El acoso y matoneo a los científicos por informar sobre el covid-19
Uno de cada tres científicos que han participado en una encuesta llevada a cabo por el equipo de redacción de la revista “Science” informó que han sufrido intimidación por hablar sobre la pandemia. La mayoría de ellos recibieron dicho acoso a través de Twitter o por correo electrónico.
Eva Rodríguez
En los dos años que ha durado la pandemia, la comunidad científica ha aumentado su visibilidad en los medios de comunicación y de cara a la opinión pública, por la demanda de información sobre la crisis por el covid-19. Esto ha provocado en paralelo que, desde el inicio, algunos de ellos hayan sido objeto de ataques de negacionistas, y de aquellas personas que creen que el virus fue creado intencionadamente para causar daño o que las vacunas son peligrosas.
En octubre de 2021, Nature publicaba un informe en el cual se señalaba que el 81 % de los 321 científicos con los que contactaron y que habían hablado con medios de comunicación, declaraban haber recibido al menos ataques personales ocasionales por informar de la pandemia. (Le puede interesar: Científicos han recibido amenazas y ataques por hablar del COVID-19 en los medios)
Ahora, el equipo de redacción de Science saca a la luz otro trabajo en el que da a conocer la experiencia de investigadores que, sin ser mediáticos, han publicado estudios sobre el covid-19.
“La diferencia más importante con el estudio previo de Nature es el tipo de muestra. En ese trabajo se encuestó a los investigadores que figuraban en las listas de medios de comunicación tratando el tema del covid-19 en varios países, así como otros que habían sido destacados en la cobertura mediática”, dice a SINC Cathleen O’Grady, colaboradora de Science, que fue la encargada de diseñar, analizar los datos y escribir el tema. (Puede leer más sobre coronavirus y salud aquí)
En cambio, añade, “nosotros queríamos saber cómo eran estos problemas en el caso de los científicos que tenían menos o ninguna cobertura mediática, y en el de aquellos que eran activos en las redes sociales, sin ser destacados en los medios de comunicación tradicionales”.
El metacientífico Tim Errington asesoró el proceso, los métodos de la encuesta y el análisis estadístico. Por su parte, Martin Enserink, editor de noticias internacionales en la revista, aportó su contribución editorial.
Resultados anónimos
Para iniciar la investigación lanzaron una encuesta en línea a 9.585 investigadores que representaban a una amplia gama de disciplinas, a la que respondieron un total de 510. El resultado fue que el 38 % informó de al menos un tipo de ataque. (Le puede interesar: Jóvenes entre 12 y 17 años podrán acceder a dosis de refuerzo contra el coronavirus)
“Obtuvimos una muestra mayor que la de la encuesta de Nature, e incluimos a científicos con y sin mucha atención pública. Dado que preguntamos a un grupo muy diferente de personas sobre sus experiencias, nuestros resultados son distintos”, explica O’Grady.
El trabajo también requirió una revisión ética, a través de la Biomedical Research Alliance de Nueva York (BRANY, por sus siglas en inglés).
“La encuesta recogía datos que podían utilizarse para identificar a las personas. Por ejemplo, podría mirar todas las respuestas que alguien dio en la encuesta y averiguar quién es esa persona, aunque no haya dado su nombre o su correo electrónico. Dado que la recopilación y posterior publicación podría haber puesto en peligro a los participantes, y que la encuesta pedía a la gente que describiera experiencias difíciles e incluso traumáticas, queríamos estar seguros de que estábamos haciendo las cosas con cuidado y de forma ética”, agrega.
La intimidación intensa es minoritaria
Otra diferencia que presenta respecto al anterior trabajo es el tipo de preguntas que hicieron. “Lo enfocamos a los tipos de atención pública que los investigadores habían experimentado, y la frecuencia de cada tipo de atención que reportaron. Hicimos más preguntas sobre los tipos de acoso que la gente había experimentado, y la frecuencia y el inicio. No preguntamos sobre su experiencia con los medios, cosa que sí hizo la encuesta de Nature”, argumenta O’Grady.
