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El comediante canadiense Norm Macdonald describió con las palabras justas un rasgo propio de nuestra época: “Hace años, una persona a lo sumo podía tener en toda su vida una foto de sí misma... Dentro de 50 años, en cambio, alguien dirá: Oye, ¿quieres ver 100.000 fotografías de mi bisabuelo... y todo lo que hizo todos los días de su vida?”.
Las generaciones actuales son las más retratadas de toda la historia de la humanidad. Incluso, gracias a las ecografías, se pueden tener imágenes antes de nacer. La omnipresencia de las cámaras —en teléfonos móviles, ordenadores, esquinas, supermercados, estacionamientos, en todas partes— hizo que sea posible documentar milimétricamente la existencia de un individuo durante cada minuto, hora y día de su vida.
Este registro total, sin embargo, no aplica únicamente a los seres humanos. También incide sobre nuestras creaciones más fastuosas. Desde hace más de diez años, Chris Gunn documenta las etapas de la vida —nacimiento, infancia, adolescencia y madurez— de la próxima gran joya de la ciencia: el Telescopio Espacial James Webb (JWST).
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“La misión de la NASA está muy ligada el impacto visual”, cuenta a SINC este fotógrafo estadounidense de 51 años. “Las imágenes de las misiones a la Luna son icónicas, como la fotografía Earthrise tomada por los astronautas de la Apolo 8 o las pisadas en la superficie lunar. Y las del universo que nos dio el Hubble son inspiradoras. Estas fotografías son evidencias. Es importante ilustrar y registrar lo que conseguimos”.
En su caso, sus imágenes capturan la belleza de la ciencia y la tecnología. Incentivan el asombro y alientan la curiosidad, así como también registran para la posteridad el trabajo y esfuerzo de los hombres y mujeres que construyen las catedrales de nuestra época: observatorios espaciales como “el Webb” —el telescopio espacial más grande y poderoso construido hasta la fecha, una colaboración entre la NASA, la ESA y la agencia espacial canadiense— que finalmente, si no hay cambios, saltará a órbita el 25 de diciembre a bordo de un cohete Ariane 5 desde el puerto espacial en Kourou, Guayana Francesa.
Cuando se estacione a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra —en lo que se conoce como “punto de Lagrange 2″, un sitio gravitacionalmente estable—, el sucesor del Hubble nos regalará una visión nueva del universo.
¿Cómo llegó a este trabajo de documentar la construcción de este artefacto que indagará en el amanecer del cosmos y observará como nunca exoplanetas y sus atmósferas?
Fue un camino largo. Desde que me regalaron una cámara a los nueve años, siempre tuve pasión por la fotografía. Después de trabajar un tiempo en un bufete de abogados, hice lo que hacen todos los fotógrafos: tomé retratos, trabajé para un periódico, fotografié a políticos y artistas de hip hop. Pero sentía que no era lo mío.
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Un día encontré en The Washington Post un aviso de la NASA. Buscaban un fotógrafo corporativo. Al principio fue un trabajo muy aburrido. Durante seis años tomé fotografías grupales, de reuniones, de ceremonias de premiación, de todo. Entonces, alguien me pidió que me uniera a la última misión de mantenimiento del telescopio Hubble. A la NASA le gusta documentar todo. Ahí dije: “Esto es lo que quiero hacer”.
Sentí que resurgía mi amor infantil por la ciencia y la ingeniería. Nunca se me había ocurrido vivir de esto hasta entonces, porque no veía a muchas personas como yo o mi familia, es decir, afroamericanos, en el campo científico. Cuando empecé a tomar fotos de los ingenieros y de los astronautas, me encontré. Y eso me llevó en 2009 a unirme al equipo del Webb.
En sus fotografías, el telescopio luce majestuoso, como el David de Miguel Ángel. ¿Siempre fue así?
