La orquídea que engañó por 200 años a la ciencia
Colombia es (por ahora) el segundo país con mayor diversidad de orquídeas. Hay más de 4 mil especies. Pero entre todas ellas, hay una que tiene con la boca abierta a varios científicos. La encontraron hace poco en el Valle del Cauca y todo parece indicar que los obligará a reescribir una fragmento de la historia de esa familia que por siglos ha encantado tanto a botánicos como a exploradores y coleccionistas.
Sergio Silva Numa
En el Ladrón de Orquídeas, el popular libro de Susan Orlean, hay un par de párrafos que resumen bien la obsesión que han tenido los humanos por las orquídeas. William Arnold, el gran buscador de orquídeas de la época victoriana —escribe la periodista—, murió ahogado durante una expedición por el Orinoco. Otro coleccionista contemporáneo suyo se despeñó en una expedición a Sierra Leona. Un par de colegas más fueron asesinados en México y en Madagascar. A principios del siglo XX, a uno se lo comió un tigre en Filipinas. Otros tantos desaparecieron sin dejar rastro.
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En el Ladrón de Orquídeas, el popular libro de Susan Orlean, hay un par de párrafos que resumen bien la obsesión que han tenido los humanos por las orquídeas. William Arnold, el gran buscador de orquídeas de la época victoriana —escribe la periodista—, murió ahogado durante una expedición por el Orinoco. Otro coleccionista contemporáneo suyo se despeñó en una expedición a Sierra Leona. Un par de colegas más fueron asesinados en México y en Madagascar. A principios del siglo XX, a uno se lo comió un tigre en Filipinas. Otros tantos desaparecieron sin dejar rastro.
“Coleccionar orquídeas”, decía Orelan, “es una ocupación mortal, lo cual siempre ha formado parte de su atractivo (...) Ser buscador de orquídeas siempre ha ido sinónimo de ir a lugares horribles en búsqueda de cosas hermosas”.
En Colombia hay muchas de esas “cosas hermosas”. El número puede variar todos los años, pues cada tanto algún “orquideólogo” se tropieza con una nueva, pero quienes las estudian suelen decir que hay unas 4.270 especies. Si hubiese que hacer un ranking de las familias de plantas con flores más diversas, la familia Orchidaceae (donde están las orquídeas), podría llevarse el primer lugar: hay 29.524 especies en el planeta. Algunos botánicos pondrían el grito en el cielo con esa afirmación: no van a permitir que desbanquen a la familia de las asteráceas, donde está el famoso girasol.
El siguiente póster es una buena manera de comprender a qué se refieren los botánicos cuando hablan de diversidad. En el “Proyecto Árbol de la Vida de las Orquídeas”, como lo llaman, han intentado desentrañar cuál es el origen y la evolución de las orquídeas. En un artículo que publicaron a inicios de este año en la revista New Phytologist, quienes estaban al frente de esa iniciativa demostraron que el punto de partida de esa familia fue en un período que, quienes ven el tiempo en rangos mucho más amplios, conocen como el Cretácico Superior. Eso quiere decir, hace unos 90 millones de años; cuando aún había dinosaurios. Para saberlo, se juntaron casi cincuenta científicos de universidades e institutos de varios países.
Con la secuenciación del ADN de muchos géneros, también cambiaron la historia de las orquídeas: el origen de esas plantas que hoy venden en viveros de carretera y en floristerías, no fue Australia, como se ha pensado hasta entonces. Por el contrario, apuntaron, sus análisis sugieren que estuvo en Laurasia, esa gran masa continental en el hemisferio norte del planeta, en la que estaban agrupadas América del Norte, Europa y Asia.
¿Puede un “buscador” de orquídeas encontrar hoy alguna sorpresa que no esté en ese árbol gigante que establece relaciones entre 285 géneros? ¿Pueden, quienes las estudian, hallar algo que les quite el sueño, cuando ha sido la búsqueda de nuevas orquídeas, la que por siglos ha desvelado a botánicos y coleccionistas?
Óscar Alejandro Pérez-Escobar, que está liderando esa iniciativa, no lo duda dos veces: sí. Y tiene una buena razón para justificar su respuesta: en compañía de un grupo de científicos, encontró en el cerro El Inglés, en el Valle Cauca, una especie que parece que los va a obligar a reescribir un fragmento de la historia de las orquídeas.
