Lo que revelan los peces que alguna vez estuvieron en el ‘desierto’ de La Tatacoa
Hace unos 16 millones de años, lo que hoy conocemos por desierto de La Tatacoa fue una enorme selva donde vivió una gran cantidad de peces. Un grupo de investigadores investigó, a partir de fósiles, cómo eran y se llevaron más de una sorpresa.
Sergio Silva Numa
El “desierto” de La Tatacoa —que no es un desierto, propiamente—, es un lugar muy familiar para los colombianos. Por décadas, su paisaje árido ha atraído a cientos de turistas. Muchos también lo suelen visitar para observar mejor el firmamento que lo que les permite la contaminación lumínica de las ciudades. Durante el eclipse anular del pasado 14 de octubre, por ejemplo, se agruparon carros y motos, en búsqueda de un espacio para ver mejor lo que ocurría en el cielo. (Lea Los puntos de quiebre a los que se podría enfrentar Colombia por el calor y la basura espacial)
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El “desierto” de La Tatacoa —que no es un desierto, propiamente—, es un lugar muy familiar para los colombianos. Por décadas, su paisaje árido ha atraído a cientos de turistas. Muchos también lo suelen visitar para observar mejor el firmamento que lo que les permite la contaminación lumínica de las ciudades. Durante el eclipse anular del pasado 14 de octubre, por ejemplo, se agruparon carros y motos, en búsqueda de un espacio para ver mejor lo que ocurría en el cielo. (Lea Los puntos de quiebre a los que se podría enfrentar Colombia por el calor y la basura espacial)
Hace unos 16 millones de años La Tatacoa no se parecía nada al paisaje que hoy atrae a turistas. En vez de una zona semiárida y rojiza, se parecía más a la selva que hoy conocemos en la Amazonia. Era un sitio con cuerpos de agua y ríos muy grandes por los que viajaban criaturas como la Stupendemys geographicus, una tortuga tan grande como un automóvil.
Pero además de tortugas inmensas, mamíferos, lagartos y cocodrilos, por esa exuberante selva había una gran cantidad de peces. Como cuenta Jorge Domingo Carrillo Briceño, a diferencia de los grandes reptiles, los peces son animales a los que los paleontólogos no les han puesto tanta atención, pues “hay que invertir mucho tiempo para lograr una descripción certera”, pero que esconden un par de buenos secretos sobre nuestro pasado.
Carrillo habla desde de Suiza, donde es profesor en la Universidad de Zúrich. Allí obtuvo su doctorado en Natural Science, después de graduarse como Geógrafo y estudiar una maestría en Oceanografía en Chile. Desde entonces, ha tratado de entender cómo era la fauna y el ambiente del norte de Sur América en una época que no suena tan familiar: el Mioceno medio.
Para comprenderlo, Carrillo, venezolano, ha descrito desde mamíferos hasta los antepasados de los tiburones que vivieron en La Guajira. En 2019, por invitación del reconocido paleontólogo colombiano Carlos Jaramillo, viajó hasta La Tatacoa para analizar también fósiles de peces. Al llegar se llevó una sorpresa.
Encontró, recuerda, una “colección maravillosa” en el Museo de Historia Natural de La Tatacoa, que años atrás había empezado a levantar Andrés Vanegas, junto a su hermano Rubén, y que hoy es un motivo de orgullo para quienes viven en la vereda La Victoria. De hecho, a mediados de este año, hasta allí llegaron unos 50 investigadores de la élite de la paleontología para celebrar un siglo de exploraciones en la zona y celebrar la transformación que ha logrado la ciencia.
“Cuando observé lo había, quedé asombrado. Era una oportunidad única para entender cómo había sido este lugar hace entre 10 y 16 millones de años”, dice Carrillo. Para lograrlo, el siguiente paso consistía en ordenar toda esa información y comprender con mejor detalle qué escondía.
