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La relación que la sociedad mantiene con la ciencia, es curiosa, por decir lo menos; por no decir que es ambigua, distorsionada, contradictoria o de abierta incomprensión. El ciudadano común suele tener una versión confusa de la ciencia, de cuáles son sus límites, de cómo evoluciona, de cuáles son las fronteras con la especulación. Y es paradójico porque una buena parte del alma de la sociedad contemporánea está fraguada por la ciencia y sus productos tecnológicos. (Lea Colombia y el sueño de tener energía nuclear, otra vez sobre la mesa)
Es cierto que, en general, los científicos gozan de prestigio y los temas científicos son atractivos en redes y medios: la ciencia llama la atención; sin embargo, hay un corto circuito entre la ciencia y el público no especializado. De esas cosas queremos conversar hoy.
Comencemos advirtiendo que la tecnología es una consecuencia de la comprensión de leyes científicas. Sí, es cierto que no hizo falta conocer que el número π es un número irracional, para inventar la tecnología de la rueda; ni que detrás del uso de la palanca está la ley de conservación de la energía. La rueda o la palanca son tecnologías muy simples. Pero la tecnología más sofisticada exige conocer leyes científicas y, a la vez, la tecnología colabora indagando mejor al mundo físico, para descubrir nuevas leyes.
La famosa tercera ley de Clarke, “toda tecnología suficientemente avanzada, es indistinguible de la magia” es la sutil ironía que usó el escritor inglés Arthur C. Clarke, sí, el mismo de Odisea 2001, para sugerir que el largo camino que media entre las leyes básicas y el aparato tecnológico, hace lucir al aparato como mágico: tocamos una pantalla y la magia se encarga de enviar una imagen, un texto o un video a otro continente. (Lea Lo que revelan los peces que alguna vez estuvieron en el ‘desierto’ de La Tatacoa)
No, amigos míos, no hay magia ni cuentos de camino. Hay leyes, y un entendimiento cada vez mayor de cómo funciona la realidad. Si Newton no oía radio es porque en su época la humanidad no había llegado aún a comprender los fenómenos electromagnéticos. La elaboración de conceptos y el descubrimiento de leyes requiere tiempo y esfuerzo. De manera que cada vez que te hagas una tomografía, mandes un mensaje por WhatsApp o uses el GPS, piensa que estás corroborando leyes que la humanidad ha ido descubriendo progresivamente, en su afán por entender más y mejor al mundo.
Entonces, ¿por qué cuesta entender los vericuetos de la ciencia, o al menos tener una visión razonable de ella, así sea a vuelo de pájaro?
Entre muchas razones, una de ellas es el lenguaje, y claro, el lenguaje de la ciencia es lenguaje especializado, e inexpugnable, pero esto no es exclusivo de la ciencia. También lo es el lenguaje de la economía, de la cardiología o de la crítica literaria. Los códigos especializados son por definición, incomprensibles para los no iniciados.
En el caso de la física, existe el agravante de las matemáticas, que inspiran un pavor cuando va más allá de la regla de tres. Ernesto Sábato, era físico antes de dedicarse a la literatura, y cuentan que un amigo le pidió que le explicara la relatividad. Sábato le habló de geodésicas nulas en una variedad riemanniana 4D, con una métrica espacio-temporal localmente minkowskiana. “¡Eyy pará, pará, que no entiendo nada!”, le dijo. Sábato fue bajando el nivel y habló de trenes, relojes y rayos de luz, hasta cuando el amigo le dijo: “Ahora sí entiendo”. Sí, ahora sí entiendes, le ripostó el físico, pero eso que entiendes no es la relatividad.
La anécdota pone la lupa en un punto neurálgico: las leyes de la física suelen estar formuladas en el críptico lenguaje de las matemáticas que no son del dominio público. Entonces hay que pasar de la metáfora precisa de las matemáticas, a las metáforas ambiguas del lenguaje cotidiano… pero se habrá perdido una buena porción de lo que realmente dice la teoría. Por eso la divulgación de la ciencia es ingrata, porque pretende desde el inicio un imposible. Pero que este obstáculo no impide el disfrute de la mirada científica de la realidad. No es necesario descifrar la partitura para disfrutar de la música; ni ser un teórico del lenguaje cinematográfico para disfrutar de una buena película.
