Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El 4 de agosto del 2019 miles de colombianos escucharon hablar por primera vez de la bióloga Mabel Torres. Aunque en febrero se había convertido en una de las 43 integrantes de la Misión de Sabios, ese día su cara comenzó a ser más conocida gracias al programa Los Informantes, del Canal Caracol. “El nombre de Mabel Torres debería ser tan conocido como el de Rodolfo Llinás. Juega en las mismas ligas del conocimiento científico”, dijeron en la presentación del reportaje. “Es una bióloga con una sonrisa enorme casi tan grande como su deseo de que el país voltee la cara hacia el Pacífico, un paraíso para la ciencia y el desarrollo, pero que es tan desconocido como ella misma”.
A lo largo de los 15 minutos de la nota de televisión, los colombianos se enteraron de que Torres nació en Bahía Solano, fue la menor de ocho hermanos, estudió biología en la Universidad del Valle, donde también completó una maestría antes de viajar a México, a la Universidad de Guadalajara, para consagrarse a un doctorado. También conocieron en un pincelazo sus dos principales obsesiones como científica: un hongo llamado ganoderma, utilizado como medicamento por varias tradiciones asiáticas, y la necesidad de conectar la investigación científica con el desarrollo empresarial para darle un impulso económico a regiones como el Chocó.
Dejando de lado que Rodolfo Llinás ha publicado a lo largo de su vida cerca de 400 artículos en las mejores revistas científicas del mundo y en la hoja de vida de Torres se reseñan 21, 10 de ellas en la revista institucional de su propia universidad, la U. Tecnológica del Chocó, el programa resultó un buen perfil de una mujer que ha ido abriéndose paso en los difíciles y casi siempre malagradecidos caminos de la investigación en Colombia. Salvo por un detalle. Frente a las cámaras, como ya lo había hecho en otros escenarios, contó que luego de estudiar hongos del género ganoderma durante varios años, y al regresar a Chocó, decidió elaborar una “bebida líquida funcional con ganoderma y otros extractos de frutas del Pacífico. Esta bebida la tomaron algunos pacientes y tuvimos casos positivos de resolución en cáncer de cérvix, seno y cerebro, especialmente”. Cada año mueren en el mundo cerca de un millón de personas por estos tres tipos de cáncer. Tener una terapia para estas enfermedades transformaría la historia de la medicina.
Mabel Torres se convirtió el pasado 30 de diciembre en la primera ministra de Ciencia de Colombia, luego de ganarse la atención de la comunidad científica y el Gobierno Nacional por su liderazgo en el Chocó. Al hacer el anuncio, el presidente Iván Duque dijo que ahora ella “tiene como mandato trabajar con todos nosotros para que la ciencia, tecnología e innovación crezcan y florezcan en el país. En sus tareas estará la puesta en marcha del Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología, la aplicación de las recomendaciones de la Misión de Sabios, pero adicionalmente el fortalecimiento presupuestal del sector”. Días atrás, el periódico El Espectador la incluyó en su lista de afrocolombianos destacados del 2019, categoría ciencia.
El desarrollo de medicamentos a partir de plantas medicinales o de sustancias sintéticas en un laboratorio exige a los investigadores recorrer un largo camino desde que aparece la sospecha de su potencial curativo hasta que logran demostrar su eficacia, que no sea tóxico y finalmente se convierta en un producto comercializable, con permisos de las autoridades de salud.
Un camino que puede tomar entre 10 y 20 años, dependiendo de la capacidad financiera, y debe estar respaldado por artículos científicos de la calidad más alta, por estar en juego la salud humana. Se estima que solo una de cada 10.000 moléculas estudiadas llega a convertirse en fármaco y sacar adelante esa molécula cuesta, según el mantra que se repite en la industria, unos US$1.000 millones.
En el currículo que Mabel Torres presentó ante Colciencias, institución que se transformó en el Ministerio de Ciencia y ella preside, reportó 21 artículos científicos. Siete de ellos directamente relacionados con ganoderma y otros 11 con hongos en general. Su trabajo con este hongo demuestra que llegó a una etapa valiosa, pero muy básica, de conocimiento: se trata de estudios taxonómicos, es decir, clasificación botánica. Sus publicaciones académicas muestran el esfuerzo que como investigadora ha hecho por recolectar diferentes especies del hongo en América y la necesidad de clasificarlas y estudiarlas en mayor profundidad.
Su trabajo más importante como científica, la tesis de grado para doctora en la Universidad de Guadalajara, da cuenta de esto. En el documento final explica que “los límites taxonómicos entre los géneros no son claros y muchas especies continúan con una posición taxonómica dudosa”. Por eso se lanzó a estudiar más de 400 especímenes de 43 especies, incluyendo 32 tipos de ganoderma y géneros relacionados. Entre los logros de su tesis está el descubrimiento de una nueva especie y aclarar la posición taxonómica de otras 16 especies.
