El hombre que salvó al mundo y luego lo envenenó (Parte I)
Esta es la historia de Fritz Haber, el científico que salvó al mundo de las peores hambrunas aunque pocos recuerden su nombre. Por supuesto todo tiene un precio.
Juan Diego Soler
La población crece más rápido que los medios que permiten su subsistencia, y ese crecimiento eventualmente precipita a la sociedad hacia el hambre y la miseria. Esta es la sentencia formulada por el reverendo Thomas Malthus en su “Ensayo sobre el principio de la población”, la célebre obra publicada en 1798 y que desde entonces ha influenciado el pensamiento económico, político y científico en todo el mundo, desde David Ricardo, su amigo y pionero en la teoría del comercio internacional, hasta Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, los padres de la teoría de la evolución.
Contrario al optimismo de muchos pensadores de su época, para quienes la razón y la ciencia otorgan una capacidad ilimitada de mejora a la sociedad, Malthus veía con preocupación el aumento de la población y las limitaciones de la tierra para producir alimentos. Preveía un futuro en donde los recursos se agotarían y la sociedad se precipitaria a la catástrofe.
Esta temible predicción, aún relevante en nuestros días, parecía materializarse hacia mediados del siglo XIX cuando múltiples hambrunas cobraron la vida de cientos de miles de personas en Irlanda, Suecia, Turquía y otras regiones de Europa y Asia. Pero a comienzos del siglo XX, en medio del oscuro panorama apareció una solución, no en el plan de un carismático político o en una respuesta colectiva de la sociedad. La solución salió de un laboratorio de química y del ingenio de un orgulloso científico alemán de origen judío, Fritz Haber.
Fritz Haber nació en 1868 en el seno de una familia judía. Era una época en que las condiciones políticas favorecían la integración de los judíos a la sociedad alemana, por ejemplo permitiendo la formación de colegios a los que podían asistir ninos de familias católicas, protestantes y judías. Rodeado por este ambiente de relativa tolerancia y profundo orgullo patriótico, Fritz se sentía alemán antes que judío. A los 23 años se doctoró con honores en química y trabajó en posiciones académicas, a pesar de las oportunidades en el negocio de tinturas textiles de su padre. Después de varios años estudiando la termodinámica de las reacciones químicas, Haber se encontró con un problema que los científicos llevaban más de 100 años tratando de resolver: cómo sintetizar artificialmente el nitrógeno.
El nitrógeno es un elemento fundamental para el desarrollo de la vida en la Tierra. Está en las proteinas que forman las células de los seres vivos y constituye parte fundamental de su metabolismo, incluyendo los ácidos nucleicos a través de los cuales se transmite la información genética. Pero a pesar de que el nitrógeno forma casi el 80 por ciento de nuestra atmósfera, los seres vivos no pueden obtenerlo directamente del aire sino que lo adquieren a través de moléculas que puede absorber y procesar.
Mucho antes de que se hablara de elementos y moléculas, nuestros ancestros sabían que los cultivos crecen considerablemente mejor al agregar el estiércol de animales al suelo utilizado para sembrar. Sin saberlo, estaban enriqueciendo el suelo con el nitrógeno que abunda en los desechos orgánicos. Para finales del siglo XVIII, ya se había establecido que el nitrógeno almacenado en el amoniaco y en los nitratos favorece el crecimiento de las plantas, pero su utilización como fertilizante a gran escala estaba limitada a las cantidades que se podían obtener en yacimientos naturales.
En 1806, Alexander von Humboldt identificó al guano, el sustrato que resulta de la acumulación masiva de excrementos de murciélagos, aves marinas y focas, como una provechosa fuente de nitrógeno. En pocas décadas, grandes cargamentos salían de los 350 kilómetros de depósitos naturales en la costa pacífica de Sudamérica para alimentar los cultivos en todo el mundo. La posesión de los depósitos de guano, y más tarde seguidos por los depósitos de minerales nitrogenados como el salitre y la nitratina, se convirtió en un asunto de interés geopolítico mundial, precipitando a Perú y Chile a una amarga guerra.
