El hallazgo de un nuevo felino en Colombia parece que fue “gato por liebre”
El anuncio hace unas semanas, de que había un nuevo felino en Colombia, causó sensación en el país. Tras 20 años de trabajo, un grupo de científicos había logrado “demostrar” que aquí existió el gato de Nariño. Pero parece que esta “nueva especie” es solo un espejismo.
César Giraldo Zuluaga
La piel del Gato de Nariño (Leopardus narinensis), que fue anunciado como una nueva especie de felino de Colombia hace unas semanas, es más rojiza que las de otros tigrillos que habitan en el país. Sus rosetas, esas particulares manchas que se distribuyen por todo el cuerpo de los felinos, también son distintas: la mayoría, dice un grupo de investigadores, están bordeadas por gruesas franjas negras, pero su interior es de un rojizo más intenso que el de sus primos y otras especies cercanas. (Puede leer: A despertar el amor por la ciencia en los niños y niñas de Colombia)
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La piel del Gato de Nariño (Leopardus narinensis), que fue anunciado como una nueva especie de felino de Colombia hace unas semanas, es más rojiza que las de otros tigrillos que habitan en el país. Sus rosetas, esas particulares manchas que se distribuyen por todo el cuerpo de los felinos, también son distintas: la mayoría, dice un grupo de investigadores, están bordeadas por gruesas franjas negras, pero su interior es de un rojizo más intenso que el de sus primos y otras especies cercanas. (Puede leer: A despertar el amor por la ciencia en los niños y niñas de Colombia)
Otro de los rasgos que diferencia al Gato de Nariño de otras especies de tigrillos conocidas en Colombia, tiene que ver con que su pelaje es más denso y lanoso, así como su cabeza más redonda y ancha. Una última característica lo distingue de las oncillas —como también se conoce a estos animales— de las que tenemos registro hasta el momento: podría estar extinto o estar al borde de su desaparición.
Aunque fue descrito solo hasta hace unos meses, el hecho de que solo se conozca un individuo de esta especie (el mismo que fue utilizado para su identificación) lleva a pensar a Manuel Ruiz García, profesor de biología de la Universidad Javeriana y uno de los autores de la reciente descripción, así como a sus otros dos colegas, Myreya Pinedo y Joseph Shostell, que es posible que este gato, del que hasta ahora tenemos noticias, ya no exista.
Sin embargo, es probable que el Gato de Nariño nunca haya existido. La publicación que se hizo a mediados de junio en la revista científica Genes, y que fue divulgada por varios medios, entre ellos El Espectador, fue vista con sospecha por algunos biólogos. Para ellos, Ruiz y sus colegas cometieron varias falencias en su investigación que los condujeron a una identificación errónea. Es posible que solo se trate de un individuo más de los ya conocidos tigrillos (Leopardus tigrinus). (Le puede interesar: En Colombia no estuvo el monstruo del Lago Ness, pero sí hubo uno parecido)
Más de 20 años detrás del Gato de Nariño
Cuando Ruiz llegó a Colombia desde su natal Barcelona, hace unos 28 años, tenía claro que quería trabajar con primates y felinos silvestres, dos grupos de animales con los que difícilmente podría encontrarse en España. Luego de unos primeros años en los que se le dificultó empezar sus investigaciones, en 2001 el biólogo catalán encontró en la colección biológica que el Instituto Humboldt tiene en Villa de Leyva una piel que cautivó su atención —y parte de su trabajo— por poco más de dos décadas.
Fue el pelaje de un rojizo más intenso y las rosetas de gruesos bordes negros lo que más le impresionaron a Ruiz en ese momento. “Yo había visto pieles y había visto tigrillos en otros países latinoamericanos y este era diferente”, recuerda ahora el biólogo. Desde entonces, emprendió un largo camino para esclarecer la identidad de ese felino.
Lo primero que hizo fue enviarle fotos del animal a la bióloga española Rosa García Perea, a quien Ruiz se refiere como “la máxima especialista en gatos de pajonal”, una especie de felino que se distribuye por varios países de América Latina. Meses después, García le aseguró que la piel de las fotografías no correspondía con la del gato del pajonal.
