Dos colombianas que exploran el mundo desde la genética
Natasha Bloch y Alejandra Falla, bióloga y microbióloga de los Andes, se enamoraron de los genes. La primera guió su investigación para responder cómo las señales visuales afectan el comportamiento de las especies, la segunda estudia la innovadora técnica del Crispr/Cas9 para curar el cáncer.
Maria Mónica Monsalve / @mariamonic91
Son miles las mujeres que en Colombia están contribuyendo desde la ciencia a construir un mejor país y un mejor mundo. En reconocimiento a todas ellas, cada 15 días El Espectador está publicando perfiles sobre su investigación y trabajo bajo el #ColombianasEnLaCiencia. Aquí la historia de Natasha Bloch y Alejandra Falla, científicas que investigan la genética y la ingenería genética.
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Son miles las mujeres que en Colombia están contribuyendo desde la ciencia a construir un mejor país y un mejor mundo. En reconocimiento a todas ellas, cada 15 días El Espectador está publicando perfiles sobre su investigación y trabajo bajo el #ColombianasEnLaCiencia. Aquí la historia de Natasha Bloch y Alejandra Falla, científicas que investigan la genética y la ingenería genética.
Natasha Bloch, una genetista enamorada de los colores
Desde que terminó su pregrado como bióloga a Natasha Bloch la ha obsesionado entender cómo las señales visuales afectan el comportamiento de las especies. Fue investigadora de la University College of London y actualmente es profesora del departamento de ingeniería biomédica de la Universidad de los Andes.Las preguntas que han obsesionado a Natasha Bloch desde que se graduó como bióloga de la Universidad de los Andes no son usuales. Quizá son muy pocas las personas en el mundo que las han pensado. Para ella, el rol que cumplen los colores y los estímulos visuales en las decisiones que toman los seres vivos es intrigante. Una incógnita que la ha cautivado tanto, que la llevó a sumergirse en el mundo de la genética, pero, sobre todo, en el de la genética comportamental. En buscar entender cómo los comportamientos sociales están ligados con los genes: qué es lo que se prende y se apaga en ellos cuando se actúa de cierta manera. (Lea: Tres astrónomas colombianas que la están rompiendo)
Cuando tenía que hacer su tesis de grado como bióloga, recuerda, el escenario de seguridad en Colombia era catastrófico. Tanto así, que los Andes prohibió a los alumnos de biología hacer su tesis en campo. Fue entonces, también, cuando la universidad tuvo que cerrar el Centro de Investigaciones Ecológicas de La Macarena. Ella, que desde niña le gustaba andar afuera, “clasificar hojas, atrapar ratones y llevarlos a la casa o embarrarse”, decidió irse la Universidad de Tulane, en Luisiana, Estados Unidos, a recolectar datos. Analizó cómo cambiaban las poblaciones de lagartijas en áreas rurales y urbanas.
De allí viajó a París, en 2005, para hacer su maestría en un programa asociado entre dos universidades: La Universités Paris VI y el Instituto INAP-G, lugar donde, por primera vez, empezó a trabajar con aves. Siempre persiguiendo la misma pregunta, ¿qué determina que el color sea tan diverso en la naturaleza?
A diferencia de los humanos, la mayoría de las aves son tetracromáticas. Además de ver el rojo, azul y verde que vemos nosotros, sus ojos perciben la luz ultravioleta, lo que les da la ventaja de verse atractivas ante sus parejas sin llamar atención de sus predadores. Desde la genética, y durante el doctorado que hizo esta vez en la Universidad de Chicago, en Estados Unidos, Natasha quería meterse en los intrincados de cómo funciona su vista.
Lograrlo implicó una rutina poco ordinaria. Se levantaba extremadamente temprano en las mañanas y recorría las calles de Chicago buscando aves migratorias que se hubieran estrellado con edificios y estuvieran muertas en el suelo. Así podía tener las muestras sin necesitad de matarlos. “Era un poco como la vieja loca con una bolsa de aves, pero así logré tener 100 especímenes de 26 especies migratorias para mi doctorado sin matar una sola ave”. (Puede leer: Científicas colombianas que luchan contra el cambio climático)
Las llevaba al laboratorio para entender cómo cambian sus genes de visión, las opsinas, unas proteínas fotosensibles que están en los ojos y que absorben la luz. “Mi tesis de doctorado me hizo caer en la cuenta de que cómo se ve el color y la visión no solo está determinado por cómo el ojo los percibe, sino por un tema de preferencias que vienen desde el cerebro”.
Mientras escribía su tesis de doctorado y embarazada de su primera hija, de a poco Natasha fue dando el salto a lo que ahora la apasiona: la genética comportamental. “Quería meterme con el cerebro, entender por qué existe una preferencia por ciertos colores y cómo esto afecta las interacciones sociales, pero hacerlo con aves era muy difícil”.
En Londres, Reino Unido, encontró a una científica que la ayudó. La profesora Judith Mank, experta en genética de poblaciones y biología evolutiva, le abrió las puertas de su laboratorio, en la University College of London. Allí Natasha, al ganarse el Marie Curie Research Fellowship y el NSF Postdoctoral Research Fellowship in Biology, pasó cinco años resolviendo sus preguntas. Apoyada de los guppies que, al igual que las aves, también se comunican con el color.
“Se sabe que para las hembras guppies los machos son más “sexis” cuando tienen más colores”, comenta. Pero además en estos peces cuando una población de guppies está en presencia de muchos predadores, las hembras dejan de ser tan selectivas porque necesitan reproducirse rápido. Además, encontraron un dato completamente sorprendente: que aquellas hembras que tenían el cerebro más pequeño dejaban de ser tan selectivas en la selección de pareja comparadas con las que tenían un cerebro más grande. El estudio fue publicado en Sciences advances y Nature Ecology and Evolution.