Solo una pequeña minoría experimentó niveles intensos de acoso y la mayoría no informó de ninguna experiencia de este tipo. Por otro lado, al menos el 10 % de los investigadores acosados recibieron apoyo legal (7 %), tecnológico (8 %), de seguridad (5 %) o de salud mental (6 %) por parte de sus empleadores. Algunos afirman que el aumento de la atención a las nuevas víctimas puede ser el catalizador para que las instituciones presten por fin atención al problema.
Los autores enfatizan en el texto que sus conclusiones deben tomarse con cautela. “Solo podemos sacar conclusiones sobre la muestra de nuestra encuesta. No sabemos las razones por las cuales algunas otras personas decidieron no responder. Por ejemplo, puede que sean más jóvenes que la media, o que estén más expuestos a los medios de comunicación y por eso decidieron no hacerlo”.
La mayoría de los participantes recibieron dicho acoso a través de Twitter o por correo electrónico y la encuesta también analizó cuándo se inició esta persecución. “Pocos de ellos dijeron que había empezado recientemente (en los últimos 6 meses o menos). Este resultado significa que, para la mayoría de los investigadores que informaron del acoso, este se ha prolongado durante uno o dos años”, asegura.
El fenómeno no es nuevo
En comparación con los resultados de Science que se centran en el covid-19, otra encuesta realizada a más de 44.000 miembros de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS, por sus siglas en inglés), editora de dicha revista, preguntó por toda la carrera investigadora. Ahí, el 51% declaró haber recibido al menos un tipo de acoso, a veces continuado durante décadas.
“Aunque los resultados [de la AAAS] son imposibles de comparar directamente con la encuesta de covid-19, indican que el acoso no es nuevo ni se limita a pandemia”, señala O’Grady. Sin embargo, ha sido un momento en el que la polarización ha ido en aumento, y se ha convertido en la primera experiencia de abuso para algunos científicos y ha empeorado las cosas para otros.
Los investigadores que estudian la dinámica que subyace a estos ataques contra los científicos señalan fenómenos como el ‘acoso en red’, es decir, abusos por parte de enjambres de personas que comparten redes de medios sociales. También por parte de expertos, políticos y comentaristas que buscan deliberadamente el conflicto en los medios sociales.
En los dos años que ha durado la pandemia, la comunidad científica ha aumentado su visibilidad en los medios de comunicación y de cara a la opinión pública, por la demanda de información sobre la crisis por el covid-19. Esto ha provocado en paralelo que, desde el inicio, algunos de ellos hayan sido objeto de ataques de negacionistas, y de aquellas personas que creen que el virus fue creado intencionadamente para causar daño o que las vacunas son peligrosas.
En octubre de 2021, Nature publicaba un informe en el cual se señalaba que el 81 % de los 321 científicos con los que contactaron y que habían hablado con medios de comunicación, declaraban haber recibido al menos ataques personales ocasionales por informar de la pandemia. (Le puede interesar: Científicos han recibido amenazas y ataques por hablar del COVID-19 en los medios)
Ahora, el equipo de redacción de Science saca a la luz otro trabajo en el que da a conocer la experiencia de investigadores que, sin ser mediáticos, han publicado estudios sobre el covid-19.
“La diferencia más importante con el estudio previo de Nature es el tipo de muestra. En ese trabajo se encuestó a los investigadores que figuraban en las listas de medios de comunicación tratando el tema del covid-19 en varios países, así como otros que habían sido destacados en la cobertura mediática”, dice a SINC Cathleen O’Grady, colaboradora de Science, que fue la encargada de diseñar, analizar los datos y escribir el tema. (Puede leer más sobre coronavirus y salud aquí)
En cambio, añade, “nosotros queríamos saber cómo eran estos problemas en el caso de los científicos que tenían menos o ninguna cobertura mediática, y en el de aquellos que eran activos en las redes sociales, sin ser destacados en los medios de comunicación tradicionales”.
El metacientífico Tim Errington asesoró el proceso, los métodos de la encuesta y el análisis estadístico. Por su parte, Martin Enserink, editor de noticias internacionales en la revista, aportó su contribución editorial.
