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La vestimenta que debe usar Luis Guillermo Santos, coordinador del Laboratorio de Conservación y Viabilidad de Semillas del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), para cumplir con su trabajo, no es una usual. Sobre todo cuando se tiene en cuenta que el laboratorio donde trabaja queda en Palmira (Valle del Cauca), lugar que se asocia más a un clima cálido y a las camisetas frescas.
Pantalón térmico, overol, chaqueta, saco, botas, gorro, guantes internos y guantes externos son sólo algunas de las prendas con las que él y su equipo se deben armar, casi disfrazar, para cumplir con su misión: cuidar y proteger las colecciones de semillas de fríjol y forraje más grandes del mundo y que se encuentran en Colombia, a una temperatura de -18 grados centígrados.
El banco de semillas del CIAT donde trabaja parece un búnker, una bóveda gris en donde se apilan, una sobre otra, bolsas de aluminio plástico que guardan al vacío material de estos dos cultivos provenientes de 110 países del mundo. Así, si de repente México se ve afectado por un huracán que arrasa con sus forrajes o en Argelia una sequía acaba con la calidad de sus cultivos de fríjol, los países que han donado estas semillas al banco pueden “repatriarlas” para que no desaparezcan de su agricultura. Pues, además de conservarlas, el Programa de Recursos Genéticos del CIAT tiene un mandato muy claro: velar por la seguridad alimentaria del mundo.
Por esto, explica Santos, junto con el banco de yucas in vitro, que también pertenece al programa, las tres colecciones se encuentran bajo el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura, de la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Un convenio firmado por varios países que busca intercambio de semillas fácil entre agricultores de distintas regiones, el rescate de la diversidad de cultivos y que los países puedan acceder a los materiales mejorados para hacer frente a retos como el cambio climático.
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Cada vez que van a entrar a la bóveda que está a -18 °C, los trabajadores del CIAT deben pasar por un proceso de aclimatación. Antes de entrar al banco se encierran en una cámara a 10 °C, toman mucha aguapanela o chocolate caliente e, idealmente, sólo permanecen entre 30 y 45 minutos en la bóveda más fría. Después de ese tiempo, deben volver a la cámara de 10 °C, esperar 15 minutos y regresar a su trabajo.
Cuando llega la hora del almuerzo, la cosa se complica. “Si la temperatura de Palmira está a 30 °C, a las 11:30 a.m. tenemos que estar a 20 °C para que salgamos y no tengamos un shock térmico”, explica Santos, quien después de trabajar siete años con el laboratorio y, a pesar de ser de Palmira, confiesa que el frío ya no le pega tan duro.
Bajo su cuidado hay 37.987 materiales de fríjol y 23.140 de forrajes, semillas que han llegado al banco por donaciones de la fundación internacional Crop Trust o por medio de colectas que hace Daniel Debouck, líder del programa, junto a instituciones o universidades en los lugares del mundo donde se sabe que no se ha explorado mucho. Esto con el ánimo de encontrar especies silvestres que tengan un potencial oculto para ser estudiado.
Lo paradójico, sin embargo, es que desde que el tratado entró en vigencia, en el 2004, a pesar de ser sede del banco, ningún material colombiano ha podido entrar a la colección. Dado que Colombia firmó pero no ratificó el acuerdo, no se permite que se haga ninguna exploración en campo para descubrir nuevo material. Así que desde ese año, en Colombia se hace el proceso de cuarentena, multiplicación, caracterización, cosecha, secado, control de calidad, almacenamiento y conservación de miles de semillas del mundo, pero no de las propias.
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Después de pasar por este proceso, si están en orden y se alcanza a tener un lote de 2.000 semillas por material, estas son secadas para que tengan una humedad no mayor al 5 % y puedan ser congeladas a -18 °C. “De ese total, unas se quedan acá, en nuestra colección base, otras son para distribución y unas se usan en un monitoreo periódico, que controla que no se estén dañando con el tiempo”, comenta Santos. Un grupo final se convierte en copias de seguridad que deben viajar a un centro par en México y a la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, en el archipiélago noruego.
Conocida también como el “arca de Noé” de las semillas, por ser un seguro de vida para la humanidad en caso de que una inundación o una guerra arrasaran con la agricultura del mundo, en la Bóveda Global de Semillas están guardadas, a la temperatura local de -18 °C, las simientes de casi todas las cosechas del mundo. Incluyendo las 34.585 de fríjol y las 19.888 de forraje que han viajado desde la fresca Palmira hasta tan sólo 1.000 kilómetros del Polo Norte para permanecer congeladas otros 50 años.