Los siguientes pasos, comenta Ruiz, incluyeron análisis moleculares realizados por él mismo, un colega peruano y Myreya Pinedo, coautora del reciente estudio y a quien le dirigió la tesis de doctorado presentada a la Universidad Javeriana en 2017. “El tema de doctorado que yo le asigné (a Pinedo) fue el estudio molecular de varias de las especies de felinos que viven en el territorio colombiano”, comenta Ruiz. Al unir todos esos datos obtuvieron, por fin, una respuesta: “claramente este ejemplar nunca estuvo asociado al tigrillo”. (También puede leer: Científicos se reúnen con Andrea Padilla por preocupaciones sobre proyecto de Ley)
Teniendo las pruebas de que el gato que reposaba en Villa de Leyva no solo se diferenciaba de otros felinos del país por su aspecto, sino también por su genética, Ruiz y Pinedo buscaron publicar sus hallazgos en una revista académica. Así lo dejo saber el biólogo catalán en un perfil publicado por El Tiempo en mayo de 2017, donde aseguró que el artículo científico estaba siendo revisado por “la reconocida revista digital Plos One”, una de las más importantes en todas las áreas de la ciencia y la medicina a nivel mundial. Allí también se conoció, por primera vez, el nombre de la que sería la nueva especie: Leopardus narinensis.
Tres años después, y sin que el documento finalmente fuera publicado en Plos One, Ruiz y Pinedo escribieron en un artículo de la revista científica Mastozoología Neotropical que habían detectado “la presencia de una presunta nueva especie de felino en el sur de Colombia que ha sido denominada Leopardus narinensis. Sin embargo —aclararon—, todavía no se ha dado una ratificación total por parte de los especialistas…”.
Una de las primeras preguntas que se hacen varios biólogos, entre esos Miguel Rodríguez Posada, biólogo de la Universidad Nacional quien trabaja en el Centro de Investigación La Palmita, es por qué Ruiz y Pinedo ya se referían a esta posible nueva especie por un “nombre propio” desde 2017 (y en 2020) sin que este hubiera sido aceptado formalmente. De acuerdo con Rodríguez, para describir una especie nueva hay que seguir una suerte de paso a paso. Ese proceso está descrito en el Código Internacional de Nomenclatura Zoológica y uno de los requisitos es que una especie “solamente se puede mencionar y se puede hablar de ella después de que esté descrita oficialmente”.
Es decir, para “bautizar” a una nueva especie se debe esperar primero que la evidencia sea aceptada y no al revés, como sucedió en este caso. “El código de nomenclatura es muy estricto con eso”, apunta Rodríguez. En palabras de Héctor Ramírez Chaves, biólogo, mastozoólogo —que estudia a los mamíferos— y profesor de la Universidad de Caldas, “uno nunca habla de poner nombres a especies que no están oficialmente descritas”.
Al preguntarle al profesor Ruiz por este hecho, calificado como una mala práctica por sus dos colegas, asegura que había patentado el nombre de Leopardus narinensis “porque ya teníamos los resultados para poder atestiguar que probablemente era una nueva especie, pero todavía no habíamos hecho el artículo”. Reconoce que lo señaló, pero que no habló del individuo. (Puede interesarle: El alcohol no hace que las personas parezcan más guapas, pero da más valor para hablarles)
Esta “mala práctica”, dicen Rodríguez y Ramírez, ha estado acompañada de otro ejercicio que consideran reprochable: “Él incluye el título de esta nueva descripción y dice que está aceptado en otras revistas donde nunca fue publicado”, señala este último. A lo que se refieren es que, en varias oportunidades, el profesor Manuel Ruiz ha citado dentro de sus artículos científicos documentos que no terminan siendo publicados.
Por ejemplo, en el escrito de la revista Mastozoología Neotropical publicado en 2020, al mencionar al Gato de Nariño se cita un artículo que, según se lee en las referencias, iba a salir publicado en la revista Scientific Reports de Nature, una de las revistas académicas con mayor reputación en el mundo.
En octubre de 2021, en otro artículo publicado en la revista académica Biological Journal of the Linnean Society, Ruiz, Pinedo y Shostell citan un escrito en el que describían la nueva especie de felino y que iba a ser publicado en la revista Journal of Vertebrate Biology. Sin embargo, nunca fue publicado.
