Detectives ambientales: científicos y jóvenes chocoanos tras el ADN del golfo de Tribugá
En la vasta selva y el mar picado del Pacífico colombiano, un grupo de investigadores y unos jóvenes del corregimiento de Coquí, en Chocó, están tomando muestras de ADN presentes en el mar para conocer la biodiversidad de este ecosistema. Esta investigación podría aportar más información para declarar el golfo de Tribugá como Patrimonio de Biósfera de la Humanidad ante la Unesco.
Juan Pablo Correa
Kaleth, Kevin y Elián Martínez son tres jóvenes del corregimiento de Coquí, en Chocó, que se embarcaron en una expedición científica junto con Oscar Caicedo, biólogo de la Universidad del Tolima, y Natalia Botero, doctora en comportamiento animal de la Universidad del Sur de Misisipi, para conocer la biodiversidad que se oculta bajo el océano de Tribugá.
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Kaleth, Kevin y Elián Martínez son tres jóvenes del corregimiento de Coquí, en Chocó, que se embarcaron en una expedición científica junto con Oscar Caicedo, biólogo de la Universidad del Tolima, y Natalia Botero, doctora en comportamiento animal de la Universidad del Sur de Misisipi, para conocer la biodiversidad que se oculta bajo el océano de Tribugá.
Los cinco están en busca del ADN ambiental que flota en el mar, una novedosa técnica que por primera vez se desarrolla en Tribugá y que consiste en rastrear el material genético que dejan las especies marinas en el agua a través de las escamas, las heces y la orina.
La iniciativa la empezó a pensar Caicedo en el año 2020, junto con Susana Cabellero, bióloga experta en ADN ambiental y profesora de la Universidad de los Andes. Su objetivo desde entonces era poder conocer cuáles son los organismos vertebrados que habitan en la zona y los cambios en la composición de las especies cuando hay procesos migratorios. (Lea: ¿Por qué el Golfo de Tribugá es un tesoro natural en el Chocó?)
Una de las virtudes del ADN ambiental es que permite registrar muchas especies que no son fáciles de ver, porque tienen hábitos nocturnos. “Además, los métodos tradicionales de monitoreo son dispendiosos, toman tiempo y una inversión importante en logística”, dice Botero, quien también es la directora de la Fundación Macuáticos Colombia y trabaja desde 2009 en Tribugá.
Hacer ciencia, un trabajo comunitario
El punto de partida de Oscar y Natalia fue Nuquí, a casi 200 km de Quibdó. Allí, donde la selva y el mar se unen, los investigadores tomaron un taxi acuático hasta el centro gastronómico más importante del golfo de Tribugá y el que sería su cuartel científico: el corregimiento de Coquí.
Este cuenta con 72 casas y una población aproximada de 265 personas según la Alcaldía Municipal. Allí se hospedaron en la posada nativa el Sabor Coquí, o como la conocen ellos, la casa de Mamá Cruz y Genaro Moreno, su lanchero de cabecera. (Le puede interesar: Bajo el mar de Tribugá se escuchan camarones)
En la Casa de Saberes de la comunidad, un lugar donde se depositan los conocimientos sobre el arte de la cocina, la música, las manualidades y la pesca, Caicedo involucró a Kaleth, Kevin y Elián Martínez en su investigación científica. “Ellos han participado directamente en la toma de las muestras y están capacitados para hacerlo. Además, son los encargados de apoyar todo el proceso de divulgación a la comunidad y de contribuir a la expedición que comenzará el próximo 24 de abril, aunque aún estamos en busca de financiación”, señala el biólogo.
“El proyecto de ADN ambiental es un trabajo importante porque hemos podido adquirir nuevos conocimientos sobre el Golfo, como las especies que tenemos. Estamos creando conciencia de lo importante que es Tribugá”, dice Kevin Martínez.
Según Caicedo, tomar las muestras de ADN es un procedimiento sencillo y práctico, que se podría desarrollar en varias regiones del país sin la necesidad de un experto y con la ventaja de empoderar a las comunidades.
