Los humanos podrían necesitar más horas de sueño durante invierno
Una nueva investigación exploró cómo se podrían ver afectados los ciclos de sueño de los humanos durante invierno, en comparación con otras estaciones en las que los días (y por ende, la luz) son más largos. Los resultados, si bien calificados como valiosos, tienen limitantes.
Los científicos saben que la exposición a la luz afecta la arquitectura del sueño de los humanos. En personas sanas, la influencia de la duración de los períodos de oscuridad y de luz se relaciona con la secreción de melatonina. Se sospecha que esta hormona sincroniza, por decirlo de alguna manera, los relojes de las células, indicándole al cuerpo que es hora de dormir cuando detecta estímulos de oscuridad.
La luz que percibimos en la Tierra varía a lo largo del año debido a la inclinación del eje de giro del planeta respecto del sol. Por eso se dan las estaciones que, dependiendo de la región, pueden ser seis, cuatro o dos. En verano, por ejemplo, los días son más largos que en invierno, es decir, los períodos de luz y de oscuridad cambian. ¿Afecta eso el sueño de los humanos? ¿Dormimos más durante invierno que en verano?
Se trata de una vieja pregunta en la ciencia. Durante varias décadas los investigadores buscaron respuestas, pero desde los años 90 la investigación se ha detenido. Las diferencias en la arquitectura del sueño en respuesta a los cambios en la exposición a la luz están bien documentadas, pero se cree que el efecto de la estación en el sueño humano se ve anulado por nuestro acceso ilimitado a fuentes de luz y temperatura, especialmente en entornos urbanos.
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Es decir, la luz artificial de las ciudades podría anular el efecto que tienen los cambios de luz y oscuridad naturales en nuestra secreción de melatonina. Por eso, la mayoría de investigación que se están haciendo sobre este tema se ven limitadas a laboratorios y entornos muy controlados. Un nuevo estudio, publicado en la revista Frontiers in Neuroscience, da nuevas pistas sobre este tema, investigando los ciclos de sueño de una población urbana que asistía a un laboratorio de sueño neurológico/psiquiátrico en Berlín, Alemania.
Fueron 292 pacientes los reclutados para la investigación. Todos ellos acudían ya al laboratorio por dificultades relacionadas con el sueño debido a condiciones como el insomnio o la depresión.
Se les siguió durante un año completo, sometiéndolos a estudios del sueño llamados polisomnografías. La dinámica era simple: se les pidió que durmieran de forma natural en un laboratorio especial sin despertador y sin ningún tipo de medicamento que alterara, incitara o dificultara el sueño. En el laboratorio, donde las entradas de luz se controlaron a partir siempre de una hora según la duración del día y la estación, se les evaluó la calidad y el tipo de sueño, así como la duración del mismo. ¿Qué encontraron?
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Los datos sugieren una variación estacional en la arquitectura del sueño, incluso cuando se vive en un entorno urbano. Los pacientes experimentaron un sueño REM más prolongado en invierno que en verano y un sueño menos profundo en otoño. Hay que recordar que durante el sueño el cerebro pasa en ciclos por cinco fases distintivas. El sueño de movimientos oculares rápidos (REM por sus siglas en inglés), suele representar el 25% del ciclo de sueño y ocurre por primera vez entre 70 y 90 minutos después de dormirse.
El sueño REM es importante porque durante él el cerebro y el organismo se energizan y es cuando se sueña. Se sospecha que esta etapa del sueño participa en el proceso de almacenamiento de recuerdos y aprendizaje y también ayuda a equilibrar el estado de ánimo. Por eso, los científicos se concentraron especialmente en esta etapa del sueño. En conclusión, el sueño REM fue 30 minutos más largo en invierno que en verano, una diferencia que aunque parezca pequeña, es muy significativa, dijeron los investigadores.
“Este estudio debe replicarse en una gran cohorte de sujetos sanos”, advirtió el Dr. Dieter Kunz, autor correspondiente del estudio, con sede en la Clínica de Sueño y Cronomedicina del Hospital St Hedwig de Berlín, citado por el medio MedicalxPress. Uno de los limitantes de la investigación es que se realizó con personas que ya reportaban interrupción de sueño, por lo que al hacerse en una cohorte de personas sanas, los resultados podrían cambiar, pero los investigadores creen que es un resultado importante que puede motivar futuras investigaciones sobre el efecto que tiene la estacionalidad en el sueño de los humanos.
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Se sabe que varios procesos fisiológicos y condiciones médicas en humanos exhiben patrones estacionales y esto también incluye condiciones médicas que afectan el sueño. Un trastorno común relacionado con el sueño y afectado por la estacionalidad es la apnea obstructiva del sueño, que aumenta en invierno y disminuye en verano, escribieron los investigadores. La estacionalidad también afecta el trastorno afectivo estacional (SAD), que incluye sueño prolongado y aumento de peso durante el invierno y que es más frecuente en personas que viven en latitudes más altas.
