Diana Valencia, la colombiana que estudia vida en los exoplanetas
La astrofísica planetaria fue reconocida con el Premio Paolo Farinella 2021, otorgado por la Sociedad Planetaria Europea, por ser una de las científicas que más conocen sobre exoplanetas, aquellos que no son parte del sistema solar.
Paula Casas Mogollón
En la vida de Diana Valencia las matemáticas siempre han estado presentes. Desde los 11 años, cuando estaba en el colegio, asistía a olimpiadas matemáticas, pero cuando llegó el momento de escoger una carrera prefirió la física. “Pensé en enfocarme en la rama de matemáticas, pero, si te digo la verdad, dije: de pronto está muy difícil”, cuenta entre risas. “A mí siempre me causó curiosidad entender el mundo físico, cómo funciona y eso me lo ha permitido mi profesión”. (Lea todas las noticias sobre ciencia)
A pesar de que recientemente ganó el Premio Paolo Farinella 2021, uno de los galardones más prestigiosos en física, por ser una de las científicas que más saben de los exoplanetas, que son aquellos que orbitan alrededor de las estrellas distintas del Sol, la sismología era la rama de la física que más le interesó apenas se graduó como física de la Universidad de Toronto. Durante el verano de 2002, y mientras realizaba una investigación, Jerry Mitrovica, uno de sus profesores, la envió a la Universidad de Harvard para que trabajara por dos semanas. (Lea Niños colombianos llegaron a la NASA para ver el lanzamiento de la Misión Lucy)
“Comencé con el equipo de sismología, y me encantaba. Ellos utilizan las matemáticas para explicar los fenómenos de ondas sonoras, como los terremotos”, dice desde Canadá, donde vive desde que tiene 20 años. Regresó a la Universidad de Harvard en 2003, pero esta vez no como parte de un programa de vacaciones de verano, sino como estudiante de doctorado. Su objetivo durante sus estudios seguía siendo el mismo: estudiar sismología.
Pero, al final de una clase de geofísica, su profesor Rick J. O’Connell, luego de comentar que recientemente habían encontrado planetas en otros sistemas solares, de manera escueta, lanzó una pregunta al azar: ¿Qué pasaría si la Tierra tuviera dos veces su masa?. “Me pareció fantástica, preciosa. Era como preguntarse cuál era la esencia que hacía que la Tierra fuera la Tierra”, cuenta Diana, quien en Colombia alcanzó a estudiar algunos semestres en física que combinó con los de economía.
Estudios enfocados en otros mundos
Para convertirse en doctora en ciencias planetarias y de la Tierra, de la Universidad de Harvard, empleó esa pregunta como la hipótesis de su investigación en 2003. Su tesis fue la primera en proponer la relación entre masa y radio para las supertierras, que se podría decir son como las “primas mayores” de la Tierra, en las que se asociaba la masa, el radio y la estructura interna. Según planteaba, también se habían formado por roca y agua, pero se diferenciaban porque tenían una masa entre una y diez veces mayor. En 2005 fue descubierta la primera supertierra: Gliese 876 d, un planeta extrasolar con 7,5 más de masa que nuestro planeta.
Descubrir si estamos solos en el universo es una travesía que inició en 1963, cuando se planteó, por primera vez, la aproximación teórica a la búsqueda de otros seres inteligentes fuera de la Tierra. Se hizo a través de una fórmula: N = R* X fp X ne X fl X fi X fc X L, que fue propuesta por el radioastrónomo estadounidense Frank Drake, quien buscaba cuatro factores claves en los exoplanetas: que tuvieran vida, que desarrollaran vida, que la vida fuera inteligente y que tuviera la capacidad de enviar señales.
¿Qué busca esta fórmula? Entenderla es un poco complejo, por eso Diana se arma de paciencia para explicarla. Cuenta que la N hace referencia al número de estrellas que tenemos en la galaxia, y de ellas hay un porcentaje que tiene planetas orbitando a su alrededor, que es fp. De esos, el número de planetas apropiados para la vida por cada sistema planetario está representado por ne; una fracción de los que desarrollaran vida son fl, y una fracción de esos últimos tendrá vida inteligente, que es fi. Y, tal vez, algunos de esos fc sean capaces de desarrollar la tecnología para comunicarse a través de la galaxia.
Además, se debe tener en cuenta la fracción de tiempo en la que ha habido vida en el planeta (L) y la cantidad de estrellas que están naciendo en la galaxia (R). Este último valor lo pueden medir los astrónomos observando las cunas donde están naciendo las estrellas. “Más o menos en el año nacen menos de 10 en nuestra galaxia”, cuenta.
A pesar de que fue planteada en 1963, Diana aclara que “desde 2011 les estamos poniendo números a los otros valores, como cuál es el porcentaje de planetas habitables y cuáles de ellos desarrollan vida”, pero, confiesa, es una ardua labor, y es en la que se centra su investigación. “El método de ver una estrella directamente es muy complicado. Es como tratar de detectar una luciérnaga que está a diez metros de distancia y que está pegada a un proyector de luz que es mil millones de veces más luminoso que la luciérnaga”, explica.