¿Por qué citar en tres oportunidades (Plos One, Scientific Reports y Journal of Vertebrate Biology) artículos que no fueron publicados finalmente? “Uno no tiene una bola de cristal mágica que te pueda predecir el futuro”, responde Ruiz. Según explica, en cada uno de esos casos los artículos fueron sometidos a las revistas señaladas y se recibieron comentarios positivos por parte de los pares evaluadores. “Pero después, si el editor, por la razón que fuera, decidió no publicar, nos tocó someter el mismo trabajo a otra revista diferente”.
Para Daniel Cadena, decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de los Andes, citar un artículo que no ha sido publicado es, por lo menos, “raro. Es algo que no debería hacerse y que tiene problemas porque no hay ninguna garantía de que un manuscrito que uno envió a una revista sea aceptado”.
En la misma línea, Sandra Victoria Flechas, PhD en biología de la Universidad de los Andes, señala que además de no ser correcto, “ninguna revista dejaría poner artículos sometidos, solo aceptados”.
Al preguntarle si considera correcto citar artículos que no han sido publicados, Ruiz reconoce que hay un error, “pero es un error que muchas veces ni siquiera es atribuible a uno mismo, sino a los editores de las revistas”. A pesar de esto, Ruiz sigue recurriendo a esta práctica. En las referencias de la investigación donde describen al Gato de Nariño, se incluye un documento que aparece como “enviado” [a revisión] a la revista Genes.
Revistas que depredan la ciencia
A quienes no se dedican a la investigación científica, la expresión “revistas depredadoras” o predatory journal, seguramente les suena extraña. Pero, a grandes rasgos y saltándose algunos detalles, es un rótulo que se le ha puesto a cientos de revistas académicas que cobran a los científicos por publicar sus artículos de manera abierta al público, sin garantizar la calidad de la revisión por pares, lo que termina afectando la legitimidad del contenido.
Precisamente Genes, la revista donde fue publicado el artículo sobre el Gato de Nariño hace parte de la editorial MDPI, acusada, en distintas ocasiones, de tener varias “revistas depredadoras”. Ramírez y Darwin Morales Martínez, biólogo que adelanta su doctorado en la Universidad Estatal de Luisiana (EE. UU.), destacan que hay al menos dos hechos problemáticos con este journal.
El primero tiene que ver con el poco tiempo que, aparentemente, tuvo el artículo del profesor Ruiz para ser revisado por pares. El documento fue aceptado a inicios de abril y para junio su publicación ya había sido aceptada. “La rapidez con la que las ‘depredadoras’ publican los manuscritos que reciben”, es otra de las señales de alerta que contempla el bibliotecólogo estadounidense Jeffrey Beall, uno de los primeros científicos en alertar sobre este fenómeno.
Para hacerse una idea de este proceso en otras revistas académicas, Ramírez, junto a otros colegas, enviaron un estudio a Mammalia (sobre el que volveremos más adelante) en septiembre del año pasado. Solo hasta agosto de este año, casi un año después de someterlo a revisión, la investigación fue aceptada. (Puede leer: Un evento climático extremo casi acaba con nuestros antepasados, ¿qué pasó?)
A pesar de esto, Cadena comenta que los tiempos señalados por la revista no le parecen atípicos, pues en la misma página destacan que los autores reciben una primera decisión tras 17.9 días de haber enviado el manuscrito.
Pero, dice Ruiz, es falso que la revisión se haya hecho en los tiempos señalados por la revista. “Lo que pasa es que estas revistas, que yo también lo crítico, quieren dar la sensación de que el proceso científico se puede publicar muy rápidamente y eso puede ser muy atrayente para algunos investigadores”, explica el docente quien asegura que el proceso fue “extremadamente minucioso” e inició, por lo menos, en enero de este año.
Lo segundo que critican Ramírez y Morales es que Ruiz fue el editor del “número especial” en el que salió publicada la investigación sobre el “nuevo felino”. En este punto hay que entender que son los editores quienes asignan a los pares evaluadores de los artículos que son sometidos para ser publicados. Por eso, el profesor de la Universidad de Caldas apunta a que, como mínimo, Ruiz debió declarar un conflicto de interés en su escrito.
Para Ruiz no existe tal conflicto de interés, pues asegura que la revista lo apartó del proceso de revisión de su propio texto. Como se observa en la página de internet, fueron tres científicos (un alemán, un estadounidense y un inglés) quienes estuvieron a cargo de la evaluación del texto de Ruiz, Pinedo y Shostell. El biólogo catalán asegura que no tuvo nada que ver en la elección de los pares y que se enteró una vez fue publicado el artículo.
