El revelador libro del último discípulo de Stephen Hawking
Fragmento de “Sobre el origen del tiempo”, de Thomas Hertog, sobre ser testigo por 20 años de los descubrimientos del gran astrofísico fallecido hace seis años sobre el universo. En Colombia con el sello editorial Aguilar.
Thomas Hertog * / Especial para El Espectador
Stephen solía aceptar un nuevo estudiante de doctorado cada año para trabajar con él sobre alguno de sus proyectos de alto riesgo pero alta ganancia, bien fuera sobre agujeros negros (estrellas colapsadas ocultas tras un horizonte) o sobre el big bang. Intentaba alternar, asignando un estudiante para que trabajase sobre agujeros negros y el siguiente sobre el big bang, de manera que en todo momento su círculo de estudiantes de doctorado abarcase los hilos de su investigación. Lo hacía así porque los agujeros negros y el big bang eran como el yin y el yang de su pensamiento: muchas de las ideas clave de Stephen acerca del big bang se pueden relacionar con ideas previas desarrolladas en el contexto de los agujeros negros. (Recomendamos: Prográmese para la Feria Internacional del libro, desde el próximo 17 de abril).
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Stephen solía aceptar un nuevo estudiante de doctorado cada año para trabajar con él sobre alguno de sus proyectos de alto riesgo pero alta ganancia, bien fuera sobre agujeros negros (estrellas colapsadas ocultas tras un horizonte) o sobre el big bang. Intentaba alternar, asignando un estudiante para que trabajase sobre agujeros negros y el siguiente sobre el big bang, de manera que en todo momento su círculo de estudiantes de doctorado abarcase los hilos de su investigación. Lo hacía así porque los agujeros negros y el big bang eran como el yin y el yang de su pensamiento: muchas de las ideas clave de Stephen acerca del big bang se pueden relacionar con ideas previas desarrolladas en el contexto de los agujeros negros. (Recomendamos: Prográmese para la Feria Internacional del libro, desde el próximo 17 de abril).
Tanto en el interior de los agujeros negros como en el big bang, el macromundo de la gravedad se funde con el micromundo de los átomos y las partículas atómicas. De un modo u otro, en estas condiciones extremas la teoría de la relatividad de Einstein sobre la gravedad y la teoría cuántica deberían funcionar de manera conjunta. Pero no lo hacen, y eso suele considerarse uno de los grandes problemas no resueltos de la física. Por ejemplo, ambas teorías implican una visión distinta por completo de la causalidad y el determinismo. Mientras que la teoría de Einstein se aferra al viejo determinismo de Newton y Laplace, la teoría cuántica contiene un elemento fundamental de incertidumbre y aleatoriedad, y retiene solo una noción reducida de determinismo, más o menos la mitad de lo que Laplace imaginaba que debía ser. Con los años, el grupo de gravedad de Stephen y su diáspora habían hecho más que ningún otro grupo de investigación del mundo por poner de manifiesto las profundas preguntas conceptuales que surgen cuando uno intenta casar los principios en apariencia contradictorios de estas dos teorías físicas dentro de un único marco armonioso.
Entretanto, Stephen había quedado «arreglado», en palabras de su enfermera, y de nuevo estaba haciendo clics.
«Quiero que trabajes conmigo sobre la teoría cuántica del big bang…».
Al parecer, había llegado en año de big bang.
«… para poner orden en el multiverso». Me miró con una amplia sonrisa, los ojos de nuevo brillantes. Ahí lo tenía. Ni filosofando ni apelando al principio antrópico, sino entretejiendo la teoría cuántica y la cosmología; así es como íbamos a domeñar el multiverso. Tal como lo expresó, parecía el enunciado de unos simples deberes para casa, y, aunque pude discernir en su semblante que se había puesto manos a la obra, no tenía la menor idea de adónde se dirigía la nave espacial Hawking.
«Me estoy muriendo…», apareció en la pantalla.
Me quedé helado. Miré a su enfermera, que leía tranquila en una esquina del despacho. Miré de nuevo a Stephen, que parecía estar bien, por lo que podía ver, y seguía atareado con sus clics.
«… por… una… taza… de… té».
Estábamos en Inglaterra y eran las cuatro de la tarde.
¿Universo o multiverso? ¿Diseño/diseñador o no? Esta es la pregunta decisiva que había de mantenernos ocupados durante veinte años. Unos deberes nos llevaron a otros y pronto Stephen y yo nos encontramos en medio de lo que iba a convertirse en uno de los más acalorados debates de la física teórica de la primera parte del siglo XXI. Casi todos tenían una opinión sobre el multiverso, aunque nadie acabase de saber por dónde cogerlo. Lo que comenzó como un proyecto de doctorado bajo su supervisión evolucionó hacia una intensa y maravillosa colaboración que solo quedó truncada con la muerte de Stephen el 14 de marzo de 2018.
Lo que estaba en juego en nuestras pesquisas no era solo la naturaleza del big bang, ese enigma en el centro de la existencia, sino también el significado más profundo de las leyes de la naturaleza. En definitiva, ¿qué descubre la cosmología sobre el mundo? ¿Cómo encajamos nosotros en él? Esas consideraciones alejan la física de su zona de confort. Pero es justo ahí donde Stephen quería meterse y donde su incomparable intuición, forjada durante décadas de profunda reflexión sobre el cosmos, resultó ser profética.
Como tantos otros antes que él, el joven Hawking veía las leyes de la naturaleza como verdades inmutables y eternas. «Si descubriéramos una teoría completa, conoceríamos la mente de Dios», escribió en Historia del tiempo. Más de diez años después, durante nuestro primer encuentro, y con el multiverso de Linde omnipresente, me pareció que su posición no era tan firme. ¿En realidad proporciona la física unos fundamentos cuasidivinos que operan en el origen del tiempo con el big bang? ¿Y los necesitamos?
Pronto descubriríamos que el péndulo platónico había llegado demasiado lejos en la física teórica. Cuando seguimos el universo atrás en el tiempo hasta sus primeros instantes, encontramos un nivel más profundo de evolución en el que las propias leyes físicas comienzan a cambiar y evolucionar en una suerte de metaevolución. En el universo primigenio, las reglas de la física se transmutan mediante un proceso de variación aleatoria y selección que recuerda la selección darwiniana, y las especies de partículas, las fuerzas y, como argumentaremos, el propio tiempo se desvanecen en el big bang. Y, lo que es más, Stephen y yo llegamos a ver el big bang no ya como el principio del tiempo, sino también como el origen de las leyes de la física. En el núcleo de nuestra cosmogonía descansa una nueva teoría física del origen del big bang que, como llegamos a comprender, al mismo tiempo encierra el origen de la teoría.
Trabajar con Stephen fue un viaje no solo a los bordes del espacio y el tiempo, sino también a lo más profundo de su mente, a aquello que definía a Stephen. Nuestra búsqueda en común nos acercó. Era un verdadero indagador. Estando a su lado resultaba imposible no verse influido por su determinación y su optimismo epistémico, que lo llevaban a creer que aquellas enigmáticas preguntas cósmicas eran tratables. Stephen nos hacía sentir que estábamos escribiendo nuestra propia historia de la creación, y, en cierto sentido, lo hicimos.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.