Por eso los astrónomos han empleado otros métodos indirectos en los que se mide el efecto del planeta sobre la estrella: con el de velocidad radial se calcula la masa del planeta con respecto a su estrella, y con el de tránsitos, el tamaño del planeta comparado con el de la estrella. Conociendo los resultados de estos dos métodos se obtiene el resultado de la masa, el radio y, por ende, la densidad, valores suficientes para empezarse a plantear qué composición tienen los exoplanetas.
Desde entonces, Diana se ha caracterizado por ser una de las pioneras en analizar la estructura interna de los exoplanetas, su evolución y su habitabilidad, todo, desde una perspectiva teórica. “Estoy combinando composición, formación y estructura interna desde la astrofísica y la geofísica”, cuenta Diana, quien realizó un posdoctorado Poincare en el Observatorio de la Costa Azul, en Niza (Francia).
“La ciencia debería ser más amable con la maternidad”
Después del postdoctorado ganó, en 2010, la beca Carl Sagan de la NASA, que la utilizó para estudiar cómo los planetas adquieren sus atmósferas en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). “Durante mi beca fui mamá por primera vez lo que generó que mi investigación se volviera muy lenta. Baje mi ritmo de investigación y eso afectó el resultado. Yo tenía mucha presión porque el fellow MIT (la beca) es una plaza temporal y no tenía esa seguridad de si me iba a quedar”, añade. Luego, cuando su hijo tenía cuatro meses, regresó con su esposo a Toronto
Diana no se pudo tomar la licencia de maternidad. En esta figura del fellow (becario) no había esa opción. “Cuando comienzas como profesor asistente en tu trayecto te hacen una evaluación y debes demostrar lo que has hecho. Te evalúan tus colegas y piden cartas de recomendación a las comunidades internacionales. Ellos determinan si me merezco que la universidad me contrate de manera permanente”, dice. En ese tiempo, se suponía que Diana debería estar publicando y creciendo dentro de su grupo de investigación, pero este supuesto fue imposible. “Mis dos hijos son el premio más fantástico que haya recibido. Y creo que no debería ser tan difícil para las mujeres ser madres y a la vez científicas”, apunta.
Mientras sigue descifrando si hay vida en otros planetas, confiesa que se ha enfocado en varios proyectos, como el de ayudar a la iniciativa de una de sus amigas, María Alexandra Artunduaga, quien está desarrollando un dispositivo para monitorear la función de los pulmones. El otro consiste en realizar una plataforma educativa de astronomía para niños y niñas, y crear un campamento de naturaleza y astronomía. para enseñarles sobre cómo observar el mundo y resolver problemas
En la vida de Diana Valencia las matemáticas siempre han estado presentes. Desde los 11 años, cuando estaba en el colegio, asistía a olimpiadas matemáticas, pero cuando llegó el momento de escoger una carrera prefirió la física. “Pensé en enfocarme en la rama de matemáticas, pero, si te digo la verdad, dije: de pronto está muy difícil”, cuenta entre risas. “A mí siempre me causó curiosidad entender el mundo físico, cómo funciona y eso me lo ha permitido mi profesión”. (Lea todas las noticias sobre ciencia)
A pesar de que recientemente ganó el Premio Paolo Farinella 2021, uno de los galardones más prestigiosos en física, por ser una de las científicas que más saben de los exoplanetas, que son aquellos que orbitan alrededor de las estrellas distintas del Sol, la sismología era la rama de la física que más le interesó apenas se graduó como física de la Universidad de Toronto. Durante el verano de 2002, y mientras realizaba una investigación, Jerry Mitrovica, uno de sus profesores, la envió a la Universidad de Harvard para que trabajara por dos semanas. (Lea Niños colombianos llegaron a la NASA para ver el lanzamiento de la Misión Lucy)
“Comencé con el equipo de sismología, y me encantaba. Ellos utilizan las matemáticas para explicar los fenómenos de ondas sonoras, como los terremotos”, dice desde Canadá, donde vive desde que tiene 20 años. Regresó a la Universidad de Harvard en 2003, pero esta vez no como parte de un programa de vacaciones de verano, sino como estudiante de doctorado. Su objetivo durante sus estudios seguía siendo el mismo: estudiar sismología.
Pero, al final de una clase de geofísica, su profesor Rick J. O’Connell, luego de comentar que recientemente habían encontrado planetas en otros sistemas solares, de manera escueta, lanzó una pregunta al azar: ¿Qué pasaría si la Tierra tuviera dos veces su masa?. “Me pareció fantástica, preciosa. Era como preguntarse cuál era la esencia que hacía que la Tierra fuera la Tierra”, cuenta Diana, quien en Colombia alcanzó a estudiar algunos semestres en física que combinó con los de economía.
