La política de las ciencias, justicia social, y las mariposas de Duque y de una señora Escaf
Ayer, en Leticia, anunciaron que nuevas especies de mariposas serían nombradas en honor a Iván Duque y a una señora de apellido Escaf, la difunta madre del saliente ministro de Ambiente, Carlos Correa. Pero hay varios puntos que discutir sobre esa decisión. Opinión.
Carlos Daniel Cadena*
Imaginemos que una niña pobre y negra de una región rural de África se interesa por observar las aves que viven a su alrededor. En la observación de los pájaros encuentra diversión y sosiego y, al conectarse con la naturaleza de esta manera, escapa por momentos de las condiciones difíciles que enfrenta en su día a día.
Poco a poco, en la medida en que conoce más, la niña se interesa no sólo por observar las especies con las que convive sino por saber qué puede hacer por preservarlas. La niña se refiere a las aves con los nombres que para ellas han usado sus mayores, las asocia con lugares particulares y se preocupa crecientemente porque en sus comunidades haya una cultura de respeto por las especies que ella disfruta contemplar. Un día, un observador de aves europeo llega a su pueblo trayendo un libro ilustrado de las aves africanas.
Deslumbrada al ver por primera vez una publicación de ese tipo y emocionada por lo que su contenido podría enseñarle, la niña se da cuenta de que otras personas le dan nombres a las aves diferentes a los que ella y los suyos emplean. Descubre que una de sus aves favoritas aparece en el libro con un nombre que para ella no significa nada. Pregunta y le explican que el nombre del ave fue establecido como homenaje a una persona del Reino Unido, un mundo remoto que ella ni siquiera imagina. Indaga y descubre que a quien se honra con el nombre del ave con el que se ha relacionado cercanamente por muchos meses y que le ha cambiado la forma en que se conecta con su entorno estaba lejos de ser una persona ejemplar.
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La niña queda perpleja al enterarse que, durante una expedición a África, ese naturalista -un tal Jameson- compró a una niña local “como un chiste”, se la entregó a supuestos caníbales y luego dibujó bocetos de ella mientras la apuñaleaban y desmembraban. La historia de la niña observadora de aves es hipotética, pero la de la otra no lo es. La historia de Jameson es cierta y un ave africana lleva su nombre. Como también es cierto que aves de los Estados Unidos han llevado el nombre de personas entre las que se incluye un general del ejército confederado que luchó a favor de la esclavitud y en contra de comunidades indígenas nativas, así como el de varios racistas que traficaron con esclavos negros.
Puesto que varios de los nombres comunes de las aves honran a racistas, esclavistas y misóginos, cómo nos referimos a las especies podría representar una barrera para que algunas personas se interesen e involucren en su contemplación, estudio y conservación. Por esta razón, en Norte América se ha impulsado la iniciativa Bird Names for Birds (nombres de aves para las aves), que busca acabar con aquellos nombres establecidos para honrar personas con miras a cumplir el propósito más amplio de que la ornitología y la observación de las aves sean espacios más abiertos para todos y todas.
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En esa misma línea, reconociendo la necesidad de trabajar por la diversidad, equidad, inclusión y justicia social, la Sociedad Ornitológica Americana está elaborando un proceso de reflexión y diálogo plural que permitirá cambiar nombres de aves que causen daño o sean excluyentes. Esfuerzos similares están en curso en la asociación científica que clasifica y nombra a los peces de los Estados Unidos y en la sociedad entomológica norteamericana, que se ocupa del estudio y clasificación de los insectos. Esta última ha señalado que unos nombres que se le han asignado a especies de insectos (por ejemplo, a algunas mariposas) son problemáticos porque perpetúan el daño hacia personas de diferentes contextos étnicos y sociales, crean un ambiente que no es acogedor e incluyente y entorpecen la comunicación frente a una diversidad de audiencias.
En países megadiversos como Colombia, es aún frecuente que se descubran especies que son descritas y “bautizadas” por especialistas en la literatura científica. Como una expresión del colonialismo científico que ha prevalecido por siglos, tradicionalmente la mayoría de los seres vivos que habitan países como el nuestro fueron descritos por investigadores del Norte global (mayormente hombres blancos) y a menudo nombrados honrando a personas del Norte global (también mayormente hombres blancos).