Otro de los aspectos que crea confusión en el común de los mortales es la evolución de las teorías, porque deja la falsa impresión de que la teoría anterior era equivocada. La relatividad general de Einstein es más precisa que la de Newton, que a su vez es mejor que la descripción de Galileo. La relatividad describe fenómenos que la gravedad Newtoniana no describe, pero no afirma que está equivocada, simplemente le pone límites. Las teorías son siempre aproximaciones a la realidad, son como mapas de la realidad, y un mapa más preciso no invalida al menos preciso.
La ciencia es un proceso, siempre con cabos sueltos, es un borrador en permanente reelaboración, sin borrar lo ya escrito. Pero no se confundan: hay conocimientos que llegaron para quedarse, su re-elaboración no los destruye, los afina. ¡Terraplanistas, temblad! Eratóstenes predijo dos siglos AC que la Tierra era una esfera y estimó su circunferencia. Fue una legítima predicción científica, con suposiciones, observaciones, y cálculos matemáticos. Ese es un conocimiento que perdurará. Hoy sabemos que es así, pero con muchísimas más razones, evidencias y exactitud.
La existencia de antimateria, por ejemplo, es un conocimiento que llegó para quedarse. Que la velocidad de la luz es una barrera insuperable, es una verdad que pesistirá. El universo se expande, la entropía de un sistema aislado no disminuye, la materia está formada por partículas elementales… Ninguna de esas afirmaciones va a cambiar. Pueden jurarlo.
Hay una creencia que aflora por los intersticios de algunos círculos intelectuales, tal vez por el afán de ser inclusivos, y que es necesario extirpar para tener una mejor comprensión de la empresa científica; y es que el discurso científico es una mitología más, con el mismo status que una leyenda de creación. Los mitos nos dicen algo aproximado de la comunidad que los inventa, y nada del universo. Las leyes que la ciencia va descubriendo, nos permiten conocer aproximadamente a la comunidad científica pero también algo aproximado real y objetivo del universo o de una parte de él. No todo vale, no todas las narrativas son equivalentes y el mito del diluvio universal no tiene la misma jerarquía que el modelo del big bang.
Para complicar más la situación, la física a menudo aborda ámbitos y fenómenos tan, pero tan alejados de la experiencia cotidiana, que no tenemos intuición acerca de ellos. Distancias asombrosamente grandes, o ínfimamente pequeñas, campos gravitacionales descomunales, temperaturas gigantescas…y el sentido común se nos vuelve papelillo. Nuestras categorías de pensamiento, algo provincianas, no logran capturar esas realidades, y nos lucen incomprensibles. Hay que entender que no es misión de la ciencia hacer que la realidad nos luzca intuitiva, y nuestra guía son los experimentos y las leyes siempre en construcción.
La ciencia se fue haciendo ciencia deslastrándose de unos orígenes mágico-religiosos donde la alquimia, la astrología, la numerología bíblica eran el telón de fondo. No es descabellado pensar que en tiempos de internet persista aún una propensión por lo oculto, una sutil atracción hacia lo desconocido, la inercia de las creencias que le guiña el ojo al metafísico que llevamos dentro y confunda el mensaje científico.
Nunca, como ahora, se había divulgado tanto la ciencia; y nunca, como ahora, afloraron tanto las conjuras pseudocientíficas: antivacunas, terraplanistas, negacionistas, reptilianos, conspiranoicos, médicos cuánticos, iluminatis y pare de contar.
La ciencia es un fenómeno complejo, su línea fronteriza está desdibujada incluso para los científicos y la comprensión de la ciencia por el gran público requiere un mensaje claro, y ese no siempre es el caso; influencers, divulgadores difunden por las redes mensaje ambiguos y en ocasiones abiertamente falsos. Redoblar esfuerzos para entender más y mejor la ciencia y combatir posiciones anticientíficas sigue siendo asignatura pendiente de los investigadores, divulgadores y estudiantes de ciencia.
* Profesor de la Escuela de Física, Universidad Industrial de Santander. Realizador de Astronomía Al Aire
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