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Este 26 de octubre, la revista académica Antiquity, especializada en temas de arqueología, publicó un estudio que ha capturado la atención de varios medios de comunicación. En ella, sus autores explican cómo, a partir de imágenes satelitales que habían sido capturadas durante la Guerra Fría, hallaron nuevas construcciones romanas que no tenían en su radar. (Lea Descubren que las chimpancés también tienen menopausia)
Según explican en el estudio, estas imágenes, captadas por los satélites espía CORONA y HEXAGON en las décadas de 1960 y 1970, eran “clasificadas” y no habían podido acceder a ellas. Sin embargo, tras quedar “libres”, han permitido a los arqueólogos entender mejor lo que hay en un área del Medio Oriente que no han podido investigar en profundidad. Ubicada entre Siria e Irak, hoy está cubierta de construcciones modernas.
Como relatan en su investigación, liderada por Jesse Casana, del Departamento de Antropología del Dartmouth College, Hannover, en EE.UU., en la década de 1920 empezaron a surgir las primeras señales, gracias a los trabajos de sacerdote jesuita francés Antoine Poidebard. (Lea Periodistas y científicos: la importancia de aliarse)
“Él llevó a cabo uno de los primeros estudios arqueológicos aéreos del mundo, utilizando un biplano y una cámara para documentar cientos de fuertes antiguos y otros sitios en lo que hoy es Siria, Irak y Jordania”, anotan los autores. Halló “cientos de fuertes y otros sitios previamente desconocidos”.
Pero Poidebard no logró rastrear todo lo que se escondía en este punto. Casana y su equipo descubrieron que había muchos más fuertes de lo que ellos pensaban. En total, hallaron 396 y no solo 116, como se creía.
“También hemos encontrado numerosas fortalezas más grandes y complejas, compuestas por múltiples edificios y muros de recinto más grandes de hasta 200 metros por lado”, escriben en el artículo.
El hallazgo pone en duda la teoría que los arqueólogos habían barajado desde 1930 acerca del propósito de esas construcciones. En principio, sospecharon que se trataba de una fortificación que definía la frontera del Imperio Romano.
“Desde la década de 1930, historiadores y arqueólogos han debatido el propósito estratégico o político de este sistema de fortificaciones. Pero pocos estudiosos han cuestionado la observación básica de Poidebard de que había una línea de fuertes que definían la frontera oriental romana”, dijo Casana al diario inglés The Guardian.
Lo que ahora piensan los científicos es que estos fuertes fueron levantados con el propósito de proteger las caravanas que viajaban hacia territorios no romanos, además de facilitar las comunicaciones entre el este y el oeste. Posiblemente, escriben, fueron levantados para ofrecer “agua a los camellos y al ganado y proporcionan un lugar para que los viajeros cansados coman, beban y duerman, desempeñando así un papel fundamental en uniendo oriente y occidente”.
Todo eso parece indicar que las fronteras del mundo romano no eran tan rígidas como se ha creído. Para Casana, estas fortificaciones y las imágenes que han aparecido sobre ellas revelan un gran potencial para entender mejor lo que sucedió en Oriente y su relación con el Imperio Romano.
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