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Afortunadamente, las cosas han cambiado con el desarrollo de capacidades para hacer investigación en biodiversidad en el país y muchas nuevas especies hoy son nombradas por investigadores y naturalistas locales. Siguiendo las tradiciones, una práctica común entre quienes trabajamos en Colombia ha sido la de describir y nombrar especies aludiendo a nuestros pares y referentes, haciendo reconocimientos honoríficos.
También ha habido casos en que quienes han descrito nuevos organismos han optado por honrar con los nombres a sus familiares como una demostración de afecto, o situaciones en que los nombres de las especies se han fijado para reconocer a pueblos indígenas con los que éstas cohabitan el territorio. Incluso ha habido quienes han nombrado especies homenajeando a deportistas como Rigoberto Urán (una rana de Antioquia) o a artistas íconicos de la cultura popular como Shakira (una avispa del Ecuador).
Recuerdo especialmente el gracioso caso de un investigador al que seguramente le gustaba mucho la música de carranga y por eso describió especies colombianas de ranas con los epítetos jorgevelosai y carranguerorum. El mismo investigador tuvo bastante menos tino cuando tuvo a bien nombrar una especie de sapo arlequín como Atelopus farci. Seguramente no se les consultó, pero me pregunto si a las comunidades locales de la región donde habita esta especie se les informó que se había decidido nombrar a uno de sus anfibios haciendo un homenaje a un grupo guerrillero que ocupó su territorio ejerciendo violencia. En marcado contraste con el caso de Atelopus farci, el nombre de otra especie de rana colombiana, Andinobates victimatus, honra a las víctimas del conflicto armado.
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En los últimos días, a raíz de la filtración de un documento de trabajo del Pacto Histórico, se han suscitado intensos debates en Colombia sobre la política de ciencia y tecnología que deberá construir y poner en marcha el nuevo gobierno nacional. El documento ha resultado polémico por su referencia a términos que han causado inquietud como “ciencia hegemónica”, “justicia epistémica” o “diálogo de saberes”, y por el tono confrontacional de su preámbulo.
A pesar de que el lenguaje y el tono causaron confusión e incomodidad entre algunos científicos, el documento tuvo el efecto positivo e inesperado de abrir la puerta para discusiones profundas sobre las ciencias y su papel en la sociedad colombiana que han tenido una notoriedad inusitada en las redes sociales y diversos medios. En particular, muchos científicos nos hemos visto convocados a reflexionar sobre asuntos que incluyen pensar en cómo las ciencias pueden contribuir a construir una sociedad más diversa, más incluyente, con mayor justicia social, más sostenible y más creativa en Colombia.
El martes 26 de julio tuvo lugar en la Universidad de los Andes una reunión en la que participé junto con personas de las facultades de Ciencias Sociales, Economía, Ingeniería y Ciencias interesadas en conversar sobre cuáles son las ciencias que necesita Colombia y los retos para el nuevo gobierno. Los participantes coincidimos en que debemos hacer esfuerzos por consolidar ciencias sólidas y rigurosas, pero también por entender que el trabajo científico se inserta en contextos sociales particulares con los que debemos ser sensibles y respetuosos, y que las ciencias no son ajenas a la política en un sentido amplio.
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Saliendo de la reunión me encontré con la noticia de que el profesor Gonzalo Andrade, investigador del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, había anunciado su descubrimiento de dos especies de mariposas colombianas hasta ahora desconocidas para la comunidad científica. Anunció, además, que estas especies llevarían el nombre del presidente Iván Duque y de una señora de apellido Escaf, la difunta madre del saliente ministro del medio ambiente.
El anuncio estuvo acompañado de fotos, sonrisas y abrazos con el homenajeado y con el hijo de la homenajeada, y fue adornado con la afirmación del profesor Andrade de que todo se trataba de un reconocimiento a “la labor que se ha adelantado en la protección de la biodiversidad”. A la luz de los asuntos que pasaban por mi cabeza tras la reunión que acabábamos de terminar en relación con el contexto social de las ciencias colombianas, me costó creer que la noticia de las nuevas especies y sus nombres no se trataba de una broma de mal gusto. Tampoco fue broma el hecho de que en el mismo evento en que se anunció la noticia sobre las nuevas mariposas, el presidente Duque condecoró al profesor Andrade y a cinco otros hombres que posaron con él y el ministro para una foto en la que no aparece ninguna mujer.