“Brutal” es el mejor adjetivo que se le viene a la cabeza para describir ese hallazgo. “Nos podría decir que, por casi 200 años, la naturaleza y esta orquídea nos han estado engañando”.
El extraño caso de un macho y una hembra
Pérez Escobar no es, precisamente, un buscador de orquídeas. Desde que empezó a interesarse por ellas en el segundo semestre de Agronomía en la Universidad Nacional (en la sede de Palmira), no ha dejado de hacerse preguntas sobre esa familia. Ahora, como PhD en Sistemática y evolución de las plantas, hace parte de los investigadores del Real Jardín Botánico de Kew, en Reino Unido (Kew Gardens), y está tratando de juntar todas las piezas del rompecabezas de las orquídeas: ¿Por qué hay tantas? ¿Cómo evolucionaron? ¿Qué factores inciden en esa diversidad?
Uno de los últimos elementos que encontró fue esa especie que vio en el cerro El Inglés, que es también una reserva natural comunitaria. Su particular posición entre la cordillera occidental y el Chocó, lo han convertido en un sitio que frecuentan estudiantes de Biología. Ninguno, sin embargo, había observado lo que el año pasado detectó Pérez Escobar, cuando lo recorría en compañía de Milton Rincón-González y Boris Villanueva Tamayo, ambos investigadores del Jardín Botánico de Bogotá.
Mientras caminaban en ese bosque, por encima de los 2.000 metros sobre el nivel del mar, vieron una especie que había sido descrita hace unas dos décadas: Lepanthes silverstonei, una orquídea cuyo nombre había sido un homenaje a Philip Arthur Silverstone, uno de los pesos pesados de la botánica en el Valle del Cauca. Su flor, encima de la hoja, es amarilla con rojo y no es más grande que la uña de un dedo índice.
Ese encuentro no hubiese tenido nada de particular, dice Pérez-Escobar, si al levantar la hoja no hubiesen visto otra flor totalmente diferente, de un rojo más intenso y un poco más grande. La solían conocer como Lepanthes licrophora y tiene unos 2 centímetros.
Quienes se han dedicado al estudio de las angiospermas, como llaman los científicos a las plantas con flor, saben que hay casos en los que puede presentarse ese fenómeno, pero es extremadamente raro en las orquídeas. “Es rarísimo”, añade Pérez-Escobar. “El 99% de las orquídeas producen flores de un solo tipo, con ambos sexos en la misma flor. Esta, definitivamente, es excepcional”.
A lo que se refiere, como explica Boris Villanueva Tamayo en su oficina en el Jardín Botánico de Bogotá, es que las orquídeas suelen hacer parte de las plantas que tienen los dos sexos en la misma flor. Es una característica que él describe como “la perfección entre las plantas”. En otras especies de otras familias sucede lo contrario: un individuo es macho y otro es hembra. Un buen ejemplo que los biólogos mencionan a sus alumnos primerizos es el del papayo: solo los individuos con sexo femenino pueden dar frutos.
“Pero ver una orquídea que tenga una flor femenina y otra masculina es supremamente raro”, reitera Tamayo Villanueva. Para ser más precisos, desde que el botánico sueco Olof Swartz describió el género Lepanthes en 1799, se había pensado que ese grupo producía flores “bisexuaes” (como el otro 99% de las orquídeas), pero en esta ocasión se trata de un caso de “dimorfismo sexual”.
Como el caso era una aguja en un pajar, acordaron sumar más investigadores para resolver ese misterio de las Lephantes. El paso siguiente fue contactar a un conocido investigador de ese género que vive en una casa a las afueras de Medellín: Sebastián Vieira Uribe, que desde su adolescencia no ha hecho más que pensar en orquídeas.
Vieira-Uribe, integrante del Grupo de Investigación Schultes, dice por teléfono que, en realidad, él encontró esa rara especie en 2012 en El Carmen de Viboral. No sabía que era rara, hasta que la cultivó en su herbario para estudiarla un poco mejor. Al cabo del tiempo, llegó una sorpresa: “Floreció como otra especie diferente a la que yo estaba esperando”.
