14 de enero de 2025 - 01:12 p. m.

Patarroyo, su investigación y los medios de comunicación

Aún hay medios que se refieren a Patarroyo como “el descubridor de la vacuna contra la malaria”, cuando no hay tal. “Un científico mediático”, lo calificó alguna vez una revista.

Lisbeth Fog Corradine

Manuel Elkin Patarroyo.
Manuel Elkin Patarroyo.
Foto: EFE - Miguel Barreto
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En agosto de 1987 organicé mi primer curso taller de periodismo científico cuando trabajaba en el Convenio Andrés Bello. Asistieron 27 periodistas de Bolivia, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela. Convocamos a Manuel Elkin Patarroyo para que ofreciera una rueda de prensa, pues acababa de publicar un artículo en la sección Letter de la edición 328 de la revista científica Nature en el que afirmaba que algunas moléculas del parásito Plasmodium falciparum, responsable de enfermar con malaria, eran candidatas potenciales para producir vacunas. Más exactamente se trataba de péptidos sintéticos, fragmentos del parásito producidos en laboratorio por síntesis química, que Patarroyo explicaba como si fueran unas ‘manitos’ que se agarraban a las células humanas y producían la enfermedad. No era una tarea fácil porque fue necesario analizar cada uno de ellos para identificar los que no utilizaba el parásito para pegarse a las células, o sea los que inducen una respuesta inmune. Con ellos empezó a trabajar en la vacuna sintética —primero en tuberculosis— y con ellos formó su ‘peptidoteca’ que mostraba orgulloso en su laboratorio del anterior Instituto de Asuntos Nucleares, donde finalmente organizó su centro de investigación, la Fundación Instituto de Inmunología de Colombia.

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Manuel Elkin Patarroyo.
Foto: EFE - Miguel Barreto
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En agosto de 1987 organicé mi primer curso taller de periodismo científico cuando trabajaba en el Convenio Andrés Bello. Asistieron 27 periodistas de Bolivia, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela. Convocamos a Manuel Elkin Patarroyo para que ofreciera una rueda de prensa, pues acababa de publicar un artículo en la sección Letter de la edición 328 de la revista científica Nature en el que afirmaba que algunas moléculas del parásito Plasmodium falciparum, responsable de enfermar con malaria, eran candidatas potenciales para producir vacunas. Más exactamente se trataba de péptidos sintéticos, fragmentos del parásito producidos en laboratorio por síntesis química, que Patarroyo explicaba como si fueran unas ‘manitos’ que se agarraban a las células humanas y producían la enfermedad. No era una tarea fácil porque fue necesario analizar cada uno de ellos para identificar los que no utilizaba el parásito para pegarse a las células, o sea los que inducen una respuesta inmune. Con ellos empezó a trabajar en la vacuna sintética —primero en tuberculosis— y con ellos formó su ‘peptidoteca’ que mostraba orgulloso en su laboratorio del anterior Instituto de Asuntos Nucleares, donde finalmente organizó su centro de investigación, la Fundación Instituto de Inmunología de Colombia.

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Los periodistas lo escucharon atentamente, escribieron sus historias que fueron revisadas por los docentes, el periodista científico español Manuel Calvo Hernando y su colega chileno Sergio Prenafeta, y salieron de inmediato a enviar sus historias a los medios de comunicación donde trabajaban. ‘Chiva redonda’, habría dicho mi exjefe, el periodista Arturo Abella. Y lo fue. Desde entonces Patarroyo ocupó sendos espacios en los diferentes medios de comunicación, llegando a ser portada y abrir noticieros sin mucho esfuerzo.

Allí empezó mi relación periodista-científico con Patarroyo. Cuando supe de su muerte, el día de mi cumpleaños, desempolvé un paquete con toda la información que había ido guardando sobre su investigación. En ese paquete encontré la tesis de grado de Magnolia Arango Tamayo, Seguimiento de la investigación científica sobre la vacuna sintetica contra la malaria llevada a cabo por el doctor Manuel Elkin Patarroyo y registrada por el periódico El Tiempo de 1982 a 1991, que dirigí a comienzos de la década de los años noventa. Dicho trabajo concluye, por ejemplo, que de informar sobre la ciencia, se evoluciona a hablar de quien la produce, lo que sucede con mucha frecuencia en periodismo científico: como es complicado explicar la ciencia básica en este caso, entonces mejor hablemos del investigador. Patarroyo se convierte en un modelo a seguir y su facilidad para conversar, para convencer, para enganchar a su auditorio cuando dicta conferencias, su don de gentes que le permite llegar hasta las altas esferas de la política y de las artes, hace que sea recordado por infinidad de personas. De hecho, en una encuesta realizada por el entonces Colciencias en 2004, cuando se les preguntaba a los participantes si recordaban el nombre de algún científico colombiano vivo, el 76% mencionó a Patarroyo, seguido de Rodolfo Llinás, con el 10%.

