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Cada vez más investigaciones se centran en entender los efectos y consecuencias que trae la contaminación a los ecosistemas, flora y fauna. Un reciente estudio publicado en la revista Science se basó en comprender si la contaminación acústica provocada por el tráfico de los carros tenía o no un impacto en el crecimiento de los pájaros.
En los resultados, los investigadores explicaron que habían podido determinar que las aves no eclosionadas (es decir, aquellas que todavía no han salido del huevo) y las crías que han estado expuestas a la contaminación acústica de los carros tienen efectos negativos a largo plazo en su salud, crecimiento y reproducción.
Estos resultados darían más pistas de que “el sonido tiene un impacto mucho más fuerte y directo en el desarrollo de las aves de lo que sabíamos antes”, según dijo a The Guardian Mylene Mariette, experta en comunicación de aves de la Universidad Deakin (Australia) y coautora del estudio.
Hasta el momento, los estudios que se habían llevado a cabo concluyeron que, efectivamente, el ruido causaba estrés en las aves y que, en algunos casos, podía dificultar su comunicación. Sin embargo, no se tenía claro si las consecuencias de este estrés los afectaban desde pequeños.
Para esta investigación, el equipo liderado por Mariette expuso rutinariamente y durante cinco días a los huevos de una especie de pájaro conocida como pinzón cebra (Taeniopygia guttata). En este tiempo les pusieron diversos sonidos, como los cantos relajantes de esta especie, el ruido del tráfico de la ciudad, motores acelerando y, en algunos momentos, los dejaban en completo silencio.
El experimento también lo hicieron con los polluelos recién nacidos por cuatro horas en la noche y durante, al menos, tres noches. Los padres de las aves, sin embargo, no fueron expuestos a los sonidos. Tras analizar los resultados, encontraron que los huevos de aves tenían casi un 20% menos de probabilidades de eclosionar si se exponían al ruido del tráfico.
En cuanto a los polluelos que eclosionaron, hallaron que eran más de un 10% más pequeños y casi un 15% más livianos que las otras crías. Además, analizaron sus glóbulos rojos y sus telómeros (que es un fragmento de ADN que se acorta con el estrés y la edad). Determinaron que estaban más erosionados y más cortos que los de ejemplares de la misma edad.
Estos efectos en su salud perduraron incluso cuando ya no estaban expuestos a la contaminación y permanecieron hasta su edad reproductiva, es decir, cuatro años después. Los resultados también mostraron que estas aves, durante las primeras etapas de sus vidas, produjeron menos de la mitad de crías.
Los resultados, añadió Mariette, fueron sorprendentes, pues “la exposición a la contaminación acústica fue relativamente leve y solo durante cuatro horas al día. Esperábamos algunos efectos, pero no tan fuertes”.
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