Implantes cerebrales ayudan a cinco pacientes a recuperarse de accidentes
Cinco pacientes que sufrieron traumatismos craneoencefálicos recuperaron parte de las habilidades perdidas gracias a electrodos que les fueron implantados en el cerebro.
Hace 22 años, Gina Arata, una mujer de Modesto (Estados Unidos), sufrió un traumatismo craneoencefálico tras chocarse en su carro. Luego del accidente, Arata no recordaba nada y su pie izquierdo se caía constantemente, “así que me tropezaba con muchas cosas todo el tiempo. Siempre tenía accidentes de coche y no tenía filtro: me enfadaba con mucha facilidad”, recuerda ahora. (Puede leer: Un colombiano hace parte de los 10 científicos que “están a punto de cambiar el mundo”)
Hace unos años, los padres de Arata se enteraron que la facultad de Medicina de la Universidad estaba llevando a cabo una investigación con personas que habían sufrido accidentes similares al de su hija. En 2018, es decir, diecisiete años después del traumatismo, la facultad la aceptó en sus ensayos que consistían en implantar un dispositivo en lo más profundo de su cerebro.
En términos más técnicos, explica la revista Nature, tanto a Arata como a otras cuatro personas les implantaron electrodos cerca de la parte lateral del tálamo en ambos hemisferios del cerebro. El objetivo, en términos muy generales, consistía en estimular las redes que el accidente había afectado. (Le puede interesar: La primera fotografía clara de la Estación espacial china)
¿Y funcionó? Los científicos involucrados en el experimento publicaron los resultados hace algunos días en la revista académica Nature Medicine. Sin embargo, la respuesta de Arata es clara: “Desde el implante no me han puesto ninguna multa por exceso de velocidad. Ya no tropiezo. Puedo recordar cuánto dinero hay en mi cuenta bancaria. No sabía leer, pero después del implante me compré un libro ‘Donde cantan los cangrejos’ y me encantó y lo recordé. Y ya no tengo ese carácter tan rápido”.
De acuerdo con la Universidad de Stanford, tanto a Arata como a los otros cuatro participantes, “el dispositivo experimental de estimulación cerebral profunda les devolvió, en distintos grados, las capacidades cognitivas que habían perdido por lesiones cerebrales años atrás”. (También puede leer: Nevado del Ruiz: el SGC reportó aumento en anomalía térmica, ¿en qué consiste?)
En palabras más precisas, los resultados del ensayo mostraron que los cinco participantes tuvieron una mejora en la velocidad de procesamiento tras aplicársele una prueba cognitiva a los tres meses de implantarles los electrodos. Frente a los resultados antes de la intervención, su velocidad de procesamiento aumentó entre un 15 y un 52 %.
Según cuentan los investigadores, la intervención fue tan efectiva que se les dificultó terminar el ensayo como lo habían contemplado desde un inicio. Originalmente, los científicos tenían pensado retirar el dispositivo de algunos de los participantes de manera aleatoria para ver qué cambios tenían los pacientes. Sin embargo, dos pacientes se negaron a esto, pues temían perder los avances ganados con los electrodos. (Puede interesarle: Encontraron un “cementerio” antiguo cerca del Ártico, pero sin restos humanos)
Aunque para Nicholas Schiff, coautor principal del estudio y profesor de Weill Cornell Medicine, este es un “momento pionero”, el objetivo será “intentar dar los pasos sistemáticos para convertir esto en una terapia. Esto es señal suficiente para que nos esforcemos”.
Hace 22 años, Gina Arata, una mujer de Modesto (Estados Unidos), sufrió un traumatismo craneoencefálico tras chocarse en su carro. Luego del accidente, Arata no recordaba nada y su pie izquierdo se caía constantemente, “así que me tropezaba con muchas cosas todo el tiempo. Siempre tenía accidentes de coche y no tenía filtro: me enfadaba con mucha facilidad”, recuerda ahora. (Puede leer: Un colombiano hace parte de los 10 científicos que “están a punto de cambiar el mundo”)
Hace unos años, los padres de Arata se enteraron que la facultad de Medicina de la Universidad estaba llevando a cabo una investigación con personas que habían sufrido accidentes similares al de su hija. En 2018, es decir, diecisiete años después del traumatismo, la facultad la aceptó en sus ensayos que consistían en implantar un dispositivo en lo más profundo de su cerebro.
En términos más técnicos, explica la revista Nature, tanto a Arata como a otras cuatro personas les implantaron electrodos cerca de la parte lateral del tálamo en ambos hemisferios del cerebro. El objetivo, en términos muy generales, consistía en estimular las redes que el accidente había afectado. (Le puede interesar: La primera fotografía clara de la Estación espacial china)
¿Y funcionó? Los científicos involucrados en el experimento publicaron los resultados hace algunos días en la revista académica Nature Medicine. Sin embargo, la respuesta de Arata es clara: “Desde el implante no me han puesto ninguna multa por exceso de velocidad. Ya no tropiezo. Puedo recordar cuánto dinero hay en mi cuenta bancaria. No sabía leer, pero después del implante me compré un libro ‘Donde cantan los cangrejos’ y me encantó y lo recordé. Y ya no tengo ese carácter tan rápido”.
De acuerdo con la Universidad de Stanford, tanto a Arata como a los otros cuatro participantes, “el dispositivo experimental de estimulación cerebral profunda les devolvió, en distintos grados, las capacidades cognitivas que habían perdido por lesiones cerebrales años atrás”. (También puede leer: Nevado del Ruiz: el SGC reportó aumento en anomalía térmica, ¿en qué consiste?)
En palabras más precisas, los resultados del ensayo mostraron que los cinco participantes tuvieron una mejora en la velocidad de procesamiento tras aplicársele una prueba cognitiva a los tres meses de implantarles los electrodos. Frente a los resultados antes de la intervención, su velocidad de procesamiento aumentó entre un 15 y un 52 %.
Según cuentan los investigadores, la intervención fue tan efectiva que se les dificultó terminar el ensayo como lo habían contemplado desde un inicio. Originalmente, los científicos tenían pensado retirar el dispositivo de algunos de los participantes de manera aleatoria para ver qué cambios tenían los pacientes. Sin embargo, dos pacientes se negaron a esto, pues temían perder los avances ganados con los electrodos. (Puede interesarle: Encontraron un “cementerio” antiguo cerca del Ártico, pero sin restos humanos)
Aunque para Nicholas Schiff, coautor principal del estudio y profesor de Weill Cornell Medicine, este es un “momento pionero”, el objetivo será “intentar dar los pasos sistemáticos para convertir esto en una terapia. Esto es señal suficiente para que nos esforcemos”.