El particular escarabajo en Colombia que reapareció luego de 111 años
Un escarabajo endémico del país de grandes ojos y cuerpo verde iridiscente fue descrito para la ciencia a finales del siglo XIX. Desde entonces, no se volvió a ver en el país. Más de un siglo después, un investigador colombiano volvió a encontrárselo en el Chocó.
Desde muy pequeño, a Jhon César Neita, curador de la Colección de Entomología (la ciencia que estudia a los insectos) e invertebrados del Instituto Humboldt, le llamaron la atención estos animales que constituyen el grupo más diverso que hay en nuestro planeta. Aunque Neita, nacido en Chocó hace casi 49 años, recuerda con especial cariño algunos programas infantiles, como la Abeja Maya, que ayudaron a despertar su interés por los insectos, tiene muy presente un hecho recurrente de su infancia que marcó el inicio de un camino que ha recorrido por poco más de dos décadas. (Puede leer: El carpintero que cuida los fósiles de Floresta, lugar que Colombia postuló ante la Unesco)
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Desde muy pequeño, a Jhon César Neita, curador de la Colección de Entomología (la ciencia que estudia a los insectos) e invertebrados del Instituto Humboldt, le llamaron la atención estos animales que constituyen el grupo más diverso que hay en nuestro planeta. Aunque Neita, nacido en Chocó hace casi 49 años, recuerda con especial cariño algunos programas infantiles, como la Abeja Maya, que ayudaron a despertar su interés por los insectos, tiene muy presente un hecho recurrente de su infancia que marcó el inicio de un camino que ha recorrido por poco más de dos décadas. (Puede leer: El carpintero que cuida los fósiles de Floresta, lugar que Colombia postuló ante la Unesco)
“Yo pertenezco a una generación que, al no tener dispositivos electrónicos, estábamos muy conectados con el ambiente”, cuenta Neita. En el patio de su casa, ubicada en la capital del Chocó, jugaba a construir todo tipo de muebles con el barro que encontraba. Con la mezcla de tierra y agua que tenía y algunos fragmentos de vidrio que recogía, moldeaba pequeños televisores en donde las hormigas que cruzaban por allí se convertían en actrices. A veces, algunos de esos insectos lo mordían hasta el punto que lo hacían llorar. De esas mordeduras, Neita se acuerda de los reiterados regaños de su madre y de la promesa que él mismo se hizo para saber “un poco más” de esa hormiga cuando fuera más grande.
Ya en las clases de entomología en la Universidad Tecnológica del Chocó, donde estudió su pregrado en Ingeniería Agroforestal, Neita descubrió que la hormiga que le causaba tanto dolor, no superaba el centímetro de longitud y era de la especie Ectatomma ruidum, conocida por ser cazadora. De ahí, la fortaleza de su picadura.
Con los años, Neita fue especializándose aún más en el estudio de los insectos: en su maestría, de Ciencias Agrarias, en la Universidad Nacional de Colombia, hizo el énfasis de entomología, mientras que la tesis de su doctorado en Ciencias Naturales, que adelantó en la Universidad Nacional de la Plata (Argentina), la dedicó al análisis exhaustivo de los escarabajos, los animales que, desde entonces, se han convertido en su pasión. Aunque ha descrito para la ciencia más de 20 especies de estos insectos, se enorgullece particularmente al hablar de una: la Chalcochlamys dohrni. Aunque no la descubrió, su trabajo fue clave para “redescrubrirla” más de un siglo después de que se viera por única vez en el país. (Le puede interesar: Diana Trujillo, la colombiana que desde la NASA impulsa mujeres en la ciencia)
Un escarabajo visto por única vez a finales de 1800
Durante una salida de campo en octubre de 2009, en un corregimiento cercano a su natal Quibdó, Neita capturó un escarabajo que le llamo muchísimo la atención, tanto por sus grandes ojos y el verde iridiscente que cubría su cuerpo, así como porque, a pesar de llevar ya varios años trabajando con estos insectos, no lograba identificarlo.
En los meses siguientes a la captura, este entomólogo buscó a varios colegas para que le ayudaran a determinar qué especie de escarabajo tenía entre sus manos. Su búsqueda dio frutos dos años después, cuando los investigadores estadounidenses Mary Liz Jameson y Brett Ratcliffe, le dieron una respuesta. Para ese entonces, Jameson y Ratcliffe estaban escribiendo un libro sobre los escarabajos de la tribu Anatistini y notaron que en el Museo de Historia Natural de Polonia se hallaba un escarabajo idéntico al que Neita había encontrado en el Chocó.
La etiqueta, escrita a mano, indicaba que se trataba de un individuo de la especie Chalcochlamys dohrni, descrito por primera vez para la ciencia en 1898 por el preeminente entomólogo alemán Friedrich Ohaus. Según este, el individuo había sido recolectado en “Santa Rosa, Nueva Granada”. (También puede leer: El artesano que custodia fósiles de hace 387 millones de años)
Tras cotejar el holotipo, como se conoce al ejemplar con el que se describe una nueva especie para la ciencia, con las fotos que Neita les había hecho llegar desde Colombia, Jameson Y Ratcliffe determinaron que ambos individuos hacían parte de la misma especie. En este trabajo de verificación, una estructura conocida como proceso mesoesternal, que se ubica en la parte inferior del escarabajo y que es exclusiva de esta especie, fue clave. La única diferencia entre los escarabajos, era que el que reposaba en Polonia era macho, mientras que el encontrado por Neita era hembra.
