Al masticar también quemamos calorías
Un grupo de investigadores determinó cuánta energía invertimos cuando masticamos. La respuesta—además de haber asombrado a algunos de los científicos—también da pistas sobre la evolución humana.
Hay varias diferencias entre nuestros pasados homínidos y nosotros; las más obvias tienen que ver con nuestra apariencia, como en el caso del tamaño de nuestras mandíbulas y la forma de los dientes. En el marco de la evolución humana, estos cambios notorios tienen una función y, aunque por años científicos habían sospechado que estas características tenían que ver con la necesidad de hacer la masticación más eficiente, no tenían certeza.
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Hay varias diferencias entre nuestros pasados homínidos y nosotros; las más obvias tienen que ver con nuestra apariencia, como en el caso del tamaño de nuestras mandíbulas y la forma de los dientes. En el marco de la evolución humana, estos cambios notorios tienen una función y, aunque por años científicos habían sospechado que estas características tenían que ver con la necesidad de hacer la masticación más eficiente, no tenían certeza.
La lógica va así: a medida que nuestros ancestros cambiaron su dieta y desarrollaron tecnologías para poder cocinar, el tiempo y esfuerzo dedicados al acto de comer reducieron. Con estas transformaciones, también vino un cambio progresivo en la forma de la mandíbula y los dientes, en comparación con otros primates. El problema de los científicos en este debate había sido que no sabían cuánta energía gastamos diariamente en masticar. Sin este dato, es difícil determinar si el ahorro de energía fue, verdaderamente, un factor que impulsó estos cambios evolutivos, dijo al portal especializado Science el antropólogo biológico Adan van Casteren. (También puede leer: ¿Desextinción? El plan multimillonario para ‘resucitar’ al tigre de Tasmania)
Ahora, un nuevo estudio, publicado en la revista Science Advances determinó cuántas calorías se invierten en la acción de masticar. Antes de realizar la investigación, dice a Science la coautora y arqueóloga Amanda Henry, sus colaboradores se mostraron escépticos de que la energía para masticar fuera suficiente para medirla en un laboratorio.
Aunque los investigadores encontraron que, en general, masticar chicle representó menos del 1% de los presupuestos energéticos diarios de los participantes, los experimentos comprobaron algo esencial: antes de la cocina y uso de herramientas, los primeros humanos probablemente pasaban mucho más tiempo masticando.
¿Cómo saben los investigadores esto? Henry lo explica así: “Si estuviera comiendo alimentos más duros y masticando por más tiempo, terminaría con una proporción mucho mayor del gasto total de energía”. En ese sentido, los autores del artículo calculan que, si nuestros antepasados hubieran pasado tanto tiempo masticando como lo hacen los gorilas y orangutanes, habrían usado al menos el 2,5% de su presupuesto energético en esta acción.
“Si bien gran parte de la investigación se ha centrado en cómo las tecnologías de procesamiento de alimentos (herramientas, fuego y agricultura) pueden haber liberado a los primeros humanos de las ataduras temporales y físicas del procesamiento oral de alimentos, nuestros datos sugieren que también es probable que exista un componente de energía significativo”, concluye el estudio.
¿Cómo saber cuántas calorías se queman al masticar?
En el estudio los investigadores le pusieron un casco con forma de burbuja a 21 hombres y mujeres. Este dispositivo midió la cantidad de oxígeno que consumieron y el dióxido de carbono que exhalaron. Luego, los participantes recibieron un chicle sin sabor, olor o calorías para masticar durante 15 minutos. Con estas características, los investigadores se aseguraban de que el sistema digestivo, que también consume energía, se activara. (Le puede interesar: Todo listo: se acerca el lanzamiento del cohete de la Nasa que irá a la Luna)
Al realizar esta acción, los niveles de CO2 aumentaron, lo que indicó que sus cuerpos estaban trabajando más. Cuando el chicle estaba blando, el metabolismo de los voluntarios aumentaba un promedio del 10 %, mientras que, cuando estaba más dura, se requería un 15% más de energía. Aunque estos no son cambios drásticos, los investigadores señalaron que, al hablar de la evolución, cualquier diferencia cuenta.
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