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¿Qué pasa en el cerebro cuando fallamos en situaciones de alta presión?

Un grupo de investigadores realizó un experimento que explica qué pasa en nuestros cerebros cuándo fallamos bajo presión. ¿Por qué solemos errar? ¿Hay alguna manera de evitar ese comportamiento?

Fernan Fortich
12 de diciembre de 2024 - 02:05 p. m.
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Foto: Viviana Velásquez
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Imagine la siguiente escena: es el minuto 90 de un partido de fútbol que define el campeonato. El árbitro acaba de pitar un penalti que lo definiría todo para un equipo y para su hinchada. La pelota la toma el mejor jugador de la cancha, que podría anotar hasta con los ojos cerrados. Luego de algunos instantes de tensión, el atleta dispara. A medida que el balón pasa por encima de la portería, los hinchas ven que el jugador falló y en el aire queda la confusión de por qué erró en una tarea en apariencia simple y cuando más importaba.

Esta pregunta, que se han hecho miles de hinchas, también se la hacen los científicos, pues es un misterio por qué tenemos una mayor probabilidad de fallar en situaciones de alta presión. Se trata de un fenómeno tan común que en los estudios psicológicos deportivos es conocido como ‘asfixia’ o ‘choking’ (por su terminología en inglés), y se refiere a lo que ocurre cuando nuestros cerebros parecen olvidar sus habilidades cuando hay mucho en juego.

Más allá del deporte (en el que también influyen otros factores), esto también ocurre en eventos cotidianos, como al momento de presentar un examen crucial en el colegio o la en universidad, durante una cita romántica que esperamos con anhelo o una entrevista de un trabajo.

Steven Chase, doctor en ingeniería biomédica e investigador de la Universidad Carnegie Mellon (Pittsburgh), propone otro ejemplo: “Imagine que le ponen la tarea de encestar una pelota de golf en una taza a unos cinco metros de distancia, una tarea no muy compleja. Ahora, para cambiar el reto, le proponen que cada vez que logre insertar la pelota, le entregan cuatro mil pesos. Lo más probable es que lo siga haciendo con el mismo éxito, quizá algo mejor que cuando no había incentivo. Pero ahora, cada vez que la bola entre en la taza, le pagarán un millón de pesos. En ese nuevo contexto, es probable que su tasa de éxito baje. Pero, ¿por qué?”.

Para descubrir esta respuesta, Chase y un equipo de investigadores realizaron un estudio, publicado en la revista Neuron (del grupo Cell), que desvela lo que pasa en nuestros cerebros cuando fallamos bajo presión.

Los autores querían estudiar cómo la recompensa, uno de esos factores cognitivos, afecta nuestros movimientos. También querían saber si se trata de un asunto que solo le sucede a los humanos, por el hecho de ‘sobrepensar’ las cosas.

“En este contexto surgió la pregunta: ¿será que los monos van a ‘asfixiarse’ bajo presión? No estábamos todos de acuerdo, unos pensábamos que era un asunto de los humanos y sus cerebros grandes obstaculizando el camino hacia el éxito, mientras que otros decían que era un elemento intrínseco en la forma en que nuestros circuitos procesan las recompensas, por lo que también lo harían”, indica Chase.

Para estudiar este fenómeno, los investigadores entrenaron a más de 20 monos Rhesus (Macaca mulatta) de laboratorio en un juego con diferentes recompensas. Los participantes eran presentados con una pantalla que tenía un punto fijo y un grupo de figuras. Al movilizar la mano frente a una cámara, los monos podían mover el punto láser. Tenían que mover el láser, lo más rápido y preciso posible, hacia otro punto que aparecía en cierto momento en la pantalla.

Si tenían éxito, la recompensa para los monos era un jugo azucarado. El tamaño de la recompensa era indicado de acuerdo con el color y el tamaño del objetivo, por lo que los participantes sabían qué había en juego. Mientras esto ocurría, los investigadores analizaban su actividad neuronal.