Cerremos como comenzamos para ilustrar mi inquietud con el anuncio del profesor Andrade con una situación hipotética. Imaginemos que estamos en 2047. Desconozco la localidad específica donde fueron recolectadas las nuevas mariposas pero al menos una de ellas es del departamento de Nariño. Imaginemos que un joven indígena o afrodescendiente del pacífico o el piedemonte amazónico nariñense se interesa por observar las mariposas que viven a su alrededor y se maravilla con ellas. Se entera que una lleva el nombre de un expresidente bogotano y otra el de de la madre de un político del departamento de Córdoba que, en el gobierno de ese expresidente, ejerció como Ministro de Ambiente.
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Curioso por conocer sobre el por qué de esos nombres, el joven indaga sobre la historia de lo que pasaba en Colombia y en su territorio por la época en que los científicos decidieron cómo llamarían a las mariposas que lo cautivan. Encuentra información sobre cómo votó su municipio en el plebisicito que buscaba refrendar el acuerdo de paz en 2016, datos sobre la implementación de dicho acuerdo en el gobierno de 2018-2022, cifras sobre la deforestación y sobre líderes ambientalistas asesinados en ese período, y datos sobre la forma en que su departamento votó abrumadoramente por un cambio en las elecciones presidenciales de 2022.
Descubre, también, que en la semana de julio de 2022 en que se anunció a quiénes honrarían los nombres de las nuevas mariposas había una amplia discusión en Colombia sobre la política nacional de ciencia y tecnología, y se cruza con un documento que se debatía por esos días. El documento habla de justicia social, justicia epistémica, diálogo de saberes y ciencia hegemónica. El joven se pregunta en dónde habrá quedado todo eso.
*Carlos Daniel Cadena es decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de los Andes
Imaginemos que una niña pobre y negra de una región rural de África se interesa por observar las aves que viven a su alrededor. En la observación de los pájaros encuentra diversión y sosiego y, al conectarse con la naturaleza de esta manera, escapa por momentos de las condiciones difíciles que enfrenta en su día a día.
Poco a poco, en la medida en que conoce más, la niña se interesa no sólo por observar las especies con las que convive sino por saber qué puede hacer por preservarlas. La niña se refiere a las aves con los nombres que para ellas han usado sus mayores, las asocia con lugares particulares y se preocupa crecientemente porque en sus comunidades haya una cultura de respeto por las especies que ella disfruta contemplar. Un día, un observador de aves europeo llega a su pueblo trayendo un libro ilustrado de las aves africanas.
Deslumbrada al ver por primera vez una publicación de ese tipo y emocionada por lo que su contenido podría enseñarle, la niña se da cuenta de que otras personas le dan nombres a las aves diferentes a los que ella y los suyos emplean. Descubre que una de sus aves favoritas aparece en el libro con un nombre que para ella no significa nada. Pregunta y le explican que el nombre del ave fue establecido como homenaje a una persona del Reino Unido, un mundo remoto que ella ni siquiera imagina. Indaga y descubre que a quien se honra con el nombre del ave con el que se ha relacionado cercanamente por muchos meses y que le ha cambiado la forma en que se conecta con su entorno estaba lejos de ser una persona ejemplar.
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La niña queda perpleja al enterarse que, durante una expedición a África, ese naturalista -un tal Jameson- compró a una niña local “como un chiste”, se la entregó a supuestos caníbales y luego dibujó bocetos de ella mientras la apuñaleaban y desmembraban. La historia de la niña observadora de aves es hipotética, pero la de la otra no lo es. La historia de Jameson es cierta y un ave africana lleva su nombre. Como también es cierto que aves de los Estados Unidos han llevado el nombre de personas entre las que se incluye un general del ejército confederado que luchó a favor de la esclavitud y en contra de comunidades indígenas nativas, así como el de varios racistas que traficaron con esclavos negros.
