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En un estudio publicado en Science, un grupo de científicos estadounidenses presentan un nuevo enfoque genético para conectar a casi 42.000 personas que viven actualmente con 27 afroamericanos que fueron enterrados cerca de una fundición de Maryland —en la que muy probablemente trabajaban como mano de obra esclava— , entre 1774 y 1850.
En este trabajo, investigadores del Museo Nacional de Historia Natural Smithsonian, la Universidad de Harvard, la Catoctin Furnace Historical Society y la empresa de servicios de genómica personalizada 23andMe ofrecen nuevos datos sobre los orígenes ancestrales y los posibles descendientes de africanos y afroamericanos relacionados con el funcionamiento de una antigua forja de hierro conocida como ‘Catoctin Furnace’.
El análisis se realizó a partir del ADN de 27 cuerpos encontrados en un cementerio afroamericano situado en esa fundición del estado de Maryland. Gracias a la comparación de ese ADN antiguo con millones de datos recientes de la base 23andMe, los investigadores descubrieron el linaje y el legado de afroamericanos libres y esclavizados en Catoctin en unos 41.799 parientes genéticos vivos, que residen hoy en el territorio de Estados Unidos.
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Consultada por la Agencia Sinc, la principal autora del artículo, Éadaoin Harney, especialista de la Universidad de Harvard y de 23andMe, lo explica de este modo: “En este estudio utilizamos la información que 9,3 millones de participantes en la investigación habían proporcionado sobre su lugar de nacimiento —y el de sus abuelos—, así como sus filiaciones etnolingüísticas, para ayudarnos a comprender mejor la ascendencia y el legado genético de los individuos de Catoctin”.
La investigadora asegura que únicamente se pretendía “utilizar el conjunto de datos de Catoctin para determinar orígenes ancestrales de los participantes (los que dieron su consentimiento en 23andMe) que comparten las conexiones genéticas más estrechas con los individuos de aquella fábrica y que, por tanto, pueden constituir su descendencia directa”.
Así, de los 27 individuos históricos de la forja incluidos en el estudio, el análisis identificó a 15 personas que las pruebas genéticas y forenses agruparon en cinco familias biológicas, cuyos parientes se concentran aún hoy en la misma región de la costa Este de EE UU. Ese tipo de exploración permite, asimismo, conocer mutaciones genéticas asociadas a enfermedades como la anemia falciforme rastreables en cada familia hasta el siglo XVIII.
Además, los resultados muestran que la comunidad de trabajadores de Catoctin está estrechamente emparentada con un pequeño número de grupos africanos, en particular los grupos etnolingüísticos wolof de África occidental y los kongo de África central.
Conexiones también en Gran Bretaña e Irlanda
¿En qué consiste exactamente el rastreo de ADN compartidos entre los individuos históricos de Catoctin y los más de nueve millones de participantes en la investigación?, es la pregunta que se le formula a la experta.
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“Los segmentos de ADN idénticos por ascendencia (Identical-by-descent, IBD, en inglés) constituyen tramos del genoma que son iguales entre dos personas porque fueron heredados de un ancestro común compartido”, describe Harney. “Cuanto más largos sean esos fragmentos IBD, y cuantos más de ellos compartan dos personas, más probable es que ese antepasado común haya vivido más recientemente”, agrega.
La científica es consciente de que “muchas de las conexiones identificadas representan probablemente relaciones genéticas muy distantes (ya que solo se detectaron pequeñas cantidades de segmentos idénticos)”. Estas relaciones genéticas distantes pueden, sin embargo, proporcionar una pista sobre los orígenes ancestrales de los individuos Catoctin, particularmente en África y Europa. Harney pone el ejemplo de una serie de conexiones genéticas relativamente distantes con participantes con vínculos autodeclarados con Senegal y Gambia.
“La mayoría de las conexiones que identificamos eran bastante lejanas y, por lo tanto, pueden remontarse a antepasados comunes que vivieron fuera de Estados Unidos”, aclara.
