La primera exploradora de la mitad azul de Colombia
Carmenza Duque fue una pionera en la investigación de la biodiversidad marina de Colombia. A lo largo de su carrera, la química y su equipo identificaron 1.559 compuestos químicos, algunos con potenciales en medicina e industria.
María Paula Rubiano / @pau_erre
Para hablar de Carmenza Duque uno podría empezar diciendo que ella fue la primera química en Colombia que decidió estudiar los mares colombianos. Uno podría continuar diciendo que, en 31 años de carrera como investigadora, ella y su equipo identificaron 1.559 compuestos químicos en 430 especies de organismos marinos de Colombia. Es decir: unas cincuenta sustancia al año. Podría rematar afirmando que, de esas, 224 sustancias eran desconocidas para la ciencia y que, en esos años de trabajo, el grupo alcanzó a descubrir 57 sustancias y fórmulas que sientan las bases para crear 12 medicamentos.
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Para hablar de Carmenza Duque uno podría empezar diciendo que ella fue la primera química en Colombia que decidió estudiar los mares colombianos. Uno podría continuar diciendo que, en 31 años de carrera como investigadora, ella y su equipo identificaron 1.559 compuestos químicos en 430 especies de organismos marinos de Colombia. Es decir: unas cincuenta sustancia al año. Podría rematar afirmando que, de esas, 224 sustancias eran desconocidas para la ciencia y que, en esos años de trabajo, el grupo alcanzó a descubrir 57 sustancias y fórmulas que sientan las bases para crear 12 medicamentos.
Pero si uno quiere entender el carácter de la mujer detrás de esas cifras, lo mejor es regresar a 1975. Ese año, una Carmenza de 26 años llegó a Tokio sin saber ni una palabra de japonés. Con un inglés rudimentario que le enredaba las palabras, la recién graduada de química de la Universidad Nacional de Colombia había llegado becada hasta la isla en el Pacífico para especializarse en química analítica.
Su interés por la química había nacido en el colegio La Presentación, en Bogotá. En décimo, se escabullía en los laboratorios para ver los experimentos que el profesor Crisólogo Camargo hacía con las estudiantes de once. “Me parecía hermoso poder conocer el mundo en el que vivimos: cómo somos nosotros, cómo estamos compuestos, cómo es la naturaleza, los animales, las plantas...”, recuerda.
Por eso decidió presentarse a química pura en la Universidad Nacional. Pasó el examen de admisión y durante toda la carrera Carmenza obtuvo las mejores notas de la Facultad de Ciencias Exactas. Crisólogo Camargo, el profesor que siempre la inspiró, se convirtió en su mentor: la acogió en su grupo de investigaciones sobre frutas tropicales y la asesoró, junto a la docente Rosa Guzmán, en su tesis de grado. Esa pequeña investigación sobre cómo deshidratar el banano para convertirlo en un producto comercial y comestible fue tesis laureada.
Tras graduarse, Duque se convirtió en profesora de la Universidad Nacional. Primero fue la encargada de dictar un curso sobre química analítica, que es la rama de la química que se encarga de identificar cómo están compuestas las cosas, con qué elementos y en qué cantidad. Luego, “como un regalo, me dieron la oportunidad de dictar química analítica instrumental; es decir, hacer lo mismo, pero usando un instrumento que, en ese momento, fue el cromatógrafo de gases”. Había dos en toda la universidad, y Carmenza era la encargada de uno de ellos.
“Era una forma mucho más sofisticada de química. Fue maravilloso. Uno le inyectaba las muestras con una jeringa y, en una columna que había dentro del instrumento separaba todos los compuestos, y luego le salía a uno una gráfica, y uno leía esa gráfica, ¡Era como magia!”, dice.