Luego, empezó a visitar otros lugares donde crecían las flores de manera separada, hasta que llegó al Parque Nacional Natural Tatamá, en Risaralda, y vio lo mismo que observaron Pérez Escobar, Villanueva Tamayo y Rincón-González en el cerro El Inglés: dos flores en la misma hoja; la de sexo femenino en la parte superior, y la del sexo masculino en la parte inferior.
“Para nosotros es un caso que abre muchas preguntas”, señala Vieira-Uribe. “Nos obliga a sumar otros elementos a la hora de describir una nueva especie”.
Para que ese fragmento del rompecabezas quedara más completo, Pérez-Escobar planeó otra salida a finales de octubre de este año a El Inglés, con José Aguilar, otro colega investigador del Jardín Botánico de Bogotá, y con Alex Antonelli, el director científico de Kew Gardens, que está al frente de las colecciones de plantas y hongos más grandes del mundo.
“Antonelli y yo estábamos un poco incrédulos porque después de un día no vimos nada. Pero al siguiente día, hicimos otro recorrido, absolutamente empapados y vimos una; luego, dos; luego, varias, en los árboles”, cuenta Aguilar.
—Hombres de poca fe— bromeó Pérez-Escobar.
Para Aguilar fue otra buena señal de que haber cambiado el estudio de los insectos en su pregrado en la Universidad Industrial de Santander por la investigación de las plantas había sido la decisión correcta. Desde entonces, cree que el oficio de documentar, describir y clasificar especies de plantas (o de ser taxónomo) hay que continuarlo “contra viento y marea. Es que estoy en el mejor lugar del planeta para documentar la diversidad. Así debe sentirse un ingeniero de petróleo en Dubai”
Un entuerto difícil de resolver
Para que estos esfuerzos queden convertidos en un artículo científico aún falta un tiempo. Los trámites necesarios para obtener permisos y extraer el ADN de la orquídea toma varios meses. Todos están absolutamente seguros, sin embargo, que tienen entre manos un hallazgo que va a sacudir el mundo de las orquídeas. “Es que no es un accidente. Haberla visto en varios lugares quiere decir que es una característica que ya está fijada en la especie”, resalta Pérez-Escobar, mientras nos tomamos un café en Chapinero, en Bogotá.
Por lo pronto, tienen varios interrogantes por resolver. Entre ellos está saber por qué motivos sucede eso en esa especie de orquídea. Una de sus hipótesis es que ha evolucionado para engañar a su polinizador, unos mosquitos que ven en esa especie de Lepanthes una posibilidad de copular. Las fragancias que emite le hacen creer que se trata de una hembra y van directo al apéndice de la flor, pero no encuentran su recompensa.
“Es posible que tener dos flores haya sido la manera de engañar más fácil a los polinizadores, en caso de que no vuelvan a visitarla”, reflexiona Pérez-Escobar. “También es posible que ciertas condiciones ambientales le han conferido algunas ventajas adaptativas, pero es algo sobre lo que hace falta investigar”, añade Aguilar.
Ambos prefieren tener más datos en el bolsillo que pararse en el terreno de la especulación. La evolución, después de todo, como asegura Boris Villanueva Tamayo, es un asunto entre el azar y la oportunidad. Y en Colombia las orquídeas encontraron la fortuna de “expresarse” de muchas maneras al tener tres cordilleras, complementa. “Con un elemento muy particular: una cordillera tiene una cara que mira hacia el Amazonas; otra mira hacia el río Magdalena, y otra hacia el Chocó. Por eso es que hay muchísima vida”.
Otra de las inquietudes que están formulándose los investigadores es si hay más especies de orquídeas que compartan esa característica. Una duda más tiene que ver con el nombre que le deberían poner a esta “nueva” planta. Unos se inclinan por dejar el nombre inicial con la que la describieron hace dos décadas y que era el homenaje al profesor Philip Arthur Silverstone. Otros creen que merece un nombre completamente nuevo, algo que implica pasar los engorrosos filtros del Código internacional de Nomenclatura Botánica.
Por lo pronto, como dice entre risas José Aguilar, “estamos en un entuerto, pero tendremos que llegar a un consenso”.
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