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Opinión: Inteligencia artificial y educación superior, ¿un aliado o un enemigo?

Actualmente, la inteligencia artificial generativa (GenAI) revoluciona la educación, pero su uso plantea retos al proceso reflexivo y crítico que debería primar en los estudiantes.

Dr. Juan Diaz-Granados*
27 de noviembre de 2024 - 02:03 a. m.
Hoy en día contamos con una increíble nueva tecnología (nueva en términos de sus más recientes desarrollos, pues sus inicios se remontan a los años 50.
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Viajemos en el tiempo unos 2400 años hasta la antigua Grecia. Allí, grandes pensadores reflexionaban sobre la educación. Los filósofos griegos tenían una visión profunda sobre la enseñanza y su papel en la sociedad, pues la consideraban central para el desarrollo, no solo intelectual, sino también ético, moral y social del individuo.

Sócrates, por ejemplo, consideraba que la educación no era simplemente la acumulación de conocimientos, sino un proceso de autodescubrimiento y búsqueda de la verdad en el cual el diálogo y el cuestionamiento constante eran esenciales (de allí su “método socrático” o “dialéctico”). Platón, en su Academia, defendía que la educación era indispensable para formar ciudadanos justos, virtuosos y sabios, capaces de construir una sociedad próspera. Y Aristóteles, en el Liceo, veía la educación como el camino hacia la excelencia, la formación del carácter y el desarrollo de las virtudes humanas (al menos, las virtudes dianoéticas, como la sabiduría y la prudencia).

Estos notables pensadores de la antigua Grecia, por lo tanto, asociaban la educación con un conjunto de virtudes personales que superaban el individualismo, abarcando también aspectos cívicos y sociales fundamentales para la vida democrática. En otras palabras, para ellos, la educación estaba intrínsicamente ligada a nuestra humanidad, es decir, a todos aquellos aspectos que nos hacen humanos, individualmente, y parte de una sociedad, colectivamente. Bajo esta perspectiva, la educación implicaba un proceso interno y continuo, un proceso reflexivo guiado por la voluntad e interés de aprender un oficio, un arte o una disciplina.

Ahora regresemos al presente. Hoy en día contamos con una increíble nueva tecnología (nueva en términos de sus más recientes desarrollos, pues sus inicios se remontan a los años 50): la inteligencia artificial (o AI, por sus siglas en inglés). En especial, ahora tenemos AI categorizada como “generativa” (“GenAI”), debido a su capacidad de generar nuevos contenidos, ideas e información simulando la inteligencia y creatividad humana. Esta GenAI es usualmente conocida por sistemas como ChatGPT, Claude y Gemini.

Estos sistemas están cambiando el paradigma de la educación mundial. ¿Por qué? Porque con un simple comando GenAI puede completar efectivamente diversas tareas, incluidas algunas de más complejas evaluaciones universitarias. Por ejemplo, un estudio empírico en los Estados Unidos en 2023 encontró que ChatGPT obtuvo mejores resultados que los alumnos de último año de derecho en el examen estatal de admisión como abogados (el “Bar exam”). Y no olviden: esto fue hace más de un año y medio, lo cual no es irrelevante considerando la velocidad con la que esta tecnología avanza.

No dudo que GenAI tiene enorme potencial para ser utilizada positivamente en distintas áreas. Sin embargo, me pregunto si este es el caso en el sector educativo. Por supuesto, esta herramienta puede potencializar el proceso cognitivo de estudiantes cuando es utilizada de manera complementaria al proceso interno de reflexión y pensamiento crítico. Sin embargo, lo que estamos viendo en muchos casos, al menos en las aulas universitarias, es que los estudiantes usan AI para reemplazar, no complementar, este proceso.

Este fenómeno sugiere, en mi opinión, que el sistema de educación superior debe, siguiendo las enseñanzas de antaño, priorizar el proceso de reflexión sobre el resultado evaluativo. Y aunque estoy lejos de abogar por la (imposible) abolición de GenAI en la educación superior, sí me parece pertinente revisar nuestros métodos educativos, integrando evaluaciones que fomenten ese proceso interno y continuo de reflexión del que hablaban los filósofos griegos. Claros ejemplos de esta metodología son los diálogos empleados en la antigua Grecia (plasmados con maestría por Platón en los diálogos socráticos), así como el propio “método socrático”, que ha perdurado por más de 2400 años para que en la modernidad sea utilizado por múltiples de las mejores universidades del mundo (aunque a menudo olvidado en el contexto latinoamericano).

Si bien debemos estar abiertos a todos los magníficos desarrollos tecnológicos que la sociedad moderna nos ofrece, no podemos permitir que AI reemplace la educación, pues esta es la base, no solo del conocimiento, sino de múltiples virtudes humanas (léase bien, humanas) que nos caracterizan como personas y como sociedad.

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Por Dr. Juan Diaz-Granados*

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