La historia geológica de eso que llamamos Colombia comenzó hace 1.810 millones de años
Geológicamente hablando, el territorio que ocupa Colombia cumple 1.810 millones de años, un aniversario que develan rocas de los Llanos Orientales. Más hacia el oriente, se verá que Venezuela es aún más antigua y Brasil lo es todavía más.
Lisbeth Fog Corradine
@lisbethfog
El geólogo que lo ha confirmado es Mauricio Ibáñez, PhD en geoquímica de la Universidad de Arizona, Estados Unidos, donde actualmente es profesor asistente. Lo sabe porque desde sus estudios de doctorado quiso explorar una región poco conocida geológicamente y estaba seguro de que en ese gran territorio del país se escondía la historia más antigua de lo que hoy llamamos Colombia. Así que para allá partió a recolectar rocas que encontraba en las orillas de los ríos y recorrió algunos de ellos como el Caquetá, el Vaupés, el Inírida y el Orinoco hasta su desembocadura en el Atlántico. “Las carreteras del oriente de Colombia son los ríos”, dice, y es en ellos donde ha navegado en lancha y en botes pequeños como curiaras y peque peques. “Donde hay raudales los ríos exponen el basamento rocoso”, explica, mientras recuerda las maniobras para acercarse a las orillas y con su martillo extraer la prueba de este aniversario colombiano.
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El geólogo que lo ha confirmado es Mauricio Ibáñez, PhD en geoquímica de la Universidad de Arizona, Estados Unidos, donde actualmente es profesor asistente. Lo sabe porque desde sus estudios de doctorado quiso explorar una región poco conocida geológicamente y estaba seguro de que en ese gran territorio del país se escondía la historia más antigua de lo que hoy llamamos Colombia. Así que para allá partió a recolectar rocas que encontraba en las orillas de los ríos y recorrió algunos de ellos como el Caquetá, el Vaupés, el Inírida y el Orinoco hasta su desembocadura en el Atlántico. “Las carreteras del oriente de Colombia son los ríos”, dice, y es en ellos donde ha navegado en lancha y en botes pequeños como curiaras y peque peques. “Donde hay raudales los ríos exponen el basamento rocoso”, explica, mientras recuerda las maniobras para acercarse a las orillas y con su martillo extraer la prueba de este aniversario colombiano.
Viajó solamente en tiempo seco, cuando los ríos bajan el nivel de sus aguas y se asoman las rocas que esconden en época de lluvias, aquellas que le hablan de historias antiquísimas, incluso de cuando en el planeta no respiraba una mosca ni brillaba el verde de las plantas con el sol. Era un paisaje sombrío y desolado. Solo rocas que hoy, con el paso de los millones de años, han sido transformadas por diferentes eventos geológicos y se presentan como granitos, superduras, con visos rosados, salpicadas por puntos oscuros. Las llaman sienogranitos, muy ricas en un mineral, el feldespato potásico, que le da el color rosado.
“Somos historiadores de la Tierra”, afirma, porque lo que a él le ha interesado es la geocronología, el estudio de la edad de las rocas y la de todos los procesos geológicos. Son las rocas, el territorio y las comunidades que viven en sitios remotos sus contertulios. Aprendió a conversar con ellos gracias al geólogo holandés Thomas van der Hammen, abuelo de compañeras de colegio, quien fue a darles una charla en el salón de clase. Ahí comenzaron sus preguntas, y como “en ningún lugar encontraba respuestas”, desde entonces ha dedicado su carrera a resolverlas.
¿Cómo encontró respuestas?
En la obra The Geology of Colombia, realizada por el Servicio Geológico Colombiano, que se presenta del 24 al 27 de noviembre de manera virtual en el simposio “The Geology of Colombia: la historia geológica del territorio colombiano”. Ibáñez es autor de dos capítulos en los que revela que si bien ya se sabía que en el oriente colombiano estaban las rocas más antiguas del país, tan solo recientemente han podido datarse con precisión utilizando la tecnología que hoy está disponible. El resultado: son aún más antiguas de lo que se pensaba anteriormente; están sobre el río Inírida y más al oriente, en el río Atabapo.
Lo confirmó cuando metió las más de 60 muestras que desprendió de las paredes de los ríos en un espectrómetro de masas, dispositivo que en el laboratorio reconoce los diferentes elementos químicos de un material y los filtra por el peso de sus átomos. En las rocas buscaba circones, unos cristales superpequeños que atrapan el uranio, lo encapsulan en su estructura y a medida que pasan los millones de años este elemento emite radiación y se transforma en plomo. “La velocidad a la que el uranio decae radiactivamente y se convierte en plomo es muy baja, lo que nos permite ir muy atrás en la historia geológica, incluso hasta la formación de la Tierra y de nuestro sistema solar”.
Aunque de sus rocas, que pesaban entre dos y cinco kilos, solo logró separar unas cuantas milésimas de gramo de circón, “en el laboratorio logramos medir su concentración de uranio y de plomo, y con eso calculamos la edad del circón, o sea el momento en que se formó la roca”, explica. “La base de roca del norte de Suramérica, -el escudo amazónico-, que comprende Venezuela, Guayanas, el oriente de Colombia y de Perú, Ecuador y el norte de Brasil, es un fragmento de continente muy antiguo que ha participado en todos estos supercontinentes y es una de las piezas claves para reconstruir y entender la historia tectónica de nuestro planeta”.
Hasta la fecha los geólogos habían agrupado las rocas de la región en una única unidad, el llamado Complejo Migmático de Mitú. “Ahora yendo a campo y utilizando métodos analíticos modernos, como la geocronología, sabemos que hay una variedad enorme de rocas, con una variedad de edades y procesos geológicos que las formaron”, afirma Ibáñez. Pero sus más de 60 muestras tan solo representan pequeños fragmentos de un área que en total comprende el 70 % del territorio colombiano, “o sea que falta mucha región por descubrir”.
Vivencia que valora
Ibáñez tiene decenas de libretas de campo con anotaciones geológicas, pero también con cientos de historias que escucha de labios de las comunidades que viven en los sitios que visita. En el Araracuara, por ejemplo, sus anfitriones pertenecían a la comunidad indígena guacamayo, de los muinas. Vicente Macuritofe, líder de conocimiento tradicional y espiritual de la comunidad, de unos 90 años, lo aleccionaba: reunidos en la maloca al caer el sol, cuando Ibáñez le describía sus peripecias para recolectar rocas que luego analizaría en el laboratorio, Macuritofe le contaba cómo se formó el río Caquetá, una historia plagada de animales, árboles y agua. Un intercambio de saberes que da cuenta de las diferentes miradas de conocimiento científico y tradicional hacia un mismo territorio, pero que coinciden en contar historias de millones de años atrás.
*El título de esta nota fue editado el 24 de noviembre tras su publicación, para no equiparar el concepto de Colombia como nación con el del territorio y su historia geológica.