La única publicación reseñada en su currículo que va más allá de un esfuerzo taxonómico del ganoderma, de la cual el autor principal es Carlos Pérez, de la Universidad de Córdoba, y ella es coautora, apareció en 2016 en una revista cubana y corresponde a un experimento para evaluar las actividades antioxidantes del ganoderma en el tratamiento de leishmaniasis. Pero, como los mismos autores lo reconocen, no tuvieron la suerte que esperaban: “el extracto etanólico de Ganoderma sp. no mostró actividad leishmanicida, factor que posiblemente esté asociado a la ausencia de compuestos heterocíclicos nitrogenados, los cuales son los que comúnmente se relacionan con este tipo de actividad”.
El impacto de sus investigaciones, un indicador importante entre los científicos, porque muestra el interés que despierta en su propia comunidad, es bajo. Al buscar en la base de datos Scopus, aparecen tan solo cinco documentos con su nombre, que han sido citados 28 veces por 22 documentos. Su índice de impacto, conocido como índice H, es de cuatro.
Si se compara con alguien del mismo campo como Inge Armbrecht, directora del posgrado en ciencias-biología de la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas de la Universidad del Valle, esta investigadora registra 33 documentos citados 779 veces en 687 documentos y un índice H de 9.
Elena Stashenko, directora del Centro Nacional de Investigaciones para la Agroindustrialización de Especies Vegetales Aromáticas y Medicinales Tropicales de la Universidad Industrial de Santander (Bucaramanga), quien lleva casi 30 años explorando potenciales usos de la biodiversidad colombiana, aparece como autora en 161 documentos y su índice H es de 31. Su producción académica ha sido citada 3539 veces en 2789 documentos.
En el listado de los 800 investigadores colombianos más citados del portal Webometrics (que usa el índice H calculado por Google Scholar) no aparece el nombre de Mabel. Stashenko figura en el puesto 35.
De espaldas a los métodos de la ciencia
Si Mabel Torres no tiene una línea de investigación sobre el potencial terapéutico del ganoderma para el cáncer, ¿por qué fabricó una bebida y comenzó a tratar pacientes? ¿Por qué se saltó todos los difíciles estudios químicos para detectar una posible molécula con actividad terapéutica en este hongo, los estudios in vitro con células para demostrar su actividad biológica, los estudios con animales y, finalmente, las largas etapas de experimentación con humanos?
“En mi tesis de doctorado mi foco era cáncer. Pero eran apenas cuatro años y sabía claramente que no lo podía hacer todo en una tesis”, responde. “Dije: esta es la oportunidad de hacer un estudio más profundo de todo el mundo y trabajé con ganoderma de Asia, África y América tropical, concentrándome mucho en las especies de América tropical. Empecé a encontrar muchísimas cosas en ganoderma. Y eso me llevó a la siguiente fase después de mi tesis doctoral: ¿cómo utilizar metodologías que nos permitieran concentrar los compuestos bioactivos?”.
Asegura que a partir de ese punto empezó a “desarrollar metodologías para hacer extracciones (de compuestos activos) que fueran eficientes para generar esa biodisponibilidad”. No existe ninguna publicación que permita verificar que fue así.
La ministra se saltó todos los pasos del desarrollo de un producto farmacéutico a partir de plantas medicinales. Según ella, porque “había una sola manera de probarlo, y era ver cómo funcionaba en pacientes”. Acepta que le surgió “una pregunta ética y era cómo le damos esto a un paciente sin que esto lo afecte sin pasar por todos estos estudios clínicos y preclínicos que necesitan todas las fases de investigación”.
Confiesa que quería “avanzar en este proceso y poder ayudar, porque si no nos vamos a quedar esperando los 10 años de los estudios”. Justifica su decisión argumentando que “tenía una herramienta y un soporte muy importante y es que ya estaban hechos los estudios de toxicidad de ganoderma, que ya había en el mercado algunos productos, que Asia lo viene usando desde hace 2.000 años y, por lo tanto, para mí el tema ético desapareció”.
Cuenta que la primera interacción con un paciente fue por teléfono. “Me llamó y me dijo: mire doctora, encontré su número en tal parte, mi padre tiene un melanoma y a mí me gustaría... Le dije: eso no es nada probado, pero yo tengo la evidencia científica del número de metabolitos que tiene, de la concentración de los metabolitos, de lo que pueden hacer en el organismo, pero no tengo experiencia con ningún paciente. Él me dijo: no importa, doctora, yo me lo tomo. Ahí fue cuando yo empecé después de dirimir todos estos temas éticos a probar. Después de tres meses la persona me llamó y me dijo: doctora,, mi papá ya no tiene cáncer. Y empezamos con estudios a profundizar”.