Pero todo el nitrógeno acumulado en el guano de las islas Chincha o en el salitre del desierto de Atacama es poco comparado con la gran cantidad que flota invisible en el aire a nuestro alrededor.
En 1905, Haber publicó un libro en donde describe el proceso para producir amoniaco. Pero este proceso, que involucra muy altas temperaturas y el uso de un metal para favorecer la reacción (catalizador), era apenas un bosquejo. Si Haber quería convencer a su colegas de la viabilidad de la producción artificial de amoniaco, iba a tener que demostrarlo personalmente. Esa fue la tarea a la que se dedicó durante los siguientes años.
El 3 de julio de 1909, en un tubo de 75 centímetros de alto y 13 centímetros de diametro, Fritz Haber sintetizó por primera vez amoniaco artificialmente durante cinco horas seguidas. Para llevar este experimento a escala industrial y enfrentar la demanda de la agricultura mundial contó con la ayuda del también químico Carl Bosch. Juntos diseñaron lo que ahora se conoce como el proceso Haber-Bosch.
El proceso que Haber y Bosch habían inventado tiene tantas implicaciones para el mundo en que vivimos como la invención del aeroplano, la energía nuclear o la televisión. Hoy en día, casi la mitad de la población mundial depende de los alimentos que son producidos gracias al nitrógeno sintetizado en el proceso Haber-Bosch.
La población mundial aumentó de 1.6 miles de millones de personas en1900 a más de 6 miles de millones hacia el año 2000, en parte gracias a los cientos de millones de toneladas de amoniaco que alimentan a más de la mitad de los cultivos de cereales en el mundo entero. Sin los fertilizantes artificiales, los cultivos que sostienen a la población mundial necesitará más de cuatro veces el área cultivada actualmente, comprometiendo más de la mitad del área libre de hielo permanente en todos los continentes de nuestro planeta.
Pero el mundo en que nacía la invención de Haber se precipitaba rápidamente hacia la confrontación. El mismo proceso que constituía una esperanza para la agricultura mundial y para la subsistencia de millones de personas también podía transformarse en una terrible herramienta de destrucción. Y eso fue precisamente lo que sucedió...
El hombre que salvó al mundo y luego lo envenenó (Parte II)
El hombre que salvó al mundo y luego lo envenenó (Parte III)
La población crece más rápido que los medios que permiten su subsistencia, y ese crecimiento eventualmente precipita a la sociedad hacia el hambre y la miseria. Esta es la sentencia formulada por el reverendo Thomas Malthus en su “Ensayo sobre el principio de la población”, la célebre obra publicada en 1798 y que desde entonces ha influenciado el pensamiento económico, político y científico en todo el mundo, desde David Ricardo, su amigo y pionero en la teoría del comercio internacional, hasta Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, los padres de la teoría de la evolución.
Contrario al optimismo de muchos pensadores de su época, para quienes la razón y la ciencia otorgan una capacidad ilimitada de mejora a la sociedad, Malthus veía con preocupación el aumento de la población y las limitaciones de la tierra para producir alimentos. Preveía un futuro en donde los recursos se agotarían y la sociedad se precipitaria a la catástrofe.
Esta temible predicción, aún relevante en nuestros días, parecía materializarse hacia mediados del siglo XIX cuando múltiples hambrunas cobraron la vida de cientos de miles de personas en Irlanda, Suecia, Turquía y otras regiones de Europa y Asia. Pero a comienzos del siglo XX, en medio del oscuro panorama apareció una solución, no en el plan de un carismático político o en una respuesta colectiva de la sociedad. La solución salió de un laboratorio de química y del ingenio de un orgulloso científico alemán de origen judío, Fritz Haber.
Fritz Haber nació en 1868 en el seno de una familia judía. Era una época en que las condiciones políticas favorecían la integración de los judíos a la sociedad alemana, por ejemplo permitiendo la formación de colegios a los que podían asistir ninos de familias católicas, protestantes y judías. Rodeado por este ambiente de relativa tolerancia y profundo orgullo patriótico, Fritz se sentía alemán antes que judío. A los 23 años se doctoró con honores en química y trabajó en posiciones académicas, a pesar de las oportunidades en el negocio de tinturas textiles de su padre. Después de varios años estudiando la termodinámica de las reacciones químicas, Haber se encontró con un problema que los científicos llevaban más de 100 años tratando de resolver: cómo sintetizar artificialmente el nitrógeno.