Los científicos saben que la exposición a la luz afecta la arquitectura del sueño de los humanos. En personas sanas, la influencia de la duración de los períodos de oscuridad y de luz se relaciona con la secreción de melatonina. Se sospecha que esta hormona sincroniza, por decirlo de alguna manera, los relojes de las células, indicándole al cuerpo que es hora de dormir cuando detecta estímulos de oscuridad.
La luz que percibimos en la Tierra varía a lo largo del año debido a la inclinación del eje de giro del planeta respecto del sol. Por eso se dan las estaciones que, dependiendo de la región, pueden ser seis, cuatro o dos. En verano, por ejemplo, los días son más largos que en invierno, es decir, los períodos de luz y de oscuridad cambian. ¿Afecta eso el sueño de los humanos? ¿Dormimos más durante invierno que en verano?
Se trata de una vieja pregunta en la ciencia. Durante varias décadas los investigadores buscaron respuestas, pero desde los años 90 la investigación se ha detenido. Las diferencias en la arquitectura del sueño en respuesta a los cambios en la exposición a la luz están bien documentadas, pero se cree que el efecto de la estación en el sueño humano se ve anulado por nuestro acceso ilimitado a fuentes de luz y temperatura, especialmente en entornos urbanos.
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Es decir, la luz artificial de las ciudades podría anular el efecto que tienen los cambios de luz y oscuridad naturales en nuestra secreción de melatonina. Por eso, la mayoría de investigación que se están haciendo sobre este tema se ven limitadas a laboratorios y entornos muy controlados. Un nuevo estudio, publicado en la revista Frontiers in Neuroscience, da nuevas pistas sobre este tema, investigando los ciclos de sueño de una población urbana que asistía a un laboratorio de sueño neurológico/psiquiátrico en Berlín, Alemania.
Fueron 292 pacientes los reclutados para la investigación. Todos ellos acudían ya al laboratorio por dificultades relacionadas con el sueño debido a condiciones como el insomnio o la depresión.
Se les siguió durante un año completo, sometiéndolos a estudios del sueño llamados polisomnografías. La dinámica era simple: se les pidió que durmieran de forma natural en un laboratorio especial sin despertador y sin ningún tipo de medicamento que alterara, incitara o dificultara el sueño. En el laboratorio, donde las entradas de luz se controlaron a partir siempre de una hora según la duración del día y la estación, se les evaluó la calidad y el tipo de sueño, así como la duración del mismo. ¿Qué encontraron?
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Los datos sugieren una variación estacional en la arquitectura del sueño, incluso cuando se vive en un entorno urbano. Los pacientes experimentaron un sueño REM más prolongado en invierno que en verano y un sueño menos profundo en otoño. Hay que recordar que durante el sueño el cerebro pasa en ciclos por cinco fases distintivas. El sueño de movimientos oculares rápidos (REM por sus siglas en inglés), suele representar el 25% del ciclo de sueño y ocurre por primera vez entre 70 y 90 minutos después de dormirse.
El sueño REM es importante porque durante él el cerebro y el organismo se energizan y es cuando se sueña. Se sospecha que esta etapa del sueño participa en el proceso de almacenamiento de recuerdos y aprendizaje y también ayuda a equilibrar el estado de ánimo. Por eso, los científicos se concentraron especialmente en esta etapa del sueño. En conclusión, el sueño REM fue 30 minutos más largo en invierno que en verano, una diferencia que aunque parezca pequeña, es muy significativa, dijeron los investigadores.
“Este estudio debe replicarse en una gran cohorte de sujetos sanos”, advirtió el Dr. Dieter Kunz, autor correspondiente del estudio, con sede en la Clínica de Sueño y Cronomedicina del Hospital St Hedwig de Berlín, citado por el medio MedicalxPress. Uno de los limitantes de la investigación es que se realizó con personas que ya reportaban interrupción de sueño, por lo que al hacerse en una cohorte de personas sanas, los resultados podrían cambiar, pero los investigadores creen que es un resultado importante que puede motivar futuras investigaciones sobre el efecto que tiene la estacionalidad en el sueño de los humanos.
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Se sabe que varios procesos fisiológicos y condiciones médicas en humanos exhiben patrones estacionales y esto también incluye condiciones médicas que afectan el sueño. Un trastorno común relacionado con el sueño y afectado por la estacionalidad es la apnea obstructiva del sueño, que aumenta en invierno y disminuye en verano, escribieron los investigadores. La estacionalidad también afecta el trastorno afectivo estacional (SAD), que incluye sueño prolongado y aumento de peso durante el invierno y que es más frecuente en personas que viven en latitudes más altas.