El redescubrimiento de una especie que no había sido vista en 111 años tiene varias implicaciones importantes para Neita. La primera, y quizás la más relevante para el investigador, es que “no estamos hablando de una especie extinta”, dice. La segunda, tiene que ver con el hecho de haber obtenido la ubicación correcta de la distribución de esta especie. Para este entomólogo chocoano, es de la mayor relevancia el hecho de que haya capturado a este insecto en su departamento, pues se trata “de una zona poca estudiada” en el país y este sería solo un indicio más de la riqueza biológica que se halla en estas tierras.
Por eso, a Neita le gustaría poder volver a su departamento y realizar trabajos de campo que le permitieran “conocer un poco más de la distribución de esta especie e identificar el estado de conservación de sus hábitats”, para que, de esta manera, se pueda hacer una evaluación correcta del estado de conservación de la misma. En palabras más sencillas, saber dónde y cómo se encuentran las poblaciones de Chalcochlamys dohrni. Esta información, apunta el investigador, es clave, no solo para establecer planes de manejo para la especie, sino también para aproximarse al estado de conservación del ecosistema que, en últimas, es el que “se necesita conservar”.
Sin embargo, como escribían hace un par de años más de 15 entomólogos del país (entre los que se encuentra Neita) en un artículo publicado en la Revista Colombiana de Entomología, la ausencia de información no solo afecta a la especie redescubierta por el curador de la colección de insectos del Humboldt. “Colombia continúa representando un enorme vacío de conocimiento para la coleóptero-fauna de la región Neotropical, sobre todo si se compara con otros países donde ya existen proyectos específicos para el levantamiento de la fauna local, como es el caso de países como Brasil o los listados nacionales que se están produciendo en Perú”, apuntaron los investigadores. (Puede interesarle: Se cumplen 20 años de la primera imagen de la Tierra desde otro planeta)
Para superar el escaso o incipiente estado de conocimiento de los escarabajos del país, como lo calificaron los entomólogos, estos proponían avanzar en las investigaciones para así poder “evaluar el estado de amenaza de nuestras especies endémicas en el contexto actual”, pues varios fenómenos como la deforestación y el avance de la frontera agrícola y ganadera constituyen las principales amenazas, no solo para estos insectos, sino para varios de los ecosistemas nacionales.
En estos esfuerzos investigativos, resaltaban los expertos, hay unos lugares que juegan un papel clave y que han acaparado varios titulares en las últimas semanas: las colecciones biológicas. “Las colecciones entomológicas colombianas, como repositorios de nuestra biodiversidad, son fuentes de información esenciales en el desarrollo de la coleopterología en el país”, escribieron.
De hecho, las colecciones biológicas, también jugaron un rol fundamental en la historia del redescubrimiento del Chalcochlamys dohrni. Como dice Neita, de no haber existido el registro del escarabajo descrito por Ohaus, habría sido imposible para sus colegas estadounidenses saber que se trataba de una especie que ya contaba con una descripción científica.
Neita, quien es el curador de la Colección de Entomología más grande del país, con más de 60.000 registros de coleópteros, define estos lugares como una caja de pandora. “Cuando uno las abre, empiezan a contarle y a reconstruir la historia natural del país, empiezas a entender cómo se distribuye la biodiversidad en este país. Si nosotros no le damos la importancia —sentencia Neita— muchas de las especies se van a extinguir sin que siquiera las tengamos en una colección”.
Precisamente, la poca importancia que están teniendo las colecciones biológicas en varios lugares del mundo, incluido Colombia, impulsó a que tres de las sociedades científicas más importantes a nivel mundial (la Sociedad para el Estudio de la Evolución, la Sociedad de Biólogos Sistemáticos y la Sociedad Estadounidense de Naturalistas) expresaran su “profunda preocupación por la continua reducción del apoyo a las colecciones biológicas”.
Aunque su pronunciamiento está motivado por tres casos puntuales, reconocen que la preocupación “es más ampia”. Uno de los casos reseñados por las sociedades científicas es el de la colección biológica del Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la Universidad Nacional que, como hemos contado en varias notas, requiere la construcción de nueva infraestructura para la preservación de tres millones de ejemplares biológicos que alberga la colección. Aunque las obras ya cuentan con diseños y plan financiero, la institución educativa no tiene los 100.000 millones de pesos que se requieren para la construcción de los edificios.
“Las colecciones biológicas —apuntaron las sociedades científicas— han sido, durante mucho tiempo, la piedra angular de la investigación, el descubrimiento y la resolución de problemas en el campo de la biología evolutiva y muchas otras disciplinas”. Por eso, al igual que los entomólogos colombianos en 2021, hicieron un llamado a las autoridades para apoyar las labores de estos lugares que, como en la historia del redescubrimiento de Neita, han sido claves para la historia de la ciencia.
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