Los beneficios de divulgar la ciencia colombiana
Descubrir el periodismo científico es una de las cosas que me han hecho vivir intensamente.
Lisbeth Fog Corradine
A ver. Mi tema es la divulgación de la ciencia. De la ciencia colombiana. Y como estamos en época de balances, luego de casi 40 años de trabajar en el tema, quisiera compartirles algunos hallazgos que he descubierto hablando con quienes generan conocimiento nuevo.
Descubrí la geología y gracias a los geólogos con quienes trabajé durante varios años aprendí a mirar el paisaje de una manera diferente: ya no admirando la biodiversidad que me había cautivado desde siempre, desde el bicho más pequeño hasta el árbol más centenario, sino su base, la roca sobre la cual se edifica lo que vemos. Y llegué a pensar que si pudiera volver a nacer —algo muy poco científico— estudiaría geología… pero me dedicaría a divulgarla.
Puede ver: El extraño caso de un tiburón al que se le regenera la aleta tras un accidente
Descubrí además que la geología tiene mucho que ver con las ciencias sociales porque nos da pistas sobre materiales que se esconden bajo tierra, la forma como se relaciona el trabajo para extraerlos y luego convertirlos en insumos para aparatos que usamos cotidianamente como el celular, el carro, el juguete. Aprendí a diferenciar las rocas —porque ay de que uno diga piedra, aunque se trate de una minúscula—, a admirar sus venas, sus trazados, a ‘oírlas’, a martillar y sacar muestras en las montañas, a respetar los fósiles que de chiquita cogía y coleccionaba, a asomarme a la diversidad de disciplinas de la geología. A sorprenderme con el hallazgo de 7 dientes fosilizados de un primate que probarían la unión de Suramérica con el norte del continente o el diente de tiburón que encontraron en el Amazonas confirmando que hace millones de años esta zona hoy completamente selvática, fue mar; a mirar los volcanes, que no siempre terminan en punta con un orificio perfectamente delineado como nos enseñaron en el colegio, a entender la ciencia de los sismos, terremotos y tsunamis. Lo que está debajo de nuestros pies es una fuente de conocimiento que incide en muchas de las actividades diarias y los geólogos colombianos tienen mucho por contar.
Descubrí una gran variedad de científicos de la salud en muchas ciudades colombianas que están en permanente contacto con las comunidades, buscando soluciones a los problemas que los aquejan, como la falta de agua potable, las enfermedades infecciosas tan tropicales en nuestro país o la desnutrición infantil. Entendí que los bebés prematuros tienen esperanza cuando entran al programa Madre Canguro, el cuidado del enfermo terminal y del cuidador del enfermo terminal, las enfermedades de la vejez y las enfermedades huérfanas. Fui testigo de los avatares de los científicos para lograr la mirada política, como una ley que ampare a quienes padecen de una de estas enfermedades.
Puede ver: Encuentran dos templos vinculados a Hércules y Alejandro Magno
Descubrí en la biodiversidad colombiana historias de orquídeas que acompañaron a Humboldt y Bonpland, micos que cada vez tienen menos árboles para trepar, plantas con alto poder curativo que han generado emprendimientos, frutos tropicales como el chontaduro que encierra en su interior cristales de metales como germanio, oro y platino con capacidad para estimular el sistema inmunológico. Variedades de cacao más resistentes a las sequias. Peces del Caribe que se defienden de los exóticos cuando aparecen y modifican los ecosistemas; los ingeniosos sistemas para salvar a los corales del blanqueamiento. Sobre las diatomeas, esas algas que encuentran los científicos en el fondo de las lagunas y que les hablan de cómo era el clima en el pasado. Sobre el papel que cumplen los bosques de mangle y el gran problema de la deforestación. Seguí a los científicos colombianos que forman parte de quienes estudian el fenómeno del cambio climático.
Aprendí sobre nuestros antepasados y cómo nuestro territorio empezó a ver a los primeros humanos que deambulaban por las cercanías de Zipaquirá y Soacha, gracias a los vestigios que han encontrado arqueólogos y antropólogos colombianos.
Sobre el futuro, pude conversar con científicos y científicas, que crean dispositivos para tratar enfermedades como el EPOC o para diagnosticar tempranamente el riesgo de eclampsia en mujeres embarazadas, para potabilizar el agua, detectar alcohol adulterado, o construir casas con vigas durables y sismoresistentes con envases de tetrapack.
Y tuve el gran placer de entrevistar a muchos de quienes hoy forman parte de la comunidad científica colombiana y a aquellos que ya nos han dejado.
Puede ver: Einstein, ese “perro flojo”
Pero también cubrí la política científica. Sobre ese tema, mejor ni hablar porque a mi modo de ver va en picada y estoy de acuerdo con José Antonio Ocampo: Colciencias se ha debido quedar donde estaba. Los políticos no tienen la ciencia en el radar y eso sí que da tristeza en un país con tanto talento.
