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Hace cien millones de años, cuando la Tierra estaba habitada por enormes dinosaurios de diferentes especies en el período Cretácico, un pequeño crustáceo del tamaño de una lenteja abandonó su hogar marino y se adentró en un bosque de plantas coníferas (parecidas a los pinos que conocemos hoy). Mientras caminaba quedó atrapado en la resina de uno de ellos, que terminó sepultándolo, casi momificándolo, mientras seguía vivo. Se fosilizó y permaneció intacto hasta ahora.
En 2015, un grupo de mineros artesanales de la zona de Kachin, al norte de Myanmar o Birmania (donde se encuentran los depósitos de fósiles de ámbar de la era de los dinosaurios, apetecidos a escala mundial por su belleza) extrajo de esa jungla del sudeste asiático unas piezas en bruto para venderlas. No habían sido pulidas, ni trabajadas, sino que fueron llevadas directamente a una feria. Una de las piezas fue comprada por un artesano chino que, al otro lado de la frontera, esperaba venderla como joyería o a coleccionistas privados una vez intervenida. Sin embargo, antes de que alguien pudiera comprarla, la adquirieron investigadores del Museo Longyin Amber, de China, que se han dedicado a rescatar de esos mercados chinos muchas piezas con valor científico.
Así pudo llegar a manos de Javier Luque, un geólogo y paleontólogo colombiano que ha dedicado su vida a estudiar la evolución de los cangrejos, quien estaba haciendo su doctorado en la Universidad de Alberta, en Canadá.
Luque no podía creer lo que estaba viendo luego de que un profesor del doctorado lo pusiera en contacto con unas colegas en China que habían encontrado el cangrejo en ámbar. “Al principio pensé que era falso”, cuenta. Las resinas endurecidas de los árboles prehistóricos usualmente llevan partes de artrópodos terrestres, como arañas, insectos o escorpiones. Incluso de lagartos o aves, pero no de animales hasta entonces acuáticos, como los cangrejos. “¿Qué diablos hace un cangrejo ahí?”, se preguntó. Pensó que había estado en el lugar y el momento equivocados.
Pero no. Se trataba de una pieza única. “No solo era el primer cangrejo de la época de los dinosaurios preservado en ámbar, sino que además era el fósil de cangrejo más completo jamás descubierto”, afirma. Los fósiles de cangrejos que se conocían hasta entonces eran de pedazos de las pinzas o de partes del caparazón, pero no de un individuo completo.
Se encontraron con otra sorpresa. Después de tres años de análisis, observaciones macro y microscópicas, microtomografías computarizadas y modelos en tres dimensiones, descubrieron que el ejemplar estaba perfectamente conservado. “El ámbar es como una cápsula del tiempo que congela al organismo con un grado de detalle inigualable. Se pueden ver sus antenas con sus filamentos más chiquitos, sus grandes ojos compuestos, unas partes de la boca revestidas con finos pelos e, incluso, sus branquias. Eso no se conocía realmente”.
Estos aspectos fueron claves para reconocer que se trataba de una nueva especie que llamaron Cretapsara athanata, cuyo cuerpo era una mezcla de especies de cangrejos primitivos extintos y de los cangrejos como los conocemos hoy. En palabras del paleontólogo, es el “cangrejo de aspecto moderno más antiguo conocido hasta la fecha”. Los resultados fueron publicados esta semana en la revista Science Advances.
Cerrando una brecha
Para los científicos que estudian la vida y la evolución de las especies, uno de los puntos centrales de sus investigaciones es conocer en qué momento de la historia aparecen ciertos grupos de individuos. “Eso nos permite reconstruir el árbol de la vida de esas especies, conocer sus parientes y sus ramificaciones, pero también entender qué hizo que ciertos grupos que eran abundantes en el pasado desaparecieran. Así no solo estudiamos lo que pasó, sino también sacamos información para analizar el futuro de las especies que hoy existen”, explica Luque. Aunque el árbol de los cangrejos aún tiene muchos vacíos, afirma, este hallazgo permitió cerrar algunas de las brechas existentes.
Los análisis moleculares hechos durante años afirman que los cangrejos no marinos se separaron de sus ancestros marinos hace 125 millones de años. Sin embargo, la evidencia de su colonización a ambientes no marinos es escasa, y los pocos registros fósiles con los que se contaba hasta ahora eran de individuos mucho más jóvenes, de hace setenta a cincuenta millones de años. “Esta especie encontrada nos permite cerrar esa brecha, ese vacío en el tiempo entre lo que se predecía molecularmente y el registro fósil real de cangrejos, y empuja la edad de colonización de nuevos ambientes no marinos a cien millones de años atrás”, afirma el experto.
Pero, además, este fósil permitió abordar muchas otras preguntas. “Usualmente los paleontólogos contamos solo con las partes duras para trabajar: un esqueleto, unas vértebras. Los tejidos blandos desaparecen porque se degradan con mucha rapidez. Sin embargo, este cangrejo casi momificado cuenta todavía con sus branquias perfectamente conservadas, lo que muestra que el animal fue atrapado vivo, pero también permite conocer un poco más cómo fue esa adaptación a otras condiciones diferentes”.
¿Qué encontraron dentro de esos cinco milímetros de cangrejo en ámbar? Que las agallas, que les permiten extraer el oxígeno del agua, estaban completamente desarrolladas. A diferencia de los grupos terrestres actuales, que las tienen reducidas, las de este cangrejo ocupaban toda la cavidad branquial. “Eso nos permitió ver que no era del todo terrestre, pero tampoco totalmente marino. Podría ser dulceacuícola, o un cangrejo anfibio que puede vivir en el agua y, cuando lo requiere, se mete a tierra firme. Eso explicaría en cierta medida cómo el animal quedó en la resina de los árboles”.
“Ahora”, confiesa Luque, “tenemos más preguntas que respuestas. Y eso es algo fascinante, porque tenemos nuevas avenidas de investigaciones, nuevas preguntas por resolver, pero también nuevos lugares para buscar, como el ámbar”.