Sí, hay más mujeres en la ciencia, pero falta mucho para lograr una igualdad
Aunque la participación de mujeres en la ciencia ha aumentado durante los últimos años en campos como las ciencias naturales, solo el 34,3 % son investigadoras activas en ese campo, y apenas el 5 % alcanzan el título de profesora emérita. Así lo expone un nuevo artículo publicado en la revista académica PLOS ONE.
Luisa Fernanda Orozco
Es importante, para comenzar, reconocer un hecho: sí, hay un aumento en la presencia de mujeres en el campo científico. Las cifras y experiencias de estudiantes, investigadoras y científicas en las carreras STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) han ido creciendo en los últimos años, pero, junto a ese avance, también hay algo evidente: aún queda un largo camino por recorrer para cerrar la brecha entre ellos y ellas. Dos investigadoras, Andrea Paz y Carolina Pardo Díaz, se dieron a la tarea de corroborar el panorama que hoy enfrentan las mujeres: aunque muchas más se están graduando de carreras STEM, un porcentaje mucho menor logra permanecer en su campo.
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Es importante, para comenzar, reconocer un hecho: sí, hay un aumento en la presencia de mujeres en el campo científico. Las cifras y experiencias de estudiantes, investigadoras y científicas en las carreras STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) han ido creciendo en los últimos años, pero, junto a ese avance, también hay algo evidente: aún queda un largo camino por recorrer para cerrar la brecha entre ellos y ellas. Dos investigadoras, Andrea Paz y Carolina Pardo Díaz, se dieron a la tarea de corroborar el panorama que hoy enfrentan las mujeres: aunque muchas más se están graduando de carreras STEM, un porcentaje mucho menor logra permanecer en su campo.
Las autoras publicaron un estudio en la reconocida revista académica PLOS ONE, titulado “Las investigadoras están subrepresentadas en la infraestructura científica colombiana”. Allí revelan importantes datos obtenidos hasta 2021 a partir de múltiples fuentes, como cuatro instituciones de educación superior de Colombia, entre ellas, la Universidad Nacional y el Ministerio de Ciencias.
Paz recuerda que no tuvo profesoras mujeres durante su pregrado en Biología. Pardo, por el contrario, sí creció como profesional con referentes en su carrera de Microbiología. Cuando ambas salieron del país para hacer sus posgrados, los roles se invirtieron: Paz hizo su doctorado con una directora de tesis estadounidense, mientras Pardo tuvo solo directores hombres. A ambas las unió el interés por investigar más a fondo cómo está la representación de las mujeres en la ciencia colombiana. “En 2021, vimos una investigación similar hecha en Brasil y así fue como nos inspiramos para hacer lo mismo en Colombia”, cuenta Paz, profesora asistente de la Universidad de Montreal, en Canadá.
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Pardo, por su parte, es decana de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad del Rosario, y, según ella, ha visto de primera mano cómo el sistema tiende a funcionar de manera diferente para los hombres. “En primer lugar, tengamos en cuenta que sigue siendo un estereotipo muy fuerte el que las mujeres se dediquen a profesiones que tengan que ver con las humanidades, el cuidado, o las ciencias sociales”, dice. “Otros temas, como las ingenierías y las matemáticas, siguen siendo considerados para los hombres, aunque en el área de las ciencias naturales ha aumentado su participación”, agrega.
Las cifras que recopilaron lo demuestran: apenas entre el 23 % y el 44 % de estudiantes STEM en el país son mujeres, excepto en las ciencias naturales, donde las mujeres representan el 54,2 % de los graduados. Sin embargo, puede verse claramente que su permanencia disminuye, pues solo el 34,3 % de ellas son investigadoras activas en ese campo. Para explicar esa disminución, las autoras utilizaron el “efecto tijera”, en el que, literalmente, a través de la silueta de una tijera, se explica cómo la participación de los hombres en la ciencia aumenta, mientras que la de las mujeres baja.
“Nos estamos quedando con la necesidad de que más mujeres accedan a los pregrados y se gradúen de sus carreras, pero hay un problema estructural más allá de eso: el hecho de que exista un claro techo de cristal que las mujeres que continúan en sus carreras como científicas no puedan romper, pues los altos rangos de investigación siguen siendo ocupados en su mayoría por hombres”, explica Pardo.