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La tesis también concluye que desde las primeras informaciones “se genera expectativa en cuanto a la fecha en la cual estará lista la vacuna, casi sin cuestionarse si realmente será efectiva”. Enseñanza para el periodismo científico, en cuya labor es importante ir hasta el fondo de la noticia, preguntar hasta la saciedad, no dejar inquietudes sin respuesta. Además, el anuncio de que ‘en un par de años estará lista la vacuna’ deja un sabor amargo para la ciencia y para el periodismo, que empieza a volverse sensacionalista, a generar falsas esperanzas y, como decía Calvo Hernando, “el periodismo científico debe tener un balance entre un optimismo prudente y un pesimismo esperanzador”.

Varias veces tuve la oportunidad de visitar a Patarroyo en su laboratorio y en la estación de primates ubicada en Leticia, Amazonas. Varios artículos publiqué en El Espectador. Lo visité en sus últimos años de la sede del Hospital San Juan de Dios, a comienzos de siglo, y quedé sorprendida por el laboratorio con equipos de alta tecnología en el que trabajaban sus grupos de investigación. Me sentí visitando un centro científico europeo. Lamenté lo que sucedió y me pregunto si alguna vez logró recuperar absolutamente todos los equipos que perdió por el embargo al que se vio sometido sin justa causa.

Por allá en 2005 fui testigo en Leticia del trato que daba su equipo a los monos nocturnos Aotus, en el Centro Primate FIDIC y me sorprendió la acusación años más tarde que le impidió continuar sus investigaciones en estos animales. Al menos hasta ahora, es difícil encontrar una vacuna sin que sea primero ensayada en algún tipo de animal, pensé. ¿Cuál sería la verdad en este caso?

Una verdad a medias

Patarroyo no desarrolló la vacuna contra la malaria a pesar de su optimismo de que lo lograría antes de irse de este planeta. Lo que sí logró fue pensar que era posible una manera diferente de producir vacunas, no biológicamente sino químicamente. Si en los monos la efectividad de su vacuna superaba el 90%, en los ensayos en diferentes grupos humanos últimamente hablaba de una efectividad del 40%. Tenía la teoría, hablaba de la combinación de la química, la física y las matemáticas para conocer el concepto de la vacuna sintética, y producía con su grupo decenas de artículos científicos, producto de infinidad de pruebas, ensayo y error, como sucede en la ciencia en general.

También se le reconoce el haber generado escuela. Fueron muchos los investigadores que se entrenaron en su laboratorio, aunque él me dijo alguna vez que fue al revés: “Es la escuela la que me ha generado a mí… Yo lo que les represento es un paradigma de actitud, pero ellos son el conocimiento, los resultados y el soporte de dicha actitud”.

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El cubrimiento periodístico del trabajo de Patarroyo es un ejemplo muy interesante del periodismo científico que a finales de la década de los años ochenta era muy incipiente. Él, una fuente de información con la habilidad de manipular a nosotros los periodistas, ingenuos y poco entrenados; aún hay medios que se refieren a Patarroyo como ‘el descubridor de la vacuna contra la malaria’, y no hay tal. “Un científico mediático”, lo calificó alguna vez la revista Cromos. Y generó tanta adulación por parte de muchos medios que repitieron como loros o se inventaron un ‘descubrimiento’, y fue tanta la controversia que se generó por parte de colegas y miembros de la comunidad científica colombiana e internacional, que los investigadores colombianos demostraban cierta apatía cuando se les pedía una entrevista para los medios de comunicación. Lo viví en carne propia en mis primeros años de periodista científica.

Él, un maestro en el manejo de sus relaciones políticas y de financiación. Recordemos que por esos años la platica le llegaba directamente sin evaluación por pares, evaluación que es condición sine qua non en los sistemas de ciencia mundiales. Cuando esas condiciones cambiaron, amenazó con irse del país. Varias veces anunció propuestas muy tentadoras de diferentes países y organizaciones.

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Él, un soñador que quiso entregarle al mundo la solución para combatir enfermedades tropicales, y muy probablemente sentó las bases para lograrlo en un futuro. En los últimos años, ya no fijaba término en el tiempo para que su vacuna fuera una realidad. Solo decía “va por buen camino”, más pausado y realista. Ahora, el reto les queda a todos sus pupilos de la FIDIC y de quienes pasaron por su laboratorio, para que podamos ahora si titular que en Colombia se desarrolló una vacuna sintética contra enfermedades que nos aquejan.

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Por Lisbeth Fog Corradine

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