Fue así, dice, como empezó a “sistematizar los datos y anecdotarios, teniendo los diagnósticos oncológicos y teniendo análisis de química sanguínea, teniendo todo el panorama del paciente”. Una vez más, nada de esto ha sido publicado. Según ella, tiene miles de datos almacenados en su computador que publicará cuando sea necesario, y no lo ha hecho porque está pensando en un proceso de patente.
Afirma que logró “varias resoluciones (la palabra que en el argot de los oncólogos se usa para decir que desapareció un cáncer). Tuvimos una persona que tenía una metaplasia de cérvix que le había hecho metástasis en seno, le había hecho metástasis en el cuerpo. Nos dimos cuenta de que el cáncer encapsuló estos tumores y, hasta este momento, hace siete años la persona está libre de cáncer. Así empezamos con pacientes y sobre todo con un profundo respeto y claridad con el paciente: no sabemos esto cómo va a funcionar en su tipo de cáncer. Mi indicación es que no deje su quimioterapia, pero podemos probar a ver qué pasa”. Dice que ha hecho esto con 14 o 15 pacientes.
Para los oncólogos colombianos, la palabra ganoderma no es desconocida. Con frecuencia llegan a sus consultorios pacientes que consumen este hongo. En internet, en tiendas naturistas e incluso entre los vendedores ambulantes se consiguen mezclas de ganoderma con café, chocolate y otras sustancias.
Lina Trujillo, ginecóloga-oncóloga del Instituto Nacional de Cancerología, ha escuchado del uso de este hongo entre algunos pacientes, pero es enfática en que no existe evidencia científica para pensar que tiene alguna utilidad en cáncer: “La introducción de nuevas terapias requiere un proceso muy serio de investigación: demostrar que es seguro y eficaz, pero cumpliendo todos los estándares éticos. Se requiere un aval y una discusión entre expertos de cada área y la certificación de las entidades regulatorias”.
Su colega Raúl Murillo, exdirector del Instituto Nacional de Cancerología y ahora director del centro de oncología de la Universidad Javeriana, cuenta que “el ganoderma es muy popular entre los pacientes”. Tanto que unos meses atrás, con otros médicos, revisaron la mejor evidencia médica publicada en el mundo sobre este tema, sin encontrar ningún respaldo serio.
El trabajo más importante de evaluación de este asunto lo llevaron a cabo Xingzhong Jin, de la U. de Tasmania; Julieta Ruiz Beguerie, de la U. de Buenos Aires; Daniel Man-yuen Sze, de la U. RMIT en Australia, y Godfrey Chan, de la Universidad de Hong Kong, quienes analizaron los artículos científicos sobre ganoderma publicados entre 1980 y 2016.
De los 257 trabajos que identificaron en los que se estudiaban los efectos clínicos del Ganoderma lucidum, como la supervivencia a largo plazo en pacientes con cáncer, la respuesta tumoral, las funciones inmunes del huésped y la calidad de vida, así como los eventos adversos asociados con su uso, al final se quedaron tan solo con cinco que cumplían sus criterios de selección.
“A pesar de que los estudios preclínicos han establecido propiedades antitumorales prometedoras del extracto de Ganoderma lucidum, los resultados de este metanálisis no confirman de manera concluyente los hallazgos de estudios anteriores. El uso de Ganoderma lucidum solo no demuestra beneficios clínicos significativos para lograr una mejor respuesta tumoral”, concluyeron. Tampoco se pudo demostrar que el uso de ganoderma aumentara la actividad de las células asesinas naturales (NK), que se ha sugerido que es un indicador de defensa personal contra las células tumorales.
Para Murillo, la evidencia científica sobre ganoderma, simple y llanamente, “no es significativa”. “No sé por qué los pacientes son tan proclives a los testimonios y a lo que ven en Youtube. Ahora, que aparezca la ministra de Ciencia diciendo algo similar tiene un poder de convencimiento increíble en los pacientes. Es un tema muy complicado y delicado”, responde.
La defensa de la ancestralidad
Otro argumento bajo el que se refugia Mabel Torres para tratar pacientes sin cumplir con los pasos de una ciencia rigurosa es “la ancestralidad”. “Puede ser que el conocimiento ancestral sea empírico y no tiene un método científico, pero sí tiene una metodología. Fue en ese momento en que me separé (de la ciencia) y, te lo decía, lo hice desde las emociones. Por qué esperar 10 años si están hechos todos los estudios de toxicidad y podemos salvar a alguien con una bebida que tú puedes hacer sin ningún riesgo para la salud. Es como si hicieras un jugo de mango en tu casa; así podemos hacer lo extractos de ganoderma. Fue muy complicado y, lo confieso, dar ese salto desde una formación muy científica para hacer esto que no está dentro de los cánones”.