No. Al principio, su estructura no era muy impresionante. Entonces, llegó el primer espejo dorado al Centro de Vuelo Espacial Goddard, en Maryland, Estados Unidos. “¡Wow!”, pensé. “Ahora tenemos algo que es visualmente impactante”. Y luego llegaron más y más. Ahí aprecié de verdad la escala de este proyecto científico. Y me puse a tomar fotos con una misión: transmitirle a la gente las mismas sensaciones que yo tenía al estar frente a él o cada vez que entraba al que fue mi estudio fotográfico durante casi una década, un cuarto aséptico o clean room, la sala limpia más grande de su clase en el mundo. Fue como si estuviera documentando la construcción de las pirámides de Egipto o la nave Enterprise de Star Trek.
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En cierto sentido, este observatorio infrarrojo de 6 toneladas que lleva el nombre del administrador de la NASA que fue fundamental en la ingeniería política de los alunizajes de las misiones Apolo, es toda una máquina del tiempo, ya que podría llegar a esclarecer el origen de las galaxias. ¿Cómo fue ver por primera vez el despliegue de su espejo primario, en forma de panal con 18 segmentos hexagonales?
Fue una emoción muy fuerte. Me sentí como un chico. Todo el equipo estaba emocionado. Supe en ese momento que tenía que tomar las mejores fotos de mi vida, documentar algo monumental, capturar su belleza. Durante 10 años, he visto cómo ha cobrado vida, cómo creció este artefacto hasta convertirse en el enorme observatorio que es hoy. Los técnicos, es decir, los que hacen el trabajo duro se emocionaban en cada etapa. He visto hombres adultos llorar.
¿Es un desafío capturar esas reacciones? A estos hombres y mujeres solo se los ve con trajes blancos.
Pero se ven los ojos. Y los ojos cuentan mucho. El protagonista principal de mis fotos es el telescopio, desde ya. Los técnicos e ingenieros aparecen como personajes secundarios y neutrales: no se aprecia género, etnia, edad. Aún ansío contar sus historias. No suelen ser muy destacados por la NASA o la ESA. Son como los mecánicos o los que hacen los motores de los autos. No se suele hablar de ellos o ellas, los que ajustan los tornillos.
Como tampoco de los individuos que construyeron las pirámides en Egipto. ¿Cómo les afectó las repetidas postergaciones de su lanzamiento? La fecha se pospuso ya cinco veces.
Cuando te pones a pensar, te das cuenta que fueron necesarias para que la misión sea un completo éxito. Soy muy celoso del telescopio: cada vez que escucho a alguien quejarse de que costó mucho hacerlo o que es un derroche de dinero le respondo: “¿Acaso has visto el telescopio?”. Es una de las maravillas del mundo moderno: será el telescopio más grande en ser enviado al espacio, va a cambiar el mundo de la astronomía y cómo vemos el universo. Tiene incontables partes móviles, debe ser testeado hasta el cansancio en la Tierra. Nunca se ha ensamblado algo así antes. Por eso estamos muy emocionados con el lanzamiento.
¿Qué sensaciones busca transmitir con sus fotografías?
Me gusta lograr que personas que particularmente no están interesadas en ciencia, como mi hija y mi esposa, digan “¡wow!”. Y que quieran saber más sobre el tema. Busco transmitir asombro y curiosidad por esta maravilla que una vez alguien soñó y que ahora es una realidad. El Webb es un sueño colectivo: una sola persona no podría haberlo construido. Eso pretendo comunicar: la idea de que los pensamientos humanos pueden crear casi cualquier cosa. Estoy maravillado por lo que veo y mi deseo es transmitir esa sensación.
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El historiador estadounidense Perry Miller acuñó el término “tecno-sublime” para describir la sensación de asombro y entusiasmo ante la tecnología. Sus imágenes del telescopio alimentan estas emociones. ¿Cuáles fueron sus fuentes de inspiración?