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Un dato que ambas autoras destacan es esencial para entender la situación: a pesar de que las mujeres representan la mayoría de los graduados universitarios en el país, entre 2015 y 2019 solo recibieron el 35% de las becas a nivel de doctorado en todas las áreas y el 40% en ciencias naturales. En cuanto a las becas postdoctorales, las mujeres constituyen en promedio el 44% de los beneficiarios en todas las disciplinas y en ciencias naturales. Sin embargo, no hay una tendencia constante hacia la paridad de género, ya que en la convocatoria más reciente de 2021, solo el 36% de las becas postdoctorales en ciencias naturales fueron otorgadas a mujeres. “¿De qué nos sirve entonces tener a más mujeres graduándose en estas áreas si no les podemos garantizar lo que viene después?”, se pregunta Paz.
¿Por qué no hay permanencia?
El dilema de la permanencia es el resultado de varios ingredientes acumulados. Podría decirse que el primero es el hecho de que todavía sigan siendo muy pocas mujeres las que lideran grupos de investigación. De hecho, Pardo explica que, en el campo de las Ciencias Naturales, solo el 29 % de los grupos de mayor prestigio son liderados por ellas. “Acá es clave hacer una aclaración, y es que, si bien somos pocas, sí existimos, y eso es importante nombrarlo porque sí ha habido un avance que hace 10 años era impensable. Sin embargo, falta más para una paridad”, dice.
Para comprenderlo mejor, debemos entender cómo funciona el sistema. En primer lugar, las universidades usualmente hacen mediciones de sus docentes en tres grandes categorías -que pueden tener subdivisiones-: los profesores asistentes, que usualmente tienen doctorado, entran a la carrera docente, y se les reconoce por tener potencial para crecer; los profesores asociados, que ya han alcanzado madurez académica importante; y los profesores titulares, que ocupan el escalafón más alto y son ampliamente reconocidos en su campo.
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En el reglamento profesoral colombiano, lo que habilita el avance entre categorías son los resultados que esos docentes obtengan con sus investigaciones: publicación de libros, artículos científicos, ponencias, dirección de tesis de maestrías y doctorados, y que sean reconocidos en su medio. Pero Pardo y Paz coinciden en que las etapas de madurez académica de las investigadoras pueden coincidir con decisiones cruciales en su ámbito personal. Factores como la pareja o, incluso, la maternidad representan cambios para el desarrollo profesional de las mujeres científicas.
Pardo lo explica con un ejemplo muy sencillo: si una docente es madre y es invitada a hacer una ponencia en un lugar lejos de su ciudad de origen, ¿qué hace con su hijo? “Esa pregunta es importante hacerla porque damos muchas cosas por sentadas. Seguramente esa mujer se cuestiona si dejar a su hijo con una niñera o una familiar en casa; si llevárselo a la ponencia, dejarlo en el hotel o asistir con él al evento. De cualquier manera, eso le implicaría un gasto extra, sin mencionar el tiempo que estaría dedicando a las labores de cuidado y no a sus tareas como investigadora”, explica Paz.
Esto, en últimas, les complica las cosas para escalar en el ranking de investigación. Según las cifras del ranking de investigadores en Colombia en 2021, que reseña el artículo, de los 20,891 investigadores con perfil público, el 39% eran mujeres. Sin embargo, la proporción de mujeres disminuyó a medida que aumentaba el rango: aproximadamente el 42% de los investigadores en el rango junior eran mujeres, mientras que en el rango asociado esta cifra descendió al 35%. En el rango senior, la proporción de mujeres disminuyó aún más, llegando al 26%, y en el rango emérito, su representación fue mínima, apenas del 5%. Una vez más, aunque esas cifras son mayores a las de hace una década, el aumento sigue siendo “sorprendentemente lento”, como lo describen las autoras.
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Subir en el escalafón académico está mediado por una serie de requisitos que determina el Ministerio de Ciencias y las propias universidades en las que los investigadores están contratados. Así, para que puedan avanzar, se tienen en cuenta aspectos como el número de tesis que han dirigido y su capacidad para conseguir fondos de financiamiento para sus proyectos.
Para esos grupos de investigación, es clave el número de publicaciones que hayan hecho en revistas académicas y proyectos financiados, además del ranking que tengan dentro de su propia universidad. Muchas veces, esas evaluaciones tienen en cuenta algo llamado “ventanas temporales”, que, en palabras de Paz, es el tiempo que determina Minciencias para evaluar los logros de cada académico.