El mismo experimento con otro resultado
Un último aspecto que inquieta a los biólogos tiene que ver con la “replicabilidad” del trabajo adelantado por Ruiz y sus colegas. En términos más sencillos, explica Morales, una de las bases de la ciencia es la posibilidad que existe de repetir los experimentos y las pruebas que otros investigadores han realizado para comparar los resultados obtenidos.
En el caso del Gato de Nariño, los investigadores emplearon análisis genéticos, puntualmente de ADN mitocondrial y nuclear, se lee en el documento. Esa información, dice Morales, tiene que ser liberada para que otras personas puedan descargarla y utilizarla. Para esto se suelen emplear plataformas como GenBank, la base de datos de secuencias genéticas de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos.
Si bien Ruiz y sus colegas pusieron a disposición parte de los datos usados en su investigación, Morales y Ramírez consideran que están incompletos. “En el documento señalan que están haciendo los análisis con el genoma mitocondrial completo, pero los datos cargados en GenBank corresponden a menos del 1 % de la evidencia que soporta el trabajo”, dice Morales. (Le puede interesar: ¿A qué olía un cadáver del antiguo Egipto?)
Al respecto, el profesor Ruiz señaló que en la plataforma se subieron la secuencias de “los tres genes que más habitualmente se han estudiado en los felinos neotropicales” y que no se cargan completos porque es un “proceso muy dispendioso. Vamos a tardar seguramente cerca de un año en poder ir subiendo uno tras otro cada uno de estos genomas completos”.
Sin los datos completos, apunta Morales, “se rompe completamente la replicabilidad del estudio”. Es decir, no se pueden repetir los análisis que adelantaron para determinar la existencia de la nueva especie y comparar los resultados.
Además de este hecho, que los biólogos califican como “falta de transparencia”, Ramírez asegura que en un estudio publicado recientemente en la revista académica Mammalia rebaten la evidencia que soporta la existencia del Gato de Nariño. Ahí también confirman la presencia, por primera vez, del gato de las pampas en Colombia.
El profesor de la Universidad de Caldas explica que, en este caso, la evidencia “récord” fue posible gracias a que desde hace unos años venía trabajando con distintos colegas de universidades de Nariño, así como del Instituto Humboldt, en la confirmación de la presencia del Leopardus garleppi en el país. “Nuestro trabajo consistía en mostrar la evidencia de que el gato de las pampas también está acá”, dice Ramírez.
“Cuando estábamos terminando este trabajo, salió publicado el artículo del Gato de Nariño. Entonces los evaluadores nos pidieron citar esa investigación”, comenta el biólogo. Dentro del marco de su estudio, Ramírez y sus colegas ya habían adelantado análisis genético de la misma piel que les sirvió a Ruiz, Pinedo y Shostell para describir la nueva especie.
La diferencia, como se lee en el estudio publicado hace unos días, es que tras los análisis genéticos, Ramírez y los demás autores aseguran que presentó un 100 % de identidad con el tigrillo convencional (Leopardus tigrinus). “Este resultado indica que el espécimen puede ser identificado como L. tigrinus y no como un miembro del complejo L. colocola o como una especie diferente”.
“No puedo comentar mucho de la nueva publicación, ya que solo he leído el abstract y he visto algunas tablas”, respondió Ruiz sobre el reciente estudio a través de un correo electrónico. Sin embargo, asegura, le parece una hipótesis “igual de interesante” a la que él sostiene. (Puede interesarle: Parece que la misión rusa que se estrelló en la Luna creó un nuevo cráter)
Mientras tanto, Morales, Ramírez y Rodríguez manifiestan que sus preocupaciones van más allá del quehacer científico, pues temen, por ejemplo, que el supuesto Gato de Nariño logre desviar recursos de financiadores que quieran emprender su búsqueda, en detrimento de especies que sí necesitan la atención.
Manuel Ruiz, por su parte, asegura que el Gato de Nariño es “solo la punta del iceberg” de una serie de nuevas especies de felinos descritas por él y sus colegas. Según cuenta, ya tiene los resultados que le permitirían demostrar la existencia de por lo menos otras tres o cuatro especies, entre las que destacan una en Caldas, otra en Quindío y una más en Ecuador. “Esperamos en unos meses estar sacando adelante dos o tres publicaciones al respecto”, concluye Ruiz.