Puesto que varios de los nombres comunes de las aves honran a racistas, esclavistas y misóginos, cómo nos referimos a las especies podría representar una barrera para que algunas personas se interesen e involucren en su contemplación, estudio y conservación. Por esta razón, en Norte América se ha impulsado la iniciativa Bird Names for Birds (nombres de aves para las aves), que busca acabar con aquellos nombres establecidos para honrar personas con miras a cumplir el propósito más amplio de que la ornitología y la observación de las aves sean espacios más abiertos para todos y todas.
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En esa misma línea, reconociendo la necesidad de trabajar por la diversidad, equidad, inclusión y justicia social, la Sociedad Ornitológica Americana está elaborando un proceso de reflexión y diálogo plural que permitirá cambiar nombres de aves que causen daño o sean excluyentes. Esfuerzos similares están en curso en la asociación científica que clasifica y nombra a los peces de los Estados Unidos y en la sociedad entomológica norteamericana, que se ocupa del estudio y clasificación de los insectos. Esta última ha señalado que unos nombres que se le han asignado a especies de insectos (por ejemplo, a algunas mariposas) son problemáticos porque perpetúan el daño hacia personas de diferentes contextos étnicos y sociales, crean un ambiente que no es acogedor e incluyente y entorpecen la comunicación frente a una diversidad de audiencias.
En países megadiversos como Colombia, es aún frecuente que se descubran especies que son descritas y “bautizadas” por especialistas en la literatura científica. Como una expresión del colonialismo científico que ha prevalecido por siglos, tradicionalmente la mayoría de los seres vivos que habitan países como el nuestro fueron descritos por investigadores del Norte global (mayormente hombres blancos) y a menudo nombrados honrando a personas del Norte global (también mayormente hombres blancos).
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Afortunadamente, las cosas han cambiado con el desarrollo de capacidades para hacer investigación en biodiversidad en el país y muchas nuevas especies hoy son nombradas por investigadores y naturalistas locales. Siguiendo las tradiciones, una práctica común entre quienes trabajamos en Colombia ha sido la de describir y nombrar especies aludiendo a nuestros pares y referentes, haciendo reconocimientos honoríficos.
También ha habido casos en que quienes han descrito nuevos organismos han optado por honrar con los nombres a sus familiares como una demostración de afecto, o situaciones en que los nombres de las especies se han fijado para reconocer a pueblos indígenas con los que éstas cohabitan el territorio. Incluso ha habido quienes han nombrado especies homenajeando a deportistas como Rigoberto Urán (una rana de Antioquia) o a artistas íconicos de la cultura popular como Shakira (una avispa del Ecuador).
Recuerdo especialmente el gracioso caso de un investigador al que seguramente le gustaba mucho la música de carranga y por eso describió especies colombianas de ranas con los epítetos jorgevelosai y carranguerorum. El mismo investigador tuvo bastante menos tino cuando tuvo a bien nombrar una especie de sapo arlequín como Atelopus farci. Seguramente no se les consultó, pero me pregunto si a las comunidades locales de la región donde habita esta especie se les informó que se había decidido nombrar a uno de sus anfibios haciendo un homenaje a un grupo guerrillero que ocupó su territorio ejerciendo violencia. En marcado contraste con el caso de Atelopus farci, el nombre de otra especie de rana colombiana, Andinobates victimatus, honra a las víctimas del conflicto armado.
Puede ver: Misión Artemis: la NASA anuncia un nuevo viaje hacia la Luna. ¿Cuándo será?
En los últimos días, a raíz de la filtración de un documento de trabajo del Pacto Histórico, se han suscitado intensos debates en Colombia sobre la política de ciencia y tecnología que deberá construir y poner en marcha el nuevo gobierno nacional. El documento ha resultado polémico por su referencia a términos que han causado inquietud como “ciencia hegemónica”, “justicia epistémica” o “diálogo de saberes”, y por el tono confrontacional de su preámbulo.
