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“Mi hermano fue desaparecido por allá en 1993, entre Naranjal y Tuluá. En ese momento el miedo no nos permitió hacer las investigaciones porque había mucho actor armado por ahí. Con el tiempo se hace más y más difícil encontrar a nuestros familiares. Ya son casi treinta años y todavía no tenemos ninguna respuesta de su paradero”, denuncia Esaú Betancourt, habitante de Trujillo, Valle del Cauca.
Su caso no es aislado. El informe final de La Comisión de la Verdad reporta que entre 1985 y 2016 al menos 121.768 personas fueron desaparecidas forzosamente a causa del conflicto armado. Aclara, también, que las dificultades para denunciar este delito y el poco acceso a la justicia, en muchas regiones del país, conllevaría a que esta cifra sea más alta: puede alcanzar las 210 mil víctimas.
Para la Comisión, la desaparición forzada es un crimen que busca eliminar cualquier prueba, que deja al círculo cercano de las víctimas sin información alguna de su ser querido y que se basa en el ocultamiento del paradero de la persona, el miedo y la zozobra, como lo enuncia en su informe. (Le puede interesar Encuentran el primer mapa de las estrellas escondido en un pergamino medieval)
Una de las prácticas recurrentes de los grupos armados en medio del conflicto era arrojar los cadáveres a los ríos para torpedear las investigaciones judiciales. El Centro Nacional de Memoria Histórica registró hasta 2018 la recuperación de 1.080 cuerpos de 190 ríos durante más de sesenta años. Cifra que, si bien evidencia avances, es muy pequeña frente al panorama general de los cuerpos que aún podrían estar en los ríos del país.
¿Cómo encontrar estos cuerpos luego de tantos años bajo los ríos?
Investigadores del Centro Forense Integral EQUITAS recolectaron testimonios en varias regiones del país que apuntarían a la posibilidad de que muchos cuerpos aún estuvieran en los ríos. ¿Pero cómo hacer una búsqueda de este tipo?
Para ello trabajaron en alianza con investigadores de la Pontificia Universidad Javeriana, quienes desde 2019 hacen uso de herramientas de modelación matemática que facilitaría esta búsqueda en ríos y cuerpos de agua en movimiento.
“Al conocer los testimonios, nos dimos cuenta de que era información muy poco precisa. Por ejemplo, las comunidades sabían que en la segunda semana de junio de 2002 vieron bajar un cuerpo, pero con estos datos resulta muy difícil desplegar todos los esfuerzos profesionales y de maquinaria para iniciar una búsqueda”, explica Jorge Escobar, profesor del Departamento de Ingeniería Civil de la Javeriana e investigador principal del proyecto. (Le puede interesar Científicos ven la luz espacial más brillante jamás observada)
Escobar explica que lo primero es entender cómo se mueve el agua. Para ello, eligieron el río la Miel, en Norcasia, Caldas, en donde iniciaron pruebas y hablaron con autoridades y población del municipio. “La gente ya tenía identificados tres accidentes hidráulicos del río: las moyas, zonas de circulación en medio de remolinos; los chorros, rápidos, y los charcos, que son lugares de remanso. En cada una de ellas ocurren cosas diferentes con los elementos que viajan con el agua”.
También intervienen otras variables, así que realizaron estudios topográficos y batimétricos para conocer otros detalles del terreno y su relieve, midieron los caudales y sus velocidades en cada punto.
Luego utilizaron maniquíes que simulan las características del cuerpo humano, los arrojaron al río y, con aparatos de geolocalización, los monitorearon para saber cuál puede ser la trayectoria de un cuerpo en medio de la corriente del agua.
“Hicimos el rastreo y a partir de la información recolectada y de todas las mediciones previas, empezamos a construir un modelo numérico hidrodinámico con el cual se podían estimar con precisión los cambios de velocidades a lo largo de los tramos que analizamos”, manifiesta el docente.
Ya con los análisis, el equipo recurrió a los testimonios de los registros oficiales que alertaban sobre la posible presencia de cuerpos en el río, así que con programas computacionales recrearon las condiciones climáticas, hidrológicas o de comportamiento del agua, y del terreno, todo esto para lograr mediciones más precisas. (Le puede interesar Las mujeres investigadoras son citadas menos que los hombres, ¿por qué?)
“Como no había tanta certeza del lugar exacto por el cual pasó el cuerpo, lo que hicimos fue simular miles de partículas flotantes por medio del programa computacional en donde teníamos los registros, para ver en qué zonas había mayor frecuencia de estancamiento”, explica el investigador. “Así pudimos construir unos mapas de calor que nos indican en qué partes del río existe mayor probabilidad de encontrar cuerpos”, agrega.
El programa calcula los datos y define lugares que podrían priorizarse para iniciar la búsqueda de cuerpos en el río La Miel. “Muchas de las zonas de calor que arrojaron los mapas coinciden con los relatos de las personas que vivían allí entre 2002 y 2005, periodo definido para este proyecto”, sostiene Escobar.
