Las abejas con cerebros más grandes toleran mejor vivir en ciudades
Las abejas, fundamentales para la polinización de las plantas, se han visto amenazadas por la rápida transformación de hábitats naturales en paisajes urbanos.
¿Por qué algunas abejas se ven afectadas más negativamente cuando sus hábitats se convierten en ciudades?
Un estudio reciente publicado en la revista Biology Letters arroja luz sobre cómo la urbanización afecta a los polinizadores, en particular a las abejas. La conversión rápida de hábitats naturales en paisajes urbanizados ha planteado una seria amenaza para estos insectos, que desempeñan un papel crucial en la polinización de plantas. Sin embargo, el estudio revela una interesante dinámica: algunas especies de abejas logran adaptarse y prosperar en entornos urbanos, a diferencia de otras que enfrentan dificultades en estos ambientes.
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La investigación, que se basa en la hipótesis del “amortiguador cognitivo”, propone que las especies con cerebros más grandes tienen una mayor flexibilidad conductual para enfrentar desafíos en nuevos entornos. Esta teoría, reconocida en vertebrados, hasta ahora carecía de pruebas concluyentes en insectos.
La teoría del “amortiguador cognitivo” se centra en la relación entre el tamaño relativo del cerebro y la capacidad de adaptación de un organismo a entornos cambiantes o desafiantes. Esta teoría sugiere que las especies con cerebros más grandes en proporción a su tamaño corporal tienen una mayor plasticidad conductual y una capacidad de adaptación más flexible para enfrentar desafíos ambientales y sociales.
Se ha demostrado en diversos estudios con vertebrados que especies con cerebros relativamente grandes, en comparación con su masa corporal, tienden a tener una mayor capacidad para aprender, recordar y adaptarse a entornos nuevos y cambiantes. Este fenómeno se ha relacionado con la resolución de problemas, el aprendizaje social y la adaptación a entornos urbanos, entre otros factores.
El actual estudio evaluó el tamaño del cerebro en 89 especies de abejas, estableciendo una asociación entre el tamaño cerebral y la ocupación del hábitat. Los resultados mostraron que las abejas que se encuentran predominantemente en entornos urbanos presentan cerebros más grandes en relación con su tamaño corporal en comparación con aquellas que habitan en entornos boscosos o agrícolas. Adicionalmente, se observó que las abejas urbanas tenían tamaños corporales y cerebrales absolutos más grandes.
Estos hallazgos, dicen los autores, ofrecen la primera evidencia empírica de la hipótesis del “amortiguador cognitivo” en invertebrados, sugiriendo que un cerebro más grande en las abejas podría conferirles ventajas conductuales para adaptarse a los desafíos que presentan los entornos urbanos. Este descubrimiento podría ser clave para comprender cómo las abejas y otros polinizadores se adaptan a los rápidos cambios en los paisajes humanizados y cómo estas adaptaciones podrían influir en su supervivencia y función ecológica.
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Se ha demostrado en diversos estudios con vertebrados que especies con cerebros relativamente grandes, en comparación con su masa corporal, tienden a tener una mayor capacidad para aprender, recordar y adaptarse a entornos nuevos y cambiantes. Este fenómeno se ha relacionado con la resolución de problemas, el aprendizaje social y la adaptación a entornos urbanos, entre otros factores.
El actual estudio evaluó el tamaño del cerebro en 89 especies de abejas, estableciendo una asociación entre el tamaño cerebral y la ocupación del hábitat. Los resultados mostraron que las abejas que se encuentran predominantemente en entornos urbanos presentan cerebros más grandes en relación con su tamaño corporal en comparación con aquellas que habitan en entornos boscosos o agrícolas. Adicionalmente, se observó que las abejas urbanas tenían tamaños corporales y cerebrales absolutos más grandes.
Estos hallazgos, dicen los autores, ofrecen la primera evidencia empírica de la hipótesis del “amortiguador cognitivo” en invertebrados, sugiriendo que un cerebro más grande en las abejas podría conferirles ventajas conductuales para adaptarse a los desafíos que presentan los entornos urbanos. Este descubrimiento podría ser clave para comprender cómo las abejas y otros polinizadores se adaptan a los rápidos cambios en los paisajes humanizados y cómo estas adaptaciones podrían influir en su supervivencia y función ecológica.