Uniendo remotos puntos históricos y trozos de ADN, pero también registros testimoniales y antropológicos, los genetistas pueden inferir que los antepasados de los individuos Catoctin parecen haber vivido en África occidental en algún momento. Del mismo modo, encontraron una serie de conexiones en Gran Bretaña e Irlanda, “lo que sugiere que la ascendencia europea del individuo Catoctin puede haber sido heredada de antepasados que vivieron en estas regiones en algún momento”, detalla la experta de Harvard.
Por el contrario, “al observar a los participantes en la investigación en EE UU que compartían más segmentos idénticos de ADN con los individuos de Catoctin, obtuvimos información sobre dónde viven actualmente los familiares directos” de aquellos trabajadores. “La mayor concentración de estos parientes cercanos se encontraba en Maryland, aunque también se ubicaron “grupos de parientes cercanos en el sur de EE UU y en California”, indica Harney.
Memoria ética
Según la información difundida por el Museo de Historia Natural Smithsonian, este estudio se inició y llevó a cabo antes de que la institución impusiera, en enero de 2023, restricciones temporales a la investigación con restos humanos bajo su custodia. De hecho, en mayo de 2023, el museo creó un grupo de trabajo sobre restos humanos; en su sitio web, según su propia declaración, “reconoce y aborda las cuestiones relacionadas con las colecciones y la investigación de restos humanos, y se compromete a dar un trato ético, digno y respetuoso a todos los restos humanos bajo su custodia”.
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Por su parte, la primera autora del estudio aparecido en Science, asegura que “los investigadores de 23andMe están estudiando la mejor forma de transmitir los resultados a los participantes y clientes de la investigación que otorgaron su acuerdo”.
En palabras de la científica, “dado que un estudio con restos históricos se hace a partir de seres humanos incapaces de dar su consentimiento, especialmente aquellos que fueron esclavizados, este resulta un asunto muy delicado, por lo que queremos asegurarnos de que cualquier devolución sea comunicada con la mayor claridad posible y de una manera que minimice cualquier daño potencial”. Esta consideración se extiende también a “las personas que se enteran de que comparten una conexión genética inesperada con los individuos de Catoctin”.
Dar voz a los protagonistas
“Lo que hace que el trabajo sea tan pionero es que la investigación fue iniciada por una comunidad local de afroamericanos comprometida y los resultados se estructuraron para satisfacer las necesidades, prioridades y sensibilidades de la comunidad afroamericana en general”, escribe la antropóloga Fatimah Jackson, en un artículo de valoración del estudio.
En efecto, en 2015, según explicita el Museo de Historia Natural, la arqueóloga Elizabeth Comer —presidente de la Catoctin Furnace Historical Society— sugirió el uso de nuevas técnicas para una interpretación histórica más precisa e inclusiva de los restos del yacimiento y, como no se conocía a los descendientes de los afroamericanos que trabajaron en el horno, Comer colaboró con la African American Resources Cultural and Heritage Society (AARCH) de Frederick, Maryland. Su intención era la de incorporar al proyecto sus aportaciones.
A juicio de la autora Éadaoin Harney, “históricamente, muchos estudios en antropología y genética se realizaban sin tener en cuenta la perspectiva de la comunidad estudiada o más afectada por esa investigación, pero, hoy en día, muchos investigadores en el campo del ADN antiguo se han comprometido a corregir esta injusticia histórica”.
El modo de revertir aquella tendencia, prosigue Harney, es tener presente “la importancia de la consulta a la comunidad y la de contar con un equipo de investigación diverso, que incluya a representantes de las comunidades estudiadas, como se ha destacado en varios artículos recientes que discuten los enfoques éticos de la investigación del ADN antiguo.
“Esta es la forma en que debería realizarse este tipo de investigación, y proporciona un modelo para futuros estudios”, en criterio de Jackson, que tiene en cuenta que la gran mayoría de las personas negras que viven en Estados Unidos descienden de los cientos de miles de africanos esclavizados que fueron transportados a la fuerza al continente americano entre 1501 y 1867. Una injusticia que se agrega a la de los registros históricos, que suelen omitir detalles sobre la vida de estas personas.
Harney concluye: “Esperamos que nuestro estudio pueda ser un ejemplo de cómo estos principios éticos pueden ser incorporados en futuras investigaciones”.
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