Su cercanía con el aparato la convenció de que si quería hacer ciencia tenía que salir del país. En ese momento Colombia no tenía ni un solo programa de doctorado. Aplicó a becas y convocatorias, entre ellas, aquella para especializarse en la Universidad Tecnológica de Japón. Llegó en otoño, a unas residencias para mujeres estudiantes que quedaban a dos horas de camino de la Universidad. “El 95 % de estudiantes eran hombres, entonces no les daban prioridad a nuestras residencias”. En su primer invierno, salía a las 7:00 a.m. de su casa, tomaba cuatro trenes y llegaba a los laboratorios para aislar enzimas.
“A mí, por ser extranjera, nunca me discriminaron, pero era evidente que las mujeres en la cultura japonesa tenían un papel secundario. Era visible en un detalle tan prosaico como el baño: el único baño para mujeres de toda la universidad estaba en un bloque lejísimos de los laboratorios, el administrativo, que es donde estaban concentradas las secretarias”, cuenta. Por eso decidió, desde el principio, usar el baño de hombres.
Su especialización se convirtió en un doctorado y en 1981 regresó a la Universidad Nacional. Empezó a preguntarse qué necesitaba el país e inspirada por publicaciones internacionales optó por ese 45 % del territorio colombiano que, hasta ese momento, ningún químico colombiano había volteado a mirar: el mar. Fundó entonces el grupo de investigación Estudio y Aprovechamiento de Productos Naturales Marinos y Frutas de Colombia, hoy conformado por químicos puros, biólogos marinos, químicos farmacéuticos y microbiólogos.
Desde allí, ayudó a armar el rompecabezas del primer programa de doctorado en el país. Junto a ella, otros investigadores también estaban regresando después de formarse como PhD en Estados Unidos, Bélgica, Alemania o Francia. Cada uno aportó una pieza y, en 1993, la profesora Margoth Suárez se convirtió en la autora de la primera tesis doctoral en química del país. Su asesora de tesis fue Carmenza Duque.
A finales de los años 90, Duque experimentó por primera vez el llamado “techo de cristal”, esa barrera invisible a la que se ven expuestas las mujeres altamente calificadas que les impide alcanzar los grados jerárquicos más altos en el mundo laboral. Cuando la nombraron directora de investigaciones de la Universidad Nacional (hoy Vicerrectoría de Investigación), sintió cómo, una y otra vez, el rector de ese entonces y buena parte de sus vicerrectores trataban de frenarla.
“Yo me acuerdo que cuando hacían reuniones de la cúpula de la universidad, yo no podía subir al escenario, y solo veía hombres, y yo me preguntaba esta vaina ¿por qué? ¿Será que aquí en la Universidad no hay mujeres?”, recuerda mientras celebra el nombramiento de Dolly Montoya como la primera rectora de la Universidad Nacional.
En 2012, cuando se retiró dela docencia, Duque había acumulado 25 proyectos de investigación, 110 publicaciones en revistas indexadas, cuatro libros y 19 capítulos de libro. Era, además, profesora emérita del Departamento de Química de la Universidad Nacional de Colombia, investigadora emérita del Sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación de Colombia y miembro de número de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Semejante hoja de vida la convirtió, a comienzo de año, en una de las 16 mujeres que hacen parte de la Misión de Sabios que el próximo diciembre deberán darle al país las guías para desarrollar ocho sectores de la ciencia y la innovación. Para Duque, esta es tal vez la responsabilidad más grande que le han encomendado. “Cuando me llamaron sentí susto, y hoy, cada que nos reunimos, lo sigo sintiendo”.
Para Duque, hay algo fundamental que debe rescatar la Misión de Sabios: la educación y conectar la ciencia y la academia con el sector industrial. “En Colombia se hace ciencia básica y ciencia aplicada, pero cuando se va a aplicar ese conocimiento en un producto, el investigador necesita dinero de una industria que lo requiera. En el país, esas relaciones están rotas”. Ella lo ha vivido: las sustancias con propiedades anticancerígenas, antimicrobianas, antifúngicas o antiinflamatorias que ha descubierto aún no han podido convertirse en bioproductos, porque no hay quién financie su elaboración.