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Un grupo de investigadores del Laboratorio Europeo de Biología Molecular (EMBL, por sus siglas en inglés) llevó a cabo un particular experimento para comprender mejor el efecto que estaban teniendo los agroquímicos en los insectos. ¿Qué pasaba cuando, por ejemplo, las larvas de la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) estaban expuestas al glifosato, así fueran dosis muy bajas? ¿Se alteraba algo en su sistema si se enfrentaban a la dodina?
Estas y otras inquietudes llevaron al grupo a realizar una serie de experimentos con 1.024 agroquímicos (entre ellos herbicidas, acaricidas, fungicidas y hasta matarratas) para ver sus efectos en estos insectos. Sus resultados, publicados en la revista Science, sugieren que si bien la mayoría de estos compuestos no matan a los insectos, sí provocan una serie de alteraciones en su conducta y su desarrollo.
Las alteraciones, a los ojos de los investigadores, hace que se comprometa la supervivencia de los insectos. Por ejemplo, volviendo al caso inicial de la mosca de fruta, una exposición al glifosato (un herbicida), puede provocar que se encorven y aumente la frecuencia en la que cabecean, lo que termina alterando sus desplazamientos.
Lautaro Gándara, autor principal del estudio e investigador del EMBL, en entrevista con El País, señala que “una molécula a la que le ponen el rótulo de insecticida y la venden como insecticida no es tan distinta de una herbicida o de un fungicida, químicamente tienen una estructura muy parecida”.
Por eso, anota, tiene sentido que, aunque en sus etiquetas lo vendan como otros productos diferentes a los insecticidas, al final compartan una identidad química tan similar. “Es esperable que tengan los mismos efectos”, sugiere.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores expusieron a dosificaciones diferentes a una serie de grupos de larvas de la mosca de fruta que se encontraba en su tercer estadio, es decir, aquellas que se encontraban en una fase previa a la pupa.
En los resultados, el grupo reseña que la mayoría de las larvas que estuvieron expuestas a las dos primeras dosis de insecticidas murieron. Sin embargo, lo que les llamó la atención es que, independientemente de la dosis, el 57% de los agroquímicos afectaban su conducta y desarrollo. Además, anotan, les pareció curioso que 384 de estas moléculas no eran insecticidas.
“En las poblaciones de control que no fueron expuestas a las sustancias, la frecuencia en las que se encorvan es muy baja, el tiempo en el que cabecean, buscando alimento, es diferente, y también lo son sus `patrones de movimiento”, explica el investigador.
Gándara añade que, si bien no están claros algunos comportamientos ,como por ejemplo que duren tanto tiempo encorvados, lo que si tienen claro es que no es un comportamiento natural. “Se supone que un insecticida tiene que matar insectos. Incluso herbicidas, fungicidas son moléculas diseñadas para matar formas de vida. Pero lo que nosotros estamos detectando son efectos sub letales a concentraciones muy por debajo de las que matan a los organismos”, comenta.
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