en parar, pero sus amigas le ayudaron a conseguir algo en Bogotá para trabajar de día y estudiar de noche. Cuando llegó a la ciudad, que estaba en plena época de la Constituyente, se adhirió a la Organización Nacional Indígena de Colombia (Onic), en la que hasta el día de hoy continúa. (Le puede interesar: Mónica Medina, la bióloga caleña pionera en entender los corales)
Después de 1991, con el título de bachiller y la experiencia en la Onic se fue al Putumayo para apoyar la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial. Tenía que hacer un diagnóstico del departamento. “¿Usted cree que yo sabía qué era un diagnóstico?”, dice, y agrega que tenía la ventaja de que sabía leer, escribir y hacer mapas. Lo demás vendría luego.
Para el 92, cuando se conmemoraban 500 años de lo que ella nombra como los cinco siglos de lucha y resistencia contra la colonización, participó en una capacitación de gestión de proyectos en la Amazonía y en una investigación de por qué fracasan los proyectos en la Cuenca Amazónica. Ahí viajó a los otros países de la Amazonía y desde ese momento se ha mantenido activa liderando y asesorando diferentes proyectos, como la Escuela de Formación Indígena Nacional de la Onic; la Corporación Mujer, Tejer y Saberes, que coordina en Bogotá con mujeres indígenas sobrevivientes a diferentes violencias; además de que es docente del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y El Caribe. “Yo he dicho que a mí nada me queda grande: si he parido tres hijos es porque estoy en todas las capacidades”.
Alguna vez la menor de sus hijas le salvó la vida. Era 2003, su hija tenía menos de un año. Herrera hacía parte de los indígenas que participaban de la mesa de negociaciones de paz y desde Puerto Leguízamo, Putumayo, la llamaron para que junto a unos compañeros fuera a intentar dialogar con las Farc: “se habían llevado a cinco jóvenes indígenas que, decían ellos, estaban desobedeciendo y en las noches salían a pescar a escondidas”. Los entregaron y luego de una media hora aparecieron hombres armados. Uno les empezó a apuntar, pero al ver a la bebé dijo “que no quería dejarla huérfana y que nos perdiéramos de ahí”.
Con la Corporación Mujer, Tejer y Saberes ha creado espacios de fomento de los saberes de las mujeres con las que trabaja: algunas tienen emprendimientos de culinaria, otras de tejidos; tanto para esta corporación como para la Escuela de Formación ha buscado apoyo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de la ONU y con la Embajada de Noruega. Por ejemplo, la OIM financió la adecuación de una casa abandonada que estaba en manos del Icbf. Pero luego de cuatro años, al principio de la pandemia, apareció una heredera de la casa y les tocó entregarla. Aun así la Corporación ha continuado con sus iniciativas. Algunas mujeres están haciendo helados con frutos amazónicos, otras organizan una tienda agroecológica para la venta de sus productos y otras hacen parte de un programa de bachillerato para mujeres adultas. (También puede leer: El grupo de colombianas que quiere desafiar la gravedad cero)
Pero, a pesar de todo lo que ha construido, considera que hace falta un espacio más fortalecido para dialogar en torno a la Amazonía y otros territorios indígenas sobre, por ejemplo, territorio y gobernabilidad, cosmovisiones o soberanía alimentaria. Y esa es la apuesta de la universidad intercultural que quiere crear, apoyando la formación de conocimiento e intercambios de saberes desde las dinámicas propias de cada pueblo: “La idea es formar profesionales en sus territorios de acuerdo con las necesidades de los territorios. Es importante una universidad indígena porque hay mucha gente que quiere y tiene la necesidad de formarse académicamente, pero por la geografía tan distante que tenemos muchas personas no han podido hacerlo. La universidad sería un avance en la apropiación, en que los pueblos indígenas estemos preparados”. Sólo de esa manera, agrega, los indígenas “nos vamos a empoderar en nuestros territorios”.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e Infoamazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.