En los próximos meses, los arqueólogos subacuáticos del equipo EQUITAS – Universidad Javeriana iniciarán trabajos de exploración y excavación en las zonas calientes del mapa para buscar cuerpos. Solo en esta fase se comprobará la precisión del modelo matemático real.
Por ahora, el estudio ha trabajado con la comunidad del sector. Actualmente realizan conversaciones con entidades judiciales en caso de que el modelo funcione y permita encontrar restos en esta última fase. (Le puede interesar Reconstrucción facial revela cómo pudo haber sido una mujer de la edad de piedra)
Desaparecidos: una búsqueda que no para
“No sabemos si nuestro familiar está muerto en alguna fosa, en un río, en un cementerio como NN, si estará encarcelado, en otra ciudad o país, en algún grupo armado. Todo es incertidumbre”, dice una fuente que prefirió mantenerse anónima. “Pero uno siempre guarda la esperanza de encontrar al familiar, o que por lo menos le confirmen a uno si ya falleció. Solo hasta ese momento creo que uno puede descansar”, añade.
Algunos familiares de desaparecidos reclaman que los procesos judiciales de búsqueda no se mueven, que no encuentran nueva información. Es el caso de Esaú, quien después de casi tres décadas, aún no tiene razón del paradero de su hermano. “En esos momentos la familia se separó, cada quien vivió su duelo de una manera diferente. Muchas personas ni siquiera pueden hablar de estos temas, solo tienen lágrimas para llorar”, manifiesta.
Los habitantes de Trujillo, Valle, vivieron de cerca esta práctica delictiva. Entre 1986 y 1994, la violencia armada contra la población civil dejó un total de 342 víctimas. El sacerdote Tiberio Fernández Mafla, quien muchas veces tuvo que ir al río a rescatar cuerpos sin vida, también terminó convertido en uno de esos casos emblemáticos. (Le puede interesar En Santander encuentran un hongo que protegería al cacao de un metal tóxico)
El 17 de abril de 1990 desapareció en el camino entre Tuluá y Trujillo. Una semana después, su cuerpo fue encontrado descuartizado en el río Cauca. El padre Tiberio, sociólogo y teólogo de la Javeriana, motivó la creación de la Asociación de Familiares Víctimas de la Violencia en Trujillo – AFAVIT. En ella, Esaú y decenas de trujillenses hacen memoria y le exigen al estado avances en los procesos de los cientos de crímenes cometidos en este municipio.
“Sería un honor muy grande, de pronto, poder enterrar a mi hermano o acompañar a otros de mis compañeros en su duelo sepultando a algunos de sus parientes que pudiéramos encontrar en el río”, dice Esaú con una esperanza. Mientras tanto, sigue trabajando con AFAVIT para que el país conozca lo que sucedió en su pueblo.
Una academia de cara a la sociedad
Para el ingeniero Jorge Escobar, este proyecto marca un diferencial en su entorno académico porque, en general, no se acostumbra a trabajar temas con tinte social desde su carrera. “La ingeniería suele trabajar para solucionar problemas particulares y, casi siempre, lo que importa es un beneficio económico. Pero esto ya tiene que ver con un problema de nación, un asunto social, cultural”.
Recalca que en diversos espacios nacionales e internacionales en los que ha participado, la articulación de ingenieros con temas sociales es casi nula. Incluso, al presentar este proyecto, encontró algunas resistencias. Como la vez que algún financiador extranjero no quería mencionar en uno de sus documentos que la investigación busca cuerpos. O la vez que no le querían aceptar su ponencia en un congreso del gremio.
“Eso me ha parecido increíble. Es un trabajo donde se utilizan herramientas ingenieriles, informáticas. Es un análisis juicioso que como ejercicio es muy interesante y arroja información valiosa. Pero a veces la gente quiere taparse los ojos y decir que esto no pasa en el país, y mucho menos, que la ingeniería puede trabajar estos temas. Como que es mejor seguir diseñando canales y haciendo obras hidráulicas, pero temas importantes para el país como este, no”, exclama.
Escobar es insistente en que la academia debe cambiar los paradigmas de la educación y la investigación para que todo su potencial esté volcado a fortalecer la sensibilidad y responsabilidad social, especialmente con las regiones. (Le puede interesar Los signos de demencia podrían detectarse 9 años antes de que diagnostiquen al paciente)
“En este proyecto somos muy claros en decirle a las comunidades: esto es una nueva posibilidad, no sabemos si vamos a encontrar cuerpos, pero estamos poniendo todo nuestro conocimiento en aportar información. Las respuestas que casi siempre escuchamos son: nos vuelven a dar algo de esperanza, porque pensábamos que no había absolutamente nada por hacer”, puntualiza Escobar.
Esaú es uno de ellos: “A pesar de que han pasado tantos años, nosotros seguimos buscando, haciendo todo lo que está a nuestro alcance para encontrar a nuestros familiares. Esto es una lucha constante, pero en el camino hemos encontrado a más personas en la misma situación y nos acompañamos para hacer el proceso más llevadero y seguir exigiendo al Estado”.