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Cuando me convertí en periodista científica profesional, luego de estudiar una maestría en la Universidad de Boston como becaria Fulbright a comienzos de la década de los años noventa en el siglo pasado, no era muy frecuente que los científicos de entonces recibieran llamadas de periodistas y menos aún que pasaran al teléfono. No había celulares. Así, quien contestaba al otro lado de la línea era su secretaria y su respuesta era ‘El doctor está en una reunión’. Si llegaba a contestar el científico por pura casualidad, era difícil obtener respuestas a las preguntas. ‘Es que los periodistas me descontextualizan’, respondía. (Lea La discordia en torno al presupuesto del Minciencias para el 2024)
Ni los científicos de entonces, ni los periodistas estábamos preparados para contar historias de ciencia. Afortunadamente, aunque de manera lenta, hoy en día la comunidad científica colombiana entiende que no solamente es necesario validar sus investigaciones en entornos académicos a través de la publicación científica, sino que también es clave dar a conocer sus proyectos de investigación, sus procesos y resultados a diferentes sectores de la sociedad. Por ejemplo, a las entidades financiadoras o a las comunidades que pueden beneficiarse de sus hallazgos y propuestas.
Los periodistas también nos hemos ido formando poco a poco. La pandemia fue un impulso —y la evidencia— para reconocer que como sociedad debemos estar bien informados sobre temas en lo que la ciencia aporta. Por ello nos especializamos en estas temáticas, y las combinamos con nuevas narrativas, canales y formas para divulgarlas. Cada vez hay más ofertas de cursos, principalmente de periodismo en salud y ambiental para los periodistas en ejercicio, así como para los estudiantes de periodismo y comunicación. Incluso existe la Maestría en Periodismo Científico en la Pontificia Universidad Javeriana, que justamente abrió en el 2020, año de la pandemia, lo que a mi modo de ver fue una feliz coincidencia. (Lea Rastreando el origen de la gripe aviar que ha infectado a millones de aves en el mundo)
Pero volvamos a la comunidad científica. Muchos de ellos —y ellas, porque ahora la representación femenina en la ciencia colombiana ha aumentado considerablemente— han aprendido a adaptar sus lenguajes de acuerdo con sus interlocutores. Incluso piden el diseño de talleres ajustados a sus profesiones para aprender a comunicar más eficientemente. Demuestran interés y algunos asisten cuando los hay.
Ahora son ellos quienes están tomando espacios de divulgación por su propia cuenta y son creativos, utilizan las redes sociales, y diferentes canales de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones para producir sus historias. Hay interés; saben que mientras lleguen a más personas, su actividad científica tendrá más reconocimiento y hasta más financiación. No en vano, las métricas de productividad científica están contemplando variables como la divulgación y la apropiación social del conocimiento.
Sin embargo, hay un sector de la población al que ni científicos ni periodistas hemos sabido llegar adecuadamente: el sector político, el que toma las decisiones. Ese que sabe dar discursos y prometer que incrementará el presupuesto para la ciencia, que fortalecerá al sector, que tendrá en cuenta los resultados de sus investigaciones para tomar decisiones basadas en la evidencia… y todo se queda en discursos. Porque cuando llega la hora de la verdad, quienes están en el poder ejecutivo y en el legislativo se hacen los de la vista gorda. No vale que hayan aceptado invitaciones de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de las universidades, o que hayan asistido a algunos centros de investigación. Todo lo que escucharon les entra por un oído y les sale por el otro. El mejor ejemplo es la reducción del presupuesto para el Ministerio de Ciencia en 2024. ¿Cómo llegarles? ¿Cómo hacer para que sus promesas se conviertan en realidad?
No valen cartas sesudas en representación de la comunidad científica. No valen manifestaciones en la Plaza de Bolívar de unos pocos representantes de la ciencia. No valen sus columnas de opinión en los principales medios del país. Ni el cubrimiento periodístico de la política científica… cuando existe, incluso cuando no existe.
Lo he vivido desde hace más de 30 años. Y aún no entiendo qué es lo que no permite que quienes nos gobiernan tomen la decisión de apostarle a un país con cultura científica, capaz de incidir en un mejor vivir para sus ciudadanos y además competir internacionalmente. Casi preferiría que no prometan impulso al sector. Serían más honestos y coherentes.
En todo caso, estoy convencida de que si logramos mejores formas de comunicar la ciencia a este sector de la sociedad, podríamos influir en esa toma de decisiones basada en la evidencia y con sólida argumentación para una transformación social sostenible.
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