Yoshie Hata, profesora del Departamento de Farmacia de la Universidad Nacional, aclara que en Colombia existe la posibilidad de registrar ante el Invima productos con plantas medicinales si se demuestra su uso en comunidades nativas y que no hayan causado efectos adversos. Pero hace una advertencia importante: “Esos productos no pueden asociarse a la cura de ninguna enfermedad específica”. “El desarrollo de medicamentos toma mucho tiempo y dinero, porque hay que comprobar la seguridad, y por otro lado hay que asegurar la eficacia, que sirve para lo que uno dice que sirve”, dice Hata.
Para Eduardo Díaz, director del Instituto de Bioética de la Universidad Javeriana, la postura de la ministra deja muchas preguntas abiertas: “¿Cómo es eso de que ‘el conocimiento ancestral sea empírico y no tienen un método científico pero sí tiene una metodología’? ¿Cómo comprender estas declaraciones en el marco de las políticas de ética, bioética e integridad científica promovidas por Colciencias en los últimos años? ¿Puede un científico, si le parece, adoptar unas prácticas y normas éticas, y cuando no, adoptar las que a él o ella le suenen mejor? ¿El reconocimiento de los saberes ancestrales es incompatible con el proceder de la ciencia? ¿Con esta postura no estaría ella inhabilitada para exigir el cumplimiento de las normas de ética de la investigación con seres humanos existentes hoy en Colombia y el mundo entero? ¿No se está enviando un mensaje a los investigadores de ‘cumpla las normas éticas según le parezca’?”.
“Teniendo en cuenta que el cáncer es una patología muy seria y compleja, que suele hacer muy vulnerables a las personas, cualquier afirmación al respecto, viniendo de alguien con autoridad científica, tiene un gran peso”, resume Díaz. “Es sorprendente que su pregunta ética implica pensar en cómo usar una sustancia o compuesto como medicamento, pero ‘sin pasar por todos estos estudios clínicos y preclínicos que necesitan todas las fases de investigación’, como si se tratara de un ‘fastidio’ todo eso, algo innecesario y que está ahí para obstaculizar ayudar a los seres humanos, cuando es todo lo contrario”, plantea Díaz.
Una líder y emprendedora
Mabel Torres es reconocida como una gestora importante en el Chocó, como una líder que moviliza iniciativas y ha despertado una gran admiración en algunos sectores.
La organización ambiental WWF, que por varios años vinculó a Torres a varios de sus proyectos, prefirió no pronunciarse sobre el tema.
Clemente Forero, coordinador de la Misión de Sabios, dice que Torres es “alguien muy competente en su campo y con mucha calidad humana. Jugó un papel importante”. Sobre los criterios con que se eligió a las personas que hicieron parte de la Misión, responde: “Es un misterio. Yo creo que fue en Vicepresidencia (de la República) donde se tomaron las decisiones. Más detalles sobre el criterio no te sé decir. Creo que se ganó su nombramiento con distintas intervenciones . Ahí mostró que tenía carácter, ideas muy claras, muy comprometida con temas de medio ambiente, biodiversidad y el desarrollo sostenible”. (Lea la entrevista completa con Mabel Torres sobre este tema: "Decidí no publicar como un acto de rebeldía": ministra de Ciencia).
En el currículo que presentó a Colciencias, en la primera línea, donde reporta su formación académica, anotó que completó una estancia posdoctoral en la Universidad de Guadalajara en sistemática de hongos entre agosto de 2007 y julio de 2008.
A renglón seguido se lee la siguiente referencia científica: “Phylogenetic relation of Ganoderma based on mitochondrial small-subunit ribosomal DNA sequences”. En bases de datos no aparece ninguna referencia como esa con su nombre. Aparece en cambio una idéntica a esa, salvo por la palabra relation que es sustituida por analysis, de dos autores coreanos, publicada en la revista Micology en 2004.
Su respuesta al respecto es confusa. Primero dijo que era un artículo que acababa de publicar, y al mostrarle el artículo de los coreanos respondió: “No sé por qué está ahí. Nunca lo he puesto en mi currículo. Es un componente de lo que hice para trabajar en sistemática de hongos en la estancia posdoctoral”. Al cierre de esta edición no había compartido ningún documento oficial que respaldara su explicación.
Para el profesor Eduardo Díaz, en el centro de este debate está la pregunta: “¿Está justificado saltarse las reglas, normas y leyes en nombre de buscar hacer un bien, cuando estas mismas reglas, normas y leyes fueron creadas justamente para protegernos? ¿Quién y cómo decide cuándo se puede ser así y cuándo no?”.