Descubrir el periodismo científico es una de las cosas que me han hecho vivir intensamente.
A ver. Mi tema es la divulgación de la ciencia. De la ciencia colombiana. Y como estamos en época de balances, luego de casi 40 años de trabajar en el tema, quisiera compartirles algunos hallazgos que he descubierto hablando con quienes generan conocimiento nuevo.
Descubrí la geología y gracias a los geólogos con quienes trabajé durante varios años aprendí a mirar el paisaje de una manera diferente: ya no admirando la biodiversidad que me había cautivado desde siempre, desde el bicho más pequeño hasta el árbol más centenario, sino su base, la roca sobre la cual se edifica lo que vemos. Y llegué a pensar que si pudiera volver a nacer —algo muy poco científico— estudiaría geología… pero me dedicaría a divulgarla.
Puede ver: El extraño caso de un tiburón al que se le regenera la aleta tras un accidente
Descubrí además que la geología tiene mucho que ver con las ciencias sociales porque nos da pistas sobre materiales que se esconden bajo tierra, la forma como se relaciona el trabajo para extraerlos y luego convertirlos en insumos para aparatos que usamos cotidianamente como el celular, el carro, el juguete. Aprendí a diferenciar las rocas —porque ay de que uno diga piedra, aunque se trate de una minúscula—, a admirar sus venas, sus trazados, a ‘oírlas’, a martillar y sacar muestras en las montañas, a respetar los fósiles que de chiquita cogía y coleccionaba, a asomarme a la diversidad de disciplinas de la geología. A sorprenderme con el hallazgo de 7 dientes fosilizados de un primate que probarían la unión de Suramérica con el norte del continente o el diente de tiburón que encontraron en el Amazonas confirmando que hace millones de años esta zona hoy completamente selvática, fue mar; a mirar los volcanes, que no siempre terminan en punta con un orificio perfectamente delineado como nos enseñaron en el colegio, a entender la ciencia de los sismos, terremotos y tsunamis. Lo que está debajo de nuestros pies es una fuente de conocimiento que incide en muchas de las actividades diarias y los geólogos colombianos tienen mucho por contar.
Descubrí una gran variedad de científicos de la salud en muchas ciudades colombianas que están en permanente contacto con las comunidades, buscando soluciones a los problemas que los aquejan, como la falta de agua potable, las enfermedades infecciosas tan tropicales en nuestro país o la desnutrición infantil. Entendí que los bebés prematuros tienen esperanza cuando entran al programa Madre Canguro, el cuidado del enfermo terminal y del cuidador del enfermo terminal, las enfermedades de la vejez y las enfermedades huérfanas. Fui testigo de los avatares de los científicos para lograr la mirada política, como una ley que ampare a quienes padecen de una de estas enfermedades.
Puede ver: Encuentran dos templos vinculados a Hércules y Alejandro Magno
Descubrí en la biodiversidad colombiana historias de orquídeas que acompañaron a Humboldt y Bonpland, micos que cada vez tienen menos árboles para trepar, plantas con alto poder curativo que han generado emprendimientos, frutos tropicales como el chontaduro que encierra en su interior cristales de metales como germanio, oro y platino con capacidad para estimular el sistema inmunológico. Variedades de cacao más resistentes a las sequias. Peces del Caribe que se defienden de los exóticos cuando aparecen y modifican los ecosistemas; los ingeniosos sistemas para salvar a los corales del blanqueamiento. Sobre las diatomeas, esas algas que encuentran los científicos en el fondo de las lagunas y que les hablan de cómo era el clima en el pasado. Sobre el papel que cumplen los bosques de mangle y el gran problema de la deforestación. Seguí a los científicos colombianos que forman parte de quienes estudian el fenómeno del cambio climático.
Aprendí sobre nuestros antepasados y cómo nuestro territorio empezó a ver a los primeros humanos que deambulaban por las cercanías de Zipaquirá y Soacha, gracias a los vestigios que han encontrado arqueólogos y antropólogos colombianos.
Sobre el futuro, pude conversar con científicos y científicas, que crean dispositivos para tratar enfermedades como el EPOC o para diagnosticar tempranamente el riesgo de eclampsia en mujeres embarazadas, para potabilizar el agua, detectar alcohol adulterado, o construir casas con vigas durables y sismoresistentes con envases de tetrapack.
Y tuve el gran placer de entrevistar a muchos de quienes hoy forman parte de la comunidad científica colombiana y a aquellos que ya nos han dejado.
Puede ver: Einstein, ese “perro flojo”
Pero también cubrí la política científica. Sobre ese tema, mejor ni hablar porque a mi modo de ver va en picada y estoy de acuerdo con José Antonio Ocampo: Colciencias se ha debido quedar donde estaba. Los políticos no tienen la ciencia en el radar y eso sí que da tristeza en un país con tanto talento.
Descubrir el periodismo científico es una de las cosas que me han hecho vivir intensamente.