El nitrógeno es un elemento fundamental para el desarrollo de la vida en la Tierra. Está en las proteinas que forman las células de los seres vivos y constituye parte fundamental de su metabolismo, incluyendo los ácidos nucleicos a través de los cuales se transmite la información genética. Pero a pesar de que el nitrógeno forma casi el 80 por ciento de nuestra atmósfera, los seres vivos no pueden obtenerlo directamente del aire sino que lo adquieren a través de moléculas que puede absorber y procesar.
Mucho antes de que se hablara de elementos y moléculas, nuestros ancestros sabían que los cultivos crecen considerablemente mejor al agregar el estiércol de animales al suelo utilizado para sembrar. Sin saberlo, estaban enriqueciendo el suelo con el nitrógeno que abunda en los desechos orgánicos. Para finales del siglo XVIII, ya se había establecido que el nitrógeno almacenado en el amoniaco y en los nitratos favorece el crecimiento de las plantas, pero su utilización como fertilizante a gran escala estaba limitada a las cantidades que se podían obtener en yacimientos naturales.
En 1806, Alexander von Humboldt identificó al guano, el sustrato que resulta de la acumulación masiva de excrementos de murciélagos, aves marinas y focas, como una provechosa fuente de nitrógeno. En pocas décadas, grandes cargamentos salían de los 350 kilómetros de depósitos naturales en la costa pacífica de Sudamérica para alimentar los cultivos en todo el mundo. La posesión de los depósitos de guano, y más tarde seguidos por los depósitos de minerales nitrogenados como el salitre y la nitratina, se convirtió en un asunto de interés geopolítico mundial, precipitando a Perú y Chile a una amarga guerra.
Pero todo el nitrógeno acumulado en el guano de las islas Chincha o en el salitre del desierto de Atacama es poco comparado con la gran cantidad que flota invisible en el aire a nuestro alrededor.
En 1905, Haber publicó un libro en donde describe el proceso para producir amoniaco. Pero este proceso, que involucra muy altas temperaturas y el uso de un metal para favorecer la reacción (catalizador), era apenas un bosquejo. Si Haber quería convencer a su colegas de la viabilidad de la producción artificial de amoniaco, iba a tener que demostrarlo personalmente. Esa fue la tarea a la que se dedicó durante los siguientes años.
El 3 de julio de 1909, en un tubo de 75 centímetros de alto y 13 centímetros de diametro, Fritz Haber sintetizó por primera vez amoniaco artificialmente durante cinco horas seguidas. Para llevar este experimento a escala industrial y enfrentar la demanda de la agricultura mundial contó con la ayuda del también químico Carl Bosch. Juntos diseñaron lo que ahora se conoce como el proceso Haber-Bosch.
El proceso que Haber y Bosch habían inventado tiene tantas implicaciones para el mundo en que vivimos como la invención del aeroplano, la energía nuclear o la televisión. Hoy en día, casi la mitad de la población mundial depende de los alimentos que son producidos gracias al nitrógeno sintetizado en el proceso Haber-Bosch.
La población mundial aumentó de 1.6 miles de millones de personas en1900 a más de 6 miles de millones hacia el año 2000, en parte gracias a los cientos de millones de toneladas de amoniaco que alimentan a más de la mitad de los cultivos de cereales en el mundo entero. Sin los fertilizantes artificiales, los cultivos que sostienen a la población mundial necesitará más de cuatro veces el área cultivada actualmente, comprometiendo más de la mitad del área libre de hielo permanente en todos los continentes de nuestro planeta.
Pero el mundo en que nacía la invención de Haber se precipitaba rápidamente hacia la confrontación. El mismo proceso que constituía una esperanza para la agricultura mundial y para la subsistencia de millones de personas también podía transformarse en una terrible herramienta de destrucción. Y eso fue precisamente lo que sucedió...
El hombre que salvó al mundo y luego lo envenenó (Parte II)
El hombre que salvó al mundo y luego lo envenenó (Parte III)