El asteroide que acabó con los dinosaurios dio origen a nuestros bosques tropicales
Hace 66 millones de años un asteroide borró de la faz de la tierra a los dinosaurios y al 75% de especies existentes. Hasta ahora se creía que los bosques tropicales de aquella época, también víctimas del impacto, eran similares a los actuales. Científicos colombianos lideraron una investigación para demostrar que hemos estado equivocados.
Mónica Carvalho no ve las plantas como las vemos el resto de mortales.
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Mónica Carvalho no ve las plantas como las vemos el resto de mortales.
“Primero que todo una hoja es un universo completo”, dice la paleobotánica colombiana que acaba de publicar un artículo en la revista Science en el que, junto al paleontólogo Carlos Jaramillo y grupo de colegas de varios países, la mayoría colombianos, dan las primeras pinceladas sobre cómo eran los bosques tropicales por los que se paseaban los dinosaurios hace 66 millones de años. Un artículo que tira al piso, hasta que alguien demuestre lo contrario, las suposiciones que se tenían hasta ahora.
En lo primero que se fija Mónica Carvalho, bien sea una hoja caída de algún árbol tropical de estos tiempos o una hoja fósil de hace millones de años, es en la longitud de las venitas que las recorren. Una hoja, digamos de un aguacate, puede tener hasta 100 metros de venas empaquetadas en la superficie. La proliferación de venas le indican qué tan eficiente era la planta en el transporte de agua y azúcares y de ahí deduce pistas sobre la cantidad de luz que reciben o recibían. Aprender a hacer eso le tomó casi cuatro años estudiando la hidráulica de las hojas en Universidad de Cornell.
Cuando mira una hoja se fija también en los patrones de esas venitas. Si forman una cuadrícula perfecta o están desorganizadas. Se fija en el grosor y el peso de las hojas porque le cuentan sobre la disponibilidad de agua. Otra diferencia radical entre su forma de ver las hojas y la nuestra es que pone una extrema atención en un detalle que los demás despreciamos: los mordiscos de los insectos. Para ella los mordiscos sobre las hojas son como letras que describen otra parte del bosque. Las marcas de una oruga son diferentes a las de, por ejemplo, un grillo. Los mordiscos le dicen quienes merodeaban por allí.
Su trabajo tiene otro gran obstáculo. A diferencia de los paleontólogos que salen a campo en busca de fósiles de animales, ya de por si un acto de paciencia extrema, la paleobotánica implica ir a buscar algo aún más fantasmal: impresiones, sellos, dejados por las hojas de otro tiempo sobre rocas. Esto significa que para hacer su trabajo deben pasar horas y horas escudriñando varios kilos de rocas en busca de esas sutiles huellas de la naturaleza que se esfumó.
“Como un árbol no se fosiliza completo como muchos animales, sino que se dispersa en hojas, semillas, polen y fragmentos de madera, para reconstruirlo hay que buscar todas esas piezas”, explica el paleontólogo Carlos Jaramillo.
Hojas y polen. Esas fueron las principales pistas que siguieron por más de una década, Carlos Jaramillo, Mónica Carvalho y otros 19 científicos. Las recolectaron en 50 lugares de Colombia. Las buscaron bajo las piedras de la mina del Cerrejón, en una parcela de Amacayacu (Amazonas) y escondidas en minas de carbón y ladrilleras de Boyacá y Cundinamarca. En total analizaron más de 50.000 granos de polen, que les permiten llevar una secuencia más detallada del tiempo geológico, y más de 6.000 hojas fósiles, que les hablaban de la ecología de ese tiempo. Cada fragmento sirvió para finalmente reconstruir cómo eran los bosques al final del periodo Cretácico, cuando vivieron y se extinguieron los dinosaurios, y los que surgieron después del impacto del bólido en Chicxulub, la península de Yucatán, hace 66.02 millones de años.
“Hasta ahora no había evidencia empírica. O teníamos muy pocos datos y cuando eso pasa es fácil especular. Ahora con estos datos el panaroma cambia”, explica Jaramillo a quien la pregunta sobre el origen de los bosques tropicales lo persigue desde que era un estudiante de geología.
Lo que plantean en el artículo de Science este grupo de investigadores es que antes de que el meteorito chocara contra la Tierra y produjera una extinción del 70% de especies animales y el 40% de las plantas, los bosques tropicales eran diferentes a la selva tropical de hoy.
“A diferencia de los bosques modernos, en los que priman las plantas con flores, los bosques de los dinosaurios estaban conformados equitativamente por helechos y plantas con flores, y prevalecían árboles como las araucarias. Eran igualmente lluviosos, pero los árboles crecían ampliamente espaciados entre sí, permitiendo la filtración de luz al suelo del bosque”.
Los nuevos bosques, en cambio, estaban dominados por plantas con flores. Sus árboles crecían formando bosques espesos en los que poca luz se filtraba. Las leguminosas, fijadoras de nitrógeno por excelencia, llegaron a ser tan abundantes como ocurre hoy en día. También hubo cambios entre las comunidades de insectos. Antes de la extinción, los herbívoros eran muy específicos: muy pocas especies de plantas compartían el tipo de marcas creadas por insectos. Después de la extinción, todas las especies de plantas compartían los mismos tipos de mordiscos, reflejando comunidades de insectos más generalistas.
¿Por qué eran diferentes aquellos bosques a los que surgieron después de la extinción masiva? Esa es una respuesta que apenas comienzan a esclarecer. Por ahora tienen tres hipótesis sobre la mesa. En la primera la culpa apunta a los dinosaurios herbívoros que se encargaban de mantener “podado” el bosque. La segunda tiene que ver con los nutrientes del suelo que eran muy bajos. La tercera se refiere a una extinción selectiva que afectó más a las coníferas que tenía un rango ecológico más bajo que las plantas con flores. (Lea: Carlos Jaramillo, el poder de la curiosidad).
“Este es uno de los artículos científicos que más me ha gustado escribir. Es una base de datos sólida, de muchos años de trabajo, con análisis estadísticos adecuados”, dice Carlos Jaramillo, “la historia entera que nos cuentan estos datos es increíble. Saber que el bosque de ahora es producto de un instante preciso hace millones de años, de un minuto particular, es fantástico. Si el meteorito hubiera caído un minuto antes o después todo sería diferente. Un minuto después o antes y no estaríamos nosotros los humanos. Sería diferente si hubiera impactado en el mar y no en la península de Yucatán. Somos el producto de historia netamente”. (Lea: “Cuando el planeta se calienta la biodiversidad en el trópico aumenta”).
Otros autores del trabajo: Felipe de la Parra, Dayenari Caballero-Rodríguez, Fabiany Herrera, Scott Wing, Benjamin L. Turner, Carlos D’Apolito, Millerlandy Romero-Báez, Paula Narváez, Camila Martínez, Mauricio Gutierrez, Conrad Labandeira, German Bayona, Milton Rueda, Manuel Paez-Reyes, Dairon Cárdenas, Álvaro Duque, James L. Crowley, Carlos Santos, Daniele Silvestro.