Las Penélopes del espacio
Janet Armstrong, Joan Aldrin y Pat Collins han sido retratadas como las esposas de los astronautas. Pero eran más: la primera estudió economía doméstica, la segunda hizo drama y la tercera era trabajadora social.
María Mónica Monsalve S. / @mariamonic91
Penélope es una figura condenada a esperar. Mientras Ulises se lanza a una eterna aventura, por casi 20 años, Penélope espera. Teje y desteje para ahuyentar a sus pretendientes, y aguarda hasta que Ulises regrese. En La Odisea ella es el retrato de la fidelidad absoluta. De la paciencia. De la mujer que se dedica a esperar.
Janet Armstrong, Joan Aldrin y Pat Collins fueron retratadas también así, hace 50 años, cuando sus hombres llegaron por primera vez a la Luna: como las pacientes esposas que esperaron a sus astronautas, las Penélopes del espacio.
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Penélope es una figura condenada a esperar. Mientras Ulises se lanza a una eterna aventura, por casi 20 años, Penélope espera. Teje y desteje para ahuyentar a sus pretendientes, y aguarda hasta que Ulises regrese. En La Odisea ella es el retrato de la fidelidad absoluta. De la paciencia. De la mujer que se dedica a esperar.
Janet Armstrong, Joan Aldrin y Pat Collins fueron retratadas también así, hace 50 años, cuando sus hombres llegaron por primera vez a la Luna: como las pacientes esposas que esperaron a sus astronautas, las Penélopes del espacio.
Janet, cuenta un artículo de El Espectador de esa época, fue la única que vio a su esposo Neil Armstrong despegar desde Cabo Kennedy, en la costa este de Florida, Estados Unidos. Ella estaba sentada en un bote en el río Danana con sus hijos, Ricky de 12, y Mark, de seis, y él iba en el cohete Saturno V, a una velocidad de unos 8,0 km/s, directo a la Luna. “Procuraré llevar una vida normal”, fue lo único que se atrevió a decir a los medios ante la semana de espera que se le venía encima.
“Dormiré junto a la cajita negra”, fue como describió su semana de espera. Así se refería a una bocina que se instaló en cada una de las casas de los astronautas y en la que escuchaban las voces de la tripulación del Apolo 11 casi de manera directa.
Por lo que se lee en prensa parecería que esa semana las tres mujeres fueron “ejemplares amas de casa”. “Cocinan y lavan platos”, cuenta una nota de El Espectador en la sección Femeninas titulada “Tres mujeres en la gran espera”. Viene acompañada de una anécdota:
La primera vez que Buzz Aldrin le contó a su esposa Joan que fue seleccionado para la misión, estaban en medio de un alboroto doméstico. La máquina de lavar en la casa de los Aldrin se había dañado, por lo que ella tuvo que ir a una de las populares tiendas de servicio de autolavado, sin ser muy exitosa en su misión. La ropa salió mojada y ella llamó a Buzz para que la recogiera en su carro. Buzz, quien venía con la noticia atorada en la boca, espero hasta llegar a casa para contarla. “No me pareció el momento adecuado”.
Pero ellas, al igual que Penélope, no solo esperaban. Janet Armstrong estudió economía doméstica en la Universidad de Purdue, Indiana; Pat Collins fue trabajadora social, y Joan Aldrin había estudiado drama. “Aunque la familia la mantiene muy ocupada, siempre trata de actuar”. La primera, también, fue una madre que perdió a su hija de dos años por un tumor cerebral y que asumió con valentía, cuentan, que el padre de esa niña, ahora ausente, estuviera lejos la mayor parte del tiempo. Tan lejos como los 384.400 km que separan la Luna de la Tierra.
De Pat Collins se sabe -o se dice- que se graduó del Emmanuel College, una universidad en Boston a la que solo iban mujeres y donde se especializó en inglés. Hizo trabajo social con madres solteras y escribió un poema mientras Michael orbitaba la Luna. “Toma mi silencio, aunque pretendido. Llénalo con la alegría que sientes. Toma mi coraje, ahora fingido. Tú, mi amor, lo harás real”, es uno de los versos que rescató el periódico The Boston Globe.
Pero Joan Aldrin, quizá, fue más honesta con lo que significaba ser la esposa de un astronauta. Ella, que estudio arte dramático en la Universidad de Rutgers y quien hizo una maestría en la Universidad de Columbia, solía declarar a los medios que extrañaba tener a alguien con quien hablar durante esas largas horas de espera. No solo durante la misión, sino durante los entrenamientos. “Desearía que Buzz fuera un carpintero, un camionero, un científico, cualquier cosa menos lo que él es”, dijo una vez a la revista Life en 1969.
En la espera no solo hay un hombre ausente. También hay fortaleza, severidad, aplomo y dudas. Y tras la espera hay un encuentro con lo real. Después de la misión exitosa y de la anhelada llegada a casa, ya no hubo más mujeres resignadas a la espera. Janet y Neil se divorciaron en 1994 y años antes, en 1972, se separaron Joan y Buzz, después de que él, se dice, sufriera de alcoholismo y depresión. Ya no hubo más Penélopes.