“Algunos de los genes involucrados en cómo las hembras guppies ven a otros machos e interactúan con otras hembras son los mismos que sospechamos que están involucrados con autismo en humanos, que es un desorden de naturaleza social. Así que la idea es seguir investigando cómo estos genes trabajan en la socialidad”.
Natasha, ahora mamá de dos niños, regresó a Colombia a principios de este año para convertirse en profesora del Departamento de Ingeniería Biomédica de los Andes. Allí, además de seguir con su investigación y dar clases, quiere resolver una pregunta más, entender qué hace que las mujeres, muchas veces, se rindan en la academia. (Le puede interesar: El par de colombianas que está arrasando con los premios de física)
“Cuando llegas a una posición de profesor en un departamento, debes tratar de involúcrate para mirar donde o por qué las mujeres salen de los doctorados o abandonan sus carreras científicas. Desde mi punto de vista es falta de flexibilidad y porque, inconscientemente hay menos exposición de las niñas a la ciencia”.
Alejandra Falla, la colombiana que investiga la genética para curar el cáncer
Alejandra Falla, microbióloga de los Andes y PhD de la misma área del MIT, es una de las científicas que está utilizando la técnica de CRISPR/Cas9 para combatir el cáncer.En 2001 la ciencia conoció uno de los avances más decisivos que determinaría cómo nos entendemos hoy como humanos. En la edición de febrero de ese año la revista Nature publicó, por primera vez, el 90 % de los tres mil millones de pares de bases que conforman la secuencia del genoma humano. En Colombia, los pocos que querían entender de qué se trataba el alboroto fueron a su presentación en Colsubsidio, pero entre los científicos, médicos y profesores universitarios que llegaron cautivados al evento solo había una niña que llevaba puesto, aún, el uniforme de colegio: Alejandra Falla.
Mientras sus amigos quizá recortaban de las revistas fotos de grupos musicales o test de modas, Alejandra, ahora microbióloga e investigadora de ingeniería genética, recuerda que cuando estaba en bachillerato guardaba otro tipo de recortes: el del “nacimiento” de Dolly la oveja, el primer animal clonado, o la noticia que anunciaba la odisea de secuenciar todo el genoma humano.
A la hora de elegir carrera, Alejandra se fue por la microbiología en la Universidad de los Andes. “Me gustaba la ingeniera genética pero en Colombia no había y sentí que era lo más cercano”. Tras graduarse de su maestría en la misma universidad, Alejandra saltó a la universidad de Dartmouth, que hace parte de las Ivy League de Estados Unidos, para convertirse en investigadora asociada de parasitología de la escuela de medicina. Luego llegó a Boston, en el mismo país, para hacer su doctorado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
Allí se concentró en estudiar la malaria y, sin saberlo, muy cerca de ella se empezó a gestar otra de las grandes revoluciones de la genética que, años más adelante, iba a estar en las portadas de todas las revistas científicas del mundo. Uno de sus mentores fue Feng Zhang, parte del equipo que creó la técnica de edición genética Crispr/Cas9, que les ha permitido a los científicos modificar genes casi con la misma precisión con la que podemos usar la función de “copiar y pegar” en un computador.
“Manipular genéticamente el parasito de la malaria era muy complicado, y tras probar con distintas técnicas, Crispr terminó siendo lo más eficiente. Eso fue entre 2011 y 2012, y en ese entonces no se sabía qué tan grande iba a ser. Pero fue el nacimiento de una tecnología que se convirtió en una muy poderosa herramienta de genética molecular”.
Alejandra defendió su tesis de doctorado, en la que aplicaba Crispr para estudiar la malaria, con seis meses de embarazo y se graduó del MIT cuando su hija tenía solo cuatro meses de nacida. “Mientras aún estaba en mi vientre, Clara estaba conmigo cuando hacía experimentos, escribía y defendía la tesis. En broma, mi esposo y yo decíamos que ella también debería obtener un título. Visualizarla con una toga para bebé y tenerla conmigo durante la ceremonia de graduación fue una imagen que me motivó a continuar”, es como lo describió Alejandra en una noticia que le hizo el periódico del MIT en ese entonces. (Podría leer: La primera exploradora de la mitad azul de Colombia)
Durante los últimos meses, tras seguir su posdoctorado por diez meses en el MIT, Alejandra salió de la academia para convertirse en investigadora sénior de la compañía KSQ Therapeutics. “Aquí me he dedicado a investigar cómo usar la edición genética para desarrollar nuevas terapias contra el cáncer y otras enfermedades”, comenta.
Todo esto que es y hace ahora pudo no haber sido por un profesor que tuvo en el pregrado y que le dijo que “la ciencia no era para las mujeres”. “Tenía 20 años y casi me creo el cuento. Dudé mucho acerca de mis objetivos profesionales y durante dos años me convencí de que la ciencia no era lo mío y consideré otros caminos para continuar mi carrera. Alcancé a estudiar portugués, porque me iba a ir a Brasil a estudiar salud pública, pero la beca no salió y afortunadamente volví a coger el rumbo de lo que quería”.
Una anécdota que se hace más borrosa mientras ella, mujer y madre, sigue investigando para desarrollar una cura para el cáncer y alista, junto con sus colegas, el ensayo clínico que empezarán el próximo año. (Puede leer: La investigadora que quiere salvar a las colombianas del cáncer cervical)