“No solo encontramos que los monos sí se ‘asfixian’ bajo presión, sino que detectamos que lo hacen de manera muy consistente, más que los humanos. Esto es interesante porque nos permite entender cómo nuestros cerebros nos ayudan, de hecho, a hacer las cosas mejor”, explica Chase.

Para comprender los resultados, uno de los puntos claves que apuntan los científicos es que cuando el cerebro necesita hacer un movimiento rápido, este planea con antelación cómo hacerlo. Se trata de un fenómeno evolutivo que permite a los mamíferos actuar de mejor manera ante eventos que necesitan una rápida reacción.

Lo que encontraron los investigadores es que la recompensa interactúa y afecta las señales cerebrales que preparan los movimientos y redirecciona la actividad neuronal hacia una región asociada con una mejor ejecución de movimientos. De acuerdo con las lecturas de actividad neuronal, a medida que aumenta la motivación, disminuiría la habilidad y el “criterio” de estas señales para controlar la actividad del cerebro para el desempeño óptimo. De hecho, hay cierto límite del tipo de recompensa en el que se observa un colapso de este sistema, y es ahí cuando se ve que las personas fallan bajo presión y empiezan a tener menor control motor.

“Después de cierto límite, las personas empiezan a sobrecontrolar sus movimientos, se vuelven muy precavidas e, incluso, en ocasiones, se congelan porque están muy preocupadas en fallar”, precisa Chase. “Cuando hay baja presión, es decir, el otro lado del espectro, también baja el desempeño, pues no hay un incentivo para controlar esos movimientos”.

¿Se puede hacer algo al respecto? Los investigadores apuntan a que las personas pueden evitar caer en este estado encontrando un equilibrio entre la autoconciencia y el autocontrol, tratando de relajarse cuando suben las apuestas.

“Es algo en lo que nos interesamos. Podemos mirar una señal del cerebro y analizar si está o no en un estado motivacional que es bueno o malo, y podemos leer eso a partir de actividades neuronales”, indica Chase. “Si pusiéramos un robot a hacer todo esto, es seguro que nunca fallaría, y muestra un poco qué nos hace humanos, y cómo funcionan nuestros cerebros”.

Hacia mejores dispositivos persona-máquina

Estas investigaciones se enmarcan en un proyecto más grande del laboratorio que lidera Chase que busca mejorar los dispositivos persona-máquina que permiten leer la actividad neuronal de una persona para controlar, por ejemplo, brazos robóticos. Estas herramientas son implementadas para personas con lesiones o enfermedades por las que han perdido la habilidad de moverse.

Uno de los ejemplos más conocidos es la interface Neurolink desarrollada por una empresa de Elon Musk, en el que se implanta un chip en el cerebro de personas que es capaz de controlar cursores de pantallas con cierto éxito. El reto es hacerlo más precisos y más complejos.

Como explica Chase, el control del movimiento por parte del cerebro “es uno de los problemas más difíciles que resolvemos. Se calcula que el cerebro dedica más de la mitad de su capacidad de procesamiento para controlar el movimiento y para navegar el mundo, lo cual es una locura al recordar que tenemos más de 87 mil millones de neuronas. Lo que es clave es que estos procesos también se ven afectados por otros factores cognitivos, como las emociones o las motivaciones”.

Para ponerlo en perspectiva, las actuales interfaces son capaces de leer y procesar alrededor de 1.000 neuronas al tiempo, lo que permite tener un control del movimiento limitado. Ahora, con el conocimiento, por ejemplo, de las redes neuronales que controlan estos procesos, se espera optimizar su desempeño.

Lo más probable es que interfaces completamente integradas y complejas tomen aún cinco o seis décadas para desarrollarse. Es una tarea titánica, pero no dejo de ser emocionante pensar en cómo podemos integrarnos de mejora manera con la tecnología y poder ayudar a las personas a recuperar la posibilidad de movilizarse por su cuenta”, concluye Chase.

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Fernan Fortich

Por Fernan Fortich

Periodista con enfoque en temas ambientales, posthumanistas y sociales.@fernanfortichrffortich@elespectador.com

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