“Pero, ¿qué tal si esa ventana temporal coincide con la licencia de maternidad de una mujer? Eso obviamente la pone en desventaja con otros colegas, sean hombres o mujeres, que no hayan tenido que pasar por lo mismo”, explica. A fin de cuentas, eso desemboca en que menos fondos de investigación le sean asignados a las mujeres respecto a los hombres. “Y, sin financiamiento, ¿cómo vas a llevar a cabo un proyecto que te permita avanzar en tu carrera científica?”, complementa Pardo.
En su artículo, Pardo y Paz muestran que solo el 29 % de las ayudas económicas fueron destinadas a proyectos de investigación liderados por mujeres, sin contar que la mayoría de ellas lideran equipos de investigación de rangos más bajos, según las mediciones de la academia. En 2014, solo el 34% de los grupos eran liderados por mujeres, y esta proporción fue mayor en los grupos de nivel A (38%) y C (34%), pero solo el 32% alcanzó la clasificación A1, la más alta. Sin embargo, esta situación empeoró con el tiempo; en 2021, solo el 30% de los grupos eran liderados por mujeres, y la mayoría de ellos fueron clasificados en los niveles B (35%) y C (31%), con solo el 23% en el nivel A1.
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Esto sin contar que las mujeres siguen teniendo menos participación en artículos académicos y, por tanto, en las citas que reciben por sus publicaciones. “Esa situación no es nueva. Artículos publicados en otros países han comprobado que los investigadores hombres suelen citarse entre sí. A veces eso sucede de manera implícita, lo que quiere decir que no es que las estén excluyendo conscientemente, sino que, como las mujeres publican menos, es más fácil tener como referente el trabajo de hombres”, dice Paz.
Pardo describe otro aspecto clave que encontraron, y es el hecho de que sea usual que a las mujeres investigadoras se les asigne también trabajo administrativo que, a fin de cuentas, no suma en el ranking que les permitiría avanzar en su carrera. “Y esos trabajos administrativos también se nos otorgan en mayor medida basado en roles de género; bajo la idea de que las mujeres somos “más organizadas y mejores en el trato con los estudiantes”, dice Pardo. Por eso, en sus palabras, las universidades deberían medir las cargas administrativas que se le dan a los profesores para que haya roles más rotativos entre hombres y mujeres.
Más becas para los hombres
Estos aspectos desembocan en un hecho: la mayoría de becas de investigación se siguen otorgando, en mayor medida, a los hombres. Por ejemplo, en 2012, solo el 40% de las becas para doctorados en Colombia se otorgaron a candidatas, y esta proporción se mantuvo constante durante una década. En los programas de doctorado en el extranjero, solo el 34% de las becas fueron otorgadas a mujeres en 2012, y aunque ha habido mejoras en algunos años, no se observa una tendencia continua hacia la paridad, dice la investigación. 2018 fue el año en el que las candidatas mujeres recibieron menor financiación (31.5%), aunque hubo un aumento en 202,1 con el 44% de mujeres premiadas.
Los ministerios de Ciencia y de Educación son dos de las entidades que se encargan de escoger a los seleccionados para estudiar dentro o fuera del país. “¿Y qué van a tener en cuenta?”, se pregunta Pardo. “Pues todo lo que ya mencionamos: la hoja de vida de los candidatos, si lideran un equipo de investigación, en cuántas publicaciones ha participado, a cuántas ponencias ha sido invitados, y su trayectoria académica en la institución a la que estén vinculados, y, como ya vimos, en todo eso las mujeres tienen desventaja”, explica Pardo.
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Por eso, y en palabras de ambas, es necesario que las instituciones de educación superior, e incluso el mismo Minciencias, hagan más públicas las cifras de participación de hombres y mujeres en la ciencia, para que se planteen decisiones más rigurosas que puedan garantizar una permanencia en los escalafones más altos.
“Hemos escuchado historias de colegas que prefieren no presentarse a becas de investigación o posgrado por miedo a que les digan que no son suficientes”, cuenta Paz, por lo que, según ella, los fondos de arranque para que un proyecto investigativo pueda despegar podría ser una solución para que grupos liderados por mujeres acumulen resultados que los pongan a la par con los demás.
Para Pardo el asunto también es estructural, y tiene que ver con la forma como las mujeres hemos sido educadas durante décadas. “Mientras los hombres ya vienen con una confianza en sí mismos automática, instaurada, nosotras tenemos que construirla conforme pasa el tiempo. Nosotras tendemos a ser más modestas con nuestros logros y eso es un factor fundamental para avanzar en el mundo académico”, dice.