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Adolf Hitler conocía la voz de Max Planck. Sin duda, le resonó clara cuando leyó la carta que en octubre de 1944 le dirigió el premio Nobel: “Como agradecimiento del pueblo alemán por mi obra de toda una vida, que se ha convertido en una riqueza intelectual imperecedera de Alemania, imploro por la vida de mi hijo...”. (Lea Por un siglo pensaron que esta orquídea estaba extinta, pero la acaban de identificar)
¿Quién era este hombre que postrado por el dolor suplica con palabras precisas por la vida de su hijo? ¿Cómo entender a un hombre que estuvo en el centro de una revolución científica que habría de cambiar al mundo y que en medio de la vorágine de una guerra atroz, ni huyó de la locura ni se enfrentó con el delirante poder que la propiciaba? (Lea Un supuesto planeta con tres soles “desaparece”)
Max Planck fue fundamentalmente un caballero prusiano de mediados del siglo XIX. Nacionalista, conservador, culto, de familia con tradición académica. Tenía 42 años en 1900, cuando estremeció a la física al proponer que la energía de la radiación no era continua y catapultó así la física cuántica.
Coqueteó con ser pianista, pero estudió física desoyendo el consejo de un profesor quien le advirtió que la física como empresa intelectual estaba finalizada. Obtuvo su doctorado a los 21 años con una tesis acerca de la noción de entropía. En 1900, estaba casado con Marie Merke, y tenían cuatro hijos, dos varones y dos gemelas.
Planck era editor de la revista más importante de la ciencia alemana, Annals of Physics. En 1905 y leyó los trabajos que Albert Einstein publicó ese año milagroso y entendió que la relatividad cambiaría nuestra visión del mundo. Tuvieron una amistad basada en la fascinación por las leyes universales. Planck afirmaba que “la búsqueda de estas leyes es lo más sublime que podemos perseguir en la vida”. Esta frase hubiera podido ser de Einstein. La música también los unía, fueron frecuentes las veladas musicales en la casa de los Planck.
Pero un inmenso abismo ideológico los separaba: Einstein era un hombre del siglo XX, de ideas liberales, antimilitarista, irreverente, sin apego a nacionalidades, universal, anti establishment, pacifista y muy importante para los años que vendrían: judío.
En 1909 murió Marie y dos años después Planck se casó con Marga, sobrina de Marie. Ese mismo año nació su último hijo.
En nacionalismo flotaba en el ambiente, banderas, himnos, y marchas militares eran la antesala de la I Guerra Mundial. Un grupo de intelectuales que incluía a Planck, firmaron “El manifiesto de los 93″, una publicación abominable justificando la guerra.
Alemania despidió a sus hombres que van al frente de batalla y un patriótico Max Planck orgulloso, vio partir a su hijo mayor, Karl. Fue la última vez que lo vio con vida. Fallecería en los campos de Francia en 1916.
La tragedia continuaría ensañándose con Planck. En los dos años siguientes murieron ambas gemelas, mientras daban a luz sus hijas, que sobrevivieron.
En 1918 Planck recibió el Nobel en física. El período entre guerras era singularmente convulso en una Alemania que miraba con asombro el vertiginoso ascenso del nazismo de manos de un delirante Hitler. En ciencia, la fobia judía apuntaba a la figura emblemática de Einstein, una celebridad a partir de 1919, el mismo año en que Alemania era humillada en el Pacto de Versalles tras la derrota.
Dos premios Nobel, Johannes Stark y Phillipe Lenard, se erigían en guardianes de la ciencia aria para evitar su contaminación con la “cochina ciencia judía”.
En 1933 Hitler fue elegido canciller y se entrevistó cara a cara con Planck, sin duda la gran figura de la ciencia alemana. Planck intentó conseguir un trato especial para los científicos judíos y sólo encuentró a un enloquecido Hitler que vociferó la insensata frase: “Si el despido de los científicos judíos significa la aniquilación de la ciencia alemana contemporánea, entonces prescindiremos de la ciencia”. Planck entendió que nada se podía hacer.
Se le pidió que firmara un manifiesto contra Einstein tras su expulsión de la Academia Prusiana de Ciencias, y Planck lo firmó. La amistad de los dos grandes científicos quedó fracturada definitivamente.
Max Planck pensaba que era su deber quedarse en Alemania. Einstein había comentado: “Planck está enraizado en su tierra con cada fibra de su ser”.
Los judíos fueron despedidos de todos los cargos públicos y universidades, y la orden de comenzar todo acto con el saludo nazi de “Heil Hitler” no tardó en aparecer. Planck la acató en sus charlas sobre ciencia, a menudo con la bandera nacionalsocialista y la esvástica en el fondo. Recomendaba a sus colegas no mencionar a científicos judíos y en particular a Einstein, sin embargo, en una conferencia en el club de la Oficina Exterior nazi, con asistencia de jerarcas del gobierno, exclamó: “Einstein es un líder y un guía en el campo del pensamiento que mira más allá de las razas y las fronteras”
Su apoyo a los judíos le ganó la calificación de “judío blanco” por los adalides de la ciencia aria.
“Hemos hecho cosas terribles, nos aguardan tiempos terribles”, le había confesado a su protegida judía, la física nuclear Lise Meitner. No imaginaba cuánto.
En el año 1944 la aviación inglesa bombardeó con furia a Berlín; las bombas pulverizaron su casa, destruyendo su biblioteca, sus archivos y la correspondencia invaluable de varias décadas. Y, a finales de ese mismo año, Erwin Planck, su hijo, fue sentenciado a muerte tras ser involucrado en un atentado fallido contra Hitler.
Un anciano de 87 imploró el perdón para su hijo. La figura emblema de la ciencia alemana ruega al poder un acto de conmiseración. Pero el poder y la ciencia no se la llevaban bien. Hitler ignoró la carta. Himmler, el jefe de las SS, promete que será indultado pero cinco días después y faltando pocas semanas para la caída del tercer Reich, Erwin Planck muere en la horca nazi.
El dolor de Planck no conocio límites. La guerra lo alcanzó huyendo sin rumbo con su esposa, durmiendo en bosques y establos cuando fue rescatado por un grupo del ejército norteamericano, antes de que el ejército soviético lo capturase.
¿De qué tamaño fue el dilema moral que un hombre decente como Planck tiene que haberse planteado? ¿Jugó al delicado filo de un equilibrio acomodaticio o pensó que ser presidente de la Academia Prusiana de Ciencias y del Instituto Káiser Guillermo le permitía contener el delirio nazi? ¿Por qué no se opuso frontalmente a un régimen que era moralmente inaceptable?
Cierto que dar conferencias sobre relatividad o sobre la libertad como condición de la ciencia era una forma sutil de protesta, pero ¿dónde se pone la frontera?
Fueron tiempos convulsos y es difícil juzgar a la distancia. Tan sólo una comprensiva indulgencia nos permitirá entender al hombre digno que fue.
Max Planck sobrevivió dos años más, falleció el 4 de octubre de 1947 a los 87 años.
*Astrofísico - Profesor de la Universidad Industrial de Santander / Realizador de Astronomía Al Aire
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