Me encanta la ciencia ficción y vi mis películas favoritas una y otra vez para imitar la iluminación, el encuadre, la composición. Por ejemplo, el uso de la simetría en 2001: odisea del espacio de Stanley Kubrick.
Hablando de eso, podría decirse que en sus imágenes el telescopio se asemeja al monolito negro de la obra de Arthur Clarke, ¿no?
Sí, pero hecho por seres humanos y no por una civilización alienígena. Quería que las imágenes tuvieran la apariencia de una película de ciencia ficción. Por eso, para la iluminación me inspiré mucho en la atmósfera de films como Blade Runner y Prometheus, ambas de Ridley Scott. Uso una cámara Hasselblad de 50 megapíxeles que evita distorsiones. También jugué mucho con las sombras para darle más profundidad a las imágenes y que parezcan más tridimensionales, como si saltaran de la pantalla. Además, las figuras humanas en cuadro dan una idea de la escala de este artefacto.
¿Tiene permitido dirigir a los técnicos para que una toma quede mejor?
Un poco. Pero en la mayoría de las fotografías no están posando. Preparo la escena: ubico las luces, elijo una posición y me quedo un buen rato esperando que algo ocurra, que suceda la magia. Por ejemplo, que los ingenieros entren en cuadro o hagan algo interesante, llamativo. A veces quizás les digo que no se muevan por unos segundo. Y entonces tomo la fotografía. Es una semidirección, digamos, pero hay mucho de serendipia también. En general, trato de pasar inadvertido, les pido a los técnicos que ignoren la cámara.
¿Por qué cree que son tan importantes las fotografías en la comunicación de la ciencia?
Sin las imágenes, las palabras y el mensaje no llegan al ciudadano común. Las imágenes cuentan la historia. Te muestran en detalle cuán asombroso es este telescopio. Cuán complicada fue su construcción. Y además de documentar para la eternidad este proceso, estas fotografías en especial sirven para inspirar a las próximas generaciones. Un chico de 7 o 10 años podría llegar a decir: “Yo quiero hacer eso cuando sea grande”. Recuerdo ir a la biblioteca con mi abuela a los nueve años y ver los libros de astronomía. Veía imágenes de galaxias y planetas que me volaban la cabeza. Pero, a medida que pasaba las páginas, no veía a gente como yo. Quizás mis fotografías ayuden a cambiar eso.
Usted que ha estado bien cerca, ¿a qué huele el telescopio James Webb?
Por las mañanas huele a isopropanol o alcohol isopropílico, es decir, el desinfectante más común en la industria farmacéutica, hospitales y en la fabricación de dispositivos electrónicos o médicos. Porque limpian todo. Es un olor a limpio muy intenso. Es como un quirófano. De hecho, cada vez que entraba a la sala debía tomar las mismas precauciones: limpiar mis cámaras y mi equipo de iluminación. Es necesario para proteger al artefacto de la contaminación humana, como fibras, cabellos y células de la piel.
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¿Cuál es su próximo proyecto?
Ya empecé a tomar fotografías de los componentes de un telescopio completamente distinto al Webb: el Telescopio Espacial Nancy Grace Roman. También estoy con otro proyecto que me entusiasma mucho: junto al periodista científico Christopher Wanjek, documento el trabajo de los ingenieros que están trabajando en garantizar nuestra presencia en el espacio. Por ejemplo, cómo ir a la Luna y a Marte, cómo alimentar a seres humanos en esos viajes, cómo traerlos de regreso, cómo hacer aire en Marte.
¿Qué dicen sus amigos y familiares cuando le dice que usted es fotógrafo de telescopios?
Algunos se sorprenden. Soy una especie de unicornio, un fotógrafo afroamericano que retrata casi exclusivamente la ciencia. Considero que lo que hago es arte: la ciencia y la exploración espacial son cultura. Y la cultura nos pertenece a todos. Es también mi cultura. Además, dentro de la sala limpia con nuestros trajes blancos somos todos iguales.