Resultados anónimos
Para iniciar la investigación lanzaron una encuesta en línea a 9.585 investigadores que representaban a una amplia gama de disciplinas, a la que respondieron un total de 510. El resultado fue que el 38 % informó de al menos un tipo de ataque. (Le puede interesar: Jóvenes entre 12 y 17 años podrán acceder a dosis de refuerzo contra el coronavirus)
“Obtuvimos una muestra mayor que la de la encuesta de Nature, e incluimos a científicos con y sin mucha atención pública. Dado que preguntamos a un grupo muy diferente de personas sobre sus experiencias, nuestros resultados son distintos”, explica O’Grady.
El trabajo también requirió una revisión ética, a través de la Biomedical Research Alliance de Nueva York (BRANY, por sus siglas en inglés).
“La encuesta recogía datos que podían utilizarse para identificar a las personas. Por ejemplo, podría mirar todas las respuestas que alguien dio en la encuesta y averiguar quién es esa persona, aunque no haya dado su nombre o su correo electrónico. Dado que la recopilación y posterior publicación podría haber puesto en peligro a los participantes, y que la encuesta pedía a la gente que describiera experiencias difíciles e incluso traumáticas, queríamos estar seguros de que estábamos haciendo las cosas con cuidado y de forma ética”, agrega.
La intimidación intensa es minoritaria
Otra diferencia que presenta respecto al anterior trabajo es el tipo de preguntas que hicieron. “Lo enfocamos a los tipos de atención pública que los investigadores habían experimentado, y la frecuencia de cada tipo de atención que reportaron. Hicimos más preguntas sobre los tipos de acoso que la gente había experimentado, y la frecuencia y el inicio. No preguntamos sobre su experiencia con los medios, cosa que sí hizo la encuesta de Nature”, argumenta O’Grady.
Solo una pequeña minoría experimentó niveles intensos de acoso y la mayoría no informó de ninguna experiencia de este tipo. Por otro lado, al menos el 10 % de los investigadores acosados recibieron apoyo legal (7 %), tecnológico (8 %), de seguridad (5 %) o de salud mental (6 %) por parte de sus empleadores. Algunos afirman que el aumento de la atención a las nuevas víctimas puede ser el catalizador para que las instituciones presten por fin atención al problema.
Los autores enfatizan en el texto que sus conclusiones deben tomarse con cautela. “Solo podemos sacar conclusiones sobre la muestra de nuestra encuesta. No sabemos las razones por las cuales algunas otras personas decidieron no responder. Por ejemplo, puede que sean más jóvenes que la media, o que estén más expuestos a los medios de comunicación y por eso decidieron no hacerlo”.
La mayoría de los participantes recibieron dicho acoso a través de Twitter o por correo electrónico y la encuesta también analizó cuándo se inició esta persecución. “Pocos de ellos dijeron que había empezado recientemente (en los últimos 6 meses o menos). Este resultado significa que, para la mayoría de los investigadores que informaron del acoso, este se ha prolongado durante uno o dos años”, asegura.
El fenómeno no es nuevo
En comparación con los resultados de Science que se centran en el covid-19, otra encuesta realizada a más de 44.000 miembros de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS, por sus siglas en inglés), editora de dicha revista, preguntó por toda la carrera investigadora. Ahí, el 51% declaró haber recibido al menos un tipo de acoso, a veces continuado durante décadas.
“Aunque los resultados [de la AAAS] son imposibles de comparar directamente con la encuesta de covid-19, indican que el acoso no es nuevo ni se limita a pandemia”, señala O’Grady. Sin embargo, ha sido un momento en el que la polarización ha ido en aumento, y se ha convertido en la primera experiencia de abuso para algunos científicos y ha empeorado las cosas para otros.
Los investigadores que estudian la dinámica que subyace a estos ataques contra los científicos señalan fenómenos como el ‘acoso en red’, es decir, abusos por parte de enjambres de personas que comparten redes de medios sociales. También por parte de expertos, políticos y comentaristas que buscan deliberadamente el conflicto en los medios sociales.