El ADN que flota en el mar
El filtro que utilizan para recolectar el material genético mide más o menos cinco centímetros de diámetro y puede transportarse dentro del país sin dificultad. El tamaño de los poros, donde quedan las muestras del material genético, es de 0,4 micrómetros (unidad de longitud equivalente a una milésima parte de un milímetro), por lo tanto, solo retiene trazos de células, ADN libre y uno que otro contaminante como tierra o barro. (Lea: Se estrena el documental Expedición Tribugá )
Este grupo de investigadores toma agua del mar a través de una jeringa y la empieza a bombear en los filtros, en donde queda atrapado el ADN de las especies. Después Caicedo los transporta hasta el Laboratorio de Ecología Molecular de Vertebrados Acuáticos, en la Universidad de los Andes, en Bogotá. Allí debe limpiar los restos de agua de mar o barro de los filtros, antes de enviarlos a la compañía inglesa NatureMetrics, que procesa la información genética.
NatureMetrics es una compañía que se encarga de monitorear la biodiversidad en el mundo. Su principal objetivo es rastrear las pequeñas huellas de material genético que dejan todos los seres vivos en el ambiente, desde una bacteria hasta una ballena jorobada.
Aunque no es material biológico peligroso, sí es material genético sensible que requiere de unos permisos que la compañía gestiona. Una vez NatureMetrics tiene los filtros retiran el ADN, lo purifican, lo amplifican y lo secuencian. Es decir, hacen miles de copias del ADN y luego lo leen para enviar un reporte en crudo a Colombia de las especies que probablemente estén en Tribugá.
“Nosotros después hacemos los análisis estadísticos y la depuración de datos. Eso es sentarse a ver secuencia por secuencia para tener información lógica de las especies o géneros que estén ahí”, explicó Caicedo. Esta técnica no solo permite conocer la biodiversidad, sino también medir la abundancia de una especie a partir de la cantidad de ADN que se encuentre de ese animal.
Por ejemplo, aseguró Caicedo, cuando empieza la ruta migratoria de las ballenas jorobadas, disminuyen los reportes de tiburón ballena y cachalotes. Sin embargo, en los meses en los que las sardinas migran estas especies aparecen de nuevo. “Queremos saber qué animales vienen con o detrás de ellas y cuáles permanecen todo el año”, añadió. (Le podría interesar: Colombia pedirá a la Unesco que declare a Tribugá como reserva de la biósfera)
Hace ocho días recibieron el primer reporte, en el que encontraron un tiburón que según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) está en vulnerabilidad por la caza de su aleta y descubrieron la presencia de atunes, sierras, peces loro, ballenas jorobadas y delfines nariz de botella.
“También llegó un reporte de una tortuguita acuática de río. Esto puede significar que salió de allá por la afluencia del agua. Por primera vez estamos considerando dentro de nuestros análisis cómo los ciclos de agua repercuten en la composición de las especies”, aseveró Caicedo.
Aunque ya tienen resultados preliminares, están a la espera de conseguir fondos para poder financiar su segundo viaje. Para eso se han postulado de nuevo a varias convocatorias y crearon una Vaki. Todo lo que recojan, explicó Caicedo, es para pagarles la estancia a Mamá Cruz y a Genaro Moreno.
Lo primero que harán cuando regresen a Chocó es pedirle a Mamá Cruz que prepare un arroz con leche para reunir a la comunidad y contarles los resultados. La idea de Caicedo es crear en conjunto con los habitantes de Coquí un libro con las especies que viven en Tribugá, con sus nombres científicos y populares, la descripción biológica, las fotografías y la importancia cultural. Además de una versión infantil para la Casa de Saberes.
“Tribugá es más allá de ballenas y sardinas. Hay una comunidad detrás, y debemos reconocer que viven personas y que es importante conocer sus iniciativas”, finalizó Caicedo.