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Cuando ejercemos el periodismo científico esperamos estar contribuyendo a generar una cultura científica en los ciudadanos. Aunque no es la única forma de llevar los nuevos conocimientos a las diferentes audiencias, indudablemente los medios de comunicación tradicionales fueron en su momento uno de los canales más idóneos para entregar información sobre los avances de la ciencia. Entrevistas con científicos, reportajes sobre temas de coyuntura como lo fueron la descripción del genoma, hallazgos de exoplanetas, o de nuevos elementos químicos de la tabla periódica, por poner solo unos ejemplos, fueron visibles en la segunda mitad del siglo XX gracias a los medios de comunicación masivos.
Estas dos —casi tres— décadas del siglo XXI han logrado ampliar la forma como entregamos información científica a niños y niñas, adolescentes, trabajadores, a pensionados, a las mujeres, a quienes viven en zonas rurales, a empresarios, ahora pensando en cómo es que cada uno de los diferentes públicos se informa, cuál es el canal que más utilizan para recibir noticias sobre lo que pasa en el mundo.
Las redes sociales ahora son el plato en la mesa de la información de buena parte de los ciudadanos del mundo. Y la ciencia, entre todo el maremágnum de noticias, ocupa espacios interesantes.
Experiencias novedosas como las revistas de divulgación científica de las universidades, entre ellas Pesquisa Javeriana, Eureka de la Universidad de Manizales, Intellecta de la del Norte, Iraka de la Simón Bolívar, se han puesto a tono con la evolución de las comunicaciones a través de diferentes formatos: cuentan historias sobre los proyectos de investigación que generan nuevo conocimiento científico y que son lideradas por los profesores investigadores de estas instituciones de educación superior. Sus directivos han entendido que contar los resultados de las investigaciones que adelantan, a diferentes sectores de la sociedad, también es un deber de la comunidad científica. Más aún si población no científica ha formado parte del proceso de investigación merece ser tenida en cuenta para entregarle los resultados de una forma comprensible y de fácil acceso. Por ejemplo, una investigación sobre la calidad del río Bogotá y las poblaciones que viven a su alrededor.
Otras experiencias del estilo del Parque Explora en Medellín y de Maloka en Bogotá también están ahí para generar cultura científica en espacios que no son formales, así como los museos, planetarios, jardines botánicos y zoológicos que cada vez se están inventando nuevas formas de atraer públicos y se encuentran por todo el país. Los clubes de ciencia y las maletas científicas que recorren rincones insólitos de Colombia, como lo hizo el físico y divulgador de la ciencia Julián Betancourt, a quien rindo homenaje en esta nota; el turismo científico y ambiental, los festivales, como el de astronomía que sucede todos los años en Villa de Leyva; los recorridos para conocer la biodiversidad, como el avistamiento de aves que en Colombia se consolida como una actividad recreativa y científica, líder a nivel mundial por ser el país más biodiverso en aves… Podría seguir con más ejemplos.
Pero ahora lo que quiero es resaltar que una golondrina no hace verano; generar cultura científica en el país es una tarea de largo aliento y, por tanto, quienes tratamos de hacerlo no podemos pensar que lo lograremos en pocos años. Esto de la cultura científica no es nuevo; desde las épocas doradas de Colciencias ya se realizaban y apoyaban actividades de divulgación y apropiación social de la ciencia, del conocimiento.
Justamente el primer director de Colciencias, el Capitán Alberto Ospina Taborda, aún hoy a sus 101 años no pierde la esperanza de que los políticos entiendan la importancia no solo de apoyar la investigación científica en el país, sino de promover el interés de los ciudadanos al respecto. Hablando con él sobre periodismo científico hace unos días me decía: “Es un instrumento efectivo para que todos los colombianos comprendan, valoren y utilicen más apropiadamente las aplicaciones científicas en la construcción de una vida mejor”.
Y ahora se cocina en el Congreso de la República una nueva instancia para apoyar la generación de una cultura científica en el país. Hablando con el abogado Andrés Guzmán Ayala, Secretario Técnico de la Bancada Interparlamentaria de Ciencia, Tecnología e Innovación del Congreso de la República, me contaba que esta comisión incluirá no solamente a los congresistas de todas las vertientes sino a “la ciudadanía con capacidades científicas para que puedan expresar sus intereses, sus apuestas dentro del Congreso de la República; porque ese diálogo y esa interacción no está ocurriendo y la sociedad colombiana necesita que existan esos puntos de intersección que dinamicen la interfaz entre política y ciudadanía con capacidades científicas”. Suena bien. Incluirá un proyecto de ley sobre ‘cultura científica’. Suena mejor. Ojalá no se quede en un enunciado.
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Por Lisbeth Fog