A pesar de que el lenguaje y el tono causaron confusión e incomodidad entre algunos científicos, el documento tuvo el efecto positivo e inesperado de abrir la puerta para discusiones profundas sobre las ciencias y su papel en la sociedad colombiana que han tenido una notoriedad inusitada en las redes sociales y diversos medios. En particular, muchos científicos nos hemos visto convocados a reflexionar sobre asuntos que incluyen pensar en cómo las ciencias pueden contribuir a construir una sociedad más diversa, más incluyente, con mayor justicia social, más sostenible y más creativa en Colombia.
El martes 26 de julio tuvo lugar en la Universidad de los Andes una reunión en la que participé junto con personas de las facultades de Ciencias Sociales, Economía, Ingeniería y Ciencias interesadas en conversar sobre cuáles son las ciencias que necesita Colombia y los retos para el nuevo gobierno. Los participantes coincidimos en que debemos hacer esfuerzos por consolidar ciencias sólidas y rigurosas, pero también por entender que el trabajo científico se inserta en contextos sociales particulares con los que debemos ser sensibles y respetuosos, y que las ciencias no son ajenas a la política en un sentido amplio.
Puede ver: Científicos logran que un “perro robot” aprenda a caminar en solo una hora
Saliendo de la reunión me encontré con la noticia de que el profesor Gonzalo Andrade, investigador del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, había anunciado su descubrimiento de dos especies de mariposas colombianas hasta ahora desconocidas para la comunidad científica. Anunció, además, que estas especies llevarían el nombre del presidente Iván Duque y de una señora de apellido Escaf, la difunta madre del saliente ministro del medio ambiente.
El anuncio estuvo acompañado de fotos, sonrisas y abrazos con el homenajeado y con el hijo de la homenajeada, y fue adornado con la afirmación del profesor Andrade de que todo se trataba de un reconocimiento a “la labor que se ha adelantado en la protección de la biodiversidad”. A la luz de los asuntos que pasaban por mi cabeza tras la reunión que acabábamos de terminar en relación con el contexto social de las ciencias colombianas, me costó creer que la noticia de las nuevas especies y sus nombres no se trataba de una broma de mal gusto. Tampoco fue broma el hecho de que en el mismo evento en que se anunció la noticia sobre las nuevas mariposas, el presidente Duque condecoró al profesor Andrade y a cinco otros hombres que posaron con él y el ministro para una foto en la que no aparece ninguna mujer.
Cerremos como comenzamos para ilustrar mi inquietud con el anuncio del profesor Andrade con una situación hipotética. Imaginemos que estamos en 2047. Desconozco la localidad específica donde fueron recolectadas las nuevas mariposas pero al menos una de ellas es del departamento de Nariño. Imaginemos que un joven indígena o afrodescendiente del pacífico o el piedemonte amazónico nariñense se interesa por observar las mariposas que viven a su alrededor y se maravilla con ellas. Se entera que una lleva el nombre de un expresidente bogotano y otra el de de la madre de un político del departamento de Córdoba que, en el gobierno de ese expresidente, ejerció como Ministro de Ambiente.
Puede ver: Detectan el primer agujero negro inactivo fuera de la Vía Láctea
Curioso por conocer sobre el por qué de esos nombres, el joven indaga sobre la historia de lo que pasaba en Colombia y en su territorio por la época en que los científicos decidieron cómo llamarían a las mariposas que lo cautivan. Encuentra información sobre cómo votó su municipio en el plebisicito que buscaba refrendar el acuerdo de paz en 2016, datos sobre la implementación de dicho acuerdo en el gobierno de 2018-2022, cifras sobre la deforestación y sobre líderes ambientalistas asesinados en ese período, y datos sobre la forma en que su departamento votó abrumadoramente por un cambio en las elecciones presidenciales de 2022.
Descubre, también, que en la semana de julio de 2022 en que se anunció a quiénes honrarían los nombres de las nuevas mariposas había una amplia discusión en Colombia sobre la política nacional de ciencia y tecnología, y se cruza con un documento que se debatía por esos días. El documento habla de justicia social, justicia epistémica, diálogo de saberes y ciencia hegemónica. El joven se pregunta en dónde habrá quedado todo eso.
*Carlos Daniel Cadena es decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de los Andes