Estudios enfocados en otros mundos
Para convertirse en doctora en ciencias planetarias y de la Tierra, de la Universidad de Harvard, empleó esa pregunta como la hipótesis de su investigación en 2003. Su tesis fue la primera en proponer la relación entre masa y radio para las supertierras, que se podría decir son como las “primas mayores” de la Tierra, en las que se asociaba la masa, el radio y la estructura interna. Según planteaba, también se habían formado por roca y agua, pero se diferenciaban porque tenían una masa entre una y diez veces mayor. En 2005 fue descubierta la primera supertierra: Gliese 876 d, un planeta extrasolar con 7,5 más de masa que nuestro planeta.
Descubrir si estamos solos en el universo es una travesía que inició en 1963, cuando se planteó, por primera vez, la aproximación teórica a la búsqueda de otros seres inteligentes fuera de la Tierra. Se hizo a través de una fórmula: N = R* X fp X ne X fl X fi X fc X L, que fue propuesta por el radioastrónomo estadounidense Frank Drake, quien buscaba cuatro factores claves en los exoplanetas: que tuvieran vida, que desarrollaran vida, que la vida fuera inteligente y que tuviera la capacidad de enviar señales.
¿Qué busca esta fórmula? Entenderla es un poco complejo, por eso Diana se arma de paciencia para explicarla. Cuenta que la N hace referencia al número de estrellas que tenemos en la galaxia, y de ellas hay un porcentaje que tiene planetas orbitando a su alrededor, que es fp. De esos, el número de planetas apropiados para la vida por cada sistema planetario está representado por ne; una fracción de los que desarrollaran vida son fl, y una fracción de esos últimos tendrá vida inteligente, que es fi. Y, tal vez, algunos de esos fc sean capaces de desarrollar la tecnología para comunicarse a través de la galaxia.
Además, se debe tener en cuenta la fracción de tiempo en la que ha habido vida en el planeta (L) y la cantidad de estrellas que están naciendo en la galaxia (R). Este último valor lo pueden medir los astrónomos observando las cunas donde están naciendo las estrellas. “Más o menos en el año nacen menos de 10 en nuestra galaxia”, cuenta.
A pesar de que fue planteada en 1963, Diana aclara que “desde 2011 les estamos poniendo números a los otros valores, como cuál es el porcentaje de planetas habitables y cuáles de ellos desarrollan vida”, pero, confiesa, es una ardua labor, y es en la que se centra su investigación. “El método de ver una estrella directamente es muy complicado. Es como tratar de detectar una luciérnaga que está a diez metros de distancia y que está pegada a un proyector de luz que es mil millones de veces más luminoso que la luciérnaga”, explica.
Por eso los astrónomos han empleado otros métodos indirectos en los que se mide el efecto del planeta sobre la estrella: con el de velocidad radial se calcula la masa del planeta con respecto a su estrella, y con el de tránsitos, el tamaño del planeta comparado con el de la estrella. Conociendo los resultados de estos dos métodos se obtiene el resultado de la masa, el radio y, por ende, la densidad, valores suficientes para empezarse a plantear qué composición tienen los exoplanetas.
Desde entonces, Diana se ha caracterizado por ser una de las pioneras en analizar la estructura interna de los exoplanetas, su evolución y su habitabilidad, todo, desde una perspectiva teórica. “Estoy combinando composición, formación y estructura interna desde la astrofísica y la geofísica”, cuenta Diana, quien realizó un posdoctorado Poincare en el Observatorio de la Costa Azul, en Niza (Francia).
“La ciencia debería ser más amable con la maternidad”
Después del postdoctorado ganó, en 2010, la beca Carl Sagan de la NASA, que la utilizó para estudiar cómo los planetas adquieren sus atmósferas en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). “Durante mi beca fui mamá por primera vez lo que generó que mi investigación se volviera muy lenta. Baje mi ritmo de investigación y eso afectó el resultado. Yo tenía mucha presión porque el fellow MIT (la beca) es una plaza temporal y no tenía esa seguridad de si me iba a quedar”, añade. Luego, cuando su hijo tenía cuatro meses, regresó con su esposo a Toronto
Diana no se pudo tomar la licencia de maternidad. En esta figura del fellow (becario) no había esa opción. “Cuando comienzas como profesor asistente en tu trayecto te hacen una evaluación y debes demostrar lo que has hecho. Te evalúan tus colegas y piden cartas de recomendación a las comunidades internacionales. Ellos determinan si me merezco que la universidad me contrate de manera permanente”, dice. En ese tiempo, se suponía que Diana debería estar publicando y creciendo dentro de su grupo de investigación, pero este supuesto fue imposible. “Mis dos hijos son el premio más fantástico que haya recibido. Y creo que no debería ser tan difícil para las mujeres ser madres y a la vez científicas”, apunta.
Mientras sigue descifrando si hay vida en otros planetas, confiesa que se ha enfocado en varios proyectos, como el de ayudar a la iniciativa de una de sus amigas, María Alexandra Artunduaga, quien está desarrollando un dispositivo para monitorear la función de los pulmones. El otro consiste en realizar una plataforma educativa de astronomía para niños y niñas, y crear un campamento de naturaleza y astronomía. para enseñarles sobre cómo observar el mundo y resolver problemas