Tras un par de años de trabajo, de hacer comparaciones taxonómicas con las colecciones de varias universidades y de lograr descripciones lo más certeras posible, sus resultados los publicó en la revista Geodiversitas, bajo el título New clues on the palaeodiversity of the middle Miocene freshwater ichthyofauna from the Tatacoa Desert, Colombia. Lo hizo en compañía de Laura Mora-Rojas (Universidad Eafit), Kimberly Hendricks (Grand Valley State University), Andrés Vanegas (Museo de Historia Natural La Tatacoa) y Orangel Aguiler (Fluminense Federal University).
Sin detenernos mucho en el proceso, los investigadores analizaron datos de especies de peces de agua dulce, que habían empezado a recolectar desde 2009 en el desierto de La Tatacoa, en un punto conocido como La Venta. También revisaron especímenes de la región que años atrás habían sido guardados en diferentes colecciones paleontológicas. Entre ellas, la del Museo Geológico Nacional “José Royo y Gómez”, del Servicio Geológico Colombiano, y la de Fundación Vigías del Patrimonio Paleontólogo de La Tatacoa. En total, agruparon 700 elementos de las formaciones La Victoria y Villavieja.
“Desde que se empezaron a hacer expediciones a La Tatacoa, siempre se han mencionado a los peces. Sin embargo, aunque los recolectaban y los guardaban en colecciones, no los estudiaban con suficiente detalle”, explica Carrillo. “Nosotros quisimos hacer una revisión de lo que había para entender mejor la diversidad de La Venta”.
Ese exhaustivo trabajo de recolección fue solo el primer paso. Además de hacer una extensa revisión bibliográfica, tuvieron que empezar a comparar sus fósiles con los de otros especímenes alojados en varias universidades e institutos, como el Museo de Zoología de la Universidad de São Paulo, en Brasil, o el Muséum National d’Histoire Naturelle, en París.
Parte del resultado lo sintetizaron en una frase: “El grupo Honda (formaciones La Victoria y Villavieja) en el desierto de La Tatacoa, preserva una de las faunas de peces de agua dulce del Mioceno más diversas conocidas hasta ahora en el Neotrópico”, apuntaron en el artículo.
En su análisis, se llevaron varias sorpresas. Entre ellas, la presencia del Sciades maldonadonis, un nuevo bagre fósil nombrado en honor al biólogo Javier Maldonado, que murió en 2019 durante una expedición al río Vaupés. También hicieron el primer informe para la región del bagre espinoso Oxydoras. (Lea El Servicio Geológico informa sobre posible emisión de gases y ceniza del volcán Puracé)
En palabras de Carrillo, esa riqueza, que puede estar subestimada, es clave para varias cosas. Una de ellas tiene que ver con la información que brindan estos fósiles sobre el ambiente que habitaban. “No solo se trata de hacer una revisión taxonómica. Los fósiles de peces son muy valiosos porque nos permiten inferir los lugares en los que vivían y hacernos una idea de cómo eran esos ecosistemas”, añade Carrillo.
Para explicarlo un poco mejor usa el ejemplo de las populares cachamas, que transitaron por esos cuerpos de agua hace millones de años. “Son una especie de marcadores ambientales, que nos certifican que estos ríos cruzaban zonas de bosque. ¿Por qué? Porque estos peces se alimentan de frutos que caen de los árboles ubicados a las orillas de los cuerpos de agua”.
Comprender con una mejor precisión qué especies de peces había en lo que hoy es La Tatacoa les indica una cosa más: las conexiones hidrográficas que pudieron existir entre ese territorio y el resto del continente. “A diferencia de los mamíferos, que tenían barreras naturales, lo fascinante de los peces es que pueden hacer extensos desplazamientos. Así como ahora, entonces, podían nadar cientos de kilómetros desde la desembocadura de un río para desovar”, asegura Carrillo. “Eso nos permite saber mejor todas esas conexiones que había en el Mioceno y entender mejor nuestro pasado”.
Por ejemplo, eso permite tener más pistas de que en aquella época, cuando aun las cordilleras no existían, entre Huila y Venezuela había una compleja red de ríos y humedales interconectados. Los paleontólogos lo suelen llamar el Sistema Pebas.